El modo de dirigir y gobernar

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El modo de dirigir y gobernar
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
29 de abril de 2012
El modo de dirigir y gobernar
Uno de los temas que mayormente ocupa la reflexión de la teoría política
desde Platón (Atenas, 427 - 347 a. C.), hasta Weber (Erfurt, Prusia, 1864 Múnich, Baviera, 1920), y desde Aristóteles (Estagira 384 - Isla de Chalcis
322 a. C) a Maquiavelo, (Florencia, 1469-1527) tiene que ver precisamente
con el modo, estilo personal que asume aquel que gobierna.
La función de autoridad es inherente a la condición humana, no todos pueden
mandar y por necesidad alguien tiene que obedecer; los roles de mando y
obediencia son comunes en todas las personas. De hecho, visto el tema con
objetividad, ninguna persona solo manda o solo obedece, derivado de los
roles, tareas y responsabilidades sociales, en ocasiones las personas ejercemos
uno u otro.
Desde luego con matices, pero los estudiosos del tema coinciden en ciertas
características que dejara plasmadas, allá en el siglo IV antes de Cristo, en su
imponente Diálogo de la República, el gran maestro Platón. Comparto con el
amable lector algunas aproximaciones de innegable actualidad, a pesar de los
2,500 años de distancia.
En primer lugar, es necesario señalar que para Platón el gobierno debe ser
colegiado, en su concepción debe estar integrado por un grupo, un equipo,
que desarrolle las funciones de mando; llama la atención que al interior de ese
grupo no todos poseen la misma autoridad, y la trayectoria profesional cuenta,
de esta manera, en esencia, estamos ante el reconocimiento del valor de la
experiencia en la función y del mérito personal para ejercerla.
Todos los integrantes del grupo en el gobierno han de realizar acciones
concretas, abiertas y evidentes en favor de los gobernados, de manera que no
exista duda de que la intención de los gobernantes es contribuir al bien común;
en este orden de ideas, dice Platón que el primer deber de los gobernantes es
cuidar de las viudas y de los huérfanos, el segundo deber es ser pacificadores,
comprometiendo sus esfuerzos y capacidades para evitar las ocasiones de
desavenencia al interior de las comunidades, y en relación con los habitantes
de otras ciudades.
Desde la perspectiva que venimos comentando, es de llamar la atención que
los gobernantes están impedidos para tomar parte en las disputas, su papel
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debe ser conciliador y en ese mismo sentido, por su dignidad, no deben
responder de manera directa a las agresiones que puedan sufrir de gobernantes
de otras ciudades, o de los propios ciudadanos; las decisiones respecto de qué
procede en estos casos, no corresponden al gobernante que las sufre, sino
deben ser tomadas en conjunto por el grupo de autoridades.
Un buen gobernante debe distinguirse por el amor y entrega a su pueblo, eso
es lo que lo califica, su gestión debe ser cercana, atenta y sensible a las
necesidades de los ciudadanos; la dimensión de servicio y de respetabilidad de
quien detenta la autoridad se acrecienta —o decrece— con el tiempo,
precisamente por el testimonio de subsidiariedad que ofrece a su comunidad,
siendo el primero en el trabajo y el último en el descanso.
La credibilidad y respetabilidad que el gobernante se gana con las acciones de
servicio que realiza en favor de la comunidad consolidan su prestigio y el
deseo de los gobernados de que permanezca en el cargo. Así, con el paso de
los años, al gobernante se le nota el ejercicio de la autoridad incluso en el
rostro, al adquirir en el semblante una expresión de amabilidad y benevolencia
que le dan gran dignidad; lo más contrario al gobernante son las expresiones
de arrebatos de ira o vanidad; comprender sus funciones de gobierno como
gestor y promotor del bien común lo alejan de los vicios y de los excesos,
desarrollando en plenitud su vocación de servidor público.
Al interior del órgano colegiado, los gobernantes se deben el más delicado
respeto; los mayores tienen preeminencia sobre los más jóvenes, y de entre
ellos todos eligen a quien preside; en el seno del consejo se dialogan las
cuestiones de relevancia para la ciudad y los habitantes, de manera que las
deliberaciones sobre un tema pueden ocupar varias sesiones, porque lo
importante es resolver bien y de fondo a favor del bien común.
En este contexto, la sesión de consejo empieza con unos minutos de silencio,
donde todos los miembros procuran poner su ánimo e ideas en orden y en paz,
quien preside inicia exponiendo el tema y dando la palabra en primer lugar a
los mayores, los de más experiencia, y con posterioridad a los jóvenes, todos
escuchan sin interrumpir, forcejear, discutir ni hacer comentarios entre sí, por
muy acalorado que sea el debate quien preside guía la exposición, de esta
manera se puede avanzar en la solución del tema y definir el sentido de la
conclusión, cuando se toma una decisión, un vocero recorre la ciudad
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anunciándola a todos los ciudadanos, sin dar tiempo a murmuraciones y
desinformación.
En algún caso puede ocurrir que la opinión de los ciudadanos sea contraria a la
decisión de los gobernantes, en ése, será necesaria una nueva reunión del
consejo, porque éste no gobierna sin el pueblo. Estos casos serán de verdadera
excepción, porque como los gobernantes trabajan cercanos a los ciudadanos,
las decisiones de gobierno siempre son compulsadas por el pueblo, antes de
ser tomadas.
De la narración anterior surgen, a manera de conclusión, tres reflexiones que
podrían inspirar a los ciudadanos y políticos de nuestro tiempo; a saber:
En primer lugar las condiciones de mérito de los gobernantes, es decir,
la ejemplaridad en el servicio público que supone de un lado
conocimiento real del pueblo y de las circunstancias en que se detenta
la autoridad y de otro integridad ética del gobernante para que su
compromiso de servicio sea creíble.
Otra característica es la capacidad de diálogo entre los gobernantes y su
pueblo; escucha serena que mediante la exposición de razones hace ver
cuál debe ser la mejor decisión, no necesariamente la que goce de
mayor simpatía por el expositor, o por la mayoría que convoca.
El respeto por el pueblo a quien siempre se le deben resultados de
gobierno, porque lo que los gobernantes administran es de todos, es el
bien común.
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