Texto 3. Racionalismo clasicista y empirismo barroco “El mundo de René Descartes, el racionalista por excelencia, era distinto del de Boileau o el de Poussin en varios aspectos importantes. Descartes era un moderno que no sentía ningún respeto por los sistemas pasados de la filosofía, aristotélica o escolástica; era un protagonista de la ciencia galileica; y sin embargo, también él buscaba orden y claridad, para combatir un resurgente pirronismo o escepticismo, y terminó encontrando “reglas” y”principios” (los títulos de dos de sus libros más importantes) para gobernar, respectivamente, el pensamiento y el universo. Puede decirse que Descartes y toda la racionalista familia de filosofía a la que perteneció, crearon un universo clásico “puesto al día”: armonioso, racional, geométrico, explicable básicamente en función de las esencias o sustancias eternas. Los filósofos racionalistas disputaban entre sí por el número y la naturaleza de la sustancia; por ejemplo, sobre si había dos sustancias, como sostenía Descartes, o sólo una (Spinoza), si el cuerpo o la extensión era una sustancia, así como el espíritu, etc. Pero ninguno de ellos dudaba de la existencia de alguna clase de orden esencial a la que pudieran remitirse todos los fenómenos cosmológicos, psicológicos o sociales. Así pues, como el clasicismo, también el racionalismo -o al menos las grandes filosofías racionalistas del siglo XVII- sostenía un sistema intemporal de cosas. Esta intemporalidad se muestra con toda su claridad en el empirismo, esa otra corriente principal de la filosofía del siglo XVII, o en el polo opuesto del clasicismo: el “barroco”. El barroco se deleitaba en las curvas, el movimiento, la tensión, los efectos espaciales expansivos -en una palabra, en el dinamismo-, como en las grandes iglesias de Bernini y Borromini, en Roma. Como hemos visto, el empirismo, y su gran aliada, la ciencia experimental, era similarmente dinámicos, al menos en su concepción del conocimiento. Pero, como aconsejaba apegarse a los hechos escuetos y a las hipótesis sometidas a corrección futura, el empirismo no podía jactarse de un conocimiento cierto o complejo, en ningún punto. Y sin embargo, el empirismo del siglo XVII no dejó de estar contaminado por el racionalismo. Cierto es que la metafísica de John Locke fue más modesta que la de Descartes; empero, también el propio Locke creía claramente en las sustancias -cuerpos particulares en el espacio, por ejemplo, la idea de causalidad, Dios mismo- que no podían ser objetos de la experiencia directa. Debe recordarse, asimismo, que el arte barroco, aun cuando explosivo en sus efectos visuales, y desafiante de los cánones clásicos, no obstante suele hallarse al servicio de la Iglesia romana y de sus verdades. Bernini, posiblemente el mayor artista de Europa, era un hombre genuinamente devoto, que no sólo recreó la Basílica de San Pedro, sino que practicó los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola”. Baumer, Franklin L. (1985): El pensamiento europeo moderno, Fondo de Cultura Económica, México, D. F. pp. 47-49