una nueva ola revolucionaria (1820

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UNA NUEVA OLA REVOLUCIONARIA (1820-1848).
La Restauración
Derrotado Napoleón, las potencias europeas vencedoras devolvieron el trono de
Francia a los Borbones (Luis XVIII). En 1815, el Congreso de Viena restableció el
Antiguo Régimen y se llevó a cabo un reordenamiento del mapa político de Europa.
Este congreso reunió a Francisco I de Austria, el zar Alejandro I de Rusia y Federico
Guillermo II de Prusia. Se pretende asegurar un equilibrio de poderes y defender los
intereses dinásticos de estos soberanos, a costa del sentir nacionalista de los pueblos.
Pero el constitucionalismo apenas había arraigado en unas pocas naciones
aunque, a pesar de ello, subsiste el afán revolucionario y se producen repetidos intentos
liberales por alcanzar el poder en 1820, 1830 y 1848.
El principal referente era el modelo revolucionario francés de 1789.
El liberalismo.
El liberalismo es una corriente de pensamiento en lo filosófico, social,
económico y de acción política, que promueve las libertades individuales y el límite
máximo del poder coactivo de los gobiernos sobre los seres humanos. Es decir, la
exaltación del individuo y sus derechos, la triple división de poderes y el origen
parlamentario de las leyes.
Se suele situar su origen en el siglo XVII, y a John Locke como el primer
pensador liberal (Tratado sobre el Gobierno Civil, 1689). La difusión del liberalismo
será llevada a cabo por Montesquieu, Voltaire y Rousseau.
Las características que presenta el liberalismo son las siguientes:
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El individualismo, la libertad, la igualdad ante la ley y la confianza en la
razón y el progreso.
La soberanía reside en la nación, no en la corona.
No existe participación política de todos (sólo los más ricos), de ahí que
se defienda el sufragio censitario definido por la capacidad económica y
el sexo (varones).
Se adoptó la división de poderes:
o El poder Ejecutivo recayó en la corona,
o el Legislativo sería desempeñado por las Asambleas elegidas
(Parlamento, Cortes…) y,
o del poder Judicial se encargarían los tribunales.
De este modo, la misión del Estado, según los liberales, consistiría en defender
los derechos individuales (fundamentalmente la propiedad privada), mantener el orden
público, para que se cree un entorno de libertad, igualdad y, por tanto, desarrollo
económico y, limitarse a laisser faire, laisser passer (dejar hacer, dejar pasar).
El liberalismo postula la igualdad ante la ley, aunque el criterio de diferenciación
social vendrá dado, como se ha indicado anteriormente, por el nivel de riqueza. A su
vez, exige libertad de conciencia y de expresión de ideas.
El nacionalismo
Doctrina política que exalta el sentimiento de amor a la patria y que une a los
hombres que comparten una lengua, cultura, tradiciones y costumbres determinadas.
Tiene su origen en la Revolución Francesa, aunque la difusión en Europa vino
de la mano de la expansión del ejército de Napoleón, con sus guerras de conquista.
Asimismo, el Romanticismo colaboró en la creación de ese sentimiento de arraigo, de
pasado añorado. Pero será la reorganización territorial del Congreso de Viena la que
impulse este movimiento, ya que ignoró la identidad y el sentimiento nacional de
muchos pueblos como el polaco, belga, noruego, italiano, ruso y austríaco.
Fue un fenómeno complejo que tuvo dos vertientes, la progresista (raíces
liberales) y la tradicionalista (raíces conservadoras), dando lugar a movimientos
políticos específicos. Los progresistas pretenderán separarse de una potencia que los
domina: son los separatistas (Finlandia, Polonia, Bélgica, Grecia, etc.). Los
tradicionalistas intentarán congregar la nación dispersa en varios Estados: son los
unificadores (Italia y Alemania).
El nacionalismo será una de las fuerzas políticas más poderosas del siglo XIX.
Comenzó a organizarse en 1830, con los llamados movimientos jóvenes, como la Joven
Italia. Jugarán un papel destacado las sociedades secretas, que se forman en este
momento y se convertirán en un elemento de difusión de las ideas revolucionarias.
Pero la comprensión y defensa del nacionalismo exigía una cierta formación
cultural, por ello los nacionalismos nacen entre los intelectuales y, después, se difunden
entre las gentes de cierto nivel de instrucción (y económico). La influencia sobre las
masas se basó en la repetición de ideas básicas y en la gran carga sentimental y de
pertenencia que transmitía este movimiento.
La revolución de 1820.
Tiene como precedente próximo la Constitución española de 1812, por lo que el
protagonismo español es notable. En 1820, el comandante Riego se pronunció contra
el absolutismo del monarca Fernando VII. Este pronunciamiento militar consiguió que
el rey jurase la Constitución de Cádiz de 1812, instaurándose así el Trienio Liberal
(1820-1823). Fue motivado por el descontento de un sector del ejército y contó con el
apoyo de los campesinos. Pero el movimiento finaliza en 1823, pues la Santa Alianza
(Austria, Prusia y Rusia) que vigilaba con cautela, ordena la intervención de Francia,
produciéndose así la invasión de España por parte de los Cien Mil hijos de San Luis. La
consecuencia inmediata será la vuelta de Fernando VII y, por tanto, el regreso al
absolutismo.
Por su parte, en 1821, los griegos se sublevan contra el dominio turco,
alcanzando en 1829 su independencia (tratado de Adrianópolis). Se trata de un
movimiento nacional, que busca el desarrollo de la lengua y la defensa de su religión.
Toman como modelo la revolución americana y francesa.
Por todo ello, la localización de estas revoluciones será mediterránea y oriental.
Los impulsores serán militares (sector descontento) que contarán con el apoyo
de intelectuales y de la incipiente burguesía, mientras que los detractores serán los
monarcas absolutos y privilegiados del Antiguo Régimen. Por su parte, las masas
permanecen al margen.
Estos movimientos revolucionarios suelen iniciarse mediante pronunciamientos
militares que imponen un régimen constitucional, pero el resultado final será muy
distinto, ya que la intervención de la Quíntuple Alianza (Austria, Prusia, Rusia,
Inglaterra y Francia) restablecerá el antiguo orden, con excepción de los triunfos
nacionalistas de los griegos, en 1828, y de las colonias suramericanas frente a España.
La revolución de 1830.
La presión es grande en toda Europa y en algunos países estalla la violencia.
Esta vez, el protagonismo es de Francia, aunque posteriormente se extenderá a Bélgica,
Polonia, Italia y Alemania. A su vez, en España y Portugal estallan guerras civiles entre
liberales y absolutistas.
Antecedentes
En 1814 Luis XVIII promulga una Carta otorgada, donde reconoce un sistema
parlamentario bicameral. Pero, en 1824, le sucede Carlos X Artois, monarca más
autoritario, que intenta volver al Antiguo Régimen. Esto genera el malestar de la
burguesía y enciende la mecha para acabar con el Absolutismo.
El 31 de Julio de 1830, Luis Felipe de Orleans será nombrado rey,
estableciéndose un régimen constitucional basado en el sufragio censitario.
Este ciclo revolucionario fue fundamentalmente urbano, dentro de un entorno de
crisis económica (agraria) que afectaba a profesionales liberales, pequeña burguesía,
estudiantes, intelectuales, etc. El campesinado quedó al margen.
Consecuencias
Entre las consecuencias más destacadas encontramos la división de potencias
en dos bloques: las que poseían sistemas de gobierno liberales (Gran Bretaña y
Francia, que apoyarán a los revolucionarios) y las que mantenían el absolutismo
(Rusia, Prusia y Austria). De este modo, Francia e Inglaterra harán posible el triunfo
liberal en España y Portugal; mientras que Austria intervendrá en Italia en sentido
contrario y Rusia impedirá la independencia de Polonia.
El triunfo liberal supuso la instauración de monarquías constitucionales en
Francia, España, Portugal y algunos Estados alemanes (Brunswich, Hesse-Cassel y
Sajonia) y la creación del Estado belga. Se asiste también al ascenso de la clase media o
burguesa, que se convertirá en un poder emergente y de influencia.
Por otro lado, un acontecimiento de gran relevancia será la creación del Estado
belga, en 1831. Bélgica se independizó de Holanda, a la que estaba sometida tras el
reparto llevado a cabo en el Congreso de Viena. El triunfo fue logrado gracias a la unión
de católicos y liberales, junto con el apoyo de la burguesía, que se encontraba
descontenta con Guillermo I, monarca autoritario. En 1831 sube al poder Leopoldo I de
Sajonia, proclamándose una Constitución que establecía la soberanía nacional y la
división de poderes.
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