Población negra en Europa: segunda generación, nacionales de

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MIGUEL DE CERVANTES
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www.cervantesvirtual.com
INONGO-VI-MAKOMÈ
Población negra en Europa: segunda
generación, nacionales de ninguna nación
Edición impresa
Inongo-vi-Makomè, Población negra en Europa: segunda
generación, nacionales de ninguna nación (2006)
En
Inongo-vi-Makomè (ed.) (2006) Población negra en Europa:
segunda generación, nacionales de ninguna nación. San Sebastián:
Tercera Prensa. (pp. 60-70)
Edición digital
Inongo-vi-Makomè, Población negra en Europa: segunda
generación, nacionales de ninguna nación (2014)
Mar Garcia (ed.)
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Noviembre de 2014
Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto I+D+i, del
programa estatal de investigación, desarrollo e innovación orientada a los
retos de la sociedad, «El español, lengua mediadora de nuevas
identidades»(FFI2013-44413-R) dirigido por la Dra. Josefina Bueno Alonso
Población negra en Europa: segunda generación,
nacionales de ninguna nación
Inongo-vi-Makomè
Cuando llegué por primera vez a la Guinea española, hoy Guinea Ecuatorial,
pocos años antes de la independencia de este país, comprobé, contrariamente a lo que
había dejado en Camerún, que las normas de la iglesia católica eran las que regían
prácticamente toda la vida social de aquella colonia. Así por ejemplo, en todos los
papeles oficiales se requería la tarjeta de bautismo, en vez de la partida de nacimiento.
Comprendí entonces la razón de muchas de las dificultades con que se encontraban los
hijos de algunos inmigrantes cameruneses en Guinea cuando regresaban a su país
natal. Casi ninguno de ellos disponía de partida de nacimiento, por lo que se veían con
problemas para inscribirse en las escuelas.
El único matrimonio reconocido y válido también entonces en esa ex-colonia
española era, por supuesto, el canónico. Era también el primer país negro africano en el
que, a pesar de mi juventud, había oído hablar con exageración de hijos oficiales, o de
matrimonios canónicos, maret pikin (hijos bastardos). La sociedad guineana, tal como la
conocí entonces, estaba hecha a la medida de la moral católica.
Tres cuartos de lo mismo pasaba también en las colonias portuguesas, con el
añadido de que los lusos habían sustituido los apellidos de sus nativos por Santo,
Santos, Dos Santos, Espíritu Santo y demás.
Cuando llegué a España, cinco años más tarde, y también cinco años antes de
la muerte del general Franco, me encontré más o menos con lo mismo: la sociedad, el
pueblo y la iglesia eran prácticamente la misma cosa. Hoy, a pesar del tan predicado
carácter laico del Estado y de la sociedad española, cada español sigue llevando sin
embargo una sotana y un cura dentro de sí. Porque aún sin querer, la teoría y la
práctica religiosa se han incorporado a la ciudadanía convirtiéndose en pura costumbre.
Las costumbres forman parte del pueblo y lo convierten en lo que es. Las
indicaciones y las enseñanzas de la Iglesia imponen al pobre que tenga que aceptar con
humildad y de por vida su estado, como acabamos de ver en las palabras
supuestamente atribuidas a Leopoldo II de Bélgica, y ésta es una costumbre muy
arraigada entre los españoles y entre los portugueses. Para estos dos pueblos, el negro,
como ser pobre, no merece sino la caridad. Es algo que no piensan de manera
consciente. Les sale automáticamente porque esta percepción está dentro de ellos.
Forma ya parte de sus costumbres. De su idiosincrasia.
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Un alemán, un francés o un inglés, por ejemplo (aunque no todos, ni siempre),
intentarán interesarse por la idiosincrasia del negro, es decir, por lo que lleva dentro, por
su preparación, por su educación o por su mentalidad. Al menos, harán un mínimo
esfuerzo para leer su currículum. El español, sin embargo, se frenará ante el aspecto
exterior o el apellido africano del candidato, y ello le impedirá leer el contenido del
currículum… Una joven abogada dominicana me comentó en una ocasión que sus
amigos españoles le habían aconsejado que modificara su currículum y pusiera como
lugar de nacimiento cualquier ciudad de España, en lugar de Santo Domingo. Porque,
aunque abogada, de nacionalidad española y formada en una universidad española, su
petición era rechazada en bastantes ocasiones por su lugar de nacimiento. Su lugar de
nacimiento, es decir, su país de origen, es una nación del Tercer Mundo, es decir, de
gente pobre. Gente a la que no se puede otorgar la misma categoría, pero sí la caridad.
Un alemán, seguramente (digo seguramente), asignará algún puesto de
responsabilidad a un negro si comprueba que éste reúne condiciones para ello, pero
nunca se dará la situación de que tomen juntos una copa ni entablen la más mínima
sombra de amistad.
Sin embargo, el español no tendrá que hacer ningún esfuerzo para tener
amigos negros y tomar copas con ellos en bares y cafeterías, e incluso les invitará a
comer a su casa donde compartirán la mesa… Pero que esos negros no esperen ser
objeto de la misma consideración a la hora de la promoción laboral… Siendo amigo de
un negro e invitándole a copas o a comer, el español cumple con su caridad cristiana,
pero recordemos que el pobre siempre debe aceptar convivir y morir con su pobreza a
cuestas para así ganar el cielo.
Invitar a una copa al inmigrante africano y darle una palmadita amistosa en el
hombro es lo más corriente en la cultura española. Ahí queda toda la consideración
personal que va a recibir. Esta amabilidad amansa al individuo receptor de tal manera
que éste acaba perdiendo la noción de lo que es un desprecio o una discriminación.
Por eso, en los países de Latinoamérica y en Brasil, donde los españoles y
portugueses han sembrado y cultivado esta cultura, no se habla de racismo ni de
discriminación. Tampoco se habla de ellos en España ni en Portugal. Desde aquí se
atribuyen esas costumbres solamente a otros blancos.
El sujeto pobre y débil, el negro en este caso, acaba asumiendo esta realidad
no como un mal mayor o menor, sino como el destino que le ha asignado Dios en la
tierra, y que Éste quiere que soporte con naturalidad para luego ganar el cielo. Por eso
los negros que viven en estas culturas nunca se rebelan, no se quejan ni protestan.
Cuando en 1990 publiqué España y los negros africanos, en un párrafo hacía
alusión al hecho de que en España las chicas negras, incluso con estudios medios (que
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entonces eran bastantes, pues venían de la recientemente independizada colonia de
Guinea Ecuatorial) no encontraban más salidas laborales que las barras americanas, la
prostitución o el servicio doméstico. Un día, una mujer ecuatoguineana me abordó en la
calle y afeó mi conducta lamentándose así: « Que fueras tú, precisamente tú, nuestro
hermano, el que tuviera que sacar a la luz una cosa así, nuestra vergüenza, como si te
burlaras… ». Le contesté, muy descorazonado, que no confundiera nunca las lágrimas
de un hermano convertidas en letra de imprenta con burla alguna.
Las guineanas vivían esta situación anacrónica y vergonzante como algo
normal, sin protestar, dando por hecho que era lo único que se merecían por su
condición de negras. Durante un tiempo tuve bastante mala prensa entre mis paisanos
por estas afirmaciones. Porque, al dar a conocer esta situación tan peculiar, destapaba
su presencia y no les facilitaba la tarea de esconderse de sí mismos.
A ninguno de los negros de Latinoamérica y de Brasil que he podido entrevistar
he conseguido sacarle nunca el porqué de su resignación y su renuncia a rebelarse.
Cuando se les pregunta sobre su relación con los blancos es cuando únicamente
cuentan con verdadera pasión sus tribulaciones. Un poeta venezolano me comenta:
« Los blancos allí nos tratan como si fuéramos animales y aquí, en Europa, cuando
acudes a una dependencia consular, como los que atienden son también los hijos de las
buenas familias de allá, te tratan igual. Como si fueras una mierda… ». Estas
expresiones son prácticamente comunes a todos ellos. « Todo esto ya lo sé, hermano »,
les digo, « pero lo que quiero saber es por qué los negros de vuestros países no
reaccionan; por qué no se quejan; por qué están tan callados… ».
Pregunté a mi interlocutor venezolano si hay negros importantes en su país. Es
decir, negros con una cierta situación social boyante… « Hay pocos, pero hay. Sólo que
éstos inmediatamente se transforman en blancos… », me contesta. Ya había oído esa
misma expresión en boca de algunos brasileños negros, y por eso quise saber qué
significa para un negro de Latinoamérica que otro negro se comporte como un blanco.
Las explicaciones aquí no son claras, pero vienen a decir más o menos que es el negro
quien, una vez confirmado su éxito, se olvida de hacer causa común con sus hermanos
de color. Como creo que ya he sugerido antes, no es nada habitual que en un plano
nacional, aún menos internacional, un astro negro del mundo del deporte o de la
música, latinoamericano o brasileño, alce su voz denunciando la injusta situación de sus
hermanos negros. Incluso en los peores momentos de discriminación en Norteamérica,
siempre ha habido negros destacados en sus respectivos ámbitos de actividad que han
defendido a los suyos.
Así pues, comportarse como blancos viene a significar que, una vez alcanzada
la fama, el único objetivo consiste en lograr la aceptación de los blancos, esconderse de
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sí mismos y esconderse de sus hermanos de color. Denunciar la injusta situación de
estos últimos sería como poner de relieve su presencia y su color, factores que en este
caso el individuo quiere disimular a toda costa.
Esta situación es la que se vive algo en Portugal y mucho en España. Los
pocos o muchos ecuatoguineanos que han alcanzado alguna posición social de
igualdad con los españoles de España, por méritos propios, por ejemplo, han aprobado
unas oposiciones a cátedra de universidad o de instituto, o han terminado sus estudios y
destacan en el ejercicio de sus respectivas profesiones liberales, se mantiene algo
alejados de los demás. Si estuviéramos en América Latina o en Brasil, diríamos que se
comportan como blancos.
Las reivindicaciones de ciertas mejoras sociales y laborales en España suelen
correr a cargo de negros provenientes de países africanos ajenos a Guinea Ecuatorial.
Los ecuatoguineanos, salvo contadísimas excepciones, no se dan por aludidos.
Con frecuencia se puede escuchar de mis amigos guineanos en España decir
cosas como: « Estos negros van a hacer pensar a los blancos que todos somos
iguales », refiriéndose a los inmigrantes de otras naciones de África negra. Dan por
sentado que los blancos españoles los consideran diferentes o superiores a todos los
demás negros. Es la sensación que percibe un individuo acomplejado y que se esconde
de sí mismo, por lo que arremete contra la presencia del otro al descubrir que este otro
puede revelar su escondite.
Esta situación podría no ser grave si supiéramos que no iba a contaminar a
nuestros descendientes, que van a vivir aquí. Pero no es así. Quien observe a los niños
y jóvenes negros en España se dará cuenta inmediatamente de que, salvo algunas
excepciones, se avergüenzan de su raza y de lo que son. Se esconden de ellos
mismos. Cuando están en un lugar con niños blancos, la súbita aparición de un negro
les incomoda. Llevo más de una década narrando cuentos en escuelas e institutos a lo
largo y ancho de la geografía española, y sé muy bien lo incómoda que suele resultar
para los alumnos negros mi presencia delante de ellos en los centros. Mi presencia, la
presencia de un negro, viene a recordarles a sus compañeros blancos que ellos también
son negros. De hecho, cuando entro, las miradas de los demás compañeros se dirigen
inmediatamente hacia el muchacho negro, como para identificarlo conmigo. Es por lo
tanto natural que el pobre chico me tome manía y me guarde rencor en su interior.
Represento en ese momento un intruso o un traidor que ha venido a delatarle, a sacarle
de su escondite.
La reacción del muchacho suele ser ponerse inmediatamente nervioso. Evitará
en todo momento mirarme a los ojos mientras me mantenga delante de todos ellos. Si
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alguna vez nuestras miradas se cruzan, desviará la suya con una velocidad meteórica.
Se hará el distraído intentando hablar siempre con el compañero de al lado.
A una muchacha negra de una escuela pública de un pueblo de Navarra le faltó
poco para meterse debajo de su asiento durante todo el tiempo que estuve narrando
cuentos en su aula.
Estas reacciones no las percibo en los jóvenes negros de Francia ni de
Inglaterra. El rechazo de los blancos en estos países les crea rebeldía, acabando
muchos de ellos quizá en guetos donde creen tener poder. En España el desprecio y el
rechazo de los blancos provocan la reacción del avestruz. Descubren que son negros
cuando la presencia de otra persona del mismo color así se lo hace ver; o cuando se lo
insinúa un compañero blanco. Mi hijo de veintidós años viene a preguntarme siempre
cosas relativas a nuestra etnia o a África cuando se ha interesado por ello su novia
blanca. Sin embargo, cuando he intentado acercarme a él de manera espontánea para
explicarle cosas de nuestra cultura, nunca me ha hecho demasiado caso.
Mi otro hijo de quince años regresó un día del instituto pidiéndome que le
prestara un traje africano para ir a una fiesta de disfraces. Yo ya adivinaba lo que había
pasado y, no obstante, me atreví a preguntarle: « ¿por qué quieres disfrazarte de
africano, si tú ya lo eres? ». Me contestó que sus compañeros blancos eran los que se
lo habían sugerido. No podía fallar. Muchos padres africanos en España pasamos a
diario por este tipo de experiencia.
Lo normal es que ningún muchacho negro que viva en Francia o en Inglaterra
quiera interesarse por nada relativo a su etnia o a África, ni llevar en ninguna ocasión
ropa típica de allá. Pero será por puro rechazo, por rebeldía, mientras que el muchacho
negro residente en España no lo hará por sentir vergüenza, y en su empedernido intento
de esconderse de sí mismo.
Con motivo de la celebración de su fiesta nacional, la juventud ecuatoguineana
en Cataluña me invitó a participar en una mesa redonda. En mi breve y modesta
intervención, les aconsejé que se comportaran de manera diferente a nosotros, sus
padres; que rompieran con toda actitud aislacionista y se integraran en las estructuras
de la sociedad catalana y española; que militaran en partidos políticos locales y
nacionales, que ambicionaran puestos políticos como sus compañeros blancos… Llamé
la atención sobre el hecho de que observamos que entre nuestros jóvenes que nacen y
crecen aquí, apenas se forman parejas, aunque se reúnan con frecuencia y suelan
divertirse en los mismos lugares.
Tras esta observación, alguna voz me tachó de racista. Pero mi inquietud no
debe confundirse en absoluto con racismo alguno. En Francia o en Inglaterra, los
jóvenes negros nacidos en esos países se emparejan y se casan entre ellos, aunque
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también se unan a jóvenes blancos. Pero en España este fenómeno apenas se da. Raro
es encontrar una unión entre un muchacho y una muchacha negra de lo que estamos
llamando aquí « segunda generación », los jóvenes nacidos y criados en España, donde
la pareja elegida suele ser casi siempre un blanco.
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