Actitud - Universidad América Latina

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Unidad 9
• Actitudes
“Las actitudes constituyen el fundamento de los modos de conducta
constantes con respecto a objetos sociales, sucesos y problemas durante
un período de tiempo. El individuo que tiene la actitud gana con ello en
términos de economía adaptativa, puesto que el tener una actitud le permite
ordenar y dotar de significado a ciertos aspectos del medio social en el que
se mueve.”
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Actitudes
Las actitudes representan un determinante de primera importancia de la orientación del individuo con
respecto a sus medios social y físico. Tener una actitud implica estar listo a responder de un modo dado a
un objeto social. Una actitud implica que hay una motivación despierta y una acción movilizada para
acercarse o para evitar el objeto. Según Rosnow y Robinson (1967), el término actitud "denota la
organización de los sentimientos, de las creencias y de las predisposiciones de un individuo para
comportarse de un modo dado" (p. XVI), como lo señalan Krech, Crutchfield y Ballachey (1962), las
actitudes sociales tienen un significado adaptativo, puesto que representan un eslabón psicológico
fundamental entre las capacidades de percibir, de sentir y de emprender de una persona, al mismo tiempo
que ordenan y dan significación a su experiencia continua en un medio social complejo.
LA ESTRUCTURA DE LAS ACTITUDES
Hay muchos tipos de actitud y muchos procesos psicológicos implicados en su expresión.
Tradicionalmente se hace una distinción entre tres componentes de las actitudes: el componente
cognoscitivo, el componente afectivo y el componente comportamental. El problema de la "fluorinación"
del agua será usado como ejemplo para ilustrar esta clasificación. El componente cognoscitivo de una
actitud social consiste en las percepciones del individuo, sus creencias y estereotipos, es decir, sus ideas
sobre el objeto. El término "opinión" se usa a menudo como substituto de componente cognoscitivo de
una actitud, especialmente cuando dicha opinión es de importancia con respecto a alguna cuestión o
problema. ¿Cree el individuo que la "fluorinación" ocasiona envejecimiento prematuro, pérdida de
memoria o ninfomanía? ¿Piensa que la adición de flúor al agua dañará las baterías, los radiadores y los
prados? Estos ejemplos ilustran ciertos aspectos cognoscitivos de la actitud negativa con respecto a la
fluorinación (Davis, 1959). El componente afectivo se refiere a los sentimientos de la persona con
respecto al objeto. Aunque dos personas tengan actitudes desfavorables con respecto a la fluorinación,
pueden tener sentimientos personales muy diferentes. Uno de ellos puede temer la fluorinación, mientras
que el otro tiene sentimientos de hostilidad y molestia. El aspecto emocional de la actitud es a menudo el
componente más profundamente enraizado y el más resistente al cambio. El componente
comportamental de las actitudes sociales consiste en la tendencia a actuar o a reaccionar de un cierto
modo con respecto al objeto. Es la política o la orientación a la acción y se mide registrando lo que el
individuo dice que hará, o, mejor aún, lo que en realidad hace. La persona que escribe cartas violentas a
los periódicos oponiéndose a la "fluorinación" o vota contra la fluorinación en un referéndum, demuestra
el componente comportamental de la actitud.
LA IMPORTANCIA DE LOS TRES COMPONENTES DE LA
ACTITUD
El análisis de una actitud en sus componentes conduce a un cierto número de preguntas acerca
de la estructura de las actitudes. ¿ Son los componentes congruentes unos con otros? Es razonable
suponer que los componentes sean congruentes porque los tres se refieren al mismo objeto y que éste
debe ser tratado de un modo uniforme. La persona que tiene una opinión negativa sobre la fluorinación
("en realidad es un veneno de ratas"), tendrá también sentimientos negativos y mostrará respuestas
comportamentales contrarias a la fluorinación. La coherencia intercomponente se encuentra usualmente
cuando la persona tiene una actitud extrema, sea esta positiva o negativa. Las creencias firmemente
sostenidas se acompañan usualmente de afecto positivo considerable. Los afectos fuertes se acompañan
por lo común, de hábitos y respuestas sólidamente establecidas en la conducta. Si existe incoherencia
entre los componentes el individuo mostrará una tendencia a modificar la actitud con el fin de restaurar el
estado de congruencia. Este principio está implícito en el uso de nuevas informaciones para producir
cambios de actitud. Una campaña para reducir las actitudes de prejuicio con respecto a los grupos
minoritarios puede incluir como información la proposición de que la presencia de grupos minoritarios en la
comunidad aumenta el valor de los terrenos, enriquece la vida cultural y es benefactora para la economía.
Un ataque tal en el frente del componente cognoscitivo de la actitud producirá cambios en ese
componente y también inducirá un cambio con respecto a los sentimientos y la conducta manifiesta.
Si los cambios en el componente cognoscitivo influencian el componente afectivo, la contraria es
también verdadera. Rosenberg (1960) llevó a cabo una experiencia que demuestra que el cambio en el
componente afectivo de una actitud produce un cambio coherente en el componente cognoscitivo. Los
sujetos fueron estudiantes de la Universidad de Yale que tenían actitudes negativas con respecto a las
viviendas comunes para negros y blancos. En el grupo experimental se hipnotizó a once estudiantes en
sesiones individuales y se les dieron las siguientes instrucciones: "Cuando despierte usted, de aquí en
adelante se mostrará muy favorable a la idea de que los negros se muden a colonias de blancos -la sola
idea de que los negros se muden a colonias blancas le dará a usted gran alegría, sentimientos de gozo-.
Aunque usted no se acordará de que se le ha hecho esta sugestión, ella influenciará fuertemente sus
sentimientos después que usted despierte". Guando despertaron, los sujetos no conservaban recuerdo
de la sugestión hipnótica, y se midieron de nuevo sus actitudes con respecto a las colonias integradas. Se
encontró que los sujetos hipnotizados habían sufrido un cambio en sus sentimientos con respecto a las
colonias integradas y, lo que es más importante, habían cambiado sus opiniones de modo que fueran
coherentes con sus sentimientos hipnóticamente inducidos. Creían ahora que las vecindades integradas
eran una cosa buena, que no haría bajar el precio o valor de las propiedades en la colonia y que
conduciría a mejorar las relaciones entre las razas. Estos efectos perduraron durante una semana y
entonces Rosenberg, en otra sesión hipnótica, destruyó el cambio afectivo y explicó cuidadosamente a
los sujetos toda la experiencia. Debe señalarse que los sujetos del grupo control que simplemente
desempeñaron el papel de "una persona que siente una cosa y cree otra" mostraron relativamente poco
cambio en el afecto o en el conocimiento relativo al problema de las vecindades integradas.
La experiencia de Rosenberg plantea todo tipo de problemas, tales como hasta qué punto el cambio
de creencias hubiese persistido durante mucho tiempo si no se hubiese destruido la sugestión; hasta qué
punto se dio un cambio de opinión residual, aun después de destruir la sugestión; en qué medida el
componente comportarnental sufrió también modificación en el curso de la semana (¿se mudaron los
once estudiantes de Yale del Yale College a una vecindad integrada?) y otras muchas.
Desafortunadamente no hay respuestas para estas preguntas, pero la experiencia constituye una
demostración vigorosa de que los componentes de la actitud están instrumentalmente relacionados y de
que un cambio en un componente tiende a producir un cambio en los otros a fin de restaurar la
coherencia interna dentro de la estructura total de la actitud.
Un segundo problema lo constituye el nivel de diferenciación y de complejidad de los tres
componentes de la actitud. En un nivel poco profundo, el componente afectivo de la actitud de una
persona puede implicar simplemente gusto o disgusto a propósito de la idea de añadir flúor al agua; otra
persona puede experimentar muchas reacciones emocionales complejas de miedo, angustia, ira y
desprecio con respecto a esa idea. De modo similar, respecto al componente cognoscitivo, una persona
puede, en un nivel poco profundo, carecer de conocimientos con respecto al hecho de la fluorinación,
mientras que otra puede tener un sistema de creencias amplio y detallado, producto de un contacto con
los argumentos en pro y en contra de la fluorinación.
La complejidad y la fuerza de los componentes tiene importantes implicaciones para el desarrollo y
para la modificación de una actitud. Las actitudes que tiene un componente cognoscitivo débil, en las que
se dan escasos conocimientos sobre el objeto, tienen mucha probabilidad de ser inestables. En estos
casos, una campaña de información que proporcione nuevos conocimientos sobre el objeto será muy
eficaz. Durante la niñez, especialmente cuando se están aprendiendo las actitudes, los tres componentes
son muy importantes. Más tarde, cuando el niño ha llegado a una mejor integración de sus actitudes, al
mismo tiempo que estas se vuelven más extremas, tiende a practicar una selectividad en lo que ve y
aprende y el componente cognoscitivo se hace más importante. Las actitudes de un alto contenido
emocional o fuerte componente afectivo, tienen menos tendencia a ser influenciadas por informaciones
nuevas y conocimientos intelectuales puros. Los sentimientos de intensa aversión con respecto a una
minoría, en particular en los que subyace un fuerte prejuicio, son extremadamente resistentes a las
llamadas de la razón y de la información. Para tratar de modificar este tipo de actitudes son mucho más
efectivas las técnicas que se dirigen directamente al componente afectivo tales, como el role playing
emocional y el psicodrama. Aunque usualmente existe una coherencia entre los componentes afectivo y
cognoscitivo de una actitud, la relación entre estos componentes y el componente comportamental, parece
a menudo ser inconsciente.
Se supone de ordinario que, puesto que las actitudes son predisposiciones evaluativas, determinarán
y dirigirán la conducta de la persona. Pero la gente no siempre actúa de acuerdo con lo que cree; las
actitudes y la conducta muestran a menudo grandes discrepancias. Una demostración clásica de la falta de
coherencia entre las actitudes verbales y la conducta manifiesta, la reporta LaPiere (1934). LaPiere viajó a
través de los Estados Unidos con una pareja de chinos, deteniéndose en numerosos hoteles y comiendo
en muchos restaurantes. Durante todo el viaje sólo una vez se les negó acogida o servicio. Al concluir el
viaje LaPiere escribió a los propietarios de los 250 establecimientos que habían visitado. Aproximadamente
noventa y tres por ciento de los propietarios de hoteles y noventa y dos por ciento de los propietarios de
restaurantes indicaron, en respuesta al cuestionario, que no acogerían en sus establecimientos a personas
chinas. Esto constituye un ejemplo específico de una conducta manifiesta con respecto a los chinos (no
discriminación) incoherente con la actitud de prejuicio verbalizada. Debe señalarse que los resultados de
LaPiere pudieran interpretarse de modo completamente diferente. Puesto que los chinos visitaron los
hoteles y restaurantes antes de que se les enviase los cuestionarios a los propietarios, es posible que el
tener la pareja china como huéspedes haya provocado comentarios desfavorables de parte de otros
clientes, y que sólo después de esta experiencia se hayan vuelto los propietarios "prejuiciados" en sus
actitudes. Para controlar esta posibilidad, LaPiere envió idénticos cuestionarios a 100 establecimientos
similares que la pareja no había visitado, y las respuestas fueron similares. Este estudio revela una
discrepancia marcada entre la actitud y la conducta.
No obstante, las divergencias entre actitud y conducta, no deben en realidad sorprendernos. Sería
erróneo esperar una relación directa término a término entre las actitudes y la conducta, que está
determinado no sólo por las actitudes, sino también por factores externos de la situación social inmediata.
Considérese la conducta sin prejuicio de los aparentemente prejuiciados propietarios del estudio de
LaPiere. Quizá en el momento de la visita de los chinos el propietario tenía necesidad de dinero, no quería
entrar a una discusión o quedó intimidado por LaPiere; estos factores pueden haber impedido que la
actitud de prejuicio influenciara su conducta.
Una segunda razón por la que las actitudes y la conducta a menudo muestran discrepancias, es que
hay muchas actitudes diferentes que tienen relación con un mismo acto de conducta. En estudios del tipo
del de LaPiere, el propietario puede tener dos actitudes principales -un disgusto por los chinos y un
aprecio por los profesores americanos como LaPiere-. La actitud positiva con respecto al americano
puede ser más fuerte que la actitud negativa con respecto a los chinos, y es, pues, la actitud positiva con
respecto al profesor americano la que triunfa y llega a ser el determinante de la conducta. Por respeto al
americano, el propietario decide no ofender a sus compañeros chinos. En una aproximación similar,
Rokeach (1966) expone que tanto las actitudes con respecto al objeto como las actitudes con respecto a
la situación en la que se encuentra el objeto determinan la conducta del individuo. El objeto de una actitud
se encuentra siempre en una cierta situación con respecto a la cual puede que haya actitudes muy
fuertes. En consecuencia, la incoherencia entre la conducta y la actitud puede ser función de una
orientación hacia la situación. En los lugares públicos, tales como restaurantes y hoteles, hay códigos de
conducta definidos -y regulados por la sociedad. Dichos códigos prohíben provocar una escena
desagradable, desconcertar a los huéspedes o proferir insultos racistas en el salón de un hotel. La actitud
según la cual la buena educación y el decoro constituyen la conducta adecuada en un hotel, domina la
actitud de prejuicio con respecto a los chinos, y en consecuencia se hace que los compañeros de LaPiere
se sientan bienvenidos.
Un tercer factor es el tipo de actitud que subyace en el prejuicio. Las actitudes "intelectualizadas" son
ricas en creencias y estereotipos, pero carecen de tendencias reales a la acción. Porque el propietario
expresa una valoración negativa o una intención negativa sobre los chinos en general, no puede
deducirse que se haya comprometido consigo mismo a comportarse en una forma correspondiente con
todo chino que encuentre, de Chiang Kai-shek hasta el más humilde vendedor. Si en una actitud en
particular hay poca orientación a la acción, hay pocas razones para esperar coherencia entre las
creencias, los sentimientos y la conducta real.
La discrepancia entre la actitud y la acción es particularmente importante en el terreno del cambio de
actitud. Mientras que es relativamente fácil cambiar las creencias mediante comunicaciones e
informaciones persuasivas, corno en el caso de la creencia muy extendida de que el fumar es dañino, las
acciones son muy resistentes al cambio y la gente sigue fumando tanto como siempre. La modificación de
la acción es ordinariamente un problema más difícil que la modificación de las creencias, porque los
hábitos adquiridos son difíciles de cambiar. Se necesita tomar en cuenta el área de actitud y los recursos
sociales para modificar la conducta. Ciertas conductas, como la discriminación, pueden modificarse por la
fuerza mediante la legislación, mientras que las actitudes relacionadas con ellos (prejuicios) se mantienen
firmemente en contra de los intentos racionales para modificarlas.
Hay ejemplos de conductas cambiadas por la fuerza que producen cambio en la actitud, cambio que
da sentido a la nueva conducta y mantiene la coherencia con ella. Un ejemplo es el del niño que aborrece
las espinacas, pero al que se induce, mediante una moderada presión, a comerlas; para restaurar la
armonía entre sus actitudes y su conducta ("la gente no come lo que no le gusta"), comienza a apreciar
las espinacas. La influencia de las acciones discrepantes sobre el cambio de actitud será discutida más
adelante, en este capítulo; por el momento el interés reside en el problema del cambio de actitud en
cuanto mecanismo que dirige el cambio de conducta. Se señaló más arriba que no sólo las actitudes, sino
también los factores externos del medio social determinan la conducta. Este hecho constituye una
explicación de muchos casos de cambio de actitud que no se acompañan de un cambio de conducta.
Cuando se cambian actitudes u opiniones por medio del impacto momentáneo de una comunicación
persuasiva o de una nueva experiencia, el cambio es en sí mismo intrínsecamente inestable. Mientras
que no haya factores del medio que refuercen y mantengan el cambio de actitud, no hay probabilidad que
este cambio induzca otro, paralelo, en la conducta. Por ejemplo, el fumador que lleva a cabo un cambio
en su actitud con respecto al cigarro tiene pocas probabilidades de dejar de fumar mientras que no tenga
el soporte social de su familia y de sus amigos que también dejen de fumar y se prometan tolerancia
mutua durante los síntomas que conlleva a dejar el hábito.
Puesto que las actitudes tienden a ser privadas, mientras que la conducta es pública, es la
conducta la que está más sujeta a la presión social. Esta característica, de la conducta la hace más
resistente al cambio que las actitudes, puesto que está anclada en una red de compromisos con otra
gente y, al mismo tiempo, bajo ciertas condiciones, es más fácil de cambiar, puesto que es más simple el
provocar y obligar a la conformidad conductual que a la conformidad de actitud. Las relaciones entre
actitud y acción, y entre cambio de actitud y cambio de conducta, no son simples ni unidireccionales. Dos
personas con las mismas actitudes pueden comportarse de modo muy diferente. El conocimiento de la
actitud de una persona no asegura siempre el éxito en la predicción de sus acciones.
LA FUNCION DE LAS ACTITUDES
Las actitudes tienen una base funcional en el sentido de que una opinión especifica puede
desarrollarse y mantenerse para satisfacer una necesidad social importante para la persona. Las
actitudes constituyen el fundamento de los modos de conducta constantes con respecto a objetos
sociales, sucesos y problemas durante un período de tiempo. El individuo que tiene la actitud gana con
ello en términos de economía adaptativa, puesto que el tener una actitud le permite ordenar y dotar de
significado a ciertos aspectos del medio social en el que se mueve. La gente muy opuesta al comunismo,
o a favor del desarme nuclear, o indiferente a la educación libre de los estudiantes universitarios, tiene
una base lista de antemano para planear respuestas y tomar decisiones sobre estos problemas. La
oposición al comunismo significa el último rango en la preferencia por los candidatos comunistas en una
elección; estar a favor del desarme nuclear lleva a una marcha a través de la ciudad con una pancarta; la
indiferencia con respecto a la educación libre de los estudiantes universitarios conduce al cambio de
estación en la radio cuando el animador anuncia una plática sobre el tema. En efecto, las actitudes
sociales representan un eslabón fundamental para unir las capacidades de la persona para percibir, sentir
y aprender, y su experiencia continua en un medio social complejo. La actitud que se tiene influencia otros
procesos psicológicos, tales como la formación de juicios sociales simples, la percepción y la
interpretación de estímulos ambiguos, el aprendizaje y la retención de materiales contradictorios y la
receptividad y apertura a nuevas informaciones. Puesto que las actitudes confieren una estabilidad y
consistencia considerables a la conducta, el saber que una persona sostiene una cierta actitud permite al
observador anticipar y predecir su conducta con un cierto grado de exactitud y confianza.
Los psicólogos se interesan particularmente en las funciones que tienen las actitudes en la
personalidad, como fuentes de motivación que permiten la adaptación al medio. La mira "funcional" en el
estudio de las actitudes está representada en los escritos de Katz (1900), quien sugiere que el
mantenimiento y la modificación de las actitudes sociales cumplen cuatro funciones diferentes en la
personalidad: adaptación, expresión de valores, conocimiento y defensa del yo. Por su función adaptativa,
las actitudes proporcionan gratificaciones y alejan de los castigos. Se ha llamado también a esta función,
función instrumental o utilitaria y se refiere a la motivación sobre la cual Bentham y los filósofos utilitarios
construyeron su modelo del hombre. El individuo trata de hacer máxima la recompensa o gratificación y
mínimo el sufrimiento o castigo. En consecuencia, está motivado para adoptar las actitudes que le
proporcionen la aprobación y la estima de su familia, de sus amigos y de sus compañeros. Aprende a
adoptar actitudes similares a las de sus vecinos y amigos en cuestiones tales como el carácter sagrado del
matrimonio, la democracia y la ayuda a las damas ancianas para cruzar la calle. Se desarrollan también
actitudes favorables con respecto a objetos que, en sí mismos, proporcionan gratificación o satisfacción de
necesidades; se adoptan actitudes desfavorables sobre los objetos que llevan intrínsecamente al castigo o
impiden y frustran la satisfacción de necesidades.
Por la función expresiva de valores, el individuo obtiene satisfacción mediante la expresión de
actitudes apropiadas a sus valores personales y a su concepto de sí mismo. Estos valores personales y
este autoconcepto son sistemas integrados de actitudes que se aprenden en la niñez, a partir de
identificaciones con los padres y otras figuras significativas y constituyen el núcleo central de la
personalidad. Las creencias religiosas, patrióticas e ideológicas se basan usualmente en esta función. A
través de las actitudes con respecto a materias tales como el trabajo social, el cuidado de los ancianos y la
cooperación internacional para impedir que ciertas poblaciones padezcan hambre, la gente expresa sus
valores personales y actualiza su autoconcepto de seres humanos decentes y humanitarios.
La función de conocimiento se basa en la necesidad de comprender, de dar sentido y de dotar de una
estructura adecuada al universo. Se mantienen las actitudes que cuadran adecuadamente con las
situaciones y que estructuran de un modo significativo la experiencia. Las actitudes que se revelan
inadecuadas para enfrentarse a situaciones nuevas y cambiantes se descartan porque llevan a la
contradicción y a la incoherencia. Las creencias acerca de la conveniencia de hacer ejercicios después de
un ataque al corazón, acerca de la posibilidad de vida en la luna y sobre las limitaciones de las
computadoras electrónicas, se modifican a medida que llega a las manos del individuo información más
significativa. Un aspecto muy importante de la función de conocimiento es la necesidad de una
organización cognoscitiva que tenga sentido y la necesidad de coherencia y de claridad cognoscitiva.
Las actitudes pueden también tener una función de ego-defensa. Dicha función proporciona
protección impidiendo el conocimiento de verdades básicas, pero desagradables, acerca de la
vulnerabilidad a la enfermedad y a la muerte, de las debilidades, inseguridades, y sobre realidades
terribles del mundo exterior, tales como la enfermedad, el desempleo, el crimen y la guerra. Los
mecanismos mediante los cuales el individuo se protege a sí mismo de las tensiones y angustias
asociadas a motivos inaceptables y amenazas atemorizantes; se conocen como mecanismos de defensa
del yo. Se ven a menudo reacciones de defensa, tanto en las actitudes racionalizadas, falsedades, con
respecto a cuestiones de salud pública, el fumar y el cáncer de pulmón, como en las actitudes vengativas
con respecto a individuos desviados de la norma, los homosexuales y los drogadictos, y también en la
apatía y la resignación con respecto a los problemas políticos, por ejemplo, el desarme nuclear y la guerra
biológica. La reflexión acerca de estos objetos sociales lleva a una conciencia de verdades desagradables
y a temores relativos a nuestra vulnerabilidad al sufrimiento, a los impulsos inaceptables, y a la amenaza
real de la destrucción del mundo. Las opiniones y creencias desarrolladas para impedir la toma de
conciencia total y completa de estas verdades desagradables cumplen una función de defensa del yo.
La comunicación de informaciones que despiertan miedo, puesto que ponen ante nuestros ojos
peligros cuya visión es horrible, produce a menudo reacciones de defensa en vez de cambio de actitudes.
Una experiencia de Janis y Feshbach (1953) constituye un buen ejemplo. Estudiantes de preparatoria
escucharon una conferencia de quince minutos sobre higiene dental, conferencia cuyo objetivo era el
mejorar los hábitos de limpieza dental de los estudiantes. Como parte de la conferencia se subrayaron las
dolorosas consecuencias de las caries dentales y su relación con el cáncer, la ceguera y otras dolencias.
Se mostraron diapositivas sangrientas de encías enfermas y de otras consecuencias de una higiene
dental insuficiente. Esta vigorosa llamada al miedo no fue muy efectiva para modificar los hábitos de
limpieza bucal. Al contrario, los sujetos que experimentaron mucha angustia a causa de la información
contenida en la conferencia, adoptaron reacciones de defensa tales como disminuir o minimizar su
importancia y falsear o ignorar sus implicaciones. Por supuesto, el temor produce algunas veces cambios
espectaculares en la actitud y en la conducta; la disminución drástica en el consumo de cigarrillos que
sigue a toda campaña de sensibilización al problema del cáncer, constituye una prueba. Es evidente, no
obstante, que las llamadas al miedo a menudo producen diversas clases de interferencia y de conductas
de defensa que debilitan el impacto del mensaje.
EL PREJUICIO COMO ACTITUD DE EGO-DEFENSA
El prejuicio racial puede a veces actuar como una actitud de ego-defensa. La gente se niega a
conocer sus profundos sentimientos de inferioridad, sus impulsos a la violencia y a la agresión y sus
impulsos sexuales extremos. La proyección en otro grupo de estos motivos, conscientemente
inaceptables, permite al individuo no tener que reconocer que dichos motivos están en si mismo. En
consecuencia, las actitudes de prejuicios implican atribuir los rasgos y características indeseables a ciertos
grupos minoritarios. La persona de raza blanca que atribuye motivos de hipersexualidad, de violencia, de
avaricia y de suciedad a los aborígenes o a los negros puede hacerse creer a sí mismo que no es él, sino
otras personas las que poseen los rasgos inaceptables. Los prejuicios contra una minoría pueden también
ser desarrollados por una persona que sufre gran inseguridad acerca de su propio valor personal, puesto
que esta actitud le permite establecer su "superioridad", al menos sobre el miembro del grupo despreciado.
La expresión de actitudes de hostilidad y de prejuicio puede ser emocionalmente satisfactoria para el
individuo. Puede permitirle una cierta liberación de agresión y hostilidad acumuladas, desplazándolas, por
ejemplo, de un patrón riguroso o de una esposa de carácter desagradable hacia un individuo que no
puede en realidad vengarse. El prejuicio, en cuanto actitud de defensa del yo, se despierta por un
aumento de frustración de los sentimientos sexuales y agresivos, por las amenazas al status y a la
seguridad que supone el fracaso en las experiencias, y por la competencia y las criticas de los demás
(Feshbach y Singer, 1957). También se despiertan los prejuicios mediante llamadas al odio aunadas a
incitaciones a expresarlo a partir de grupos "autoritarios", tales como el Partido Nazi y el Ku-Klux-Klan.
Varias experiencias sobre actitudes raciales revelan la estrecha relación que existe entre el prejuicio
y la función de ego-defensa. Cooper y Jahoda (1947) encontraron que los individuos muy prejuiciados
reaccionan defensivamente, mal interpretan y falsean los materiales que tratan de caricaturizar y de
ridiculizar sus sentimientos. Los experimentadores mostraron historietas animadas a sujetos prejuiciados
en las que la figura central era "Mr. Biggot", hombrecillo ridículo, con cabeza en forma de huevo y de
personalidad remilgada, que exigía para su transfusión "sangre de un americano de seis generaciones" y
que echaba en cara al sacerdote haber hablado de "la herencia judía de Nuestro Señor" en su sermón.
Los sujetos no sólo fracasaron en la percepción del espíritu de las historietas, sino que además falsearon
su significado para reforzar sus propias actitudes. A sus ojos "Mr. Biggot" era simplemente una figura
ridícula, un ser pretencioso, una persona ignorante y baja, pero no alguien con quien ellos estaban de
acuerdo. Ciertos sujetos llegaron a ver en "Mr. Biggot" un extranjero o un judío. Aparentemente,
reconocer y hacerse conscientes de su prejuicio y en consecuencia enfrentarse a la necesidad de
cambiar de actitud, era demasiado angustioso. Bettelheim y Janowitz (1950) hallaron que la gente
prejuiciada se vuelve a menudo más prejuiciada en sus actitudes después de leer propaganda contra el
prejuicio. La gente se adhiere tendenciosamente a sus creencias. Estos hallazgos plantean el problema
de cómo cambiar las actitudes de ego-defensa prejuiciadas. El uso de técnicas hipnóticas para manipular
el componente afectivo de la actitud, como en la experiencia de Rosenberg (1960) a la que nos hemos
referido, sería no sólo brutal, sino también inmoral. Katz (1960) señala que los intentos de proporcionar
información o de amenazar con castigos fracasarán, puesto que dichos procedimientos no podrán destruir
en el individuo una actitud que apoya sus defensas del yo; la amenaza de castigo puede dar por resultado
un aumento de sus sentimientos de defensa. Sugiere Katz que pudieran ser positivos los intentos de
reducir directamente las amenazas y de disminuir la fuerza de los impulsos sexuales y agresivos.
Sostiene, sin embargo, que los procedimientos que permiten al individuo llegar a un profundo
conocimiento de sus propios mecanismos de defensa y de los motivos que tiene` para sostener tal
actitud, son aún más positivos
Una experiencia de Katz, Sarnoff y McClintock (1956) proporciona una demostración de la relación
existente entre la defensa del yo y el cambio en el prejuicio. Se midieron las actitudes de estudiantes de
preparatoria con respecto a los negros en varias escalas de actitud y, una vez medida la actitud, se
distribuyeron los estudiantes al azar en tres grupos. En el primer grupo se utilizó un procedimiento de
"autopercepción", destinado a explicar la relación entre las actitudes antinegros y los mecanismos de
defensa del yo del sujeto. El experimentador describió, en términos generales, la dinámica de proyectar
las propias culpas en un inocente. Presentó entonces un caso concreto de una muchacha estudiante de
preparatoria, para ilustrar el carácter básico de estos mecanismos de defensa en el desarrollo de
prejuicios con respecto a minorías. El caso presentaba bastante parecido con el fondo y los intereses de
los sujetos de la experiencia, de modo tal que la muchacha fue percibida como una personalidad
simpática y real. Este procedimiento de autopercepción produjo en ciertos sujetos una gran reducción del
prejuicio, reducción que persistió y se incrementó aún más a medida que pasó el tiempo. Los estudiantes
muy defensivos, para los que sin duda el caso interpretado representó una gran amenaza, no fueron
afectados con el procedimiento de autopercepción y no mostraron reducción de los prejuicios antinegros.
A los otros dos grupos se les sometió a una comunicación antiprejuicio rutinaria o a ninguna influencia, y
ambos grupos mostraron muy poca reducción de prejuicios. El éxito del método de autopercepción
plantea el problema de saber si su eficacia viene de constituir un ataque de frente y directo a una actitud
especifica de prejuicio con respecto a los negros (¿se reducirían también los prejuicios antijudíos,
antichinos o antipuertorriqueños?) o si la eficacia proviene de una mayor comprensión de la naturaleza
defensiva del prejuicio. Estudios posteriores de Katz y sus colegas (Stotland, Katz y Patchen, 1959)
revelan que el procedimiento de autopercepción, mediante el aumento de autoconocimiento que produce,
influencia los aspectos del funcionamiento de la personalidad que subyacen al prejuicio. La reducción del
prejuicio que se obtiene por el procedimiento de autopercepción se debe a una pérdida de fuerza de la
función de ego-defensa.
Las relaciones familiares, especialmente el poder de autoridad de los padres sobre el niño,
constituyen una fuente importante de las actitudes de prejuicio. Un padre fuerte, muy dado al castigo, o
una estructura familiar autoritaria, pueden producir en el niño una orientación existencial conocida como
autoritarismo (Adorno y sus colaboradores 1950). El individuo "autoritario" ve el mundo como una lucha
continua, en la que el fuerte domina al débil. Es un individuo cuyo interés central es el poder, cínico a
propósito de la naturaleza humana, inclinado a un pensamiento rígido y estereotipado. Al autoritarismo
está asociada una tendencia a tener prejuicios contra las minorías y a sostener en política las opiniones
más conservadoras. Se cree que esto ocurre porque la hostilidad y el resentimiento que el individuo no
puede expresar en el hogar se desplazan a los grupos subordinados de la sociedad. Adorno y sus
colegas encontraron que los antisemitas extremistas habían vivido a menudo una infancia rígida, bajo la
amenaza de la disciplina paterna, en familias autocráticas, preocupadas por el status. Este estudio
muestra los primeros pasos del desarrollo de la personalidad autoritaria y el modo cómo las actitudes de
prejuicio se adecuan con los valores de este tipo de personalidad. En la Alemania nazi en la década de
los años 30, muchos alemanes fueron socializados según un modelo autoritario de este tipo, creando un
clima apropiado para el desarrollo del antisemitismo.
Para completar esta discusión del prejuicio como actitud de ego-defensa debemos subrayar de nuevo
que el prejuicio tiene otras funciones, además de la de solución psicodinámica de los impulsos y angustias
inaceptables. El prejuicio puede aprenderse y reforzarse como subproducto de la identificación y de la
socialización dentro del propio grupo; muchos individuos aprenden a conformarse y a identificarse
completamente con sus grupos y, al mismo tiempo, a desconfiar de todos los demás. Las funciones de
adaptación y de expresión de valores están en relación con este aspecto del prejuicio. Si el
prejuicio-estereotipo tiene una cierta base, si la mayoría de los habitantes de la Patagonia son falsos,
mercenarios e hipersexuados, entonces la función de conocimiento puede también tener una cierta parte
en el desarrollo y en el mantenimiento de las creencias negativas, especialmente si el prejuicio se
relaciona con un grupo específico y no con los grupos minoritarios en general. Cuando se analizan las
funciones que cumplen las actitudes en la personalidad y en las necesidades de ésta, se observa que el
fenómeno del prejuicio se desarrolla a partir de múltiples fuentes; ningún mecanismo o proceso
psicológico único puede explicar su diversidad y sus manifestaciones. Por ejemplo, Allport (1954b) ha
distinguido, por lo menos, seis causas psicológicas y sociales del prejuicio, incluyendo los determinantes
históricos, socioculturales y situacionales.
El enfoque funcional en el estudio de las actitudes es importante porque demuestra que las actitudes
no funcionan como un proceso unitario, sujeto a un único principio de operación que refleja el modelo
común motor de todo el mundo. Distinguiendo las funciones, ganamos precisión en el análisis del rol que
juegan las actitudes en la dinámica de la personalidad y en el conocimiento de sus relaciones con otros
procesos psicológicos tales como el juicio, la percepción, el aprendizaje, el pensamiento y la memoria. La
distinción entre las cuatro funciones, de adaptación, de expresión de valores, de conocimiento y de
defensa del yo, tiene también implicaciones en la mecánica del desarrolla y del cambio de actitud. Katz y
Scotland (1959) han establecido: "Puesto que las actitudes cumplen diferentes funciones y satisfacen
diversas necesidades, sólo pueden cambiarse utilizando un procedimiento de cambio apropiado al
modelo motor en cuestión". (p. 463). Según la función que cumpla la actitud que se quiera cambiar,
ciertos procedimientos serán más apropiados mientras que otros lo serán menos y podrán ser hasta
dañinos. La modificación de creencias, opiniones y conductas es un tema de primera importancia en la
ciencia social aplicada. El saber que una actitud específica cumple una función determinada, nos libra de
muchas conjeturas en el esfuerzo por producir el cambio. Puede confiarse más en llegar a producir el
cambio sirviéndose, digamos, de un procedimiento de autopercepción que de una campaña
propagandística, de un dispositivo de role-play que de la sugestión hipnótica, de promesas de aprobación
y de gratificación social que de amenazas de castigo y privación.
LAS ACTITUDES Y LA TEORIA DE LA COHERENCIA
En el examen de las relaciones existentes entre los componentes de las actitudes y entre las
actitudes y la conducta, se señaló que aunque la persona trata de mantener una coherencia entre estos
elementos, a menudo ocurren contradicciones aparentes. Del mismo modo que se plantea el problema de
la estructura interna de las actitudes, se plantea también el problema de la estructura de los sistemas de
actitudes, grupos de actitudes relacionadas con un conjunto de objetos sociales relacionados entre sí que
se constituyen en un todo integrado e interconectado. Por ejemplo, las actitudes respecto a la Unión
Soviética, los Estados Unidos, Israel y a la guerra, pertenecen a un sistema muy integrado. Las actitudes
con respecto a la virginidad, a las relaciones sexuales prematrimoniales, al control de la natalidad y a las
píldoras anticonceptivas coexisten también en un sistema. El interés está en saber en qué grado hay
coherencia entre las actitudes de un sistema cognoscitivo qué pasa si las actitudes se vuelven
incoherentes unas con otras, y cómo se llevan a cabo las adaptaciones para restaurar el sistema de
coherencia.
Para tratar de responder estas preguntas, examinaremos un cierto número de teorías de coherencia
"cognoscitiva". No nos referimos, pues, a la coherencia de actitudes, sino a la coherencia cognoscitiva en
general. El referirnos a esta coherencia más amplia se origina en nuestro interés por el conocimiento en su
sentido más lato, por la imagen o visión del mundo que tiene la persona y que incluye los pensamientos,
los valores y las acciones, así como también las actitudes de esa persona con respecto a un objeto o a un
conjunto de sucesos. En el corazón de la coherencia cognoscitiva está la necesidad de llegar a una
armonía y a una congruencia entre los conocimientos que obtenemos de los objetos y de las personas en
el medio en que nos movemos. He aquí unos cuantos ejemplos de conocimientos incoherentes relativos al
dominio de las actitudes. Fred es secretario de la Sociedad Protectora de Animales y me entero de que
apalea salvajemente a su perro; creo que el Partido Nazi debe ser disuelto, pero apoyo las consignas del
Partido Nazi; sé que el fumar provoca cáncer del pulmón, pero fumo cuatro cajetillas diarias. Cada uno de
estos tres conjuntos de conocimientos crea problemas y tensiones porque sus elementos no cuadran uno
con otro. ¿ Cómo puede haber lógica en el mundo, cómo puede éste tener estabilidad y sentido, si los que
quieren a los animales los apalean, si sostengo las iniciativas de mis enemigos y si mi más preciosa
costumbre es la de matarme a mí mismo?. Los ejemplos citados son exagerados y rebuscados, pero nos
dan una idea de lo que se entiende por incoherencia cognoscitiva.
Considérese un sistema miniatura en el que, en lo que respecta a la persona, todos los elementos
cognoscitivos son congruentes. Usted aprecia mucho a Joe, y Joe admira las mismas cosas que usted (la
iglesia) y siente disgusto por las mismas cosas que usted (Fred y el socialismo). Le agrada que la iglesia
también esté contra el socialismo y le satisface saber que Fred simpatiza con el socialismo, porque ello
justifica el rechazo de usted hacia él. Este sistema es armonioso y coherente. Suponga ahora que le llega
una información que disloca completamente el sistema. Se entera usted de que Joe es en secreto un
ardiente socialista, o descubre usted que Joe ha estado invitando a Fred a tomar amistosamente unos
tragos, o que Fred, en realidad, desprecia el socialismo, o, peor, que su iglesia es ahora favorable al
socialismo. Estos nuevos elementos de información representan conocimientos incoherentes con los
conocimientos que anteriormente tenía usted y llevan a una situación molesta y de tensión. No obstante,
es poco probable que las cosas se queden en esa situación mucho tiempo. En sus sentimientos y
creencias se llevarán a cabo modificaciones con el fin de restaurar la coherencia o equilibrio. Por ejemplo,
puede comenzar a apreciar a Fred y a despreciar a Joe, o comenzar a simpatizar con el socialismo, u
oponerse a la iglesia. En gran medida, los cambios concretos que se lleven a cabo en el sistema de
actitudes dependerán de la fuera y del grado de interrelación de cada una de las actitudes y creencias. En
general las actitudes más débiles y más aisladas son las primeras que cambian en el intento de restaurar
la coherencia, pero a través de todo el sistema se sienten las consecuencias y es posible que cambien
todos los elementos.
La motivación tendiente a la coherencia puede ejercer una influencia poderosa en los sistemas de
actitudes, llevando a la persona a hacer modificaciones para lograr que los diversos aspectos de su
dinámica cognoscitiva sean coherentes unos con otros. Un cierto número de teorías se refieren a este
problema. Todos los modelos teóricos de los que nos ocuparemos se refieren a los cambios que tienden a
restaurar la coherencia, aunque a menudo se centran en modos diferentes de realizarla y especifican
diferentes determinantes teóricos de la resolución. Todos los modelos parten del principio de coherencia,
aunque los teóricos usen términos diferentes. Por ejemplo, Heider (1958) habla de "balanza", Osgood y
Tannenbaum (1955) de "simetría", y Festinger (1957) prefiere el término "consonancia" para designar el
mismo estado de armonía o equilibrio. Aunque estos modelos tienen mucho en común, existen también
entre ellos diferencias de gran importancia.
El principio de balance de Heider
La primera y más simple formulación del principio de coherencia se encuentra en Heider (1958) en su
teoría de la balanza. Heider se ocupa de los estados de equilibrio y desequilibrio que se dan entre tres
elementos: la persona (P), otra persona (O) y un objeto, idea o problema dado (X). ¿Cuáles son las
actitudes de dos amigos, P y O, con respecto a un problema dado X? Existe un estado de equilibrio cuando
sus actitudes son similares con respecto al objeto, es decir, cuando ambos sienten gusto o disgusto por el
objeto: Si uno de los das aprecia el objeto pero el otro lo desprecia, habrá desequilibrio, y los sentimientos
consecuentes de tensión inducirán presiones dirigidas al cambio de actitud en dirección del estado de
equilibrio. Por ejemplo, puede romper la amistad, o tratar de convencerse el uno al otro para que se adopte
una actitud común armoniosa, con respecto al problema. Nótese que en este sistema triádico simple hay
tres relaciones: La actitud de P con respecto a O, la actitud de P con respecto a X, y la actitud de O con
respecto a X. En términos formales, un estado de equilibrio existiría si las tres relaciones entre P, O y X
fueran positivas, o si dos fueran negativas y una positiva. Un ejemplo del primer caso: la persona admira a
Churchill y gusta de fumar habanos; la persona está encantada de que Churchill también guste de fumar
habanos. Un ejemplo del segundo estado: el Presidente Nasser (en 1956) odiaba a Israel y despreció a
Jordania; supuso entonces que Jordania e Israel se apreciaban mutuamente. Un psicólogo australiano,
Feather (1965), extendió y aplicó el principio de balanza de Heider al estudio de los efectos de la
comunicación. En su investigación, Feather estudió la relación entre cuatro elementos de una estructura de
comunicación: una fuente presenta un mensaje sobre un problema a un receptor. Se encontró que cuando
se da a los sujetos comunicaciones hipotéticas sobre situaciones, tienden a predecir soluciones que
representan un estado de equilibrio entre los cuatro elementos.
Figura 6.1. Representación esquemática de un sistema cognoscitivo en miniatura en el que las relaciones de cada uno de los elementos
(el socialismo, la Iglesia, Fred y Joe) son coherentes. Una línea continua entre dos elementos representa una relación positiva (apoyo,
aprecio, admiración, etc.). Una línea discontinua representa una relación negativa (disgusto, oposición, etc.). Las flechas indican la dirección
de la relación.
Aunque constituye un punto de partida prometedor para el análisis de la coherencia cognoscitiva, el
principio de balanza tiene un alcance limitado. La consideración de ciertos contextos sociales nuevos y de
ciertas relaciones revela las limitaciones del principio de balanza. Si dos hombres están enamorados de la
misma mujer, ¿tendrán necesariamente actitudes positivas mutuas? Si a usted le gustan los pollitos y los
pollitos aprecian la comida de pollos, ¿le gustará a usted también la comida de pollos? Quizá la mayor
debilidad del principio de balanza estriba en su incapacidad de especificar el sitio exacto y el grado preciso
del cambio de actitud que se lleva a cabo para restaurar el equilibrio y la armonía de un sistema.
El principio de congruencia de Osgood y Tannenbaum
Este principio se basa en la suposición de que sea más simple el tener actitudes congruentes con
respecto a dos objetos relacionados entre sí, como el presidente Eisenhower y el golf, que tener actitudes
diferentes al respecto. El principio de congruencia va más allá que el principio de balanza porque hace
predicciones cuantitativas explicitas sobre lo que ocurrirá si dos objetos relacionados no se encuentran en
estado de congruencia. Por ejemplo, una persona que tiene una actitud indiferente con respecto a
Eisenhower y una actitud entusiasta sobre el golf, recibe la información de que Eisenhower es un fanático
del golf. La persona simpatizará más con Eisenhower y será, quizá, un poco menos entusiasta del golf, de
modo que las intensidades de las dos actitudes se adecuen. La congruencia existe cuando dos objetos
relacionados son evaluados con una intensidad igual. En el ejemplo de Eisenhower y del golf, la actitud
indiferente con respecto a Eisenhower cambiará más que su evaluación extremista del golf porque las
actitudes muy "polarizadas" o extremistas cambian menos que las moderadas. Las pruebes
experimentales (Osgood y Tannenbaum, 1955) confirman la teoría del principio de congruencia, aunque
como en el caso del principio de balanza, su alcance operacional es limitado.
Teoría de la disonancia de Festinger
El más audaz de los principios de coherencia ha sido establecido por Festinger (1957) en su teoría de la
disonancia cognoscitiva. Si la persona tiene conocimientos sobre sí misma o sobre el medio, incoherentes
unos con otros, es decir, si un conocimiento implica lo opuesto de lo que implica el otro, existe un estado
de disonancia cognoscitiva Se dan cuatro casos de disonancia cognoscitiva que se originan en cada una
de las cuatro principales fuentes de incoherencia.
a) Incoherencia lógica: creo que alrededor de 1970 un hombre pisará la Luna; pienso que es
imposible fabricar un artefacto que permita salir de la atmósfera terrestre.
b) Normas y costumbres culturales: creo que no se debe eructar en las comidas oficiales; eructo en
las comidas oficiales.
c) Opiniones incoherentes con la acción: creo que la Liga para vestir a los animales es un equipo de
insensatos; apoyo económicamente las iniciativas de la Liga.
d) Experiencia pasada: siempre que me pinchan con una aguja, me duele; acaban de pincharme,
pero no me ha dolido.
El estado de disonancia cognoscitiva es molesto porque despierta tensiones psicológicas y, en
consecuencia, se hacen intentos para reducir la disonancia cambiando uno o los dos conocimientos o
añadiendo otros nuevos. En los ejemplos citados se pueden modificar o añadir conocimientos del modo
siguiente a) sin duda se logrará fabricar una nave espacial; b) no eructaré más en las comidas oficiales; c)
apoyar económicamente las iniciativas de la Liga me favorece a la hora de hacer mi declaración de
impuestos; d) a veces siento dolor cuando me pinchan con una aguja. El mejor modo de demostrar el
alcance y la generalidad de la teoría de la disonancia, es repasar algunas de las mayores fuentes de
disonancia que se han estudiado experimentalmente.
Consecuencias negativas imprevistas
La persona que descubre después de haber hecho una elección, que ésta implica muchas
consecuencias negativas, se encuentra en un estado de disonancia cognoscitiva si su elección le ha
producido mucho sufrimiento, la magnitud de la disonancia es muy grande e intenta reducirla prestando
atención a las consecuencias positivas de la elección. Aronson y Mills (1959) indujeron un estado de
disonancia en estudiantes de sexo femenino exigiéndoles pasar una severa ceremonia de iniciación antes
de permitirles participar en una discusión de grupo sobre materias sexuales. Un grupo de muchachas
pasó por una ceremonia de iniciación moderada que consistió en una prueba de "desconcierto" en la que
tenían que leer solas una lista de palabras relacionadas con el sexo, tales como "prostituta", "virgo", y
"caricias precopulatorias". El otro grupo, por el contrario, sufrió una prueba de iniciación mucho más
severa, en la que tenían que leer en voz alta doce palabras obscenas y dos descripciones detalladas de
actividad sexual. A todos los sujetos se les dijo que habían aprobado la prueba y se les permitió unirse al
grupo de discusión. La primera reunión del "grupo" consistió en escuchar una larga y pesada discusión
sobre conducta sexual secundaria en los animales inferiores. Finalmente se preguntó a los sujetos su
opinión sobre la discusión y sobre la medida en que apreciaban a los miembros del grupo. Se encontró
que los sujetos que sufrieron una iniciación severa para tener el privilegio de escuchar la pesada y
molesta discusión, se mostraron muy interesados por la discusión y por el grupo. Este resultado sugiere
que la disonancia provocada por la prueba desconcertante y molesta se redujo mediante la percepción de
la causa del desconcierto como muy valiosa. Las muchachas que pasaron por una ceremonia de
iniciación moderada, y que en consecuencia sufrieron menor disonancia, fueron mucho más críticas y
negativas en sus actitudes con respecto a la tediosa charla.
Expectaciones no confirmadas
La persona puede haberse preparado psicológicamente para un suceso que nunca se realiza, y,
aún peor, puede haber hecho pública su predicción sobre el suceso. Festinger, Riecken y Schachter
(195fi) describen en un estudio clásico sobre el terreno lo que pasa cuando una profecía importante se
revela erróneamente y se produce una disonancia entre lo predicho y lo que en realidad ocurre. A
mediados de 1950, Mrs. Marion Keech, una ama de casa de un suburbio, comenzó a recibir mensajes del
espacio. Norteamericanos y canadienses quedaron intrigados porque Mrs. Keech proclamaba que el
mensaje profetizaba una inminente marea que inundaría toda la América del Norte el 21 de diciembre. La
publicidad hecha a Mrs. Keech y a su mensaje atrajeron a unos cuantos creyentes, así como también a
Festinger, Riecken y Schachter, quienes se infiltraron en el grupo para observar las reacciones de Mrs.
Keech el 22 de diciembre. El día 20 de diciembre Mrs. Keech recibió un mensaje en el que se le informaba
que el grupo debería estar listo para recibir a un visitante que llegaría a medianoche para transportarlos en
un platillo volador a un sitio seguro del espacio exterior. Llegó la medianoche, pero no vino ningún visitante
y la marea profetizada estaba ya a menos de siete horas de producirse. La desesperación y la confusión
fueron apoderándose gradualmente del grupo. Mrs. Keech tuvo una crisis y comenzó a llorar
amargamente. Se leyeron los mensajes una y otra vez, por si se hubiese pasado por alto alguna
indicación. Las explicaciones propuestas sobre la ausencia del visitante fueron rechazadas una tras otra,
después de considerarlas. A las 4.45 a.m. Mrs. Keech reunió a todo el grupo y anunció que había recibido
un mensaje. Con el estilo de un profeta del Antiguo Testamento anunció que Dios había salvado al mundo
de la destrucción porque el pequeño grupo, en la vigilia de toda la noche, había producido tanta "luz" que
era ésta y no el agua, la que inundaba ahora la tierra.
Mrs. Keech manipuló la disonancia existente entre la drástica profecía y la realidad, mediante una
racionalización de la discrepancia. Pero también tenía que ocuparse Mrs. Keech de la amplia publicidad
que había recibido en la prensa, radio y televisión. Un modo de reducir la disonancia es buscar apoyo, en
los demás; si los demás nos dan apoyo o soporte social nos sentimos en mejores condiciones de
convencernos a nosotros mismos de que nuestra creencia era correcta. Mrs. Keech y los creyentes,
quienes eran muy poco dados a la publicidad antes de que la profecía fallase, buscaban de modo
insaciable la publicidad a partir del fracaso y llevaron a cabo campañas activas de proselitismo con el fin
de aumentar el número de gente que los apoyase. En caso de que uno sienta la tentación de reírse de la
expectación fallida de Mrs. Keech, es conveniente recordar que también los psicólogos sociales sufren la
disonancia producida por expectaciones no confirmadas. En 1960, Hardych y Graden (1962) investigaron
un grupo de testigos de Jehová que había profetizado un desastre nuclear general para el 15 de agosto.
El desastre no ocurrió, pero tampoco buscó el grupo soporte social para sus creencias a través de la
publicidad. Otros profetas de la ruina, completamente desconectados de la realidad, sufren
aparentemente poca disonancia cuando sus expectaciones no se confirman. Thomas Beverly, rector de
Lilley, en Hertfordshire, Inglaterra, en el siglo XVII era totalmente inmune a la disonancia cognoscitiva. En
1695 escribió un libro en el que predecía que el mundo se acabaría en 1697. En 1698 escribió un
segundo libro en el que se lamentaba de que el mundo se hubiese acabado en 1697, sin que nadie se
hubiese dado cuenta de ello. Es evidente que la no confirmación de una expectación pueda tener como
consecuencia una variedad de reacciones, de las cuales no todas tienen como fin una reducción de la
disonancia. Parece ser que la gente de Hertfordshire tiene una cierta tendencia a la profecía. Una
sociedad religiosa publicó un aviso en el periódico local el lunes 9 de diciembre de 1958: "El mundo se
acabará definitivamente el miércoles 11 de diciembre, a las nueve de la mañana en punto. Un relato
completo será publicado en este periódico el viernes siguiente..."
Consentimiento forzoso y justificación insuficiente
Imagínese usted sujeto en una experiencia en la que pasa más de una hora llevando a cabo una
tarea extremadamente molesta y aburrida, tal como trazar una cruz sobre los números cinco y siete en
una columna de cifras. Suponga que después de esta tarea monótona el experimentador le ofrece un
dólar si le ayuda a mentir a propósito de la tarea al sujeto que espera su turno para participar en la
experiencia. La mentira consiste en decir al siguiente sujeto que la tarea es extremadamente interesante.
Si usted acepta hacerlo ¿su actitud personal con respecto a la tarea será afectada por su conducta?
Festinger y Carlsmith (1959), quienes llevaron a cabo una experiencia al respecto, supusieron que si se
induce una persona a que diga o haga algo opuesto a su actitud personal (por ejemplo, decir que algo es
interesante cuando en realidad piensa que es aburrido), dicha persona experimentará sentimientos de
disonancia. Un modo de reducir la disonancia es modificar las actitudes con respecto a la tarea, de modo
que se vuelvan acordes con el acto, es decir, comenzar a pensar que la tarea es en realidad muy
interesante. El interés principal de Festinger y Carlsmith estaba en el efecto de la recompensa monetaria
ofrecida para llevar al sujeto al acto disonante de mentir. Compararon las actitudes de los sujetos con
respecto a una tarea aburrida en dos grupos de sujetos. A un grupo se le ofreció un dólar por decir la
mentira; al otro grupo se ofreció una recompensa fabulosa de veinte dólares. La hipótesis de los autores
fue que si una persona recibe veinte dólares por decir una mentira se produce muy poca disonancia entre
su acto y su creencia, porque puede racionalizar que veinte dólares es una suma que no puede
despreciarse y, en consecuencia, puede continuar considerando la tarea monótona, pesada y aburrida;
pero si recibe solamente un dólar por hacer algo indebido, puede sólo tratar de reducir sus sentimientos
de disonancia racionalizando que quizás la tarea fuese muy interesante. De acuerdo con su hipótesis,
Festinger y Carlsmith encontraron que los sujetos a quienes se les dieron veinte dólares en recompensa
por decir la mentira mostraron menos actitudes positivas con respecto a la tarea que los sujetos que
recibieron un dólar. (Véase Fig. 6.2.).
El principio de disonancia lleva al postulado paradójico de que si se dan a una persona muy pocas
compensaciones para que se comprometa en una conducta que discrepa de sus actitudes, la subsecuente
actitud de reducir la disonancia mediante el cambio será mayor que si se ofrecen compensaciones
elevadas. Este postulado ha provocado una cantidad considerable de controversias y se ha tratado de
interpretar los hallazgos de Festinger y Carlsmith en función de la sospecha, la angustia, la incredulidad y
el resentimiento que despierta en un estudiante de preparatoria el ofrecimiento de veinte dólares por decir
una pequeña mentira.
Figura 6.2. Evaluación del agrado que proporciona una tarea aburrida después de mentir diciendo que es atractiva. A mayor
recompensa por decir la mentira corresponde una menor evaluación. Los sujetos del grupo control simplemente realizaron la tarea aburrida.
(Según L. Festinger y J. M. Carlsmith, Cognitive consequences of forced compliance. En Journal of Abnormal and Social Psychology, 1959,
58, 203-210.)
Las consecuencias negativas imprevistas, las expectaciones no confirmadas por la realidad y la
justificación insuficiente de un consentimiento forzoso, constituyen tres fuentes de incoherencia de las
que se ha ocupado la teoría de la disonancia. La recepción o percepción de informaciones que
contradicen conocimientos anteriores, es otra fuente de incoherencia cognoscitiva. En el próximo capítulo
veremos que en la toma de una decisión que implica una elección entre dos alternativas igualmente
apreciadas o despreciadas, el individuo experimenta a menudo la molestia de la disonancia. Puede tratar
de reducir esta disonancia posterior a la decisión mediante la búsqueda de informaciones consonantes
con su elección. Si ello es útil, puede escoger el exponerse de igual modo y alternativamente a
informaciones disonantes y consonantes con la alternativa elegida, pero será más crítico con el material
disonante (Feather, 1963).
La balanza, la congruencia y la disonancia son tres versiones del principio de coherencia. Las tres
participan del supuesto de que las percepciones, las acciones y las actitudes mantienen relaciones
estrechas y armoniosas unas con otras. Cada una de las versiones de importancia a la estructura de los
elementos de la actitud y se interesa en el modo como la desarmonía en la estructura induce un cambio
en el sistema. La importancia de estas teorías para el estudio del cambio de actitudes estriba en la
comprensión de cómo los nuevos elementos de información, que producen un trastorno en el sistema de
actitudes, ponen en movimiento un conjunto de procesos, los cuales, a su vez, conducen a una
restauración de la coherencia y de la armonía del sistema. Las teorías de la balanza y de la congruencia
son las más limitadas en sus aplicaciones porque se ocupan de situaciones en las que se da una
desarmonía en los conocimientos y una discrepancia en la evaluación de objetos relacionados. La teoría
de la disonancia, por otra parte, es mucho más general en cuanto a campo de aplicación; se centra en las
discrepancias entre elementos de conocimiento y de acción como fuente de incoherencia y,
consecuentemente, tiene mucho más que decir acerca de los procesos cognoscitivos en general, además
de su competencia en el terreno del cambio de actitud. El principio de coherencia a pesar de ser un factor
importante en la dinámica de las actitudes, no es universalmente dominante; una alta tolerancia de la
ambigüedad, una inmunidad a las tensiones psicológicas y la preferencia por lo nuevo y lo complejo, son
factores que a veces restan importancia a la necesidad de coherencia.
LA INFLUENCIA SOCIAL: EL PROCESO DE CAMBIO DE
ACTITUD
¿Cuál es la influencia sobre un individuo de los intentos de otras personas o grupos de cambiar sus
opiniones? La influencia social no es un proceso uniforme y no sigue un principio único. Kelman (1961),
por ejemplo, ha distinguido entre tres modos tradicionales de abordar este problema: a) la influencia social
sobre los juicios y opiniones que resulta de las presiones a la conformidad, b) la influencia social que
resulta de la interacción en grupos primarios pequeños, tales corno la familia y el grupo de pares, y c) la
influencia social que se deriva de las comunicaciones persuasivas provenientes de fuentes prestigiosas.
La distinción de estos diferentes orígenes de influencia es importante porque cada uno tiene su base
psicológica específica y sus consecuencias especiales para el cambio de actitud. Para Kelman, cada uno
de estos tres modos de abordar el problema corresponde a un proceso de influencia social, con sus
propias características.
En primer lugar, en el proceso llamado consentimiento, el individuo acepta la influencia porque espera
obtener una reacción favorable de otra persona o grupo. En las situaciones cara a cara, en las que un
individuo sufre la presión del grupo para que acepte una opinión o un juicio contrario a lo que cree, el
acomodarse a la influencia se basa en un deseo de conformarse a las expectaciones de los demás para
obtener gratificaciones o evitar sanciones. Se trata aquí de un caso de consentimiento en el que se adopta
públicamente la opinión sin aceptación real interna. Tan pronto como desaparece la presión del grupo
sobre el individuo, éste vuelve a su opinión primitiva. Quizás el mejor ejemplo de este tipo de
consentimiento lo constituya la colaboración temporal de los soldados norteamericanos prisioneros de los
comunistas chinos durante la guerra de Corea.
Un segundo proceso de influencia se llama identificación, y ocurre cuando un individuo adopta las
actitudes de un grupo porque sus relaciones con la persona o el grupo le producen satisfacción y forman
parte de su auto-imagen. El pequeño grupo primario al que el individuo está afiliado, íntimamente ejerce
un tipo especial de influencia social. Muchas actitudes básicas tienen su raíz y su apoyo en estos grupos
y reflejan sus normas, valores y creencias. Se trata en este caso de una influencia social normativa
procedente de los grupos de referencia con los que la persona está íntimamente identificada. Las
interacciones en la familia son la fuente de las primeras y más fuertes influencias sobre las actitudes. Los
padres transfieren a sus hijos sus propias opiniones, prejuicios y preferencias, a través del proceso de
identificación, es decir, de apropiación de los atributos de otra persona. Las creencias políticas y
religiosas, los prejuicios y preferencias electorales, son muy homogéneos dentro de las familias. Junto
con la familia, la escuela aparece como una fuerza central y dominante en la socialización de las
creencias políticas e ideológicas en el niño. Aún durante los años de preparatoria, las normas del grupo
influencian el desarrollo de actitudes con respecto a importantes problemas públicos, como lo ha
mostrado el clásico estudio de Newcomb sobre Bennington (1958). Aunque tales actitudes son las
primeras y a menudo se aprenden con un alto grado de implicación emocional, se mantiene solamente
mientras la relación con los padres y pares es satisfactoria y gratificante. Las gratificaciones que
provienen de la aceptación de la influencia normativa, de adoptar la actitud "correcta" en el grupo,
incluyen el estatuto, el reconocimiento, el apoyo y la aceptación. Adherirse a las normas de grupo
proporciona también seguridad y la satisfacción de saber que no se está solo, que no se es la única
persona que sostiene tal actitud. Esto último constituye un factor importante en las opiniones que están
profundamente enraizadas en consideraciones de realidad y de definición social. El filósofo Santayana
(1922) expresó esta idea en su conocido aforismo: "El hombre es un animal gregario, y mucho más en su
mente que en su cuerpo. Quizás le guste caminar solo, pero odia que sus opiniones sean sólo suyas" (p.
174).
El tercer proceso de influencia social es la internalización. La información relativa a las actitudes está
contenida en comunicaciones persuasivas proporcionadas por fuentes veraces y dignas de confianza. Se
acepta la influencia porque los aportes persuasivos cuadran con el sistema de valor del individuo y
producen satisfacción intrínseca. La idea central en este modo de considerar la influencia social es que
una opinión o una actitud se acepta cuando su adopción y expresión conduce a sentimientos actuales o
anticipados de satisfacción y de auto-aprobación.
Un grupo de psicólogos de la Universidad de Yale (Hovland, Janis y Kelley, 1953) se han dedicado a
la investigación experimental sobre las características de la fuente del mensaje, del mensaje trasmitido y
de la audiencia (receptor) y en el proceso de cambio de actitud, así como de las relaciones que existen
entre estas instancias. Estas variables son paralelas a la muy conocida fórmula de elementos de
persuasión: "quién dice, a quién lo dice, lo que dice y con qué efecto".
A continuación resumimos algunos de los hallazgos más importantes del grupo de Yale, para dar una
idea de la amplitud del trabajo llevado a cabo a propósito del proceso de persuasión. La fuente del
mensaje (el emisor) tiene más probabilidades de inducir un cambio de actitud si su credibilidad (su
honradez y autoridad en la materia) es alta; hasta un cierto punto, tendrá más éxito la fuente del mensaje
si solicita un gran cambio de actitud que si solicita un cambio pequeño. El modo en que se expresa, se
organiza y se presenta una comunicación persuasiva es un determinante importante de su percepción. Si
una cuestión tiene dos opciones posibles, una comunicación que presente los pros y los contras de las
dos opciones será más eficaz que una comunicación en la que sólo se considera una de las dos opciones,
puesto que la primera "inmuniza" al receptor contra la propaganda contraria. Si, como es el caso en un
debate, se tienen que comunicar dos puntos de vista opuestos, la comunicación más eficaz es la primera.
Si los problemas son tan complejos que el auditorio no está en posibilidad de sacar por sí mismo la
conclusión deseada, la comunicación será más eficaz si se saca en su lugar la conclusión. Las referencias
emocionales que despiertan miedo o agresión son más efectivas con la gente ignorante, de poca
inteligencia, que con gente bien formada, pero pueden tener un efecto contrario y llevar a reacciones de
defensa que impiden la aceptación del mensaje. Finalmente, algunas personas son más fáciles de
convencer que otras. En general, las mujeres son más fáciles de persuadir que los hombres; los individuos
socialmente aislados y la gente que sufre sentimientos de baja autoestima, son también muy sensibles a
la persuasión. El escuchar pasivamente a alguien y la lectura del mensaje, son menos eficaces que la
participación activa en la búsqueda y la improvisación de argumentos en favor de la actitud deseada. La
gente que experimenta éxito o recibe aprobación social por sus esfuerzos de participación o por la
posición que defiende en la comunicación, tiene más probabilidades de adoptar la nueva actitud que
quienes no reciben gratificación.
La psicología de la comunicación persuasiva tiene antecedentes en el arte de la retórica,
esencialmente arte de persuasión, que floreció durante los imperios griegos y romano. El mejor relato del
desarrollo de este arte es el tratado de Retórica de Aristóteles. Se advierte al orador político que aconseje
lo que parece ser bueno. Debe comprender el auditorio, saber lo que provoca la ira, la admiración, la
vergüenza. Se prefiere la claridad, aunque se permite adornar el discurso con metáforas y figuras
expresivas. El trabajo del grupo de Yale sobre el proceso de persuasión se ha considerado como un tipo
de retórica científica a causa de su semejanza con el arte antiguo de propagar opiniones y de sus
fundamentos científicamente establecidos.
En esta breve discusión de la influencia social en el cambio de actitud se hizo una distinción entre tres
modos diferentes mediante los cuales la interacción social produce modificaciones de opiniones y
creencias, a saber: consentimiento a una presión directa, adhesión a normas de grupo por identificación,
e internación por parte del receptor de comunicaciones persuasivas en una relación social. En la mayoría
de las situaciones sociales es difícil distinguir la influencia de estos tres modos porque pueden funcionar
conjuntamente. La distinción conceptual, no obstante, es importante para el resultado de cualquier intento
de modificar actitudes. Uno de los problemas más desagradables en el área de la influencia social es la
corta existencia de algunos cambios de actitud. Una modificación de opinión aparentemente profunda
desaparece rápidamente después de la intervención tendiente a cambiar la actitud y el agente de la
influencia queda confundido con la muestra aparente de inestabilidad. El reconocer que la influencia
social está vinculada a diferentes conjuntos motivacionales ayuda a explicar la naturaleza precaria y la
corta vida de ciertos cambios de actitud y la relativa permanencia de otros. Las presiones hacia el
consentimiento y la conformidad, raramente pueden mantenerse por mucho tiempo. Por ejemplo, en un
campo de concentración de prisioneros de guerra, tan pronto como desaparece el control sobre el
individuo, éste vuelve a su opinión personal, una opinión que en realidad nunca desapareció. Las normas
de grupo relativas a las actitudes se siguen solamente mientras que la relación del individuo con el grupo
le satisface o mientras la tensión originada por la manifestación de una opinión diferente es intolerable. Si
el grupo pierde su utilidad para el individuo, o si se desarrollan relaciones hostiles, negativas, entre el
individuo y el grupo, la opinión orientada hacia y por la norma desaparece. Finalmente, el cambio de
actitud producido por una comunicación persuasiva de alta credibilidad persiste sólo en la medida en que
se mantienen los valores relacionados con la actitud. De acuerdo con el principio de la coherencia
cognoscitiva, la actitud se vuelve redundante y se descarta rápidamente si ella o algunos elementos en
ella se vuelven incoherentes con los valores fundamentales relativos a la cuestión. Un ejemplo de este
fenómeno lo constituye las grandes fluctuaciones y variaciones en las actitudes con respecto a la guerra
de Vietnam a medida que el público dispone de informaciones sobre el desarrollo y las consecuencias de
la guerra.
Los medios de comunicación social, radio, televisión y prensa, aunque a veces se les "desconecte"
cuando presentan algo desagradable, ejercen una influencia poderosa en el público. Esta influencia a
menudo no es directa, sino indirecta, a través de los líderes de opinión, gente clave, de status elevado en
la comunidad, particularmente atenta a los medios de comunicación de masa, que interpretan y transmiten
la información a su círculo de amigos y colegas. En lo que ha sido llamada "la doble cascada de la
comunicación", las informaciones e ideas fluyen de los medios de comunicación de masa a los líderes de
opinión de la comunidad local y del vecindario, y de éstos, de boca en boca, a los miembros ordinarios de
la comunidad. En el área de las actitudes y de las relaciones intergrupos, los contactos directos como los
que se establecen cuando los individuos viven o trabajan juntos, constituyen otro medio de modificar las
actitudes. Los contactos entre miembros de varios grupos, tales como aborígenes y blancos, tienen más
probabilidad de producir un cambio positivo de actitud cuando los contactos se realizan sobre una base de
estatus social igual; cuando se requiere un esfuerzo cooperativo para realizar una tarea conjunta, como en
las fuerzas armadas, en un buque o en una tienda por departamentos; y cuando el contacto se realiza
durante un período suficientemente grande como para que ocurran experiencias satisfactorias mutuas.
Quizás la forma más dramática y menos comprendida de cambio de actitud sea la conversión
instantánea que sigue a una experiencia poco común, desconcertante o dolorosa. Stagner (1948) ha
llamado este cambio de actitud "trauma" y ha ilustrado su dinámica refiriéndose a la atracción de
ciertos líderes rusos al comunismo. Tales casos de conversión instantánea, aunque poco habituales,
merecen una investigación profunda a causa de los conocimientos que pueden proporcionarnos
acerca del proceso de cambio de creencias. Otra ilustración del modo en que una experiencia breve y
dramática puede destruir la resistencia al cambio de actitud, la proporcionan los estudios de role
playing emocional y su utilización en la modificación de los hábitos de los fumadores. En una
experiencia de Janis y Mann (1965) se pidió a muchachas estudiantes de college, todas ellas
fumadoras, que adoptaran en una sesión de role playing el papel de un enfermo que sufre las
Figura 6.3. Efectos a largo plazo de un "role playing" emocional con respecto al hábito de fumar. Dieciocho meses después de
participar en la sesión de "role playing", las muchachas que desempeñaron el papel de enfermas de cáncer seguían fumando
menos que las muchachas del grupo control. (Según L. Mann e I. L. Janis, A follow_up study on the long-term effects of emotional
role playing. En Journal of Personality and Social Psychology, 1968, 8, 339-342.)
consecuencias dolorosas de fumar. El experimentador, en su papel de "médico", dio al "paciente"
ciertas "malas noticias"; un supuesto examen de rayos X reveló cáncer del pulmón y la intervención
quirúrgica inmediata se decretó necesaria. Durante el intercambio espontáneo entre el "médico" y el
“enfermo" se introdujo información angustiadora adicional sobre el dolor y los riesgos de la operación,
sobre el tratamiento post-operatorio y a propósito del cáncer del pulmón producido por el tabaco. La
experiencia fue tan inquietante y realista que la casi totalidad de las muchachas abandonaron o
modificaron drásticamente su costumbre de fumar, después de la sesión de role playing, y en un
control realizado durante dieciocho meses siguieron mostrando una disminución significativa de
consumo de tabaco (Mann y Janis, 1968). La eficacia a largo plazo del role playing emocional puede
verse en la figura 6.3, que muestra la disminución en el consumo de tabaco a lo largo de los dieciocho
meses que siguieron a la sesión.
Aun en los limites de un laboratorio es posible desarrollar situaciones de la vida real que
comprometen al individuo y provocan cambios impresionantes de actitud y de conducta.
RESUMEN
Hemos visto en el capítulo dos clases diferentes de estructuras de actitudes. La estructura
intraactitud, formada por los componentes cognoscitivo efectivo y comportamental, tiende a la coherencia
en el sentido de que los componentes se apoyan unos a otros, aunque se vio que esto no es un principio
universal. Las discrepancias que a menudo se observan entre los componentes afectivo y cognoscitivo
por una parte, y las tendencias conductuales por la otra, llevan el reconocimiento de que la conducta está
determinada, no sólo por las actitudes, sino también por factores externos del medio social. Las
discrepancias que existen entre los tres componentes representan, un factor que provoca una presión al
cambio de actitud. Vimos esto en la demostración de que una modificación en uno de los componentes,
bajo hipnosis, induce una modificación subsecuente en otro componente para restaurar la cohesión
interna (Rosenberg, 1960). La estructura interactitudes es la agrupación de un conjunto de actitudes
relativas a un conjunto de objetos sociales relacionados entre sí. A causa de su interrelación se llama al
conjunto de actitudes un "sistema cognoscitivo" y en éste, de nuevo, existe la necesidad de preservar y
restaurar la coherencia entre los elementos, cuando se produce una discrepancia. Se discutieron las
variantes de un principio de coherencia fundamental: el modelo de la balanza de Heider, el principio de
congruencia de Osgood y Tannenbaum y la teoría de la disonancia cognoscitiva de Festinger. Las tres
versiones tienen sus implicaciones en lo que respecta a la comprensión del cambio de actitud porque la
nueva información que produce un trastorno en el sistema pone en movimiento una serie de intentos
activos de restaurar la coherencia, a menudo mediante el cambio de actitud. Otro determinante importante
del desarrollo y del cambio de actitudes lo constituye la función de satisfacción de necesidades y
motivaciones básicas que desempeñan las actitudes sociales. Siguiendo la teoría de Katz (1960) se
distinguieron cuatro funciones: adaptación, expresión de valores, conocimientos, y ego-defensa. Esta
última función tiene una importancia particular en el desarrollo de prejuicios. Las diferencias conceptuales
entre las funciones, aunque no siempre puedan ser observadas en la práctica, indican que para que un
método de cambiar actitudes tenga éxito debe tenerse en cuenta la necesidad a que la actitud está
sirviendo y a esa necesidad habrá que orientarse. En el análisis del papel jugado por la influencia social
en el proceso de cambio de actitud se distinguieron, siguiendo la teoría de Kelman (1961), tres tipos de
influencia: la influencia que se origina en las presiones tendientes a la conformidad (consentimiento); la
que se deriva del establecimiento de normas en los grupos primarios pequeños (identificación); y la que
proviene de comunicaciones persuasivas procedentes de fuentes dignas de confianza (internalización).
De nuevo la distinción conceptual tiene sus implicaciones en lo que respecta al mantenimiento y a la
duración de un cambio de actitud producido por las diferentes fuentes de influencia. La conclusión más
importante de este capítulo es que las actitudes no se desarrollan ni se cambian sobre la base de un
principio único y uniforme. Todos los problemas mencionados en la discusión deben ser tomados en
cuenta; las propiedades estructurales de la actitud, las bases funcionales de la actitud y el tipo de
influencia social responsable de su formación inicial y lo que respecta a su mantenimiento.
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