Misterio de la simplicidad

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Año II Nº 79
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Misterio de la
simplicidad
En el año 180, al preguntarle qué era el cristianismo, el
mártir Speratus le respondió al cónsul Saturnino: “Si lograras
mantener los oídos atentos, te revelaría el misterio de la simplicidad”.
Aunque a menudo posteriormente nos hayan desconcertado argumentos complicados, “Misterio de la simplicidad” era la
expresión con la que inicialmente el cristianismo testimoniaba a
la Trinidad, al Dios-Comunión. El misterio trinitario manifiesta que
en nuestra historia ha entrado un Padre-Madre amoroso, que nos
ha entregado a su Hijo encarnado en nuestra miseria y nos infunde la fuerza y el entusiasmo del Espíritu vivificador. Leonardo
Boff lo ha sintetizado así:: “al Dios que está por encima de nosotros, y que es nuestro origen lo llamamos Padre; al Dios que está
con nosotros y se hace compañero de camino lo llamamos Hijo; y
al Dios que habita nuestro interior como entusiasmo y creatividad
lo llamamos Espíritu Santo…”. Y añade: “desde toda la eternidad,
Dios rebosa de ser, de amor y de comunión, como una fuente
misteriosa que solo existe en la forma de tres ríos realmente diferentes que transportan la misma agua y se llaman Padre, Hijo y
Espíritu Santo”. Hablar de nuestro Dios es hablar de ternura entrañable, de solidaridad a muerte y de aliento para vivir.
En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús
les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a
ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno
poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado. Y sabed que yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el
fin del mundo”. (Mt 28, 16-20)
Emailgelio 79 del 31 de mayo de 2015
Domingo de la Santísima Trinidad (B
Por eso, el teólogo del Concilio Vaticano II Karl Rahner
(1904-1984) dice que “la Trinidad misma acaece en nuestra existencia”. Y es que se pueden buscar y se encuentran en la creación y en nuestro caminar diario, “vestigios de la Trinidad”. La
persona es un “ser en relación”. Necesita unirse, amarse, comunicarse, dialogar, convivir, ayudarse, trabajar conjuntamente, tanto para crecer personalmente como para construir socialmente.
“Dios-comunión está siempre naciendo dentro de nosotros. Por
eso somos seres de comunión y un nudo permanente de relaciones”, dice también Leonardo Boff.
Es sintomático y significativo el hecho de que, según los
muchos trabajos sociológicos que se han hecho estos últimos
años sobre la juventud, las instituciones que hoy día inspiran más
confianza a los jóvenes son las que están basadas en relaciones
interpersonales. Las que tienen un componente autoritario y jerárquico son las que menos confianza suscitan, mientras que la
aceptación de una determinada institución va creciendo según
aumente su dimensión democrática y su cercanía a la vida cotidiana. Y, en este sentido, dos instituciones ampliamente aceptadas, porque en ellas existen esas relaciones interpersonales, son
la familia y el grupo de amigos.
Juan Pablo II, en su primera visita a América Latina en
1979, dijo en Puebla: “la naturaleza íntima de Dios no es soledad,
sino comunión, porque Dios es familia; es Padre, Hijo y Espíritu
Santo”.
Ignacio Otaño SM
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