Defensores y atacantes

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Marca de Radio – 27.09.14
Defensores y atacantes
Eduardo Aliverti
Hay muchos datos y signos, en las noticias mayormente difundidas, que exponen
con claridad el estado enrarecido, tenso, incluso angustiante, de nuestros presente y
horizonte. De ahí en más, cada quien verá si los toma o los deja.
El andar de la industria automotriz -al que resulta difícil no definir como extorsivoes uno de los factores impactantes para interpretar lo que sería el horrible momento
argentino, a estar por el clima que desarrolla cierta prensa. A mediados de la gestión
kirchnerista, las terminales del sector celebraron producir unos 400 mil autos por año.
Más luego, supo llegarse a alrededor de un millón de unidades anuales (2011/2012).
Récord histórico. Hoy, sólo se esparce un presente, constatable de suspensiones y
amenazas de despidos. Las multinacionales del área lloran a mares, porque la
proyección de 2014 es de unos 700 mil patentamientos. Eso significa “un buen año”
según recientes declaraciones de Rubén Beato, secretario general de la Asociación de
Concesionarios de la República Argentina. La ministra de Industria, Débora Giorgi,
afirmó que “el sector automotriz se pegó varios tiros en el pie” y nadie la retrucó.
Primero, al reacomodarse en enero pasado el tipo de cambio, los precios de los autos
subieron mucho más que lo que aumentó el dólar. Cortaron el financiamiento en el
mercado interno por apostar a un tipo de cambio al infinito. Después, en marzo y abril,
lanzado el Pro.Cre.Auto, se dieron cuenta de que la demanda se reactivó y tuvieron que
bajar los precios. Pero apenas un poquito más tarde, traducido por la Presidenta en el
“dejen de encanutar” que tanto irritó a los voceros del sector y a sus representantes
mediáticos, se dedicaron a la reducción del abastecimiento con la profecía autocumplida
de otra devaluación. Insaciables. Se puede y debe discutir si acaso no hay un error
madre en la política industrial del Gobierno, al confiar como motor principal de la
economía en el disciplinamiento de estas grandes corporaciones que, como si fuera
poco, reciben favores estatales gigantescos. Son los emporios capaces de socavar a la
gestión oficial que los favorece. Es lícito cuestionar si el Gobierno los enfrenta con toda
la artillería o inteligencia que serían menester. Muy probablemente cabe decir que
operan de manera especulativa autónoma, y no bajo la conducción de esos
archipiélagos de egos y frases hechas que escenifican al conjunto opositor. Lo que no
se puede ni debe es ignorar la capacidad de ataque de que disponen estos actores
concentrados, en lugar de atribuir todas las culpas y responsabilidades a la impericia
gubernamental. El debate necesario acerca de asuntos como estos es reemplazado por
manipulaciones de prensa que, la semana pasada, hallaron su cénit en el formulario
soviético que exigiría la Afip para viajar al exterior. Jamás hubo otra cosa que la
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adecuación a normas internacionales ya requeridas por las agencias de turismo; pero la
horadación cotidiana del todo negativo logró reafirmar, respecto de los valores más
gorilamente egoístas de cierta clase media, que ya ni siquiera se puede salir tranquilo
del país.
Mientras tanto y se esté de acuerdo o no con los conceptos que vertió, lo
discursivo-estructural debió ser el discurso de Cristina ante la Asamblea general de la
ONU. Tuvo una profundidad notable y fue de un carácter poco menos que inédito.
¿Cuántos y cuáles antecedentes hay de una disertación tan dura como la suya, contra
el accionar de los Estados Unidos, en nombre de una Nación como la nuestra que no es
del centro pero tampoco de periferias alejadas, ante un organismo de esa naturaleza?
Lo mismo, o más, podría señalarse de lo que expresó ante el Consejo de Seguridad,
donde se enseñorean, con poder de veto y desprecio a toda crítica, las cinco potencias
bélicas determinantes. No cualquiera le dice al presidente formal del Imperio, en la
cara, que no apele a la hipocresía de cuestiones morales para justificar su intervención
armada allí donde los intereses de Washington se vean en riesgo, o necesitados de
satisfacer a su complejo industrial-militar. Aceptemos que esos dichos de la mandataria
argentina, frente al top de la maquinaria dominante universal, pueden no importarle
grandemente a nadie en términos de influencia (aunque, como sostiene el colega
Martín Granovsky, Argentina plantó el concepto de “sujeto deudor” en la escena
internacional: ya no habría retorno de haber impuesto esa fortaleza presencial, por
mucho que los resultados pudieran verse a largo plazo y, tal vez, nunca ahora).
Tampoco podría afirmarse que la oratoria presidencial movió el amperímetro de
nuestras sensibilidades populares mayoritarias. En la conferencia de prensa en el hotel,
al cabo de ese discurso ante el Consejo, la Presidenta se despachó con consideraciones
sobre chiitas, sunnitas, alauitas, jihadistas, kurdos, historia del Oriente Medio y
adyacencias, derechos de los palestinos y etcéteras de ese tenor que sólo fueron
difundidos -más poco que mucho, ya que estamos- en los medios oficiales y en los que
simpatizan con el kirchnerismo. Sin ayuda de papel alguno y sin pifies en los datos, ni
en el discurso ni en el encuentro con los periodistas, Cristina resaltó la puerta giratoria
de las apetencias norteamericanas, que cambian de enemigo a amigote táctico con una
facilidad que, si es por lo moral, provoca arcadas. El caso de Irán es emblemático.
Ahora resulta que la teocracia iraní es provechosa para el combate del mundo libre
contra el Estado Islámico que decapita occidentales. Pero, por acá, siguen advirtiendo
que haber acordado con Irán un memo de investigación sobre el atentado a la AMIA es
síntoma irrebatible de rendición ante el terrorismo.
En marcajes políticos de esta índole es donde se nota la mano de un estadista, o
de quienes trascienden a su mandato a través de fijar líneas ideológicas centrales. De
acuerdo con ese trazado, Cristina sostuvo ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas que no solamente son terroristas los que ponen bombas, sino también los que
desestabilizan y provocan pobreza, hambre y miseria. Habló, epa, de la complicidad del
sistema judicial estadounidense. Era de esperar que no mereciera más que el descrédito
de la prensa. Columnistas principales y portales de los medios opositores se regodearon
con que la Casa Blanca no habría de preocuparse ni contraatacar con respuestas
diplomáticas. Fallaron: Roberta Jacobson, encargada del Departamento de Estado de
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los EE.UU para América Latina, debió admitir oficialmente que la relación entre ellos y
Argentina “pasa por un momento difícil” (lo cual llevó a títulos centrales de portada, el
sábado, en los diarios opositores que habían ninguneado la oratoria presidencial).
También ocurrió que relegaron la votación de la Comisión de Derechos Humanos de la
ONU, en Ginebra, contra los fondos buitre. Cipayismo en estado puro, pero saquemos
las chicanas. A un porcentaje estimable de nuestra sociedad le importa o importaría tres
pitos lo que haya dicho la Presidenta, en un máximo foro internacional que hace ya
demasiado -si no desde siempre- es sólo un ámbito de discursos. Lo que cuenta es la
inflación. La estabilidad del empleo y de las fuentes de trabajo. El tremendo sufrimiento
de las grandes empresas cuyos empresarios vienen levantándola en pala gracias a la
emisión monetaria y a la vigencia del populismo que denuestan. El precio del dólar que
retroalimentan los especuladores y sus medios de comunicación asociados. Debe
asumírselo. La realidad es lo que es y lo que se construye desde esos medios. No es
una cosa o la otra: son las dos. Es dialéctica. Es que hace unos quince años había el
país incendiado -literalmente- con bonos basura emitidos por las provincias como forma
de pago salarial y transacción comercial, para solaz y esparcimiento de los liberales
productores del incendio. Hoy, esos mismos ejecutores del poder económico
concentrado están enardecidos por los papelitos pintados que imprime el Banco Central,
arguyen que sobran pesos y faltan dólares y no existe que los pesos los absorben ellos
para provocar psicosis especulativa. El jueves pasado, como tanto botón de muestra, el
Gobierno colocó entre los privados 10 mil millones de pesos en títulos -Bonar 2016- a
un interés variable. Habrá que devolverlos o se negociarán en el mercado con su tasa
de ganancia, no importa si con este gobierno o con otro después de 2015: son ellos
quienes conservan capacidad de violencia financiera y actitud de especulación. Bancos,
exportadores, cadenas comerciales. La mitad de la cosecha de soja no está vendida y
hay retenidos unos 3 mil millones de dólares. Y, otra vez y tantas veces como fuere
necesario: sus periodistas independientes. Es que el Gobierno paga las consecuencias
de no haber hecho cambios profundos en esa matriz productiva que, para sostener el
crecimiento, continúa dependiendo de los insumos importados. Y es que, si ahora dicen
que el dólar toca 16 desde las cuevas que regentean los grandes bancos privados, y sus
compañeros exportadores del agro fondeados en la divisa que coacciona, y los grandes
comediantes ejecutivos de la especulación, aumentan los precios aunque no haya más
lógica técnica que lo que se les antoja a esos protagonistas.
Si el discurso oficial en las Naciones Unidas no sirve para nada, en medio de que
la inflación está al galope por la sola responsabilidad gubernamental; de que Ivo
Cutzarida es el nuevo estandapero de la justicia por mano propia o de que los noticieros
ya lo son, únicamente, de informaciones policiales que tributan a la angustia
permanente, al menos cabría preguntarse si se puede carecer de ese discurso a la hora
de responder quiénes defienden y quiénes atacan.
MARCA DE RADIO, sábado 27 de septiembre de 2014.
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