FELLINI, OCHO Y MEDIO “Donde uno muestra la verdad acerca de

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FELLINI, OCHO Y MEDIO
“Donde uno muestra la verdad acerca de sí mismo es en la ficción;
en las memorias o diarios, uno está siempre controlando su imagen.”
Elvira Lindo, recordando al Nóbel de Literatura V.S. Naipaul.
Cuando Federico Fellini afrontó la preparación y el rodaje de esta película, ya
había filmado siete películas anteriormente. Siete y media, si contamos el pasaje
que rodó para el proyecto colectivo “Bocaccio 70”. Era, por tanto, su octavo
filme. Y medio. Y, como escribe Horacio Vázquez Rial, “no hay duda de que en
“Ocho y medio” está todo su cine, una síntesis del anterior y un anuncio del
posterior. Está “La dolce vita”, pero también “Roma”, “Amarcord”, “E la nave
va”, “La ciudad de las mujeres”, “Ginger y Fred” o “Giulietta de los
espíritus”.
Ponerle ese título a la película (originalmente se iba a llamar “La bella
confusión”) era ya toda una declaración de principios. Y de intenciones. Porque
“Ocho y medio” supone un punto de inflexión en la carrera de Fellini. Un
ejercicio fílmico de reflexión sobre un ciclo vital y creativo que había llegado a
su fin, tras el monumental éxito de “La dolce vita”, y que tomaba nuevos rumbos.
Y nuevos bríos.
Los buenos guías de montaña siempre aconsejan a los montañeros que, en mitad
de una travesía, hagan un alto en el camino y miren hacia atrás porque saber de
dónde venimos nos ayuda a entender dónde estamos y nos permite tener más
claro hacia dónde nos dirigimos.
En la filmografía de Fellini, “Ocho y medio” sería ese alto en el camino.
Vázquez Rial lo define así: “La memoria –no el recuerdo preciso de una serie de
acontecimientos, que eso no es memoria, sino historia- es lo que revela los trazos
de esa escritura... Toda la obra de Fellini es un canto a la memoria, tanto la
individual como la colectiva. Pero ninguna de sus otras películas es tan precisa
como “Ocho y Medio” al mostrar el funcionamiento anárquico de los recuerdos,
siempre mezclados con deseos insatisfechos, escenas de humillación o
vergüenza...”
Efectivamente, en “Ocho y medio” está todo. Para quién no haya visto ninguna
otra película de Fellini, ésta le permitirá entrar y descubrir el abigarrado universo
de un genio, de un visionario del cine que, además, tendía puentes con otras
muchas artes populares, de la magia y el circo al dibujo y los tebeos.
La película comienza con el escritor y director Guido Anselmi presa de un ataque
de impotencia creativa, en mitad de una crisis que también es vital. Está en un
Hotel-Balneario, junto al equipo de rodaje, técnico y artístico. Pero su ataque de
ansiedad ha hecho que la filmación de la película, de ciencia ficción y para la que
se ha construido un imperial decorado, se atrase quince días. La presión es
enorme. El éxito de sus trabajos anteriores hace que su productor, el público, la
prensa y la crítica estén como locos por su siguiente película. Guido, por
supuesto, tiene un guión. O un boceto de guión. O la idea para un guión. Pero se
siente confuso, muy confuso. Incluso dudoso-perplejo. Ve visiones. O cree
verlas. Y aprovecha para convocar a las mujeres de su vida: su esposa, su
amante, su musa, su hermana, su madre... Y es que la relación del director con las
mujeres ocupa buena parte del metraje de “Ocho y medio”, como no podía ser de
otra forma en el cine de Fellini.
¿Qué es realidad y qué es imaginación, en estos quince días de la vida de
Anselmi, interpretado por un prodigioso Marcello Mastroianni, inmejorable alter
ego de Fellini?
En realidad, da lo mismo. Da igual. La madre de Anselmi ya había muerto, pero
su presencia es tan real como la de su amante y la de su esposa. O, por ejemplo,
la enigmática, sugerente e inquietante Sarracena, a la que los niños iban a visitar
a su casa de la playa y le pagaban para que bailara la rumba y les dejase ver el
nacimiento de sus enormes y ubérrimos senos. Como reales son los sueños y las
pesadillas que tenía, de niño, provocadas por su hermano.
“Ocho y medio” es un festival para los sentidos y, para disfrutarla, hay que entrar
en ella absolutamente libre de prejuicios, dispuesto a dejarse arrasar por un
torbellino de personajes, imágenes y secuencias entre lo onírico y lo surrealista.
Una película que rompe géneros y destroza moldes. Por ejemplo, la secuencia del
Mago que, a través de un número de adivinación, extrae (¿o introduce?) en la
mente de Anselmi las palabras de las que fluye el torrente de emociones que
embargan al director: "ASA NISI MASA", encriptación de la palabra “ÁNIMA”,
que alienta todo el metraje de “Ocho y Medio”. A cada sílaba de la palabra que
queremos ocultar, le añadimos otra sílaba que comienza por S y se completa con
la vocal de la sílaba en curso. Asa-NIsi-MAsa. El Rosebud de Fellini.
Otros personajes paradigmáticos: el productor, que siempre da juego en las
películas de cine sobre el cine. El productor, aunque sea el que pone el dinero y
se juega su patrimonio, siempre es el malo. Es el hombre calculador que piensa
en números y que, a cada genialidad de los artistas, echa el jarro de agua fría de
las cifras más descarnadas. El que siempre dice “no” y pone pegas a todo. Un
hombre a un presupuesto pegado. Y ajustado. Y angustiado, claro. Máxime
cuando su director está en crisis y los descomunales decorados construidos para
la película amenazan con no servir para nada.
Y, por supuesto, la angelical aparición de Claudia Cardinale, la sublimación de la
belleza virginal, la pureza total y absoluta. Como una aparición mariana y
milagrosa, la llegada de Claudia es la que calma la tempestad que asola a Guido,
el milagro que le ayuda a terminar de colocar todas las piezas de un puzzle
imposible.
Y no olvidemos al crítico. Carini (Jean Rougeul), una especie de Pepito Grillo,
conciencia crítica del marxismo rampante en la época, basado en uno de los
teóricos del cine más reconocibles en la Italia de aquellos años, defensor a
ultranza del Neorrealismo y que se pasa el metraje de “Ocho y Medio”
socavando la moral de Guido Anselmi, hasta el punto de que, en un momento
dado, éste lo ejecuta, ahorcándolo, en la platea de un cine. ¡Una de las secuencias
de vendetta más surrealistas de la historia del cine! Un crítico que, cuando
Anselmi decide tirar la toalla y no filmar la película, le espeta una de esas frases
absolutamente demoledoras: "La destrucción supera la construcción, sólo
cuando ésta porta el vacío".
Pero, ni que decir tiene, el alter ego de Fellini puede portar cualquier cosa...
excepto el vacío. El final de la película, en el onírico decorado en que se tendrían
que filmar las secuencias de ciencia ficción, es un canto a la vida y a la
celebración de todos los personajes, recuerdos, personas y vivencias de Guido
Anselmi: tenía que tocar fondo y ajustar cuentas con su pasado y su presente para
volver a subir de nuevo. Y entonces ya lo ve todo claro. Show must go on. El
circo de la vida continúa. Se cierra un ciclo y se abre otro...
Desde el punto de vista técnico, resulta ejemplar la fotografía blanco y negro de
Gianni di Venanzo, absolutamente prodigiosa. Y, por supuesto, la música de
Nino Rota, uno más de los integrantes de esa gran familia que Fellini siempre
reunía en torno así y que eran cómplices y partícipes de su fértil locura creativa.
“Ocho y medio”, una película que consiguió un notable éxito en Estados Unidos,
llegando a ganar el Óscar a la mejor película extranjera. Un éxito que, al
principio, cogió de sorpresa al director: “estaba convencido de que un film tan
personal, tan "latino", de estructura psicológica tan precisa, condicionada por
una cultura y una sociedad tan determinadas, estaba convencido, decía, de que
no podría ser comprendido por un público estadounidense”.
Un éxito, sin embargo, al que le encontró rápidamente explicación, atribuyendo
esta capacidad de comprensión mutua a que "los cómics acostumbran a los
estadounidenses desde la infancia a cultivar el sentido del humor y de lo
maravilloso".
“Ocho y medio”, además, es una de esas películas que no se agota nunca. A cada
visionado se le extraen cosas diferentes. Como todas las grandes obras de arte,
dependiendo del momento en que el espectador la ve, de sus vivencias, bagaje y
experiencia, la película dice unas u otras cosas a quién la ve. Pero, además, el
filme ha influido directamente en directores como Woody Allen, cuyas “Stardust
Memories” y “Desmontando a Harry” beben directamente de “Ocho y medio”.
La secuencia del baile del “Pulp Fiction” de Tarantino también podría estar
inspirada en la película italiana y el mismísimo Fellini autorizó la producción del
musical “Nine”, inspirado en su película, con la condición de que ni el título de
ésta ni su propio nombre aparecieran citados. En 2009, Rob Marshall adaptaría al
cine el musical, en una superproducción protagonizada por Daniel Day-Lewis y
otras muchas estrellas, de Sophia Loren y Nicole Kidman a Marion Cotillard o
Penélope Cruz.
Y terminemos con una de esas curiosidades que nos hacen dudar si el arte copia a
la vida o es la vida la que imita al arte: cuatro años después de terminado el
rodaje de “Ocho y medio”, fue el productor Dino de Laurentiis quién padecería
en sus propias carnes una situación parecida a la narrada en la película: una vez
construida una colosal réplica de la catedral de Colonia en Cinecittá, decorado
esencial para la filmación de "Il viaggio di G. Mastorna", el director, un tal
Federico Fellini, le dejó plantado, compuesto y sin película.
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