María, Salud de los enfermos

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Materiales para la educación en la fe
María, Salud de los enfermos
La mujer se hizo salud
Día del Enfermo 1999
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En el Día del Enfermo del presente año nos centramos en la figura de María, salud de
los enfermos. Es una advocación de larga tradición cristiana, pero que al mismo tiempo -como
todo dentro de la Iglesia- necesita de una profunda renovación. Esta renovación se logra, nos
dijo el Concilio, volviendo a las fuentes y estableciendo un diálogo evangelizador con el mundo
de hoy, en nuestro caso, con el mundo de la salud y de la enfermedad.
En primer lugar, es preciso volver a las fuentes. En el Nuevo Testamento la figura de
María aparece siempre muy cercana al cuidado de la vida. La vinculación de María con la salud
de los enfermos y, más en general, con el mundo del sufrimiento y de la enfermedad, hunde sus
raíces en el mismo Evangelio. Ante cualquier mirada limpia, ella aparece siempre cercana a la
vida de cada día y a sus vicisitudes, sensible ante todo sufrimiento, compartiendo los gozos y las
esperanzas, las alegrías y las tristezas de los hombres.
Como mujer creyente y como madre de Jesús, María encarna actitudes, que cobran una
singular actualidad en nuestra sociedad secularizada y tecnificada: la capacidad de acompañar,
la presencia discreta, la sensibilidad hacia cuanto acontece en quien sufre, la intuición para
comunicar con el mundo interior del enfermo, la valoración positiva de las cosas pequeñas y del
gesto diario, la ternura, la generosidad desde el sufrimiento propio, la esperanza, la entrega
confiada a Dios y la acogida de su voluntad.
En la historia de Occidente, las mujeres, también dentro de la Iglesia, han ocupado un
lugar de relieve en la asistencia a toda clase de enfermos. Ellas simbolizan valores que, aunque
no poseídos en exclusiva, las distinguen en la promoción de la salud y en el servicio a los
enfermos.
Con estos materiales de educación en la fe pretendemos:
* Profundizar -en clave de renovación- en la figura de María, a la que invocamos como
Madre de la Salud y como modelo de servicio. Aceptando el plan de Dios sobre su vida y
declarándose sierva del Señor, muestra a todos los creyentes el camino de una relación con
Dios sana y filial.
* Celebrar, en María, todos los valores más directamente encarnados por las mujeres,
plasmados en la historia de la Iglesia y de la sociedad, y hoy activamente presentes en el mundo
de la salud y de la enfermedad.
* Ayudar a los enfermos y a quienes los cuidan a contemplar a María como madre aliada
de la vida, partícipe de la misión liberadora y sanadora de su Hijo y solícita ante todo
sufrimiento.
Los destinatarios de estos materiales son, en primer lugar, los enfermos y sus familias,
cuantos trabajan en el mundo de la salud y de la enfermedad, las parroquias y comunidades
cristianas, las asociaciones y movimientos marianos, los grupos de voluntariado, la sociedad en
general.
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1. En clave de renovación
A lo largo de la historia, la piedad popular (con sus luces y sombras) ha vinculado a
María con el mundo del sufrimiento humano. Se la ha percibido como mujer experta en dolores
y, al mismo tiempo, como madre que intercede por la salud integral de quienes la invocan.
"Especialmente desde el Sínodo de Éfeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María
creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación" (Concilio
Vaticano II, LG 66).
En Occidente se reconoce a María como salud de los enfermos, invocación que se hizo
popular gracias a las letanías lauretanas. Contemplando a María en su condición glorificada, se
comprende lo espontáneo que ha sido para los cristianos dirigirse a ella, seguros de que con
nadie encaja mejor lo que se dice en la carta de Santiago: La oración fervorosa del justo tiene un
gran poder (Sant 5,16).
La piedad popular y nuestra propia experiencia acreditan la espontaneidad y la fe con
que los enfermos se dirigen a María y confían en su intercesión. He aquí algunos ejemplos:
* "Acabo de vivir una durísima experiencia de enfermedad y muerte, la de mi madre y la
de mi hermana. No hubo mejora alguna tras muchas oraciones. Recuerdo que mi madre me
preguntaba: '¿Por qué no me escucha la Virgen? Y si el Señor me ama, ¿por qué no hace nada
por mí? De todos modos, yo le amo igualmente'. Yo me preguntaba: ¿Cómo hablar de María
Madre de la Salud o de Jesús médico del cuerpo y del espíritu cuando mi reciente experiencia
no acredita estos títulos?" (P. Stefano de Fiores).
* "Recuerdo al Sr. José: cuando le despedíamos para ir al quirófano decía a su señora que le
diera la medalla de la Virgen del Remedio. Y dirigiéndose a mí, me dijo: Quiero que mi Virgen me
acompañe en el quirófano. No me la quitéis... Tampoco puedo olvidar a la Sra. Esperanza: dada de alta
del hospital, vino expresamente a verme para entregarme la estampa de la Virgen de la Salud que se
venera en el santuario de su pueblo, y de la que tanto me había hablado durante los días de la
hospitalización. Me dijo: Es para usted. Yo cada día le rezo la oración que lleva escrita, y después la miro
un ratito. Mirándola encuentro consuelo y paz... Y así podría compartir vivencias y más vivencias. Yendo a
visitar a los enfermos, muy a menudo encuentras en su habitación la imagen de la Virgen. Y siempre la
encuentras en un lugar destacado, en un lugar donde la persona que está enferma puede dirigirle su
mirada fácilmente, su suspiro confiado" (Mª Dolors Sitjes i Vila).
* "Llevo veinte años casada. El primer año fuimos a Lourdes para que lo conociese mi
marido, pues mi madre era muy devota de la Virgen, a la que en varias ocasiones había acudido
a implorar la curación de una grave enfermedad: el último año que acudió a Lourdes, pidió a
María que la sanara, pues llevaba muchos años enferma, o se la llevase. El 11 de febrero
siguiente, fiesta de la Virgen de Lourdes, mi madre murió.
Desde aquella primera vez, volvemos cada año. Tras tres embarazos fallidos, fui
diagnosticada de un lupus eritematoso sistémico, que además de otros problemas me impedía
un nuevo embarazo, y con ello la posibilidad de tener un hijo. Comencé a pedir a la Virgen que
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intercediera para que -no sé cómo, pues para Dios no hay nada imposible- me ayudara a
convivir con mi enfermedad y me permitiera tener un hijo. Mi enfermedad está prácticamente
dormida, pues me encuentro fenomenal. Además, la Virgen me ha regalado en adopción dos
niños preciosos, mis hijos, pues me ayudó a vencer mis miedos y reticencias a la adopción. Hoy
somos una familia plenamente feliz. Y, por supuesto, seguimos yendo cada año a Lourdes para
rezar ante ella, darle gracias por todo y pedirle que nos siga ayudando como hasta ahora lo ha
hecho" (Gema López).
El problema consiste en realizar el necesario discernimiento y superar, en cada caso, la
distancia que pueda existir entre piedad y verdad. Como dijo Francisco Suárez en su tiempo
(+1617), "la piedad sin la verdad es débil, mientras que la verdad sin la piedad es estéril y
vacía".
María es invocada en la Iglesia con títulos muy diversos, como Abogada, Auxiliadora,
Socorro, Mediadora: "Lo cual ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la
dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador" (LG 62).
Siguiendo la doble inspiración del Concilio Vaticano II, podemos renovar nuestra visión
de María, salud de los enfermos. Para ello, por un lado, volvemos a las fuentes del Evangelio y
de la tradición viva de la Iglesia; por otro, establecemos un diálogo con el mundo de hoy (en
nuestro caso, con el mundo de la salud y de la enfermedad), considerando la situación de la
mujer en el mundo de la salud, así como las actitudes que humanizan el servicio a la salud y a
los enfermos.
2. Volviendo a las fuentes
Una de las características de nuestra humana condición es la particular destreza que
tenemos para complicar lo sencillo. Todo el misterio de Dios cabía para Jesús en una pequeña
palabra: "Abba", Padre; pero nosotros lo hemos complicado muchísimo. Con María ocurre algo
parecido. Dios pronunció su nombre en nuestra historia y los evangelistas lo dejaron resonar casi
intacto. La sobriedad de sus datos es como la caja sonora que ha permitido que María siga
vibrando limpiamente a través de los siglos.
María del Evangelio
Isabel la llamó bendita y dichosa (Lc 1,42.45); llena de gracia, había dicho el
ángel en la anunciación. Pero la devoción de los creyentes no podía contentarse con
eso y, a lo largo de los tiempos, mariólogos y poetas, pintores y escultores, orfebres,
músicos y plateros han derrochado para ella lo mejor de su imaginación creadora y de
la habilidad de sus manos. La Iglesia la ha coronado con dogmas y encíclicas y ha
puesto a sus pies consagraciones, oraciones y celebraciones litúrgicas.
Muchos cristianos de hoy, desde una sensibilidad diferente, se sienten con
frecuencia lejos de esa magnificencia que nos la ha arrebatado hacia una región
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etérea y distante, poblada de mayúsculas, de superlativos y de cabezas de angelitos
incorpóreos, como esos que rondan las peanas de las estatuas.
María, la humilde esclava del Señor (Lc 1,38), convertida en Celestial
Princesa. María disfrazada de gran señora en tantas imágenes que nos hacen olvidar
que ella sería hoy de las que van a lavar la ropa de una de esas señoras. El calificativo
"mariano" tomado en vano en tiendas de souvenirs, en agencias de viajes y en
rivalidades de cofradías. Los santuarios marianos teniendo que proteger con puertas
blindadas y alarmas los tesoros de la que tuvo que acogerse, en la presentación de su
niño en el templo, a la excepción que preveía la ley en favor de los pobres.
María educando a Jesús en Nazaret desde abajo y enseñándole a hacer la
experiencia de la libertad y de la gracia precisamente en la sujeción a las leyes lentas
y trabajosas del crecimiento humano (Lc 2,51-52), y nosotros empeñados en exaltarla
con grandes títulos con mayúscula, y tan desmemoriados, en cambio, para recordarla
en sus minúsculas: vecina de un pueblo de fama dudosa (Jn 1,46), sierva del Señor y
sirvienta de su prima embarazada (Lc 1,39), humillada por las sospechas sobre el
origen de su maternidad (Mt 1,19), desconcertada por la conducta y las respuestas
inesperadas de Jesús (Lc 2,50), despojada de todo privilegio de posesión sobre él (Lc
8,21), vencida junto a su hijo, fracasado y ajusticiado fuera de la ciudad (Jn 19,25)...
Y, sin embargo, son precisamente esas minúsculas las que la convirtieron en
Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Es sobre el polvo de esas minúsculas sobre el
que sopló el aliento de Dios; es con ese barro con el que sus manos modelaron la
vasija más bella; es la arcilla de aquella vida tan dócil, tan en la sombra, la que el
Padre transfiguró para que le guardase su mejor tesoro.
Ella, que estuvo más tiempo que nadie cerca de Jesús, asistió en silencio
contemplativo al cuajar de su personalidad y a los primeros pasos de aquella vida
extrañamente libre. Ella supo perder el miedo a desaparecer y a gastarse, según las
leyes de la sal y de la luz (Mt 5,13-16).
Dios se había arriesgado a entregarle su Palabra, hecha debilidad humana (Jn
1,14), y a entregarle también la palabra, porque iba a ser en las palabras sencillas de
aquella mujer con acento galileo donde iba a aprender su hijo a nombrar las cosas
elementales de la vida.
María fue tejiendo pacientemente en Nazaret el lenguaje humano del Verbo,
con la misma naturalidad con que cualquier mujer enseña a hablar a su hijo y se
convierte entonces realmente en madre. Sin embargo, la grandeza de María no le
viene de la sublimación de su función materna, sino de su relación con la Palabra (Lc
11,2-28).
María supo guardar la Palabra (Lc 2,51) y aceptar silenciosamente situaciones
que no comprendía (Lc 2,50). Supo retirarse sin decir nada, abriéndose a la novedad
de que Jesús consideraba "madre y hermanos" a todos los que escuchasen su
palabra (Mc 8,21) y supo permanecer silenciosa junto a la cruz, porque allí la palabra
definitiva era la del amor fiel llevado hasta el fin (Jn 19,25). Pero supo también
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discernir cuándo era tiempo de preguntar (Lc 1,34;2,48) y cuándo era tiempo de
intervenir y persuadir: No tienen vino...Haced lo que él os diga (Jn 2,4-5).
Por eso hoy podemos llamarla con alegría: María del Evangelio. Un Evangelio
que nacía entre sus manos cuando mezclaba la levadura con la masa para hacerla
fermentar, o cuando, al repasar un manto, explicaba por qué no le ponía un remiendo
de tela nueva. Un Evangelio que nacía cada noche en el candil que ella encendía y
colocaba bien alto para que alumbrase la casa entera. O cada vez que abría el viejo
arcón, que olía a espliego y a limpio, para buscar en él algo antiguo o algo nuevo. Y
Jesús aprendía, casi sin darse cuenta, a qué se parece el Reino.
Podemos recobrar también el talante evangelizador junto a ella, que caminaba
de prisa por los montes de Judea con la buena noticia dentro, para llevar compañía y
servicio, para llenar de alegría y de brincos de gozo a los dos primeros evangelizados
del Nuevo Testamento. María, que no entendía de desencantos ni de crepúsculos,
porque todo en ella estaba recién amanecido, como acabado de salir de las manos del
Creador, puede ayudarnos a sacudir el polvo cansado de nuestras sandalias, la fatiga
de nuestra agenda y de nuestro reloj.
Dolores Aleixandre
CUESTIONARIO
1. ¿Qué te sugiere la expresión: María, Salud de los enfermos?
2. ¿Crees que la devoción a María necesita renovarse? ¿Por qué?
3. ¿Qué gestos y actitudes de María te parecen más necesarios en el servicio a la salud y
a los enfermos?
- la capacidad de acompañar
- la presencia discreta
- la sensibilidad hacia cuanto acontece en quien sufre
- la valoración positiva de las cosas pequeñas y del gesto diario
- la ternura, la generosidad desde el sufrimiento propio
- la esperanza, la entrega confiada a Dios, la escucha de su Palabra, la acogida
de su voluntad...
3. La mujer, agente de salud
El servicio a la salud y a los enfermos, al menos en nuestra sociedad, es prestado
mayoritariamente por mujeres. Asimismo, gran parte de los servicios sanitarios que se prestan en
los hospitales son realizados por mujeres. La mujer es creadora de salud:
* en primer lugar, en el hogar: la mujer cuida de la higiene personal y de la vivienda, de
la alimentación, de la seguridad emocional de los miembros de la familia; ella afronta los
cuidados del embarazo, parto, post-parto y lactancia, presta cuidado preventivos, etc.
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* en segundo lugar, en relación con el sistema sanitario: relaciones administrativas,
médicas, farmacéuticas; aplicación doméstica de los tratamientos prescritos; acompañamiento y
cuidado de los enfermos ingresados; sustitución parcial del enfermo en sus papeles sociales.
* es importante el papel de la mujer en la redistribución de tareas y papeles dentro de la
unidad familiar en la frontera de la muerte y en los rituales de transición,
* asimismo, es fundamental la participación de la mujer como profesional del cuidado de
la salud, según el grado de formación y ejercicio profesional.
Algunos datos
Son muy escasos los estudios sobre el ámbito de la vida privada que es donde la mayoría
de las mujeres desempeñan su trabajo anónimo. He aquí algunos datos, referidos a España:
-
Según un estudio reciente en España son 12.500.000 las mujeres que trabajan como
amas de casa, y de ellas casi 3.000.000 que además trabajan fuera del hogar.
-
El 90% de los enfermos graves son cuidados en el hogar.
-
El 75% de los minusválidos físicos y psíquicos son atendidos por amas de casa.
-
Los ancianos, válidos o asistidos, internados en residencias son cuidados mayoritariamente por mujeres.
-
1.500.000 ancianos españoles son cuidados por sus familiares, casi siempre por
mujeres.
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Pero la mujer, el ama de casa, no sólo presta sus servicios y cuida al enfermo grave,
viejo o minusválido, sino también al enfermo psiquiátrico. No hay datos exactos,
pero estudios de familiares de enfermos mentales apuntan a que más del 85% están
con su familia.
-
Cuando se habla del gasto sanitario público, no se cuenta como aportación
económica a la seguridad social el trabajo de la mujer con los enfermos.
Desigualdad económica y educativa ante la enfermedad
Estos datos se agravan por una desigualdad importante entre diferentes sectores de la
población, que se traduce en:
•
desigualdad en el conocimiento y actitudes relativas a la salud y a su cuidado.
•
desigualdad en el acceso a las bases de la salud: alimentación, vivienda, trabajo,
educación, estilos de vida y riesgo de enfermar.
•
desigualdad en el cuidado no institucional de la salud.
Hoy se abren puertas a una economización de la salud. Los débiles económicamente se
llevan la peor parte.
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La asistencia sanitaria en femenino
Mientras los enfermos, junto a los ancianos, los niños y los débiles en general han estado y están
situados en el ámbito de lo privado, han sido y son las mujeres las que se han ocupado de su situación y
se han responsabilizado de su cuidado. Las mujeres responsables de las relaciones en el mundo
doméstico hemos sido como madres, esposas, hijas o religiosas enfermeras las encargadas de aliviar el
dolor, alimentar al débil, curar al herido, confortar al desesperado y velar junto al moribundo. Cuando estos
sujetos han pasado al ámbito institucional de lo público (hospitales, residencias, escuelas...) los criterios
económicos en la asistencia, la determinación de los derechos de estas personas, la gestión de dichas
instituciones, la toma de decisiones sanitarias sobre los tratamientos, etc. han sido asumidos por los
varones. Las mujeres-cuidadoras se han incorporado a él con las mismas funciones que tenían en el
ámbito privado del hogar: el servicio, la misericordia y la compasión, la solución de lo pequeño y lo
concreto como la comida, el vestido, la higiene y el confort, han seguido en sus manos, en las manos de
tantas enfermeras y auxiliares que han profesionalizado el cuidar.
Las funciones asignadas a las mujeres por el sexo masculino han generado en nosotras una serie de
valores propios o de "virtudes femeninas":
* Virtudes propias del estereotipo de género: paciencia, acogida, receptividad, compasión y servicio.
* Virtudes que las mujeres hemos ido adquiriendo por nuestra situación ante la realidad: pragmatismo,
concreción, prudencia, flexibilidad y precisión.
* Valores generados por la propia experiencia de sumisión y opresión padecida por las mujeres a lo
largo de la historia: la aceptación de la diversidad, la valoración de la dignidad, la capacidad de relativizar
los valores absolutos y, sobre todo, la esperanza para luchar y avanzar en medio de la dificultad.
Mantengo la convicción de que es necesario universalizar los valores y las virtudes consideradas
femeninas e introducirlas en los ámbitos públicos como las políticas y las instituciones sanitarias pues los
seres humanos somos seres autónomos y responsables que deben regirse por los principios de la justicia
y el derecho pero expuestos continuamente a lo largo de nuestra vida a la vulnerabilidad que reclama que
alguien se sienta responsable de acogerme, cuidarme y en definitiva solidarizarse con mi situación de
sufrimiento y debilidad.
María Jesús Goikoetxea
4. María, Madre de la Salud
No es éste un título anticuado, anacrónico. Pero necesita ser comprendido a la luz de la
fe y de la sensibilidad espiritual de nuestro tiempo.
La relación de María con la salud sigue siendo directa y estrecha; no sólo con la salud de
los enfermos, sino también con la de los sanos. Al margen de sus posibles enfermedades físicas
(que ignoramos), María representa de forma ejemplar un estilo de vida saludable, como
persona, como mujer, como creyente. Fue la "llena de gracia" y también de humanidad;
"felicitada por todas las generaciones", pero al mismo tiempo aceptó su condición de criatura
(no era Dios), de "humilde sierva"; se relacionó sanamente con Dios con una fe liberadora y
enriquecedora; estuvo expuesta, como todos, a condicionamientos, pero fue libre, con una gran
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libertad interior; sufrió, pero se sintió dichosa, estuvo entera al pie de la Cruz, y supo esperar
contra toda esperanza; vivió en una humilde aldea, pero desde allí mostró un modelo de nuevas
relaciones familiares y fraternas. María realizó plenamente su condición de mujer y de creyente.
Y ¿qué otra cosa sino esto es vivir en salud?
En nuestra sociedad occidental se rinde culto al cuerpo y hay una cierta obsesión por la
salud. Al mismo tiempo se vive insanamente. Las enfermedades que provocan más muertes
están directamente relacionadas con la conducta o con los comportamientos. Se desea una mejor
calidad de vida, pero no siempre acompañada de valores. Detrás de la sed de salud apunta la sed
de salvación. María, la Madre del Salvador, sigue señalando el camino. Sólo Dios puede colmar
nuestra sed. De Él solo viene la salvación. Haced lo que El os diga. Es el camino para que surja
en nosotros algo nuevo y mejor, para no vivir como "viejas criaturas", para "nacer de nuevo",
cambiar de vida; para sanar la libertad y el corazón, para ser fuertes en la debilidad; para romper
las cadenas que nos atan por dentro, dar vista a los ojos del corazón, retirar las muletas del
cerebro...¿No era ésta la salud que ofreció su Hijo?
"Madre de la Salud" significará también siempre mujer sensible al sufrimiento de los
demás, y seguirá evocando su amor intercesor en favor de sus hijos. Y la invocaremos como
"Salud de los enfermos". Pero "Madre de la Salud" quiere decir, ante todo, Madre aliada de la
vida, capaz de darla y de alimentarla, a semejanza de su Hijo que vino para que tengamos vida y
vida en abundancia (Jn 10). Por tanto, su misión no consiste de suyo en curar a los enfermos, ni
a todos los enfermos, y menos aún en eliminar enfermedades. Tampoco lo hizo su Hijo. Ella nos
dará, en cambio, fortaleza en la debilidad, aguante activo en el sufrimiento, esperanza en la
espera ansiosa, un poco de luz en la noche oscura; nos ayudará a reconciliarnos con los límites,
incluida la muerte; nos ofrecerá nuevos motivos para seguir viviendo y esperando; nos abrirá a
los horizontes infinitos de la esperanza, es decir, los brazos del Padre. ¿Y qué "otra" vida
puede haber al margen de esto?
"Madre de la Salud" puede ser para todos los creyentes (desde la madre de familia hasta
el profesional sanitario, desde el educador hasta el estudiante) un recordatorio de que la salud
sólo es posible dentro de una gran alianza. Y nadie puede ser excluido de ella. Es una tarea
colectiva, además de responsabilidad individual. Salud y enfermedad son experiencias humanas,
que han de ser vividas, cuidadas y tratadas humanamente. Es ésta la tarea de la humanización,
hoy tan necesaria. Para ello es preciso que hombres y mujeres den lo mejor de sí mismos al
servicio de la salud y de los enfermos; que encarnen en la vida y en las profesiones los valores y
actitudes de María; que descubran el valor saludable y terapéutico de la solidaridad y del amor.
¿No necesita hoy el mundo de la salud este "suplemento" de humanidad?
Finalmente, la "Madre de la Salud" nos enseña que el servicio a los enfermos es un
modo estupendo de seguir a su Hijo, de ser discípulos suyos. De hecho, el mundo de la salud y
de la enfermedad es tierra de Evangelio: Tierra necesitada de amor y de competencia, de
sensibilidad humana y de finura moral. Ella, la Madre, encarna la moral de la responsabilidad
del cuidado, es decir, la que se caracteriza por una estrecha proximidad a la realidad cotidiana,
unas relaciones más afectivas, un lenguaje concreto ("No tienen vino"), una cercanía intuitiva y
práctica. Una moral que va más allá de estatutos y reglamentos, que siente debilidad por los
débiles, que apuesta siempre por la vida, fuerte y débil como el amor, creativa...
Herencia mal repartida entre hombres y mujeres
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"Existe una tendencia muy arraigada en la Iglesia a repartir una herencia que es de todos, de
hombres y mujeres, adjudicando a las mujeres una serie de virtudes de María de las que parecen quedar
desheredados los varones. Así, la actitud de fe, la apertura a Dios, el sentido religioso, la generosidad en
derramar la vida, el don de sí, simbolizados en María, se convierten, en virtud de ese reparto, en
patrimonio casi exclusivo de la mujer.
Y, sin embargo, las virtudes, como impulsos del Espíritu que nos dinamizan en el seguimiento de
Jesús, no son masculinas ni femeninas, no pueden repartirse entre los dos sexos ni adjudicarse
parcialmente a uno de ellos, ni siquiera con pretensiones de privilegio. Pero, de hecho, se reparten, y el
resultado es empobrecedor para todos, especialmente para los hombres: a su tierra no llega nunca el
agua de algunas acequias, y se les van quedando secas la ternura, la vulnerabilidad, la entrega gratuita, la
acogida silenciosa, porque se ha hecho tradición (¿venerable también?) que todo eso vaya a regar tierras
femeninas.
No, también son para ellos la receptividad, la abnegación callada, el derroche sin cálculos, el
amor fiel. Porque María es esclava del Señor, y las mujeres también debemos serlo, lo mismo que es
siervo el propio Jesús (Hch 3,13.26;4,27.30), lo mismo tienen que serlo los hombres que quieran abrirse a
la esencia del Evangelio.
Ya es tiempo de descorrer los cerrojos oxidados que nos encierran a unos y a otras en
estereotipos envejecidos y falsos. Ya es tiempo de levantar hasta arriba las compuertas y dejar que corra
el caudal de agua por todas las acequias y que inunde todas las tierras. Porque lo que nos urge hoy es
tendernos la mano unos a otros, prestarnos la ayuda fraterna para vivir desde nuestra condición de
mujeres y de hombres todo eso que es la herencia de nuestra Madre.
María viene al encuentro de la Iglesia para invitarla a entrar en su danza. No es la Iglesia la que
debe marcar el ritmo ni elegirle el séquito: es ella, la Madre de la Iglesia, la única que puede hacerlo,
porque sólo a los muy sencillos les comunica el Señor sus secretos (Mt 11,25), y fue a ella, a la más
pequeña de sus hijos, a quien decidió El revelar lo mejor de su música".
Dolores Aleixandre
CUESTIONARIO
1. Desde tu condición (enfermo/a, profesional, hombre/mujer) ¿qué significa humanizar
el mundo de la salud y de la enfermedad? ¿Podrías aportar algunas experiencias concretas?
2. ¿Hay una aportación específicamente femenina en el mundo de la salud? ¿Qué supone
asumir la moral de la responsabilidad y del cuidado?
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5. Qué podemos hacer
He aquí algunas líneas de acción:
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"Ante todo, parece necesario reafirmar una vez más la actualidad de la figura de María no
sólo en el camino espiritual de los creyentes sino también en la tarea evangelizadora de la
Iglesia, en este caso dentro del mundo de la salud y de la enfermedad" (Del Mensaje de los
Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral).
El Día del Enfermo es también una buena oportunidad para reconocer y agradecer la
aportación de la mujer, dentro de la sociedad y de la Iglesia, al cuidado y promoción de la
vida, al alivio del sufrimiento, a la asistencia de los enfermos y ancianos.
De ahí la necesidad de universalizar los valores y las virtudes considerados femeninos y
extenderlos a todos los ámbitos de la salud y de la enfermedad: las estructuras sanitarias, las
profesiones médicas y relacionadas con la salud.
"Los agentes de pastoral de la salud y los mismos profesionales sanitarios cristianos
necesitan cultivar, como María, una especie de tercer oído y sexto sentido. De ellos brotan la
actitud respetuosa ante el sufrimiento, la capacidad de penetrar en el mundo interior de quien
sufre, la sensibilidad hacia sus necesidades de todo tipo, la constancia en el servicio" (Del
Mensaje de los Obispos).
Estos y otros valores y actitudes son necesarios para humanizar el mundo de la salud y de la
enfermedad, tarea a la que nos invita de forma especial el Día del Enfermo: ser aliados de la
vida, promover y defender siempre la dignidad del hombre.
Hemos de construir también dentro de la comunidad cristiana un tejido de solidaridad con
los enfermos y sus familias, edificar una Iglesia que muestre siempre el rostro paternomaterno de Dios.
El tema del Día del Enfermo nos invita a potenciar y renovar la pastoral en torno a los
santuarios marianos, como centros de oración y de solidaridad, de salud y de salvación para
los enfermos y sus acompañantes.
Finalmente, hemos de preguntarnos ¿qué hacer para que tantas mujeres que atienden y
cuidan a miles y miles de enfermos y ancianos, que promueven la salud y previenen
enfermedades en los hogares, se les reconozca socialmente su trabajo, reciban la formación
adecuada y se les retribuya económicamente?
Testimonios
"En mi corta experiencia como médico y como especialista en formación de Oncología, he
podido sentir la diferencia entre aquellos que se dejan sanar por Ella y los que no. Y ante
similares e impresionantes dramas humanos, el tener el apoyo y la esperanza de la fe, hace que
aquello se pueda vivir con salud. No consiste en coleccionar estampas en la mesilla (muy loable
si nos lleva sinceramente a María y, por tanto, a Dios), sino en reconocer con paz la
enfermedad que uno tiene, y en luchar; pensar que la desesperación pocos beneficios va a
proporcionar, porque el problema sigue ahí. Y veo en ocasiones pacientes con muy mal
pronóstico por su enfermedad avanzada, y que el creer en María y, por ello, en Dios, les aporta
una serenidad y paz indescriptibles, y unas ganas insuperables de luchar y vencer la
enfermedad" (María Cornide Santos).
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"Es duro aceptar una nueva cirugía que no se sabe a dónde lleva y sin garantías de que
sirva para algo. Leemos con ella, con mi hermana Jani, un pasaje de la Biblia que se titula
"medicina y enfermedad" (Eclo 38). En esa situación, la Palabra es un regalo que nos invita a
confiar en el médico. Vamos a hablar con el Dr. Escat. Jani está un poco más tranquila y
pregunta si con esta cirugía ya no la tiene que operar más. La respuesta es: Eso sólo Dios lo
sabe. Le comentamos la lectura del Eclesiástico, le manifestamos nuestra confianza en él, le
decimos -así lo entendemos- que el Señor le ha puesto a él. El doctor contesta que Jani es una
mujer fuerte, que lo superará y no es sólo su opinión, sino también de la gente que conoce su
caso. Les impresiona la fuerza que tiene y cómo lo está superando todo. Le comentamos de
dónde nos viene esa fuerza, que no tenemos por nosotros mismos, pero que nos va regalando el
Señor. Salimos del despacho bien, aunque con pocas perspectivas, había que arriesgarse y
confiar, y así lo hicimos" (Isabel Rojo).
CUESTIONARIO
De cara a la acción ¿qué tareas consideras más urgentes?
- reafirmar la actualidad de la figura de María,
- reconocer y agradecer la aportación de la mujer,
- universalizar los valores y las virtudes consideradas femeninas y extenderlas
a todos los ámbitos de la salud y de la enfermedad,
- cultivar, como María, la actitud respetuosa ante el sufrimiento, la capacidad
de penetrar en el mundo interior de quien sufre, la sensibilidad hacia sus
necesidades de todo tipo, la constancia en el servicio,
- promover dentro de la comunidad cristiana un tejido de solidaridad con los
enfermos y sus familias...
Madre de la Salud
María, Madre del Salvador,
llena de gracia y de disponibilidad,
mujer creyente
y sensible a nuestros sufrimientos.
Te invocamos como
Madre de Salud y modelo de servicio.
Ayúdanos a ser:
presencia que acoge, escucha y acompaña,
palabra y silencio compartidos,
vehículo de ternura y esperanza,
signos de vida en la enfermedad,
amor que cuida, cura y reconforta.
Amén.
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Levanto a ti mis ojos
María, Virgen de la Salud
y madre de misericordia:
desde la noche de mi enfermedad
levanto a ti los ojos
de mi corazón suplicante.
Tú comprendes mis miedos y ansiedades.
Sostén mi esperanza
tentada de desaliento.
A tu mirada encomiendo
mi vida amenazada,
en tu corazón deposito mis afanes.
Madre, tu hijo está enfermo:
sáname y sálvame.
Amén.
Como un niño...
No está inflado, Señor, mi corazón
ni mis ojos subidos.
No he tomado un camino de grandezas
ni de prodigios que me vienen anchos.
No, mantengo mi alma en paz y silencio
como niño destetado en el regazo de su madre.
¡Como niño destetado está mi alma en mí!
Salmo 131
BIBLIOGRAFÍA
-ALEIXANDRE, D., Círculos en el agua, Sal Terrae, Santander, 1995, 137-155.
-BARRIO CANTALEJO, I.Mª, La ética de la responsabilidad y del cuidado, Dossier, Dpto.
de Pastoral de la Salud, Madrid, 1998.
-DURÁN, M.A., Desigualdad social y enfermedad, Tecnos, Madrid, 1983.
-SERRANO GONZÁLEZ, M.I., La mujer, agente de salud, Dossier, Dpto. de Pastoral de la
Salud, Madrid, 1998.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
Departamento de Pastoral de la Salud
Añastro, 1 28033 Madrid
Diseño y realización: arts&press
Imp.:
Día del Enfermo 1999
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