Discurso del señor presidente de la República de Colombia, S. E.

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Discurso del señor presidente de la
República de Colombia, S. E.
doctor Ernesto Samper Pizano, en
la celebración de los 50 años de la
ONU
Nueva York, 24 de octubre de 1995
La celebración de los primeros 50 años de la Organización es una excelente oportunidad para mirar
al pasado y para planear el futuro.
La revisión de nuestra historia deja lecciones que no
podemos desconocer. El multilateralismo auténtico,
es decir, las decisiones basadas en el sentimiento de
las mayorías, le han permitido a la humanidad
librarse de algunos de sus peores problemas como el
colonialismo, el apartheid y la carrera nuclear.
La semana pasada, en Cartagena de Indias, el
Movimiento de los Países No Alineados celebró su
XI reunión en la Cumbre y Colombia asumió la
Presidencia para un período de tres años.
Los Países No Alineados ratificaron en Cartagena la
vigencia del movimiento y su voluntad de trabajar
activamente en beneficio de los intereses de los
países del Sur.
La relevancia de nuestra acción está vinculada a su
capacidad de responder a los interrogantes de la
política internacional de los años noventa y de
prepararnos para enfrentar con éxito los desafíos del
siglo XXI.
La Guerra Fría, es cierto, lo sabemos todos, se
acabó, pero no se acabó la pobreza en el mundo, ni
terminaron los problemas ambientales que están
convirtiendo en un desierto el planeta. Tampoco
terminó el apetito armamentista que todavía circula
por el mundo como un fantasma.
Las viejas barreras ideológicas han sido sustituidas
por nuevas barreras.
Barreras comerciales del neoproteccionismo que
limitan el acceso de nuestros productos a los
mercados industrializados.
Barreras tecnológicas que nos aíslan del conocimiento necesario para desarrollarnos.
Barreras étnicas y religiosas a nombre de las cuales
algunos se siguen matando.
En Cartagena ratificamos nuestra voluntad de seguir
luchando contra esas nuevas barreras que se oponen
hoy a nuestro desarrollo, como ayer lo hicieron los
infranqueables muros que dividían dos sistemas
políticos aparentemente irreconciliables.
Los problemas que afectan a nuestra gente cada vez
más tienen una naturaleza transnacional y este
hecho, en lugar de llevarnos a aceptar una nueva era
de intervención, debe enfrentarse con una sólida
voluntad de cooperación.
El gran desafío nace de entender que los problemas
que nos están uniendo marchan a un ritmo muy
superior a las soluciones que ya deberíamos haber
acordado para conjurarlos.
La solidaridad internacional no solamente es La
mejor respuesta: es la única respuesta.
Tenemos que entender que un negocio que mueve
más de US$500.000 millones por año no puede ser
combatido, solitariamente, por un solo país o grupo
de países.
La responsabilidad es de todos. El momento es
ahora o nunca.
Tenía razón, en un discurso del día domingo, el
presidente Bill Clinton, cuando destacó que los
golpes que hemos dado a los narcotraficantes han
sido el fruto del trabajo conjunto.
Lo asiste igualmente la razón cuando plantea la
necesidad de encarar sin timidez el problema del
consumo y su relación con el aumento de la
criminalidad social.
Colombia acompaña al presidente Clinton en su
declaratoria de guerra al lavado de los activos y
dineros producidos por el mercado de las drogas.
Colombia está convencida de que el éxito de estas
acciones depende de que ellas puedan concretarse
multilateralmente, y no solamente en Colombia.
Nos necesitamos unos a otros porque las soluciones
a los problemas del mundo sólo pueden lograrse
mediante acciones conjuntas.
El delito de lavado, como delito típicamente internacional, involucra actores y conductas que
deben ser perseguidos y castigados en todos los
países donde se presenten.
Una de estas acciones conjuntas es la que requerimos para conjurar el problema del narcotráfico.
Que se castiguen los sistemas financieros de todas
las partes del mundo que por acción o por omisión
permitan la contaminación de sus cuentas con
utilidades provenientes del tráfico de drogas.
Colombia ha sido la peor víctima del narcotráfico y
el país que lo ha combatido con más éxito.
El año de 1995 pasará a la historia como el período
de mayores aciertos contra los carteles de la droga.
El Cartel de Cali ha sido sometido a la justicia y la
erradicación de cultivos ha llegado a niveles sin
precedentes.
Propinamos un golpe de gracia al 80% del mercado
de la cocaína que se está reflejando en una caída de
los precios de la pasta de la coca superior a diez
veces y un aumento significativo de los precios del
consumo.
El que estos logros permitan o no avanzar en esta
lucha depende de la responsabilidad que asuman los
países del mundo.
No podemos seguir en un juicio interminable de
responsabilidades, cada quien disculpando su propia
culpa con la culpa del vecino.
Que se sancionen las fábricas de todas las partes del
mundo que a sabiendas vendan químicos utilizados
como precursores para el procesamiento industrial
de la droga.
Que se penalice a las compañías de todas las partes
del mundo que faciliten la adquisición de bienes
durables o no durables, o que promuevan el
contrabando de bienes hacia los países productores
para facilitar el lavado de dólares y esconder estas
utilidades malditas. Y a las empresas de finca raíz
que tengan el mismo censurable propósito.
Que se examine la acción de las casas de juego, de
los casinos y loterías de todas las partes del mundo
a través de los cuales se está produciendo el
censurable maridaje entre el juego y la droga.
Para derrotar al narcotráfico y disminuir sus
temibles dimensiones corruptoras, desestabiliza-
doras, y generadoras de violencia, tenemos que
entender que las únicas leyes que respeta la mafia
de la droga son las leyes del mercado según las
cuales existe una oferta y una demanda que operan
simultáneamente.
Y sobre las cuales también debe actuarse de manera
simultánea.
Mi país, que ha pagado tantos costos humanos y
económicos en esta lucha muchas veces solitaria, ha
venido solicitando la convocatoria de un encuentro
mundial contra la droga que concite la voluntad
inequívoca de países productores, consumidores y
distribuidores en el firme propósito de atacar
integralmente este flagelo.
Hace casi diez años firmamos la Convención de
Viena contra los Estupefacientes con la esperanza
de que sirviera como instrumento para llevar a cabo
una estrategia de esa naturaleza.
Fue un gran avance, sin duda, pero no podemos
declararnos satisfechos: el narcotráfico y el
consumo de estupefacientes se ha extendido cada
vez a más países, envenenando más jóvenes.
Colombia sentiría honrada la memoria de los miles
de personas que ha dejado en nuestro país esta larga
y cruenta guerra si el mundo aceptara hacer una
reflexión sincera y precisa sobre la necesidad de una
efectiva cooperación internacional para superar el
más importante problema de finales de siglo: el
problema de la droga.
Señor presidente:
La creación de las Naciones Unidas hace 50 años
sembró semillas de esperanza en toda la humanidad.
Esperanzas de paz y de progreso. Fe en los
mecanismos pacíficos para la solución de controversias y credibilidad en el multilateralismo para
enfrentar los asuntos más angustiosos para la
humanidad.
Hoy tenemos que volver a pensar en lo que somos si
queremos saber que queremos llegar a ser. La Biblia
nos enseña que un pueblo sin visión no prevalece.
La tarea del nuevo sistema de Naciones Unidas
deber ser la de recuperar esa visión para que
podamos seguir prevaleciendo como civilización,
como democracia, como hombres con alma.
Muchas gracias.
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