OBREROS Con excepción de unos pocos lugares de los de

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OBREROS
Con excepción de unos pocos lugares de los departamentos de Boyacá y Cundinamarca, donde el
arrendatario es un poco explotado por el dueño de
la tierra, puede bien decirse que en Colombia el
obrero da la ley al capitalista y no el capitalista al
obrero.
Entre nosotros no son posibles esos sindicatos
(trusts) absorbentes que han creado en los Estados
Unidos la legión de millonarios a expensas del consumidor.
Allá la ley ha tenido últimamente que venir en
apoyo de la muchedumbre, después de que se han
improvisado fortunas colosales a la sombra del monopolio de artículos de primera necesidad.
En la América española —y especialmente en
Colombia— la ley no tiene que intervenir en esasmanipulaciones odiosas, porque la atmósfera política y social felizmente no las deja vivir.
El mal que corroe a estas repiiblicas es la incertidumbre del reinado del orden, a causa de que
en poco se tienen, por consejo de la demagogia, la
subordinación y la disciplina, la sumisión a las reglas. El espíritu subversivo está en la medula de
los huesos y circula con la sangre de cada ciudadano, y la inseguridad —incompatible con todo
progreso— se ha venido convirtiendo en estado
normal.
(La Ultima Obra de M, de Leveleye. i"? de mayo de 1892.)
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RAFAEL NÚÑEZ
OCIOSIDAD
No es a combinaciones políticas a lo que debe
temerse, sino a la miseria y a la ociosidad que, a la
sombra de la primera agitación, tratarán de sacar
provecho para sí propias. En esta tierra, donde hay
tantos imitadores de lo bueno, también los hay
de lo malo. Por eso el jacobinismo francés, que
prostituyó la libertad y la ahogó en sangre, ha tenido aquí prosélitos; y el nihilismo comienza también a tenerlos, aunque el absurdo salte a los ojos.
Talvez con un mayor impulso que se dé a las mejoras materiales, ese peligro social se conjure. No
vemos otro medio de despejar el horizonte, pues
los empleos públicos no son suficiente dividendo
para un divisor más y más numeroso cada día.
{La Luz.—Bogotá, 24 de enero de 1882.)
OLIGARCAS
Los oligarcas confiesan al cabo que merecen bien
el calificativo con que el certero instinto popular
los había bautizado. Los colombianos somos una
manada de carneros, que ellos tienen el derecho
exclusivo de esquilmar a su antojo. Colombia no
es una república, sino apenas un feudo de que ellos
son los amos. ¡La gran masa de los ciudadanos no
lo son sino en apariencia, porque los oligarcas pretenden rebajarlos a la humilde categoría de siervos
-de la gleba!
¿Para qué, pues, brillaron en el horizonte de la
historia el 6 de agosto, el 11 de noviembre y el
20 de julio, cuyos aniversarios celebra aún el patriotismo con ferviente júbilo?
¿Ricaurte fue, pues, un imbécil?
¿Policarpa una loca?
¿Caldas, y Pombo, y Gutiérrez, y García Toledo,
y Castillo, y Ayos, y Amador, y Granados... y tan-
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tas centenas de mártires, vertieron su generosa sangre y dejaron en viudez y orfandad a sus familias,
para que viniésemos a parar, después de ensayos
infructuosos de república, en estúpidos y abyectos
maniquíes de una docena de ambiciosos vulgares?
¡Oh, gran Bolívar! Aquella elegiaca profecía,
que arrancó de tu egregio corazón el espectáculo
de la incipiente lucha de los partidos extremos,
¿llegará, en verdad, a realizarse?
Los tiranuelos imperceptibles que tu ojo de águila entreveía en las lejanas regiones del porvenir,
ya han aparecido en Colombia; y espíritus pesimistas podrían deducir de ahí que la obra gloriosa
de nuestra independencia ha terminado miserablemente en el insondable albañal del sapismo de
Cundinamarca.
Los conquistadores españoles dejaron, a lo menos, con el ominoso rastro de sangre, gérmenes de
civilización para lo por venir; y no faltaron entre
los virreyes hombres de corazón y de genio. En su
explotación hubo rasgos de perversidad, sin duda,
pero también los hubo de heroísmo.
¿Qué hay en el alma de los oligarcas de hoy,
sino ruines y estériles pasiones?
(El Porvenir.—Cartagena, 26 de marzo de 1879.)
OPINIÓN PUBLICA
Se ha visto entre nosotros, una vez más, que en
política las individualidades no son sino instrumentos, activos unas veces y pasivos otras, de las ideas.
En lo que menos pensó Napoleón, cuando invadió
a España, fue en proporcionar a nuestros padres la
ocasión de emanciparse de la metrópoli. Así sucedió, sin embargo. Cuando hay necesidad de un
puente para pasar de una situación a otra, viene
ima ráfaga de huracán y derriba un tronco que jun-
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ta en seguida, por el tiempo necesario, las dos separadas orillas.
El gobernante no es más que un ministro de las
tendencias que prevalecen en la época de su gobierno. A la manera del piloto sentado en la popa de
su nave, tiene que observar continuamente el curso de las olas y la dirección del viento. Aquellas
olas y este viento se parecen mucho a las manifestaciones de la opinión. Las fuerzas políticas son, en
su género, fuerzas tan naturales e inflexibles, coma
el calor y la electricidad, y el éxito de un administrador de los intereses públicos depende de que
no eche, ni transitoriamente, en olvido el carácter
de esos ineludibles elementos de acción. El hombre
privado puede tener preferencias personales y gustos propios. El hombre público no puede tener
otras preferencias ni otros gustos que los de la comunidad que le ha dado elevación y poder. Los
autócratas mismos no se desentienden por entero
de este principio. La comunidad puede ser a su vez
injusta; pero es más probable que entre el juicio
unánime de muchos y el de uno solo, sea este último el equivocado.
La caída de Luis Felipe en 1848 se debió exclusivamente a su empeño en conservar un ministerio
que la mayoría de los franceses veía con desconfianza, aunque a la cabeza de ese ministerio se encontraba un hombre de la talla de M. Guizot. Enrique IV, el gran rey de Francia, era protestante; y
tan luego como se persuadió de que la mayor parte
de su pueblo no aceptaba sino reyes católicos, se
decidió a renunciar sus creencias religiosas privadas, en lo ostensible a lo menos, para hacer posible
su reinado.
El gobierno que prescinde de la opinión produce siempre conflictos. Si no la consulta sino a medias, se vuelve por lo menos estéril. Pueden en la
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forma los gobiernos ser de conciliación y obra en
ese concepto, pero sólo hasta un cierto punto. En
cuanto al interés fundamental, ellos tienen que revestir carácter de intransigencia, porque los partidos, que les dan nacimiento y medios de acción,
se organizan inexorablemente para fines concretos.
En ningún país del mundo se entienden de otra
manera las cosas. Pueden allegarse, como aliados,
elementos armónicos separados del seno de la parcialidad preponderante; pero no elementos antagonistas, porque éstos vendrían a dificultar el
mecanismo político y aun a causar en las esferas
administrativas mismas colisión constante, más o
menos descubierta y peligrosa. En el parlamento
británico, por ejemplo, los liberales se entienden
frecuentemente con los católicos irlandeses, pero en
ningún caso con los lories.
{La Luz.-Bogotá, 21 de febrero de 1882.)
OPOSICIONISTAS
Crear nuevos impuestos, restringiendo al propio
tiempo la circulación del papel, sería acertada medida, y en ella debe insistirse; pero en esa corriente
se encuentran también peligrosos escollos, pues los
que quieren reemplazar el gobierno existente aprovechan toda ocasión para quitarle prosélitos al adversario, y nada más apropiado al objeto que vociferar contra el aumento de las cargas tributarias.
La filantropía tiene allí mucho campo donde espaciarse; la prensa vierte mares de llanto en presencia
de la rapacidad proyectada; la enorme masa de candidos y egoístas aplaude, el gobiemo —si no tiene
mucha firmeza— ceja, y el déficit continúa siendo,
a su vez, hermoso argumento para artículos de oposición. Es un círculo vicioso de donde no se sale
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RAFAEL NÚÑEZ
sino con mucho genio político, que no es don de
todo el mundo.
(Tomado de La Reforma PoUtica en Colombia. Tomo vii.
Averiadas Finanzas.)
OPRESORES
Así como la práctica de la justicia ennoblece, la
práctica de la iniquidad degrada. Para Dios, que
lee en lo íntimo de los corazones, hay siempre más
infortunio en el alma de un opresor que en el alma
del oprimido; en el alma del magnate, que en el
alma de su esclavo. Un gran poeta lo ha dicho:
"Cuando un tirano ata un extremo de la cadena
al cuello de su víctima, la Providencia ata el otro
extremo al cuello del tirano."
{La Luz.—Bogotá, 14 de julio de 1882.)
ORDEN
La necesidad de las necesidades, la necesidad suprema, es fundar el orden, salir de la barbarie de
la guerra crónica para entrar a deletrear por fin
el abecé, por así decirlo, de la civilización.
Para realizar este desiderátum de vida o muerte,
sería lastimosa insania seguir creyendo que puede
haber otro medio eficaz distinto de la organización
y práctica de un gobierno de autoridad, esto es, de
un gobierno que pueda ser justo y fecundo por ser
independiente de pequeños intereses perniciosos
y de facciones que sólo así podrían terminar su
ominoso reinado.
(El Porvenir.—Cartagena, 20 de septiembre de 1891.)
ORDEN Y JUSTICIA
Sí; el país entero se caracteriza por un ingénito
amor al orden, y también por un amor ingénito a
lo que es justo. No es la primera vez que hacemos
DlcxiONARio POLÍTICO
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esta observación, pues ella procede de un largo y
atento estudio de nuestra historia contemporánea,.
y en otras ocasiones hemos debido expresar nuestro concepto sobre nuestros culminantes rasgos
psicológicos, como asociación política que somos.
(El Porvenir,—Cartagena, 21 de enero de 1883.)
ORIGEN DE LAS REVOLUCIONES
Las tremendas crisis que más de una vez han
afligido a los pueblos, han sido tanto más internas
y destructoras cuanto más relacionadas han estada
con el problema económico. La pavorosa Revolución Francesa de 93 fue principalmente generada
por dificultades de orden fiscal que afectaban naturalmente la subsistencia, y el fondo de las agitaciones en Irlanda, que tanto embarazan al gobierno
británico, no es otro que la legislación agraria.
¿Qué ha ido a buscar en la India Oriental Inglaterra, sino salida para sus manufacturas, es decir, alimento para el pueblo británico? ¿Por qué simpatizó con los plantadores del Sur, a pesar de su decidida aversión a la esclavitud, sino a causa del algodón, que daba subsistencia a millares de vidas en
el Reino Unido? ¿Qué la conduce a proteger el
vergonzoso y entecado Imperio Otomano, sino
necesidades puramente comerciales? ¿Qué ha ido a
hacer, qué está haciendo en Egipto, sino asegurando el camino de sus naves en una m.4s recta dirección hacia el Extremo Oriente?
Fue una cuestión fiscal lo que determinó la
insurrección de las colonias norteamericanas, y la
de nuestros Comuneros del Socorro no tuvo otra
causa inmediata. Motivos semejantes influyeron
poderosamente, sin duda, en los acontecimientos
de 1810, de una manera cercana, o visible a lo menos, porque el verdadero motor de las evoluciones
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sociales no es sino el Supremo Autor de lo creado,
que continúa por medio de ellas impulsando su
misteriosa obra. La política está, pues, unida indisolublemente al problema económico, y de tal
suerte, que éste la domina por completo. Lo que
•comúnmente se llama mercantilismo lo invade todo
por eso, y el struggle for Ufe de que habla Darwin,
se hace perceptible en el movimiento social, en la
forma de una vasta y complicada red que todo lo
-envuelve y subyuga, como si fuera un boa constrictor. El mercantilismo es, por tanto, un factor de
que no pueden desentenderse los gobiernos, que
son los caracterizados gerentes del interés común,
y si tratan de cerrar los ojos, pronto se los abre el
socialismo, que tiene ya a su disposición un nuevo
invento superior al del padre franciscano de Fri;burgo.
(El Porvenir.—Cartagena, 24 de diciembre de 1882.)
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