BREVE CRÓNICA DE MIS MANOS - Cuenteros, Verseros y Poetas

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BREVE CRÓNICA DE MIS MANOS
S
andra Hudson era mi noviecita fueguina argentina, hija de fueguinos
chilenos, con nombre de actriz de Holywood.
Un día caminábamos por su ventosa playa riograndense.
Queríamos llegar hasta la Misión Salesiana, pero a la altura del Cabo
Domingo nos detuvimos. Me contó que en los siglos pasados, los
estancieros ingleses pagaban a matones sureños, para que emborrachen
a familias enteras de onas y los desbarranquen desde la cima para poder
apropiarse de sus tierras.
Sandra, como todas las chicas fueguinas de esa época, era arisca a
formalizar un verdadero noviazgo con los del continente, especialmente si
venían de Buenos Aires. Al igual que sus amigas, decía que los porteños
viajaban al Sur para hacer dinero y luego de conquistarlas las ahogaban
en un mar de lágrimas; y creo que realmente no le erraba en nada. Pero
Sandra Hudson, con su piel fueguina de porcelana y sus largos cabellos
azabaches que le llegaban hasta su cintura, mitad brujita mitad india, me
quería igual.
En un momento de la marcha adolescente que emprendíamos por la
arena, me tomó de las manos, y mirándome a los ojos, me confesó un
secreto que yo ya conocía:
– ¿Sabés que algunas mujeres, además de fijarse en las partes de los
hombres que más las calientan, también reparan en sus manos? –
Manifestó muy maduramente.
– ¿A sí? –Respondí ingenuo – ¿y por qué?
– Para saber si trabaja y nos puede mantener –y se mató de risa.
Luego me abrazó y nos besamos.
– ¿Y si labura de médico o en una oficina? –Pregunté lógicamente.
– Esos, no me atraen.
Tomó mis manos, las besó y comenzó con la palma de la derecha:
– Me gustan las manos grandes… ¿Éste corte?
– Te voy a defraudar, pero ese no me lo hice trabajando, mi amor. Fue
una lata se sardinas en Martín García –.Y ella sonrió.
Se fue a la zurda y descubrió ese viejo y desteñido tatuaje entre mis
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callos:
– ¿Ves lo que te digo? –Comentó Sandy.
– ¿Te gustan los tatuajes, Sandra?
– Sí. Pero más me gustan tus callos. Eso habla bien de vos, además
me ratonean. Tomá, esto es para vos, me lo dio mi viejo, se lo robó
de la estancia María Bhety cuando trabajaba ahí de capataz. –Sandra
se sacó un raro anillo, y a fuerza de lengua y saliva, me lo clavó en el
meñique de la zurda, despertando un fuego que sólo se extinguió
dos horas después bajo una gruesa frazada mapuche.
Esa fue la última vez que le hice el amor. A la mañana siguiente me
despedí de Tierra del Fuego, volando desde Ushuaia hasta Río Gallegos,
para emprender un largo viaje a dedo por la Ruta 3, al Norte. Durante el
viaje pensaba: “ciertamente, las chicas fueguinas tienen razón”.
Amanecía en un tren de Buenos Aires, los años pasaron lentamente y
mis manos ya no eran las mismas. Estaban todavía más grandes. Y entre
arrugas con sabor a sal y el cuero color león; entre más callos y más
cicatrices, se lucía circularmente Sandra.
Una de esas jóvenes gitanitas rumanas que vinieron en la época de
Menem, estaba adivinando la suerte arriba del vacío vagón. Se me acercó
y tomó mis manos:
– Tus heridas dicen más que tus líneas, witonu.
– Pues entonces adiviná, muieria – le propuse. Las besó, y al igual que
mi Sandra comenzó por la derecha, pero acertando en una nueva
herida:
– Éste, es un puntazo que te propinó un Vitorinaux filetero en un barco
noruego.
– Es verdad –exclamé todavía algo escéptico. Después la volvió a
besar y se fue para la mano donde vivía Sandra, la cual también
besó. Otra nueva cicatriz se lucía fea entre la joya:
– Y ésta, es el recuerdo de un machetazo en un pesquero japonés,
buen hombre–. Vaticinó la rubia gitanita rumana. Ahora sí, logrando
paralizarme con hechizo gitano.
Al momento que la formación detenía la marcha en la estación de
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Belgrano R., entrelazó sus dedos con los míos y giró ambas manos sin
sacarme de encima esos ojos verdes Rumania, y entre mechones
rubios Europa, retrocedió marcha atrás, al tiempo que explicaba:
–
Tu línea de la suerte es demasiado corta, hombre tonto.
Aún hechizado y sin capacidad de reacción, vi como las puertas se
cerraron, quedando ella sobre el andén. Miré mi mano para ver si Sandra
aún vivía, pero sólo hallé su desnudez entre un desteñido tatuaje con feas
cicatrices y laboriosos callos, enjugada en escurridiza saliva.
Entre una sonrisa plagada de dientes y mechones dorados, enmarcada
con aros y pañuelos colorinches, asomaba en la punta de su tramposa
lengua, el anillo peregrino, de la sureña y desdichada, María Bhety.
FIN
EL CHUZZO
Julio 2012.
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