¿A quién pertenece la renta diferencial de la tierra? Abraham Leonardo Gak1 La razón originaria que desata el actual conflicto entre el gobierno y entidades representativas de los propietarios agrarios es el debate sobre la pertinencia de que el estado se apropie de parte de la renta de la tierra. Como es bien sabido, el valor final de la producción agraria está dado por la inversión de capital, el salario del personal empleado, los impuestos, la retribución al trabajo del propietario, el costo de los insumos utilizados, el riesgo que presuponen diversos factores (clima, plagas y otros hechos aleatorios) y la renta diferencial de la tierra. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de la renta diferencial de la tierra? Según nos dicen las enseñanzas de David Ricardo es la renta que percibe el terrateniente por el uso de las “energías originales e indestructibles del suelo”. La diferencia entre calidad de los suelos, climas, distancias, determinarán la diferencia entre las rentas. A medida que se extiende la frontera de explotación, el mayor costo de producir en esas tierras redunda en rentas más altas para las tierras más fértiles. El debate de fondo es quién es el dueño de esa renta diferencial. Si bien la producción agraria supone aportes de capital y trabajo, la tierra –así como el agua y las particulares condiciones climáticas– es preexistente al hombre y su trabajo y, por lo tanto, debe considerarse patrimonio de la sociedad; a mi entender, debe merecer un tratamiento similar al de los bienes no renovables, como los hidrocarburos y los derivados de la explotación minera. En función de este razonamiento, la apropiación de la renta diferencial de la tierra por parte del estado es legítima, tal como lo es la renta petrolera. Recordemos que en la actualidad la exportación de petróleo tiene un techo de U$S 42 por barril y el remanente –de aproximadamente U$S 85 a los valores de hoy– es apropiado por el estado. Esta política de gobierno no ha sido puesta en cuestión por ningún sector, ni aun por quienes hoy demandan porque afecta sus intereses particulares. Por lo contrario, 1 Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires aceptan, y consideran justo, que parte de estos recursos sea destinada a subsidiar en buena medida sus insumos, especialmente los combustibles. Si seguimos esta lógica, es el estado quien participa a los productores de esa renta diferencial y no a la inversa. De ahí que sostengamos que las llamadas retenciones no son un impuesto, sino que integran las políticas de equidad y redistribución de la riqueza, entre ellas las que desacoplan los costos locales de los productos primarios de los internacionales. No está demás señalar que estamos hablando de las políticas estatales de regulación del comercio exterior y, por lo tanto, deberíamos reemplazar el término retención por el de derecho de exportación que, en otros casos, se presenta bajo la forma de una política de cambios múltiples. Por la misma acepción de renta diferencial de la tierra expuesta, considero un error, luego subsanado, no haber tomado en cuenta las circunstancias de pequeños productores y propietarios de tierras que, por su ubicación y rendimiento, obtienen menor rentabilidad que las situadas en las tierras más fértiles y, en consecuencia, diferenciar la apropiación estatal. Otro elemento a considerar –por cierto de no menor importancia– es que el salto notable en el rendimiento económico de la producción agraria en la Argentina a partir de mediados de 2002 no se debió a la incorporación de nueva tecnología posterior a esa fecha ni al esfuerzo personal sino a las consecuencias de la histórica devaluación del peso y a la pesificación asimétrica, cuyo costo lo pagaron millones de argentinos arrojados a la pobreza y la indigencia. Demás está señalar que el incremento de los precios internacionales mejora a límites difícilmente imaginables el rendimiento económico de las explotaciones, lo que agrega un argumento a la legitimidad de la imposición de los derechos de exportación. Quienes hoy reclaman muestran mejoras sustantivas en su calidad de vida y en la valorización de sus propiedades. La cuestión es determinar cuál es el límite de lo que en justicia les corresponde.