El amor de Dios para el mundo Fiesta de La

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Fiesta de La Santísima Trinidad - Ciclo A
Junio 15 de 2014
“Bendito eres, Señor, Dios. En tu santo y glorioso templo,
digno de todo honor y de toda gloria por siempre”
Dn 3, 52-53
Ven Espíritu Santo,
Dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén.
Cardenal Verdier1
Juan 3, 16-18
El amor de Dios para el mundo
16»
Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino
que tenga vida eterna. 17Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo
por medio de él. 18»El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado por no creer en el Hijo único de Dios.
1
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Algunas preguntas para comprender el texto…
¿Por qué dio Dios al mundo a su Hijo único? ¿Para qué Dios envió a su Hijo al mundo? ¿El que cree en el Hijo
de Dios está condenado?
Algunas pistas para comprender el texto…
Padre Daniel Kerber
Después de celebrar la Pascua y Pentecostés, la Iglesia nos invita a adentrarnos en el misterio que
celebramos: el Padre envió a su Hijo que se hizo carne por nosotros, fue crucificado, murió y resucitó, y nos
envía su Espíritu. En definitiva, nuestra fe es una fe trinitaria. Creemos en un solo Dios, que es Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Si bien, la enseñanza sobre la Trinidad tiene su fundamento en la Biblia (ver la fórmula trinitaria en 2 Co
13,13, en la segunda lectura), la palabra Trinidad, o la enseñanza de un solo Dios y tres personas, es fruto de
la reflexión y oración en la tradición posterior de la Iglesia.
El texto que nos propone hoy la liturgia es parte del diálogo de Jesús con Nicodemo que marca la dinámica
de todo el obrar de Dios: “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree
en él no muera, sino que tenga vida eterna”.
Estas palabras comentan el versículo anterior (3,15) en donde se presenta al Hijo del hombre “levantado”,
que en el Evangelio de Juan significa tanto “crucificado” (levantado en la cruz), como ensalzado.
El designio de Dios se presenta como un plan gratuito en que nos “da” a su Hijo. Este “dar” (literalmente
“entregar”) significa tanto el envío al mundo, como su entrega hasta la muerte, un don de amor que no se
guarda nada. Pero este don de Dios pide de parte del hombre ser recibido. Esta acogida es la fe: “todo el que
crea en él…”, y el fruto de este don de Dios acogido en la fe es la vida: “tenga vida eterna”.
Dios ha amado al mundo, que aquí representa a toda la familia humana, y el don del hijo es un don de
salvación: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él”.
La humanidad con su pecado, había levantado una barrera que la alejaba de Dios; y estar lejos de Dios que
es la vida, es estar en la muerte. Ésta barrera y ésta muerte es destruida por la entrega del Hijo y así somos
salvados, y entramos a la comunión de vida que el Padre nos da en el Hijo por el Espíritu Santo.
Si la humanidad permanece en su oscuridad de no fe, incurre en el juicio, en la condena, porque la salvación
nos llega por la fe.
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El Santo Juan Pablo II, escribió en su papado la Carta Apostólica "Novo millennio ineunte" (Al comienzo del
nuevo milenio) y la presentó el 6 de enero del año 2000. Aquí, dos apartes que nos llevan a meditar
elementos que surgen en la celebración de la Fiesta de la Santísima Trinidad.
El primer elemento que destacamos es la Santidad:
“Descubrir a la Iglesia como « misterio », es decir, como pueblo « congregado en la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo », llevaba a descubrir también su « santidad », entendida en su sentido fundamental
de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el « tres veces Santo » (cf. Is 6,3). Confesar a la Iglesia
como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para
santificarla (cf. Ef 5,25-26). Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado.
Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: « Ésta es la voluntad
de Dios: vuestra santificación » (1Ts 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: « Todos
los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección
del amor ».”
Un segundo elemento, es la Comunidad:
“Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la
Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que
están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe
en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como « uno que me pertenece », para saber compartir
sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una
verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que
hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mí », además de ser
un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber « dar
espacio » al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones
egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza
y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos
de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de
expresión y crecimiento.”
Ahora preguntémonos:
¿Reconozco al que es tres veces Santo? ¿Camino en la Santidad que me fue entregada el día de mi bautismo?
¿Me uno a la oración de unidad de la Iglesia? ¿Aporto en la vida de la comunidad a la que pertenezco?
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¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad,
único y eterno Dios!
A ti, Padre omnipotente,
origen del cosmos y del hombre,
por Cristo, el que vive,
Señor del tiempo y de la historia,
en el Espíritu que santifica el universo,
alabanza, honor y gloria
ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
San Juan Pablo II
Padre, Hijo y Espíritu Santo… tres personas que me aman, un solo Dios a quien adoro,
ayúdenme a crecer en fe para entender este magnífico misterio.
Mi familia es reflejo de la Santísima Trinidad, pondré atención en esta similitud de amor y de comunidad,
haciendo, en un momento oportuno, una oración para que sea Dios quien reine en medio de nosotros.
"Cualquiera que esté unido con una de estas Tres Personas, por este mismo hecho
está unido con toda la Santísima Trinidad, porque su unidad es indivisible."
Santa Faustina
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