CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIO-CULTURAL Y FILOSÓFICO DE AGUSTÍN DE HIPONA El horizonte intelectual que, tras la filosofía helénica, enmarca la reflexión filosófica en Occidente está presidido por la religión cristiana; religión, que no filosofía, si bien afronta el reto de mostrar su razonabilidad hasta donde sea posible: tal es la labor de la teología, esencia del pensamiento occidental hasta el siglo XIV. El cristianismo proporciona a la filosofía una experiencia concreta de la realidad, con sus propias preguntas y sus modos de solución, y un determinado talante filosófico. La filosofía griega brotaba de la experiencia fundamental de la caducidad de las cosas y trataba de descubrir aquello que permanece, el orden inmutable del acontecer natural. Para los griegos, cada ser no es sino un producto del poder ordenado de la naturaleza. Por el contrario, la realidad cosmológica que los griegos concibieron como naturaleza pasa a ser interpretada por el cristianismo desde la noción fundamental de creación. Si hay creación, tiene que haber también, un Creador y lo creado, las criaturas. El cristianismo es el intento de comprender la realidad toda a partir del Creador y de las criaturas y de la relación existente entre ambos. Cuantas novedades introdujo el cristianismo no dejaron de promover reacciones adversas en torno suyo que contribuyeron también a configurar el crisol en el que se fraguó el cristianismo como religión occidental. Así tuvo que enfrentarse, por un lado, a las críticas provenientes de las escuelas filosóficas en vigor. Entre ellas cabe destacar, además de los continuadores de la Academia platónica y de los movimientos nacidos en el helenismo – escepticismo, epicureísmo y estoicismo-, el neoplatonismo fundado por Plotino. Por oro lado también se expuso a la crítica de las otras religiones y de los movimientos heréticos que se desarrollaron en su propio seno. El cristianismo tuvo que abordar la tarea de configurar un dogma sólido que, utilizando como fuente de fe la revelación de las escrituras y como armazón conceptual la filosofía griega, fuera capaz de responder a los unos y a los otros. Dicha tarea recibe el nombre de Patrística, pues fue llevada a cabo por los padres de la Iglesia, y los primeros filósofos cristianos defensores de la fe se denominan apologistas. Con Agustín de Hipona la Patrística alcanza su madurez. El principal tema filosófico de esta época fue armonizar la fe con la razón. Agustín de Hipona nació en Tagaste, provincia romana del norte de África, en el año 354 de nuestra era. Un siglo antes se había iniciado el declive del Imperio Romano. Su vida y obra transcurre entre el ocaso de una etapa histórica y el comienzo de una nueva época, la Edad Media (desde la caída del Imperio Romano hasta el descubrimiento de América). Hijo de un padre pagano y una madre cristiana su entorno fue un claro reflejo de la situación social y religiosa del Imperio en decadencia. En sus años de formación adoptó el maniqueísmo y su afirmación de dos principios, uno del bien y otro del mal, como teoría explicativa de la existencia del mal en el mundo, teoría que acabará siendo una herejía combatida por el propio Agustín. En su búsqueda de la verdad también adoptó las tesis escépticas, filosofía helenista muy extendida en esta etapa que afirmaba que nada podía ser conocido con certeza. Del escepticismo tomó el concepto de duda para afirmar que existe la verdad: se puede dudar de todo pero no del hecho de dudar (cogito agustinisno) con lo que pudo de manifiesto la contradicción interna del escepticismo. El descubrimiento de Plotino, neoplatónico, le permitió dar contenido a esa imagen inicial de la verdad. Su conversión al cristianismo, y la asunción del concepto de creación y por lo tanto de la linealidad del tiempo, le convertirá en el primer pensador con una teoría filosófica de la historia: la decadencia romana impulsa a las autoridades del momento al convencimiento de que el cristianismo es el origen de su destrucción al haber asumido su religión y abandonado a sus propios dioses. Agustín de Hipona desarrolló, a partir de esta circunstancia, su teoría de la convivencia de dos ciudades, la terrena y la celestial, para evitar nuevas persecuciones. La historia adquiere así un sentido.