Evaluar: lejos del «saquen una hoja»

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Evaluar: lejos del «saquen una hoja»
A veces, los chicos estudian solo «para la prueba». Y vale preguntarse si sus estrategias de conocimiento centradas en esa
instancia no serán una respuesta al estilo de trabajo del docente. ¿Podemos quitar «la prueba» del centro de la clase para
poner el foco en toda la riqueza del proceso de enseñanza-aprendizaje? Una revisión de nuestras prácticas en esta nota.
Mercedes le pidió ayuda a su mamá para estudiar Naturales.
—Bueno, dejame que te explique cómo se fabrican esos materiales?
—No, no, mejor no— interrumpe Mercedes—, es que eso seguro que no nos va a preguntar.
Los docentes sabemos que, muchas veces, los chicos y chicas estudian pensando en «la prueba»: en esos
casos, deciden qué estudiar y cómo en función de los temas del examen y del conocimiento que ellos
mismos tienen acerca de «cómo son las pruebas» que suele tomar ese docente. Desde el punto de vista
de los estudiantes, se trata del desarrollo de una estrategia que les permite cumplir con éxito un requisito
del sistema educativo formal: aprobar los exámenes. ¿Es que a Mercedes no le interesa saber nada más
que «lo que le van a tomar»? No necesariamente, pero su prioridad es aprobar. ¿Quién podría culparla?
Qué es la evaluación
Según la directora del Centro de Formación Constructivista y formadora de docentes Ruth Harf, la
evaluación educativa es:
«un proceso de obtención, producción y distribución de información, referido al funcionamiento
y desarrollo de la actividad cotidiana en las salas, aulas, clases y salones, y en la escuela, a partir
de la cual se tomarán decisiones que afectarán ese funcionamiento. Más que medir, intenta
comprender para poder actuar». (Ponencia «Evaluación en las instituciones educativas», en el
4.° Congreso Internacional de Educación, La calidad como meta. La evaluación como camino,
Santillana, febrero de 2005).
Este proceso de evaluación tiene lugar en distintos niveles. Lo ponen en funcionamiento el docente en el
aula, la institución educativa en particular y el sistema educativo en su conjunto a través de las políticas
educativas que lleva adelante el Estado.
La evaluación en la escuela permite recabar información para tomar decisiones de manera más
racional y fundamentada, con la finalidad de reorientar permanentemente la enseñanza. En la gestión de
las clases en torno a un contenido, los docentes habitualmente relevan información sobre el proceso de
enseñanza. Utilizan para ello —en diferentes momentos— instancias de trabajo individual o colectivo,
producciones orales, escritas o de otro tipo de los estudiantes. Esta información les permite tomar
decisiones acerca de qué aspectos precisan ser enfatizados, qué relaciones nuevas están disponibles para
la mayor parte de los estudiantes, qué conocimientos creía que dominaban como punto de partida pero
requieren ser enseñados nuevamente, entre otros. También, en otros momentos, los docentes deciden
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utilizar instrumentos de evaluación individual para obtener información sobre la marcha de los
aprendizajes de cada estudiante.
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Una de las funciones primordiales de la evaluación es la retroalimentación de la tarea de enseñanza
desarrollada por el docente, importante para sí mismo pero también para los chicos, los padres y para la
institución, tarea que corresponde a la práctica docente y surge de la necesidad de conocer si se está
avanzando en la dirección deseada, cuánto se ha logrado y cuánto queda aún por aprender. Cuando
evaluamos, interpretamos rasgos y signos en los aprendizajes de los chicos y chicas para poder enjuiciar,
valorar y, si fuese necesario, reformular las estrategias de enseñanza.
Mucho más que un instrumento
Durante mucho tiempo, los análisis sobre la evaluación educativa se centraron en el aspecto
instrumental, es decir, en definir qué, cómo y cuándo evaluar. La evaluación se consideraba un aspecto
técnico didáctico al que era posible atender desde una supuesta neutralidad científica.
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Las perspectivas actuales consideran que, aunque incluye aspectos técnicos, la evaluación es un
aspecto de la enseñanza que es necesario analizar en contexto, en estrecha vinculación con la función
de la escuela y del sistema educativo, las prácticas pedagógicas, el perfil de los docentes, la orientación
de las políticas educativas y el contexto de desarrollo de esas políticas. En todos los casos, la evaluación
es un proceso que implica determinados pasos.
En primer lugar, el relevamiento de información; luego, el análisis de la información de acuerdo con
cierto marco de referencia; una vez analizada la información, la evaluación implica la producción de
conclusiones, la comunicación a los actores involucrados o su divulgación y, finalmente, la toma de
decisiones que permitan intervenir activa e intencionalmente en los procesos y resultados que se
evaluaron.
La evaluación, entonces, siempre se relaciona con un contexto de toma de decisiones. La utilización de
los resultados puede ser diversa, según las finalidades perseguidas por quien evalúa y el tipo de
evaluación empleada (ver subnota «Tipos de evaluación»).
Valores y poder en juego
Si en todos los niveles, desde el docente en el aula hasta las decisiones de política educativa, la
evaluación implica aspectos técnicos tales como definir el instrumento más adecuado para evaluar, las
investigaciones más recientes ponen de manifiesto otros dos aspectos. Por un lado, si la consideramos
una operación de construcción y de comunicación de un juicio de valor, la evaluación plantea
problemas éticos. ¿Por qué? Porque los juicios de valor que emitimos en relación con los resultados de
la educación pueden inhibir cambios en el individuo o en la sociedad, implican asumir opciones
valorativas que, a su vez, responden a opciones sociopolíticas y axiológicas expresadas en las políticas
educativas. Por otra parte, la evaluación, en tanto se relaciona con la toma de decisiones, tiene una
vinculación estrecha con el ejercicio del poder.
Desde hace algunas décadas, varios autores se han dedicado a analizar la relación entre la educación, y
en particular las evaluaciones, y el ejercicio del poder. Susana Celman, en su artículo «¿Es posible
mejorar la evaluación y transformarla en herramienta de conocimiento?» (en La evaluación de los
aprendizajes en el debate didáctico contemporáneo, Buenos Aires, Paidós, 1998), explica de qué manera
ciertos estilos de definición y de aplicación de las evaluaciones provocan ciertos aprendizajes y anulan
otros.
Celman sostiene que si un docente solo dispone el momento, la forma y el contenido de las pruebas
específicas de evaluación de los aprendizajes de sus alumnos, además las corrige sin explicitar los
criterios por los cuales ha juzgado correcto o incorrecto, adecuado o inadecuado el trabajo realizado, y se
limita a comunicar los resultados obtenidos, provocará que sus alumnos «aprendan» que el conocimiento
es un proceso que no les pertenece, que se realiza «para otros». Al mismo tiempo, perderán la
oportunidad de aprender que existen diversos criterios de evaluación, además del utilizado por el
docente, y que explicitar y fundamentar también es parte del proceso de aprendizaje.
Por otra parte, los alumnos cuyos docentes evalúan de este modo asumirán que no tienen derecho a
conocer los fundamentos y razones del juicio, porque ellos «no saben». No tendrán entonces la
posibilidad de aprender cómo ejercitarse en el uso de sus derechos ni a emitir juicios propios.
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Este modo de evaluar motiva que, como Mercedes, la niña del comienzo de este artículo, los chicos
aprendan cuáles son las cosas que les facilitan, con mayor probabilidad, obtener mejores notas o, al
menos, aprobar con ese docente, y tal vez dejen de aprender qué valor tiene lo que aprenden. Esas
prácticas fomentan que los chicos sean dependientes y ubiquen fuera de ellos la responsabilidad sobre lo
que ocurre con sus propios procesos de estudio y conocimiento porque solo esperan la aprobación o
desaprobación externa. Al mismo tiempo, tendrán dificultades para ejercitar las herramientas necesarias
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según sus posibilidades, las razones y finalidades de una determinada actividad de desarrollo y que
explicita el momento, la forma, los contenidos y criterios con que podrá analizarse y las derivaciones
que pueden efectuarse a partir de su evaluación.
El especialista español Miguel Ángel Santos Guerra advierte, sin embargo, que los docentes que se
decidan a transitar ese camino «deben saber que están abriendo espacios para la crítica, el
cuestionamiento y el juicio, y también respecto de su propia tarea. Esto implica, entonces, abandonar un
lugar seguro y tranquilo, que es el del evaluador con la suma del poder». Como contrapartida, el docente
puede ganar colaboradores en el complejo trabajo de intentar formular las preguntas que permitan a
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comprender el proceso de enseñanza-aprendizaje que se desarrolla en cada acto educativo.
La potencia de las TIC
La inclusión de las nuevas tecnologías plantea enormes desafíos a docentes y alumnos en todo el
proceso de enseñanza-aprendizaje y en esa redefinición de rol del docente como «evaluador con la suma
del poder». La gran cantidad de experiencias recopiladas a través de la aplicación del Programa Conectar
Igualdad ofrecen ejemplos de experiencias colaborativas en las que los alumnos se permiten disfrutar del
proceso de aprendizaje.
Las experiencias de evaluaciones implementadas a través de actividades que requieren de recursos
tecnológicos muestran que los estudiantes se sienten más implicados y reconocen poner más empeño y
sentirse reconocidos en sus saberes. En algunas experiencias, reconocen la importancia de recursos que
les permitan autocorregirse, autoevaluarse a medida que van aprendiendo los contenidos. Los
docentes que evalúan de ese modo reconocen que muchos colegas creen que solo una prueba escrita
acredita si el estudiante ha aprendido. Y se animan a cuestionar este concepto y aprovecharlo, lo que
significa para los chicos no solo aprender, sino también poder dar cuenta a otros de lo que aprendieron.
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Tal vez, los docentes deberíamos liberarnos de la exigencia de centrar la enseñanza en aquello que es
posible evaluar y dejar abierta la puerta para la gran cantidad de imprevistos aprendizajes que las
experiencias educativas ricas y vivas nos ofrecen.
Para leer más
Sverdlick, I. (2012). ¿Qué hay de nuevo en la evaluación educativa? Buenos Aires: Novedades
educativas y UNIPE. (Nota sobre la presentación del libro).
Ernest, R. (1994). Evaluación, ética y poder. Madrid: Ediciones Morata.
Popkewitz, T. (1994). Sociología política de las reformas educativas: el poder/saber en la enseñanza,
la formación del profesorado y la investigación. Madrid: Ediciones Morata.
Santos Guerra, M. A. (2000). Evaluación educativa I. Un proceso de diálogo, comprensión y mejora.
Buenos Aires: Editorial Magisterio del Río de la Plata.
Enlaces Externos
Centro de Formación Constructivista :: http://www.cefcon.com.ar/
«Evaluación en las instituciones educativas» ::
http://www.santillana.com.ar/03/congresos/03_4pob.asp?id=26
//www.youtube.com/embed/8ba2j236E7s :: //www.youtube.com/embed/8ba2j236E7s
//www.youtube.com/embed/rJl_mOfXclQ :: //www.youtube.com/embed/rJl_mOfXclQ
Miguel Ángel Santos Guerra :: http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/
//www.youtube.com/embed/hiwBm-PkK3Y :: //www.youtube.com/embed/hiwBm-PkK3Y
Nota sobre la presentación del libro :: http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=106815
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