BUENOS AIRES AGRUPAMIENTO DE LOS PUEBLOS DE

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BUENOS AIRES
AGRUPAMIENTO DE LOS PUEBLOS DE AMÉRICA
—ESCUELAS EN BUENOS AIRES
—BUENOS AIRES, PARIS Y NEW YORK
¡Tan enamorados que andamos de pueblos que tienen poca liga
y ningún parentesco con los nuestros, y tan desatendidos que
dejamos otros países que viven de nuestra misma alma, y no serán
jamás—aunque acá o allá asome un Judas la cabeza—más que una
sola gran nación espiritual!―Como niñas en estación de amor echan
los ojos ansiosos por el aire azul en busca de gallardo novio, así
vivimos suspensos de toda idea y grandeza ajena, que trae cuño de
Francia o Norteamérica; y en plantar bellacamente en suelo en cierto
estado y de cierta historia, ideas nacidas de otro estado y de otra
historia, perdemos las fuerzas que nos hacen falta para presentarnos
al mundo—que nos ve desamorados y como entre nubes—compactos
en espíritu y unos en la marcha, ofreciendo a la tierra el espectáculo
no visto de una familia de pueblos que adelanta alegremente a
iguales pasos en un continente libre.―A Homero leemos: pues ¿fue
más pintoresca, más ingenua, más heroica la formación
de los
pueblos griegos que la de nuestros pueblos americanos?
Todo nuestro anhelo está en poner alma a alma y mano a mano
los pueblos de nuestra América Latina. Vemos colosales peligros;
vemos manera fácil y brillante de evitarlos; adivinamos, en la nueva
acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en
movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y
majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana.
Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por
estar junto.―Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada
para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla
entre hermanos por apetito de tierras. No hay en la América del Sur y
del Centro como en Europa y Asia, razones de combate inevitables de
razas rivales, que excusen y expliquen las guerras, y las hagan
sistemáticas, inevitables y en determinados momentos precisas. ¿Por
qué batallarían, pues, sino por vanidades pueriles o por hambres
ignominiosas los pueblos de América? ¡Guerras horribles, las guerras
de avaros!
Todo esto se nos ha venido a las mientes, viendo como la
ciudad de Buenos Aires tiene relativamente más escuelas que New
York o París. A pesar de que aún no tiene la República Argentina
edificios apropiados para escuelas, y paga alquileres recios a
propietarios codiciosos; a pesar de que por falta de espacio, o por no
alcanzar aún a cuantos buscan puesto los útiles de escuela que sin
tasa se han estado importando en la República; los 280 000
habitantes de la ciudad de Buenos Aires envían 22 000 niños a sus
170 escuelas, mientras que los dos millones de habitantes de París no
mandan más de 133 000 a sus 462 escuelas, y New York, con su
millón y cuarto de almas, 134 000 a sus 299 espaciosos edificios, que
por todos los barrios de la ciudad ha sembrado la Comisión de
Educación de escuelas públicas.
Y vale—para apagar excesivos afanes de copia, de copia a
veces irreflexiva, de toda cosa neoyorquina—vale hacer notar que
París consagra a la educación pública, en un total de cinco millones,
millón y medio de pesos más que la ciudad de Nueva York.
Poniendo en junto todas las escuelas de la República Argentina,
se ve por el informe de 1882, que acaba de salir a luz, que hay en la
República 1 389 escuelas, bajo la dirección de 2 256 maestros, a las
que asisten 98 000 alumnos. Este año está siendo mucho más: a
escuelas adonde iban el pasado 2 400 alumnos, van ahora 3 250: lo
cual no sucede por cierto solamente en la ciudad capital donde los
diarios, los teatros, la cercanía de las escuelas, la animación
intelectual, la vida urbana predisponen a la cultura, y la hacen
condición de vida ineludible, y cualidad amable, como llave de todo
beneficio, y modo de no vivir en rebajamiento bochornoso: sucede
esto en pueblos interiores de no muy gran monta, lo cual prueba que
las voces generosas de aquellos patriarcas, y la ferviente y cuasi
febril de los apóstoles jóvenes que les suceden, han encendido ya el
pujante deseo de más perfecta vida en las poblaciones ingenuas y
briosas que pueblan aquellas comarcas.
En suma: así como se veía en tiempos antiguos por las calles
soldados de duro jaez, votando a Dios y jurando por el Rey; así en
aquella lejana República, con fuego y prisa generosos
en ninguna
otra de las nuestras igualadas, se oyen de todas partes, de los diarios
de luchadores viejos, de los libros de poetas jóvenes, de las aulas de
universitarios impacientes, de la tribuna de oradores sobre cuyas
cabezas ha descendido una paloma nueva, y haces de lenguas
vivas,―estas otras palabras de pase a otro mundo, y contraseña de
la ciudadela nueva:―Bibliotecas y escuelas.
Bien viene el moderno grito.
A Dios no es menester defenderlo; la naturaleza lo defiende.
El Rey, fue un tutor de pueblos, que no han menester ya los
pueblos llegados a mayoría.
Enamora el fervor con que prepara su grandeza futura Buenos
Aires.
La América. Nueva York, octubre de 1883.
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