Los valores éticos del capital social

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M.ª Soledad Castaño Martínez*
LOS VALORES ÉTICOS DEL CAPITAL
SOCIAL Y SU INFLUENCIA
EN EL CRECIMIENTO ECONÓMICO
El capital social es un concepto que hace referencia al conjunto de redes sociales y a
las normas de reciprocidad asociadas a ellas que, al igual que el capital físico y el
capital humano, crean valor tanto individual, como colectivo. Esta concepción no
implica que la propia creación de normas genere por sí misma capital social, sino que
éstas deben conducir a la cooperación entre grupos y, por tanto, se relacionan con
virtudes como la honestidad, el mantenimiento de compromisos, el cumplimiento de los
deberes y la reciprocidad. De ahí se deduce claramente su conexión con la rentabilidad
socioeconómica de la ética, en la medida en que determinados comportamientos morales
provocan un incremento en el capital social de un país, lo que influye positivamente en
su crecimiento económico y en su productividad. La introducción del capital social en el
análisis económico y, más concretamente, los aspectos éticos en los que se apoya
constituye el objeto de este artículo.
Palabras clave: ética, capital social, crecimiento económico, revisiones bibliográficas.
Clasificación JEL: A13.
1.
Introducción
En la economía ortodoxa, en su intento de introducir
la metodología de las ciencias naturales en el comportamiento de los agentes económicos, se han eliminado los
aspectos éticos, y consideramos que esto lleva a omitir
variables tan importantes como los valores éticos de las
relaciones sociales y, en concreto, de las relaciones que
constituyen un nuevo factor de crecimiento económico,
* Profesora Asociada del Área de Política Económica. Facultad de
Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de Castilla-La
Mancha.
el capital social, que está siendo recientemente considerado por la literatura especializada.
En el segundo apartado veremos cómo los valores
éticos que constituyen el capital social desde los inicios
de la ciencia económica, con Aristóteles hasta los autores clásicos, fueron incorporados al análisis económico. Es a partir de los autores posteriores a los autores
clásicos, y en concreto la escuela marginalista, los utilitaristas, cuando se eliminan los valores éticos del análisis económico, los comportamientos éticos de los
agentes económicos y, evidentemente, los que forman
el capital social. A pesar de esto, el análisis del capital
social no desapareció, sino que fue llevado a cabo por
sociólogos.
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Recientemente, por los efectos que el capital social
tiene sobre el crecimiento económico y sobre la productividad, y ante la insatisfacción de los análisis tradicionales del crecimiento, se ha incorporado al análisis económico. Por ello, en el apartado tercero nos centraremos
en cómo determinadas virtudes éticas contribuyen a formar el capital social para, posteriormente, ver cuáles
son sus efectos económicos sobre el crecimiento económico y sobre la productividad.
2.
Evolución histórica del concepto
del capital social
En este apartado vamos a revisar cómo ha ido surgiendo este concepto de capital social y cómo éste ha
estado siempre ligado a la ciencia económica, aunque
no se hiciese una mención explícita a este término, teniendo en cuenta que entendemos por capital social a
aquel conjunto de redes sociales y normas de reciprocidad asociadas a ellas que, al igual que el capital físico y
el capital humano, crean valor tanto individual, como colectivo (Putnam y Goss, 2003, página 14).
Encontramos ya referencias al capital social en Aristóteles (2004), en concreto en los libros IV y V de la Ética Nicomáquea, al hablar de las virtudes éticas, tales
como la amabilidad, la sinceridad1 y la reciprocidad2,
Aristóteles ya recoge los valores esenciales para que
exista capital social, como veremos en el siguiente apartado. Posteriormente, y ligado igualmente a la evolución
de la ciencia económica encontramos referencias a la
existencia de capital social, aunque sin usar este término, en autores como Montesquieu, Ricard y Adam
Smith. Estos pensadores hacen referencia a la importancia que poseen los valores morales para potenciar el
comercio y cómo éste contribuye, a su vez, a que surjan
dichos valores. Montesquieu fue uno de los primeros en
articular esta idea al argumentar que «el comercio...
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Vid. ARISTÓTELES (2004, libro IV).
Vid. ARISTÓTELES (2004, libro V).
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perfecciona y suaviza los modales bárbaros, como vemos todos los días» (citado en Fukuyama, 2001). Quizá
la afirmación más clara de este punto de vista fue la de
Samuel Ricard en 1704, muy citada durante todo el siglo XVIII, según la cual, «el comercio une [a los hombres] entre sí a través de la utilidad mutua... A través del
comercio, el hombre aprende a deliberar, a ser honesto,
a adquirir modales, a ser prudente y reservado tanto en
el habla, como en la actuación. Al captar la necesidad
de ser inteligente y honesto para triunfar, huye de los vicios o, por lo menos, su comportamiento muestra decencia y seriedad a fin de no levantar ninguna valoración adversa de sus conocidos presentes y futuros» (citado en Hischmam, 1982, página 1465).
Aunque obviamente Ricard no conocía la teoría de
juegos, describe un juego iterativo en el que la fama de
ser honesto es una ventaja. Adam Smith (1776) también
creía en los efectos moralizadores del doux commerce,
y afirmaba que fomentaba la puntualidad, la prudencia y
la honestidad, y que mejoraba la vida de los trabajadores pobres al hacer que dependieran menos de sus superiores sociales. En líneas más generales, expuso los
argumentos a favor de un capitalismo más basado en la
moral que en la economía (Griswold, 1999, páginas 17-21).
Smith (2004), al igual que Aristóteles, concibe la actividad económica dentro de la comunidad, y considera
una serie de elementos morales de la sociedad, ya que
el individuo pertenece a una comunidad humana, que
tiene unas instituciones políticas y económicas; de ahí
que sea necesario estudiar, conjuntamente, el comportamiento social y el económico, lo que hizo inevitable
que se estudiasen esos valores éticos que conforman el
capital social que veremos seguidamente.
Posteriormente, por las interpretaciones no correctas
de Adam Smith, además de intentar incorporar a la ciencia económica la metodología de las ciencias naturales,
se fue dejando de introducir en el análisis económico
estos valores éticos que constituyen el capital social, y
es fundamentalmente en la sociología donde se analiza
este concepto, para ser recientemente incorporado al
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análisis económico, ante la insatisfacción de las teorías
económicas tradicionales.
Como ya hemos indicado, después de los autores clásicos tiende a separarse la ética y la economía y es por
parte de otras ramas de las ciencias sociales las que
analizan el capital social. Así pues Alexis de Tocqueville,
que comprendió su importancia con una enorme claridad, aunque tampoco usó el término de capital social,
en su libro La democracia en América (1835) observó
que Estados Unidos poseía, en marcado contraste con
su Francia natal, un rico «arte asociativo», es decir, una
población acostumbrada a reunirse en asociaciones voluntarias con objetivos tanto triviales, como relevantes.
La democracia estadounidense y su sistema de gobierno limitado sólo funcionaban porque sus ciudadanos tenían esa habilidad para formar asociaciones con objetivos civiles y políticos. Esta capacidad de autoorganizarse no sólo implicaba que el Gobierno no tenía que
imponer el orden de una forma jerárquica, descendente,
sino que la asociación civil era además una «escuela de
autogobierno» que enseñaba a la gente hábitos de cooperación que luego se aplicarían en la vida pública. Se
supone que Tocqueville estaría de acuerdo con la afirmación de que sin capital social no existiría sociedad civil, y que sin sociedad civil no podría funcionar la democracia (Fukuyama, 2001, páginas 49-50; Pharr y Putnam, 2000; y Putnam, 2002).
Pero sería Lyda Judson Hanifan la primera en utilizar
el término «capital social», y lo hizo para explicar la importancia de la participación comunitaria a la hora de
mejorar los establecimientos escolares, llegando a la
conclusión de que los graves problemas sociales, económicos y políticos de las comunidades en las que trabajaba sólo podían resolverse reforzando las redes de
solidaridad entre sus ciudadanos. A su vez, observó que
habían caído en desuso las viejas costumbres de vecindad rural y compromiso cívico:
«Esas costumbres se habían abandonado casi
del todo, y la gente practicaba menos las relaciones de vecindad. La vida social de la comunidad
dio paso al aislamiento familiar y al estancamiento
comunitario» (Hanifan, 1920, páginas 9-10).
En 1916, esta autora señalaría la importancia de un
compromiso comunitario en apoyo de la democracia y el
desarrollo. Hanifan acuñó la expresión «capital social»
para explicar este hecho, señalando que el capital social
se refería a:
«... esos elementos intangibles [que] cuentan sumamente en la vida diaria de las personas, a saber, la buena voluntad, la camaradería, la comprensión y el trato social entre individuos y familias, características constitutivas de la unidad
social [...]. Abandonado a sí mismo, el individuo es
socialmente un ser indefenso [...]. Pero si entra en
contacto con sus vecinos, y éstos con nuevos vecinos, se producirá una acumulación de capital social que podrá satisfacer de inmediato sus necesidades sociales y producir unas posibilidades sociales suficientes para mejorar de forma sustancial
las condiciones de vida de toda la comunidad»
(Hanifan, 1916, páginas 130-138).
Después de Hanifan, la idea de capital social desapareció durante varias décadas, pero fue reivindicada en
varias ocasiones. En la década de 1950, el sociólogo
canadiense John Seeley y sus colegas (Seely, Sim y
Loosely, 1956) emplearon la expresión para indicar que,
para el habitante de las colonias suburbanas que asciende en la escala social, «la afiliación a clubes y asociaciones [...] es una especie de título negociable (no
menos real que los valores de bolsa, a pesar de ser psicológico) que su poseedor puede convertir en efectivo,
transferir o utilizar como garantía».
La urbanista Jane Jacobs (1961) la utilizó en la década
de 1960 en su clásica obra Muerte y vida de las grandes
ciudades para recalcar el valor colectivo de los vínculos
informales de vecindad en la metrópoli moderna.
Tanto el economista Glenn Loury como el sociólogo
Ivan Light, emplearon el término «capital social» en la
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década de los setenta para analizar el problema del desarrollo económico de las zonas urbanas. Desde su
punto de vista las comunidades afroamericanas carecían de los vínculos de confianza y conexión social que
poseían los estadounidenses de origen asiático y otros
grupos étnicos, lo cual explicaba en gran parte la relativa falta de pequeños negocios afroamericanos (Light,
1972, y Loury, 1977).
El teórico social francés Pierre Bourdieu (citado en Richarson, 1983, páginas 241-258) lo definió en la década
de 1980 como «la acumulación de recursos reales o potenciales ligados a la posesión de una red duradera de
relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos o, en otras palabras, a
la afiliación a un grupo».
El economista alemán Ekkehardt Schlicht (1984, páginas 61-81) se sirvió de él en 1984 para subrayar el
valor económico de las organizaciones y el orden moral. Por su parte, el sociólogo James S. Coleman
(1988, y 1990) consiguió que la expresión apareciera
por fin sólidamente entre las cuestiones intelectuales
de los últimos años de la década de 1980, al utilizarla
(como lo había hecho en origen Hanifan) para poner de
relieve el contexto social de la educación. Finalmente,
hay que destacar las publicaciones del catedrático de
Administración Pública Robert Putnam (1993, 1995 y
2002) que hace hincapié en la participación cívica y en
el comportamiento de las instituciones, y de Francis
Fukuyama (1995 y 2001) cuando estudia las normas y
los valores informales que comparten los miembros de
un grupo y que permiten su cooperación. Estos autores
incorporan asimismo en sus análisis la forma en que el
capital social tiene efectos sobre la prosperidad económica de determinadas sociedades (Putnam, 1993 y
2002, y Fukuyama, 1995 y 2001).
Como ya hemos indicado, en los análisis tradicionales, ante la dificultad de medir los comportamientos y las
relaciones sociales son directamente excluidos del análisis económico, no debido a la dificultad de introducirlos
en el análisis económico convencional que intenta incorporar la metodología de las ciencias naturales (Cabo,
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2004), sino porque argumentan que si queremos tener
una ciencia económica con un rigor científico similar a
las ciencias naturales todos estos comportamientos sociales y éticos han de ser eliminados, ya que suponen,
según ellos, tener una ciencia económica impregnada
de juicios de valor.
3.
Las virtudes éticas del capital social
y el crecimiento económico
Existen diferentes definiciones del capital social, aunque muchas de ellas se refieren más a sus manifestaciones que a lo que significan en sí mismas.
En este artículo vamos a seguir la definición amplia
del capital social de Putnam y Goss (2003, página 14)
que ya expusimos en el apartado anterior.
Esta concepción del capital social, no implica que la
propia creación de normas genere por sí misma capital social, sino que éstas deben conducir a la cooperación entre grupos y, por tanto, se relacionan con virtudes éticas como la honestidad, el mantenimiento de
compromisos, el cumplimiento de deberes y la reciprocidad.
Esta concepción del capital social estaría acorde con
lo ya expuesto por Aristóteles (2004) en la Ética Nicomaquea, según la cual la forma de obtener la felicidad3
por la mayoría de los hombres es a través de la vida política4, ya que ésta exhibe rasgos de la vida feliz5. Asi-
3
Fin último y al que se dirigen todas las acciones humanas.
Según ARISTÓTELES (2004, página 12) los géneros de la vida son
principalmente tres: la vida voluptuosa (bíos apolaustikos), la vida
política (bíos politikós) y la vida contemplativa (bíos theoretikos). La
primera persigue desenfrenadamente los placeres sexuales y es propia
de los animales antes que de los hombres. Por su parte, la vida política
busca la obtención de honores, pero su verdadera naturaleza consiste
en el ejercicio de las virtudes en el contexto de convivencia ciudadana.
Finalmente, la vida contemplativa está dedicada a la contemplación
desinteresada de la verdad mediante el cultivo de la filosofía y de la
ciencia.
5
Según ARISTÓTELES (2004) el concepto mismo de felicidad tiene
dos características fundamentales: la «fin último» (pues siempre se
busca por sí misma y nunca por el provecho que puede reportar) y por
su carácter autárquico o autosuficiente (pues quien es feliz le basta con
lo que tiene y no echa nada en falta).
4
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mismo, algunas de la virtudes éticas que señala Aristóteles para alcanzar la felicidad son las necesarias para
que surja el capital social: la amabilidad, la sinceridad y
la reciprocidad, y la amistad.
Al hablar de este último concepto, la amistad, sin usar
el término, Aristóteles ya expone gran parte de los efectos positivos de capital social. Según Aristóteles:
«... la amistad6 es una virtud o algo acompañado
de virtud y, además, es lo más necesario para la
vida. En efecto, sin ella nadie querría vivir, aunque
tuviera otros bienes; incluso los que poseen riquezas, autoridad o poder parecen necesitar sobre
todo de amigos (...). En la pobreza y en las demás
desgracias, consideramos a los amigos como el
único refugio (...). La amistad también parece
mantener unidas las ciudades, y los legisladores
se afanan más por ella que por la justicia. En efecto, la concordia parece ser algo semejante a la
amistad y a ella se aspira sobre todo y, en cambio,
procuran principalmente expulsar la discordia, que
es enemistad. Y cuando los hombres son amigos,
ninguna necesidad hay de justicia, pero aun siendo justos, sí necesitan de la amistad, y parece que
son los justos los que son más capaces de amistad» (Aristóteles, 2004, páginas 215-216).
Por tanto, son los vínculos sociales que surgen de los
distintos tipos de amistad y las virtudes éticas asociados
a éstos los que favorecen un funcionamiento eficiente
de las sociedades y de la actividad económica.
Además, hemos de tener en cuenta que los vínculos
sociales son también importantes gracias a las normas
de conducta que los sustentan. Las redes7 implican (casi
6
En el concepto de amistad, Aristóteles incluye todo tipo de
relaciones, familiares, por interés, de trabajo, las relaciones en sentido
estricto...
7
La red es una forma de orden espontáneo que surge como
consecuencia de las interacciones entre los distintos actores
(FUKUYAMA, 2001, página 380).
por definición) obligaciones mutuas; no son interesantes
como meros «contactos». Las redes de compromiso comunitario fomentan normas sólidas de reciprocidad. Esto
lleva a que cuando los miembros de un grupo o una red
tienen el convencimiento de que los demás se van a
comportar con formalidad y honestidad, nace la confianza entre ellos. La confianza es como un lubricante que
hace que cualquier grupo u organización funcione con
mayor eficiencia (Fukuyama, 2001, página 43).
Para comprender la importancia de las normas sociales vamos a partir del pensamiento hobbessiano.
Según Hobbes (2002) el fin supremo de todo hombre
es la felicidad (al igual que Aristóteles). Y con el objeto
de obtenerla, cada individuo tiene forzosamente que
procurarse los medios que lo conduzcan a ella. Pero, a
diferencia de Aristóteles (2004), para Hobbes (2002),
el proceso de alcanzar la felicidad nunca termina, ya
que para este autor «la felicidad es un continuo proceso en el deseo; un continuo pasar de un objeto a otro.
Conseguir una cosa es sólo un medio para lograr la siguiente (...)». Además:
«... las acciones voluntarias y las inclinaciones de
todos los hombres, no sólo tienden a procurar la
vida feliz, sino a asegurarla» (Hobbes, 2002, página 109).
Éste prosigue que es ese deseo de pasar de un objeto a otro lo que lleva a la competencia entre hombres
por la adquisición de riquezas, honores, dignidades, o
cualquier signo de poder; este hecho lleva al antagonismo, a la enemistad y a la guerra.
Esa competencia entre los individuos, y la posibilidad de destrucción, es lo que los lleva a establecer normas de convivencia y leyes que, por un acuerdo entre
individuos, delegan esta función al Estado. De ahí vemos que el establecimiento de normas en este caso
formales por medio del Estado, pero que el mismo proceso descrito por Hobbes (2002) es el que en ocasiones, se da para que surjan normas informales y redes
de confianza que dan lugar al capital social, para así al-
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FIGURA 1
COMPONENTES CONCEPTUALES DEL CAPITAL SOCIAL
Redes sociales
Crea valor
Normas y valores
compartidos
Reciprocidad
CAPITAL SOCIAL
Confianza
Mayor eficacia del
funcionamiento
económico y social
Reduce los costes
económicos y sociales
FUENTE: Elaboración propia.
canzar objetivos comunes y particulares por medio de
la cooperación entre individuos y no por medio de la
competencia.
Así pues, en función de lo expuesto anteriormente,
hemos de destacar que un elemento esencial para la
existencia de capital social son los valores morales y las
normas sociales, que no son meras limitaciones arbitrarias de la libertad individual, sino la condición previa
para cualquier tipo de cooperación. Por medio de éstas,
los individuos amplían su poder y capacidades, al seguir
normas cooperativas que limitan su libertad de elección
y les permiten comunicarse con los demás y coordinar
sus acciones. Las virtudes sociales, como la honestidad, la reciprocidad y el cumplimiento de los compromisos no son valiosas sólo como valores éticos, sino que
además poseen un valor monetario tangible y facilitan la
consecución de objetivos comunes a los grupos que las
practican; de ahí la necesidad de introducirlas en análisis económico.
Para que exista una comunidad no sólo es necesario
que las personas del grupo interaccionen, sino que las
verdaderas comunidades estén cohesionadas por los
valores, las normas y las experiencias que comparten
sus miembros. Cuanto más profundos y sólidos sean
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esos valores comunes, más fuerte será el sentido de comunidad (Fukuyama, 2001, páginas 37-42).
Como previamente hemos indicado, para alcanzar la
felicidad, el fin último de toda actividad humana, son
necesarias tanto las normas formales, como las informales para el correcto funcionamiento de una sociedad, que garantice el marco en el que los individuos
puedan alcanzar tanto sus objetivos individuales, como
los colectivos. Este funcionamiento más eficiente de
las sociedades tiene repercusiones evidentes sobre la
actividad económica, ya que los agentes económicos
(individuos, familias, empresas, Estado) podrán alcanzar mejor sus objetivos económicos, como veremos
seguidamente.
En la Figura 1 vemos cómo las normas sociales y las
virtudes éticas que dan lugar al capital social, tienen
efectos importantes, como veremos seguidamente, en
el funcionamiento del sistema económico, y fundamentalmente, tiene efectos positivos sobre el crecimiento
económico y la productividad, al reducir los costes de
transacción y facilitar la transmisión de capital humano.
Ahora bien, de lo anterior y con independencia de lo
que desarrollamos en el presente apartado, no cabe
deducir que este tipo de relaciones genere siempre
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efectos beneficiosos para la colectividad, sino que de
hecho compartir normas puede conducir, por el contrario, a un cierto grado de conflictividad que sea negativo para la actividad económica, como es el caso
de la mafia en Sur de Italia y o el del Ku Klux Klan en el
Norte de Estados Unidos.
Así pues, dentro de los valores y normas sociales,
hay que destacar que aquéllas que permiten generar
capital social son las que facilitan la cooperación e incluyen virtudes como la verdad, la honestidad, el cumplimiento de obligaciones y la reciprocidad. De todas
ellas, la que nos interesa en particular es esta última,
ya que supone una ayuda mutua entre individuos, que
llevará a que surja la confianza entre ellos y puedan
unirse para obtener objetivos comunes; es decir, formará capital social8.
En este orden de cosas, un elemento fundamental del
capital social es el principio de la reciprocidad generalizada. Según ha señalado el filósofo Michael Taylor:
«En un sistema de reciprocidad, cada acto individual se suele caracterizar por una combinación
de lo que denominaríamos altruismo a corto plazo
e interés propio a largo plazo: yo te ayudo ahora
con la esperanza (posiblemente vaga, incierta y no
premeditada) de que me ayudes en el futuro. La
reciprocidad está compuesta por una serie de actos cada uno de los cuales es altruista a corto plazo (beneficia a los demás a costa del altruista),
pero que en conjunto suelen mejorar la condición
de todos los interesados» (Taylor, 1982, páginas 28-29).
Así pues, la interacción frecuente entre distintas personas tiende a generar una norma de reciprocidad generalizada (Portes, 1998; Putnam 1993 y 2002; Uzzi,
8
La forma en que la reciprocidad afectaba al comercio y cómo era
necesaria para que una sociedad y las instituciones económicas
funcionaran adecudamente, ya fueron analizadas por Aristóteles en la
Ética Nicomáquea.
1997). Estas normas de reciprocidad generalizada resuelven problemas de acción colectiva. Así se transforma el interés propio de los individuos y el egoísmo de
los agentes en un pequeño sentido de obligación hacia
otros, lo que conduce a los miembros de una comunidad
a intentar conseguir objetivos compartidos.
Ello, a su vez, conduce a que una sociedad caracterizada por la reciprocidad generalizada sea más eficiente
que otra desconfiada (Putnam, 2002), ya que el compromiso cívico y el capital social suponen obligación mutua
y responsabilidad para actuar. Según reconocieron Hanifan (1916) y sus sucesores, las redes sociales y las
normas de reciprocidad pueden facilitar la cooperación
en beneficio mutuo. Cuando los tratos económicos y políticos se realizan dentro de unas redes tupidas de interacción social, el oportunismo y la corrupción ven reducidos sus incentivos.
Así pues, en la medida en que estos valores y normas van apareciendo, surge la confianza que, como
hemos indicado, es como el lubricante que hace que
cualquier grupo u organización funcione con mayor
eficiencia (Fukuyama, 2001, página 43, y Alesina y La
Ferrara, 2000).
El objetivo económico que tradicionalmente se ha
equiparado en sentido económico con la felicidad ha
sido el crecimiento económico; así pues, creemos necesario incorporar al análisis económico los efectos del capital social y las virtudes éticas que lo constituyen, que
tienen efectos sobre el crecimiento económico.
De acuerdo con la definición de capital social dada,
las fuentes que dan o pueden dar lugar a la formación
de capital social son: 1) la familia; 2) las asociaciones; 3)
los vínculos informales; 4) los vínculos en el lugar de trabajo; y 5) el Estado.
Vamos analizar las cuatro primeras fuentes de un
modo conjunto para ver cuál es su papel en el crecimiento. Estas fuentes proporcionan redes de confianza a sus
miembros de modo que propician la aparición, entre sus
miembros de los sentimientos de confianza y reciprocidad que dan lugar a que surja el capital social. Este capital social facilita la transmisión del capital humano entre
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sus miembros (por ejemplo, los padres transmiten a sus
hijos su capital humano); asimismo los vínculos en el trabajo, cuando existe entre sus miembros confianza, llevan
a una transmisión más fluida del capital humano, y facilitan la transmisión y asimilación de la tecnología. Todo
ello supondría un mayor crecimiento.
Además hemos de indicar otro efecto positivo del capital social. En ocasiones, la familia y algunas asociaciones facilitan recursos financieros a sus miembros para
la creación de empresas (Fukuyama, 2001; Woolcock,
2001, y Woolcock y Narayan, 2000) o para su funcionamiento, de este modo se estaría potenciado un mayor
crecimiento económico.
Por tanto, un adecuado capital social, a través del
cual los individuos están respaldados por sus familias y
su entorno, junto a un marco institucional formal adecuado se considera como un elemento más que fomenta el crecimiento económico (Galindo, 2003, página 149) y sobre la productividad.
Con relación a su efecto sobre la productividad, ya en
1916 Hanifan considera que «los vínculos sociales hacen más productivas nuestras vidas» y ese incremento
de la productividad se logra ya que el capital social reduce en gran medida los costes de transacción. La reciprocidad, la honradez, la fiabilidad facilitan la cooperación y
la participación, lo que redunda en beneficio de todos
los agentes que operan en un espacio socio-económico
(Conill, 2004).
Finalmente, el Estado puede influir en la generación
de capital social, entre otras vías9, estableciendo reglas
formales, como ya hemos analizado, que junto a las reglas informales constituyen el marco institucional de un
país. El hecho de que algunos países aparte de tener
unas relaciones informales adecuadas tienen un marco
9
El Estado puede influir en la generación de capital social,
fundamentalmente por medio de:
1. Regular el marco legal que junto a las reglas informales
constituyen la estructura institucional de un país.
2. Potenciar o desincentivar las actividades asociativas.
3. La provisión de la educación pública, ya que por medio de ésta se
promueve la aparición del capital social.
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legal que funciona bien, puede, en algunas circunstancias, explicar una parte significativa de las razones de
por qué algunas sociedades progresan más rápido que
otras. Según Chhibber (2000, páginas 299-306): los países que tienen una aplicación buena de sus políticas,
junto a una adecuada estructura institucional, presentan
tasas de crecimiento económico mayores, que los que
no tienen estos factores o carecen de alguno de ellos.
Finalmente, otro punto a considerar: al igual que otros
tipos de capital, el capital social genera tanto externalidades positivas como negativas. Así pues, el capital social puede generar externalidades positivas, es decir, no
sólo beneficiar a las personas que pertenecen a redes
de confianza, sino que puede beneficiar al resto de la
sociedad, por ejemplo, si consideramos que el capital
social fomenta el crecimiento, de este mayor crecimiento se beneficia la sociedad en su conjunto.
Pero si consideramos que las redes y las normas de
reciprocidad asociadas a ellas son, en general, buenas
para quienes están dentro de la red, aunque los efectos
externos del capital social no son siempre, ni mucho
menos, beneficiosos (Putnam, 2002). Así pues, en ocasiones, pude ocurrir que los beneficios sólo repercutan
en el núcleo del grupo, e impongan costes o generen
externalidades negativas a los que no pertenezcan a él.
Por ejemplo, en partes de China de Asia Oriental y gran
parte de Latinoamérica, el capital social reside abundantemente en las familias y un círculo bastante estrecho de amigos personales. Es difícil para las personas
confiar en miembros de fuera de estos círculos estrechos, de modo que los efectos antes citados sobre el
crecimiento no se producirían.
4.
Conclusiones
A lo largo de nuestro trabajo hemos expuesto cómo la
literatura especializada ha analizado, conjuntamente, el
funcionamiento de la economía y los valores éticos que
dan lugar al capital social, y cómo éstos son esenciales
para el buen funcionamiento de los sistemas económicos. Así pues, aunque después de Adam Smith algunas
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teorías tradicionales han intentado suprimir del análisis
económico los valores éticos del capital social, como
hemos podido comprobar a lo largo de este trabajo, éstos son esenciales para comprender el funcionamiento
de las economías y, por tanto, han de ser incorporados
en el análisis económico.
Además, en este documento se comprueba que los
vínculos sociales y las normas de reciprocidad, la confianza, la fiabilidad y la honestidad, que llevan asociados estos vínculos o redes sociales, tienen un importante valor económico y no solamente social y, por tanto, el
capital social puede ser considerado como un nuevo
factor que influye sobre la actividad económica.
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