mesianismo y sociedad contemporánea

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ARMIDO RIZZI
MESIANISMO Y SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
Es bien conocido que, después de la explosión política juvenil del 68, se está
registrando un cierto reflujo hacia intereses y temas de signo individual, que hacen
hincapié en lo personal, lo privado, lo cotidiano. Este trasiego de intereses afecta
también a los jóvenes cristianos. En la primera parte del artículo, el autor trata de
encontrar el sentido originario del mesianismo bíblico y su evolución hasta Jesús y las
comunidades cristianas del NT. En la segunda, proyecta los datos exegéticos obtenidos
sobre nuestra situación histórica y antropológica, poniendo de manifiesto su capacidad
explicativa y su valor operativo.
Messianismo e società contemporanea, Rassegna di Teologia, 20 (1979) 461-472
Mientras que a fines de, los 60 y principios de los 70 se hablaba preferentemente de
encarnar la fe en la militancia política, hoy se habla de un despertar religioso, de un
gusto recobrado por la aventura interior, no exento de tendencias intimistas y con ribetes
de superstición.
De todos modos no se puede negar que el binomio fe-política se ha caracterizado
siempre por su referencia al texto bíblico, y más concretamente, se ha polarizado en
torno a uno de sus núcleos centrales: el mesianismo. Desde Alves, que imposta toda su
teología en "el humanismo mesiánico", pasando por Belo, que ve la sustancia del vivir
histórico de Jesús en "su práctica mesiánica", hasta Moltmann que con su "contribución
a una eclesiología mesiánica" se ha empeñado en recuperar para la teología la
dimensión política, se puede decir que el mesianismo se ha convertido en el elemento
catalítico de la fe y de la pasión que aspiran a transformar el mundo.
Por lo demás, esta revisión del mesianismo no carece de interpretaciones parciales y
forzadas. Y, sobre todo, no recoge suficientemente la transformación cualitativa que le
infundió Jesús. ¿Hemos de decir, entonces, que sólo interpretan auténticamente el
espíritu mesiánico cristiano aquellos movimientos que, con o sin etiqueta de
"espirituales", renuncian a la militancia y se refugian en el culto de la interioridad? Tal
vez el interés de esta pregunta pueda parecer oportunista y se piense que a la vuelta de
unos años se habrá desvanecido. Sin embargo, la historia del pensamiento cristiano
enseña lo contrario: en ella se entrecruzan constantemente las dos tesituras mesiánicas con variantes más o menos notables- que en los últimos años hemos visto sucederse. Por
un lado, la tesis "ortodoxa", predominante, que ve realizadas las promesas mesiánicas
en el plano espiritual -a nivel de individuo o de comunidad-. Y del otro, la tesis
"herética", que invoca aquellas promesas para promover y justificar la revolución social,
al parecer inevitable. En uno y otro caso, la interpretación del mesianismo nunca ha sido
un puro fenómeno intelectual, un modo de entender, sino un modo distinto de hacer
Iglesia. En este contexto, se sitúa el ensayo de relectura que aquí proponemos.
I. EL MESIANISMO BÍBLICO
El reino de la justicia y de la paz
De entrada, hay que destacar los textos en que Isaías esboza la figura de un rey futuro,
predestinado a instaurar la justicia y el derecho (preferentemente, en favor de los
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pobres) y a consolidar una paz tan amplia y profunda que abarque toda la naturaleza (Is
9-11). Sobre la mesianidad de estos textos no cabe ninguna duda, así como tampoco
sobre el hecho de que constituyen la primera manifestación de la esperanza mesiánica.
Tenemos, pues, buenas razones para pensar que si logramos "situarlos" históricamente,
nos ayudarán a descubrir el fundamento lógico de dicha esperanza: estas profecías
florecieron sobre las márgenes que separan la imagen ideal del rey en Israel y la historia
real de la monarquía; entre lo que la realeza debería ser y lo que de hecho fue.
El Salmo 72 expresa cuáles eran las expectativas que el pueblo depositaba en el rey
electo: florecimiento de la justicia, efusión de la paz, abundancia de la tierra y
beneplácito de Dios. La cosa no tiene nada de sorprendente si se piensa que en todo el
Oriente Medio el rey era considerado como el ejecutor, en la tierra, de la justicia de
Dios.
Pero, de hecho, ¿qué habían sido los reyes de Israel? La historiografía teológica (libros
de los Reyes) nos pinta unos cuadros tenebristas de la monarquía en los que las sombras
eclipsan casi del todo los focos de luz. Asimismo, las denuncias proféticas, si bien no
acusan directamente a la Realeza, dejan entrever su culpable responsabilidad en las
situaciones de injusticia que se han venido produciendo. Pese a lo cual, estas denuncias
no significan la renuncia al ideal, sino que reafirman el anuncio de la promesa.
Aquí tenemos ya un elemento básico de juicio. Es corriente asociar a Israel con la idea
de una concepción evolutiva de la historia según la cual el futuro comporta la
superación del pasado y del presente en el asentamiento de una situación nueva y
perfecta. Pero el mesianismo hebreo es otra cosa. Ciertamente, es crítico con el presente
y esperanzado con el futuro; mas este futuro parece llamado a repetir un pasado mejor.
Las categorías temporales no deben entenderse aquí en sentido cronológico, sino
existencial: el presente es el "ser", la situación de injusticia y de miseria; el pasado es el
"deber-ser"; que permanece aún inédito; el futuro es este "deber-ser" propuesto como
"poder-ser", como una posibilidad abierta.
La tierra prometida
La imagen de justicia y de paz, de abundancia y de reconciliación cósmica, en una
palabra, la imagen de los tiempos mesiánicos no siempre aparece ligada a la función
mediadora del rey, sino que más frecuentemente es el propio Jahvé quien ha de
intervenir para instaurarla con su poder personal. El rey- mediador sólo es una variante
del mesianismo, por la sencilla razón de que la monarquía no es más que una variante
de la historia de Israel. El núcleo de la historia de Israel lo constituye la alianza con
Jahvé y lo que esta alianza comporta :la promesa de una tierra para vivir en paz. Se
comprende ahora por qué, si bien Israel había centrado en el rey sus visiones de futuro,
los profetas prefirieron describirlo como un retorno a la tierra prometida (segundo
Isaías) o como el reflorecimiento de la tierra (Oseas ).
Tampoco aquí la idea del progreso histórico se corresponde con la lógica efectiva de la
esperanza mesiánica. El porvenir se toma del pasado -aquel tiempo inicial mejor que el
presente. No obstante conviene insistir en que una lectura meramente cronológica del
pasado es ilusoria y mítica. Israel nunca ha "entrado" realmente en la "tierra prometida"
que relata el Deuteromomio. Más que un lugar, esta tierra significa una forma de vivir:
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es la existencia plena y feliz que resulta de la fidelidad a la Alianza y que se simboliza
en los frutos del campo y el bienestar colectivo (cf Dt 8). La "tierra prometida" es el
"reino de paz y de justicia". Las profecías mesiánicas relanzan esta imagen ideal, este
"deber-ser" que aún "puede-ser", a pesar de las caídas y desengaños del presente.
El jardín del Edén
Hay, al menos, dos de estas profecías que nos remiten expresamente al Edén: Is 51, 3;
Ez 36, 35. Pero más allá de estas referencias explícitas se puede decir que todas las
visiones mesiánicas no son más que reflejos de aquella felicidad auroral. Aquí una
interpretación evolutiva no es natural y una interpretación histórica literal es inviable.
Si, por el contrario, se lee Gn 2-3 como una meditación sobre el destino de la
humanidad a partir de la teología de la historia de Israel, aparece el Edén como el
"deber-ser", el ideal no alcanzado, que hace más amargo el presente; y los tiempos
mesiánicos como el nuevo Edén, como el ideal posible y accesible a nuestra esperanza.
La ley y la vida
Nos encontramos, por tanto, frente a una constante: el futuro mesiánico es la
contraposición del presente negativo, pero sólo en cuanto vuelve a tomar y a proponer el
ideal fallido, que en el relato asume el aspecto de un pasado perdido (Edén, tierra
prometida, reino). Pero, ¿por qué y cómo fracasó el ideal? ¿Por qué éste se ha alejado de
la realidad? Desde un punto de vista formal, la respuesta es muy sencilla: porque la
realización del ideal dependía de la observancia de unas condiciones que no se
cumplieron. La historia de Israel no deja lugar a dudas al respecto. El nexo entre el ideal
y la realización del ideal es la ley; es decir, las condiciones de éxito para Israel, dentro
del marco de la alianza, se reducen al exacto cumplimento del código moral que traslada
a la vida de cada día las exigencias de Dios en orden al cumplimiento de las promesas.
Una abusiva extrapolación de la polémica paulina contra la ley ha oscurecido el
significado esencial y positivo que la palabra tiene en su acepción originaria. La ley, en
principio, es la mediación de la "vida", el camino del "bien", la realización de los dones
de Dios. Este nexo entre ley y vida constituye el "leit- motiv" del Deuteronomio, que, es,
como se sabe, la autoconciencia teológica de Israel. Allí la vida no es un término
material (mera subsistencia), sino axiológico. Es la existencia-digna-de ser vivida,
porque está enriquecida, colmada de los dones de Dios. Más exactamente la vida
implica la abundancia de los bienes producidos por la tierra prometida y, además, la
riqueza de las relaciones sociales que dicha abundancia propicia (justa distribución,
fruición... )
Ahora bien, para que esta posible "vida" se haga realidad es indispensable el
cumplimiento de la "ley". No por una especie de do ut des entre Jahvé e Israel, sino
porque la ley no es más que, la formulación imperativa de las promesas (cf. Dt 8, 6-10;
Lv 26, 3-6).
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La culpa y la muerte
Hablar ahora de pecado significa constatar el incumplimiento de las condiciones de la
"vida". Significa remontarse a las fuentes del fracaso de Israel. Detrás de su desastre
político- militar, hay una causa profunda y oscura, un tumor que corroe los tejidos
vitales: es la infidelidad a la alianza, que pone de manifiesto la inobservancia de la ley.
La injusticia social y la idolatría destruyen los lazos que unen al pueblo con Dios,
bloquean sus bendiciones y frustran los ideales de la tierra prometida, del reino, del
Edén... Los reyes no habían actuado de acuerdo con el gobierno de Dios, o como dice el
Salmo 72, "según derecho y justicia". Los frutos del campo no se habían repartido
equitativamente, sino que fueron a colmar los graneros de unos pocos. La tierra, lugar
sagrado donde germinan las bendiciones de Jahvé, se había convertido en el burdel de
las divinidades cananeas de la fertilidad. Por eso Israel se hundió y sus gentes fueron
dispersadas.
Los profetas habían denunciado aquellos abusos y habían pronosticado estos desastres.
En los profetas se agudiza la conciencia sapiencial de los antiguos y la conciencia
sinaítica. Para ellos "vida" y "ley" son solidarias; obediencia y bendición se sostienen o
caen juntas; el mundo- feliz sólo crece en el corazón del justo. De esta conciencia,
amplificada a escala cósmica, nace Gn 2-3.
Se comprende ahora por qué solamente los profetas podían ser los iniciadores de la
esperanza mesiánica. No como videntes de un futuro inédito, sino como testigos de un
pasado ideal fallido. El futuro es el replanteamiento de aquel ideal. Por eso, junto al
triunfo de la "vida", la visión mesiánica proyecta casi siempre la perfecta observancia de
la "ley". El mundo futuro será un mundo de justos, de hombres dóciles a la alianza. "La
paz es el fruto de la justicia" (Is 32, 17).
La verdadera novedad mesiánica: el Espíritu
El aspecto positivo de la mediación profética presenta una contrapartida muy
problemática. En efecto: proclamar que el futuro depende de la observancia de la ley o
del triunfo social de la justicia equivale a supeditarlo, una vez más, a aquella frágil
condición que es la libertad. "Practicad la justicia y Dios os otorgará la salvación; por
cuanto la salvación no es más que la faz luminosa de la justicia". He ahí, en
quintaesencia, el mensaje del Tercer Isaías (cfr. sobre todo Is 58). Decíamos que esta
solución es problemática, pues si, por un lado, confirma la estructura fundamental de la
sabiduría y de la alianza, por el otro no concuerda con la historia de Israel más reciente.
¿Cómo podía entonces actuar la conciencia del pueblo, urgido por el futuro mesiánico,
sino apelando al aspecto milagroso de las expectativas mesiánicas? "Cuando Dios
venga, cambiará las cosas de modo tan radical que surgirá un mundo nuevo,
insospechado, en el que la justicia y la paz brotarán espontáneamente y permanecerán
para siempre".
Así nace el milenarismo apocalíptico que en Israel llegará a dominar hasta convertirse
en el mesianismo, sin más. Para nosotros debe quedar bien claro que este milenarismo
no es más que una forma de la expectación mesiánica, y no precisamente la originaria ni
la que mejor interpreta la novedad profética. Porque los profetas aportan una novedad,
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que aún no hemos descubierto. Ellos hablan de "nueva Sión, nueva alianza, nuevo
éxodo, nuevo Canaan... ". Este novum no es propiamente una renovación del primitivo
ideal -con los retoques que la historia impone-; ni tampoco puede ser la mera
potenciación de los objetos de la promesa (que desde un principio tienen un sentido
utópico). Lo que ocurre es que entre estos objetos de la promesa hay uno que no es
homologable con los otros, porque constituye la condición de posibilidad de los demás.
Es el Espíritu de Jahvé. Cifra y paradigma de la función mesiánica del Espíritu es el
fragmento ejemplar de Ez 36, 26-30. Decimos que el texto es ejemplar, pues por un lado
reasume los dones de la alianza (desde la abundancia de los frutos de la tierra hasta la
amistad con Dios), reafirmando las condiciones (la observancia de la ley); y por el otro
establece como principio inmanente de esta observancia (y por tanto de los bienes de la
alianza) el Espíritu de Jahvé, infundido en el corazón del hombre. (Cf. también Is 11, 1
ss; 32, 15-20; Jr 31, 31 ss ).
Con ello no se quiere indicar que el nuevo Israel será impecable. Lo que se dice es que
el pecado ya no tendrá la última palabra entre Israel y Jahvé. La última palabra será la
del amor creador que el Espíritu suscita, promueve e impulsa en el corazón del hombre.
De esta manera, y pese al pecado, Israel recupera aquella dimensión histórica, el
siempre-futuro de la promesa, que hace posible la felicidad.
La comunidad mesiánica: hacer fructificar la historia
La primitiva comunidad cristiana, culturalmente hija de la apocalíptica judía, sólo podía
adquirir conciencia de su identidad mesiánica a la luz del fin inminente de la historia. ¿
No era el Mesías quien debía inaugurar el fin? Y el Mesías ¿no se había manifestado en
Jesús? La conclusión resultaba lógicamente inevitable.
Ahora sabemos que aquella conclusión era errónea. Y estamos en condiciones de
asegurar que no era sólo un error de perspectiva histórica. Era toda la lógica mesiánica
la que estaba falseada por la óptica apocalíptica. El descubrimiento de que el don
específico del Mesías-Jesús era la efusión del Espíritu y de que la efectividad del
Espíritu no se limitaba a las manifestaciones excepcionales, sino que comprometía de
raíz toda la existencia del creyente, significó, desde entonces, el inicio de la experiencia
cristiana y el retorno a la pureza original del mesianismo. La realidad redimida "una vez
por todas" por Jesús es el sujeto humano en su , estructura de libertad responsable que
no queda fijada en una situación inmutable sino que está siempre abierta. Inspirándonos
en una fórmula de Marx, se puede decir que con el Mesías y su Espritu ha concluido la
prehistoria de la humanidad y ha comenzado la historia. Adviértase, no obstante, que en
Marx el tránsito a la historia se debe a un factor de cambio externo al hombre, mientras
que el Espíritu inicia la historia en cuanto constituye el ho mbre nuevo, la historicidad en
cuanto capacidad de transformar el mundo. En este sentido, con Jesús ya ha sido dado
todo, pero al igual que en los orígenes, como tierra de bendición (principio objetivo) y
como ley interior que hay que observar (el espíritu como principio subjetivo).
¿Esta visión del mesianismo es espiritual o material? Si tomamos los términos en su
acepción corriente, hemos de decir que la visión cristiana del mesianismo está más allá
de la distinción propuesta. Jesús no sustituye un determinado tipo de bienes por otros de
sentido más elevado o más interior. Jesús traza un camino: la vida en el Espíritu, capaz
de hacer "fructificar la tierra", esto es, de transformar las relaciones de los hombres y de
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las cosas, que están a su servicio. En este sentido, su mesianismo es "espiritual", por
cuanto los bienes que promete se concretan en una existencia justa - la cual no excluye,
obviamente, los bienes "materiales". El mesianismo de Jesús consiste en la difusión de
"los frutos del Espíritu" (Gal 5, 22). En cambio, las expectativas de sus contemporáneos
(zelotas, discípulos) son más bien "materiales", en sentido antitético al Espíritu.
¿Podemos ya intentar una definición del mesianismo? El mesianismo es la utopía de un
mundo justo y feliz (dimensión antropológica ), que la promesa de Dios transforma en
una posibilidad efectiva (dimensión teológica) y que la obediencia del hombre, asistido
por la fuerza del Espíritu, traduce en realidad (dimensión ética-teologal).
Queda claro que el mesianismo no puede ser el resultado de una intervención unilateral
de Dios, sino que estando tan ligado a la decisión del sujeto humano, más bien debe
considerarse como la puesta en juego de todas las opciones humanas en el "hoy" de la
continuidad histórica.
II. LA PRAXIS MESIÁNICA EN EL PRES ENTE
La crisis del mesianismo secularizado
Es bien conocido que los grandes movimientos que a lo largo de los últimos siglos se
han producido en la sociedad occidental (y en parte, la oriental) son una forma de
mesianismo secularizado. Es también conocido que actualmente, dichos movimientos
están en crisis, al menos en lo tocante a sus pretensiones mesiánicas. Nos referiremos en
particular a dos: la tecnología y el marxismo.
Notemos que al hablar aquí de mesianismo nos referimos a la ve rsión apocalíptica. Este
mesianismo contiene, en primer lugar, la idea de un futuro sustancialmente mejor que el
presente, capaz de suscitar la ilusión de un mundo nuevo, liberado de los sufrimientos y
miserias actuales. En segundo lugar, contiene la idea - implícita en la anterior- de que
este futuro será perdurable e irreversible una conquista definitiva del hombre histórico.
La razón de esto -tercer punto a considerar- es que este futuro no nacerá de la libertad,
siempre precaria y cambiante, de los sujetos humanos, sino de la intervención de un
factor externo, que si bien no es Dios, es su equivalente terrenal: el partido, la industria,
las sociedades científicas...
Veamos ahora más de cerca cada uno de los dos mesianismos citados.
El binomio ciencia-técnica nació "bajo la estrella" de la expectación mesiánica: a
comienzos del 1600, Francis Bacon respondió a la "Utopía" ético-social de Tomás Moro
con otra utopía científica, "La nueva Atlántida". Bacon había intuido que los recientes
descubrimientos (imprenta, brújula, pólvora... ) no eran más que las primicias de una
cosecha que se auguraba espléndida, presagios de aquella abundancia de bienes y
recursos que constituyen una de las constantes del sueño mesiánico. Y bien, si
prescindimos de la supraestructura ideológica que ve en la edad científica la plena
madurez del hombre -después de una infancia religiosa y una adolescencia metafísica-,
y si nos atenemos exclusivamente a los resultados producidos por el binomio cienciatécnica, hay que reconocer que nunca una profecía tuvo un cumplimiento más acertado
y satisfactorio que la de Bacon. De todos modos, habrá que admitir también que el
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mismo principio suyo (" saber es poder"), es también el causante de la degradación de la
naturaleza; con lo cuál estamos en las antípodas del proyecto mesiánico.
En conclusión, podemos decir que la ciencia y la técnica han "progresado" desde una
concepción cualitativa de la naturaleza (entendida como orden, belleza, finalidad,
armonía), á una concepción meramente cuantitativa, que reduce la naturaleza a un puro
"material" destinado a la manipulación del hombre. La naturaleza, así alterada en su
equilibrio hasta el desgarramiento, reacciona patológicamente con tremendos desastres
que presagian, de no producirse un cambio radical, la posibilidad de una catástrofe
ecológica.
En el marxismo la intencionalidad mesiánica es todavía más acentuada. Y no sólo por
las expectativas de un cambio radical que despierta en las masas, sino por la mayor
impostación del pensamiento antropológico de Marx. El "problema" fundamental de
Marx es, en efecto, mesiánico. Se trata de conciliar la existencia con la esencia; es decir,
la realidad-tal-como-es con la realidad-tal-como-debería-ser. El planteamiento, en sí, no
es más que la formulación del sentido primordial del mesianismo. Pero la dimensión
apocalíptica aparece tan pronto como nos preguntamos por las causas que determinan el
hiato entre la existencia y la esencia. Para Marx, las causas se reducen a una sola la
propiedad de los medios de producción, fundamento de la sociedad capitalista y origen
de todos los trastornos sociales que alteran las relaciones humanas. La abolición de la
propiedad privada será en consecuencia, la condición necesaria y suficiente para la
instauración de una sociedad comunitaria, en la que las relaciones humanas serán,
finalmente, lo que deben-ser. Está sociedad es "el reino de la libertad", expresión
secularizada del "reino-bíblico-de la justicia y de la paz".
Al hablar de crisis del marxismo nos referimos aquí al fracaso de los socialismos reales;
es decir, social, inspiradas en el análisis de las experiencias de revolución marxista, que
no sólo no han logrado proponer un modelo de sociedad mejor que la capitalista, sino
que su irritante sentido de la "libertad" está muy por debajo del nivel de madurez
humana alcanzada por las democracias occidentales y capitalistas.
No obstante, á la hora de enjuiciar estos hechos, hay que ser cautos y guardarse de una
lectura meramente instrumental; tanto la que liquida "in toto" la aportación científica de
Marx a la comprensión de los fenómenos sociales, como la que, trazando una línea de
demarcación entre Marx y los socialismos reales, absuelve al primero de los errores
cometidos por los últimos. El totalitarismo comunista de estado no es más que la puesta
en práctica del totalitarismo metodológico de Marx.
La praxis mesiánica
Ahora es frecuente hablar de la caída de los "mitos" modernos. De un lado, el desarrollo
tecnológico y sus promesas de progreso ilimitado; del otro, la sociedad comunista y sus
promesas de una humanidad distinta.
Uno de los resultados más consistentes de esta desmitificación es el repliegue hacia lo
privativo, sobre todo por parte de amplios sectores de la población juvenil, ya sea en
forma de pequeño consumismo, ya como escapismo hacia la propia interioridad, o bien
en otras formas mixtas, de difícil precisión. Ahora bien, la recuperación del mesianismo
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bíblico en su versión auténtica, que es la más primitiva en Israel y la más acorde con la
lectura que de ella hace la Iglesia del N.T., nos permite individualizar un modo de vivir
y de expresar la existencia como compromiso ético (para el creyente, como presencia y
eficiencia de la fe) que sortee por igual los grandes escollos de la política y la
tecnología, y las pequeñas playas arenosas de lo "particular". Nos referimos a la praxis
cristiana (o más exactamente, a la vocación cristiana de toda actividad humana),
entendida como praxis mesiánica. La praxis mesiánica actualiza el nexo existente entre
la subjetividad del hombre justo y la objetividad del mundo mejor. Por un lado afirma,
de modo operante, que el mundo mejor no puede nacer ni de la mera
instrumentalización de dominio sobre la naturaleza, ni de la capacidad de análisis de los
mecanismos sociales y la consiguiente capacidad de intervención política. Por otro lado
afirma asimismo, de modo operante, que la subjetividad del hombre bueno no se agota
en la búsqueda de la propia identidad, mientras se abandona el mundo a la maldición del
pecado y del sufrimiento. La praxis mesiánica nace del hombre, inhabitado por el
Espíritu, que reemprende continuamente la tarea de transformar el mundo en "la tierra
prometida", en "el reino de la justicia y de la paz"; sabiendo, o al menos presintiendo,
que todo fruto de humanidad que madura en este "mundo" no es sólo la parte de un
todo, sino un fin en sí mismo. Esto no significa que la técnica y la política sean
incompatibles con la intencionalidad mesiánica. Lo que ocurre es que, en la forma
totalizante que ellas han asumido en la tecnología y el marxismo, han quedado
"desmesianizadas", es decir, desposeídas de la posibilidad de resolver definitivamente la
historia. Sin embargo, ni la técnica ni la política son actividades neutrales que deban ser
dejadas al libre juego de sus reglas internas. Contra esta pretensión capitalista no cabe
decir que están "endemoniadas" (según un clisé corriente en el pensamiento cristiano,
sobre todo en sus confrontaciones con el poder). Lo que hay que hacer es "
remesianizarlas", reinserirlas, como instrumento en el proyecto mesiánico del mundo
mejor. Y si bien es verdad que este proyecto nunca podrá realizarse de forma total y
definitiva, no obstante será, en razón de su misma esencia, un acontecimiento siempre
nuevo, ligado a la libertad del sujeto. Re mesianizar la política y la técnica significa
devolverlas a lo cotidiano, a las necesidades reales de la gente, a las relaciones que
forman el tejido de la vida de los hombres.
La praxis mesiánica
Orientar la técnica y la política hacia lo cotidiano no significa limitar lo cotidiano al
dominio de la política y de la técnica. El ámbito de lo cotidiano es el espacio natural de
la existencia y de las relaciones humanas, el horizonte en el que se construye el
"mundo" del individuo. Esta diferencia no puede dejar de influir en la praxis mesiánica,
de tal manera que ésta puede definirse de dos maneras correlativas. En una primera
acepción, se entiende por praxis mesiánica toda acción humana que se inserta en el
designio del amor creador para hacer de la tierra una "tierra de bendición"; en
consecuencia aquí se incluyen la actividad política, cultural, técnica, asistencial, etc...,
por cuanto son elementos constructivos del mundo humano y natural. En otra acepción
más rigurosa, la praxis mesiánica es aquella que, además de colaborar en la realización
de la tierra, deja transparentar el principio de esta realización, que es la subjetividad
animada por el Espíritu. De acuerdo con esta segunda acepción, la praxis mesiánica no
puede ceñirse materialmente a actuaciones concretas tales como una prestación, una
iniciativa, un plan de saneamiento económico o un hospital eficiente..., sino que está
presente en el sujeto como su principio motivador principal de modo que se refleje en el
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cuerpo de la acción, y dé testimonio del Espíritu que lo anima. En este sentido, se podría
hablar con propiedad de praxis evangélica, recuperando el sentido propio del vocablo
"evangelio" (buena noticia).
Parece evidente que lo cotidiano, que es el cañamazo de las relaciones interpersonales
más próximas a lo inmediato, es también el lugar privilegiado de la existencia
evangélica. Además, hay otra cosa que debe resaltarse: la mayor afinidad de la Iglesia,
que es comunidad mesiánica, con la praxis de tipo evangélico. Si es cierto que la Iglesia
es el sacramento o signo eficaz de la salvación (Cf. Lumen Gentium, 48) -que se da
también fuera de aquélla-, y si es cierto que la praxis evangélica se debe a la patente
actividad del Espíritu que transforma la tierra -y que acaso moviliza otras y variadas
iniciativas-, entonces podemos decir que la praxis evangélica, que es la actividad
mesiánica en lo cotidiano, es la praxis eclesial por excelencia, esto es, el modo
específico ..de la presencia de la comunidad cristiana como tal.
Algunas sugerencias de intervención
No es éste el lugar adecuado para elaborar un cuadro completo de las posibles áreas de
intervención más directamente relacionadas con lo cotidiano. Pero vamos a hacer tres
rápidas indicaciones. a) La relación individual, de palabra y de obra, casual o
permanente, no ha perdido nada de su valor evangélico ni de su eficacia. Por lo mismo,
ha de ser revalorizada como una de las vías para neutralizar la soledad del hombremasa. b) La intervención social ha sido siempre la forma más característica de la
presencia, activa o pasiva, de los creyentes en la historia, desde la caja común" de la
Iglesia jerosolimitana, a las actividades asistenciales de la Iglesia en la Contrarreforma y
a las "obras sociales" del catolicismo, sobre todo italiano. El sentido supletorio de estas
actividades parece indicar que debe restringirse su radio de acción en favor del Estado;
en cualquier caso, hay que evitar entrar en competencia y más aún en conflicto. Ahora
bien, las exigencias y demandas de la sociedad se producen con tal urgencia que el
Estado no las puede atender. Por tanto, el margen que se ofrece a este tipo de
actividades, en lugar de disminuir, aumenta y se agrava con nuevos problemas y
sufrimientos: drogas, asociaciones juveniles, ancianos... c) En fin, hay un nivel
estructural de intervención evangélica. Se trata de aquellas formas propias de la
creatividad "espiritual"; "modelos culturales" distintos de los vigentes e inspirados en
valores mesiánicos tales como la pobreza, la fraternidad y diversas formas de
"compartir". Piénsese en los experimentos de autogestión en las fábricas, en la unión
comunitaria de muchas familias, o en las tentativas de redescubrimiento de la vida
monástica...
La comunidad de los pobres como sujeto de la praxis mesiánica
El sujeto de los tiempos mesiánicos es el hombre - individuo y comunidad-, animado por
el Espíritu. Ahora bien, de forma paralela a la temática del Espíritu, se delinea, en los
profetas y en escritos posteriores, la imagen de una futura colectividad de "pobres", que
vivirán en plenitud las promesas.
A partir de Sefonías (3, 11-13), a través del Segundo Isaías (canto de Israel como Siervo
de Jahvé) y de los salmos de los anawim (los pobres de verdad, que aceptan su situación
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porque esperan el advenimiento de Dios), hasta el umbral del N.T. (las figuras que
aparecen en torno al nacimiento de Jesús (evangelio de Lucas; sobre todo, María), se va
desarrollando una línea oculta, pero llena de esperanzada humanidad, cuyos integrantes
son aquellos que, a diferencia del primer Israel, no se apropian de los bienes de la tierra,
sino que sólo confían en Dios, su único Bien. Estos pobres rompen sus lazos con el
mundo y aparecen como testigos vivientes contra la negatividad de la idolatría y de la
injusticia.
Pero cuando la primitiva comunidad cristiana, después de recibir el Espíritu (el Bien
que Dios envía), comienza a modelar su existencia de acuerdo con El, encuentra la
figura ejemplar de su situación mesiánica en una nueva relación con la tierra y sus
bienes. Los "sumarios" de los Hechos de los Apóstoles sobre la .vida de los primeros
cristianos y, en particular, sobre la comunión de bienes (Hch 2, 41-47; 4, 32-37) nos
muestran la realización de la comunidad ideal descrita en el Deuteronomio, poniendo de
relieve que la existencia "espiritual" es una actitud que consiste en vivir la tierra, como
"tierra de Dios". Para ello hay que oponer a la injusticia de la acumulación y del
disfrute, la voluntad de compartir, y al afán de correr tras los Baales (divinidades de la
fecundidad), la alabanza gozosa del Dios que nos da "el pan nuestro de cada día". (Hch
2, 46ss ).
Los mesianismos secularizados han llevado a su máxima intensidad el problema de los
bienes de la tierra. La tecnología, al servicio del consumismo, los multiplica, pero no los
distribuye equitativamente. El comunismo, aunque lo intenta, muestra, a su pesar, que el
compartir no es fruto de una programación impuesta. ¿No es éste el momento
cualificado -el kairos- de proponer la "pobreza? entendida como administración de los
bienes de la tierra según el designio de la creación y conforme a la re-creación de la
segunda alianza para instaurar la praxis mesiánica de lo cotidiano? La fórmula "la
Iglesia de los pobres", después del impacto inicial de la primera etapa postconciliar, ha
sido desplazada por otras consignas que se autodenominan "comprometidas". Pero lo
ocurrido desde entonces hasta nuestros días hace más y más urgente la n ecesidad de
restablecer el nexo entre Cristo y la pobreza Adaptándola y actualizándola a las nuevas
formas de vida.
Si el capital es "productor de relaciones humanas negativas" , corvó demostró Marx, y si
las experiencias históricas de los socialismos reales no han aportado ninguna solución
convincente, creemos que ha llegado la hora de que la Iglesia vuelva a asumir su
compromiso ante la historia y dé testimonio de que la única alternativa global consiste
en vivir los bienes de la tierra según el Espíritu, es decir, vivir en la "pobreza",
entendida como sobria y gozosa comunión de bienes.
Tradujo y condensó: JOSEP CASAS
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