En torno al sobrenombre de Paracelso

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Reseñas
Y es que en la sociedad actual uno es un ignorante si no posee
conocimientos artísticos o literarios, pero no pasa nada si no
sabe qué es un neutrón, un catalizador o un copolímero.
Esta recopilación puede considerarse como una obra de
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referencia que facilita un uso uniforme en nuestra lengua de
los términos empleados en las distintas ramas de la química.
No tengo ninguna duda de que el Compendio será de gran
ayuda para conseguir todos estos objetivos.
En torno al sobrenombre de Paracelso
Justo Hernández
Universidad de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife, España).
Sabemos que Paracelso (1493-1541) se llamaba realmente Felipe Aureolo Teofrasto Bombasto de Hohenheim, rama ilegítima
de la gran familia de los Hohenheim. En su bautismo recibió los nombres de Felipe Teofrasto. El segundo nombre se refiere
al gran botánico y sucesor de Aristóteles al frente del Liceo. Esto indica que su padre ponía grandes esperanzas en su hijo.
Siempre tendrá mucho cariño a este nombre y cuando le llamen sus contemporáneos, años más tarde, Lutherus medicorum,
responderá: «no soy Lutero, soy Teofrasto». El término bombastisch sólo más tarde será asociado a la exaltación de Paracelso. El adjetivo alemán bombastisch significa ampuloso, rimbombante, aquello que atañe a la hinchazón en el lenguaje;
y realmente, se trata de un epíteto que encaja muy bien con su personalidad. En relación con Aureolus, se cuenta que se lo
puso su padre por el color dorado de su cabello. Se trata del diminutivo de aureus, es decir «doradito». También le gustaba, y
lo usaba junto con el de Teofrasto para distinguirse del discípulo de Aristóteles. Aunque las malas lenguas sostienen que fue
porque sabía poco latín y, al leer en un texto exstant aureoli Theophrasti libri, pensó que era uno de los nombres de Teofrasto
y no un adjetivo, como en realidad es.
En un escrito político-astrológico titulado Practica y publicado en 1529, aparece por primera vez el pseudónimo Paracelsus. Mucho se ha hablado del origen de este apodo. A ciencia cierta, no sabemos si fue un sobrenombre creado por él o un
mote que los demás le pusieron. Porque es verdad que, cuando habla de sí mismo, de ordinario se nombra como Teofrasto.
Para algunos sería Paracelso la latinización de Hohenheim (casa en lo alto). Sin embargo, aun significando el adjetivo latino
celsus elevado, el término pará es griego, no latino, y no significa ni «sobre» ni «más allá de». Según otros sería «sobre
Celso», «más allá de Celso», por encima de Celso. Pero esto no cuadra; o Paracelso lo tradujo mal o lo vertieron mal sus
oponentes o sus discípulos. Porque «sobre Celso» sería Epicelso en griego, en latín Supracelso o Supercelso. Sin embargo,
si traducimos bien la preposición griega pará, que quiere decir «al margen de», praeter en latín, ese nombre sí encaja a las
mil maravillas con nuestro autor: está al margen de Aulo Cornelio Celso, el gran enciclopedista romano del siglo i, autor de
la obra De medicina, que supone una importante sistematización conceptual y terminológica de la medicina hipocrática y
alejandrina.* De hecho, la gran mayoría de los términos médicos latinos que hemos heredado proceden de Celso. Y uno de los
más famosos es inflammatio. En efecto, Paracelso está al margen de la medicina de escuela, oficial, convencional, académica,
esto es, es un outsider del galenismo.
Esta interpretación que defendemos de su sobrenombre nos lleva a sostener también un extremo que no ha sido suficientemente señalado por la historiografía paracélsica. En efecto, al estudiar su obra se ha hablado siempre de ruptura, de rebelión
frente al galenismo. Sin embargo, estos términos no proporcionan más que una visión superficial y vulgarizante de la cuestión
paracélsica; pues para que se produzca una «rebelión a bordo», primero hay que haberse enrolado en el barco, hay que estar
a bordo, en cubierta. Para que haya una verdadera ruptura, habrá tenido que existir previamente una comunión doctrinal,
una afinidad de ideas. Pues bien, Paracelso —y puede verse claramente después de la lectura atenta de sus libros— nunca se
embarcó en el galenismo, nunca se sintió identificado con la medicina académica, oficial, convencional. Nunca perteneció
verdaderamente a ese mundo, ni de facto ni de iure. Podríamos decir que su crítica frontal al galenismo la hace ab extra, en
cuanto outsider o, mejor todavía, en cuanto offsider.
* Agradezco el análisis filológico-semántico de estos términos, que me ha proporcionado el profesor Luis Miguel Pino.
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Panace@. Vol. VI, n.o 21-22. Septiembre-diciembre, 2005
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