El teatro español ha experimentado en las dos últimas décadas profundas transformaciones. El fortalecimiento de los teatros públicos y el desarrollo de un progresivo proceso de descentralización ha llevado a los escenarios nuevos modelos de gestión, distintas preferencias temáticas y unos lenguajes expresivos acordes con la atracción por el huego estético que ha dominado la creación dramática universal en estos años. Sin embargo, el formalismo lúdico de un posmodernismo radical no es propio del teatro de la España democrática. Se percibe durante este período la vuelta de muchos autores a temáticas comprometidas. La deconstrucción de la representación naturalista, la experimentación con el espacio y el tiempo, la fragmentación de la acción, el predominio de estructuras incoherentes, o la disolución del protagonista dramático no pueden entenderse sin analizar su estrecha conexión con las condiciones sociales de la España contemporánea.