La carretera de Cormac McCarthy Por Jorge Franco. De los libros que nos cambian la vida hay uno que tenemos todos en común, que quizás no recordemos y, muy probablemente, ya no conservamos: nuestro primer libro. Descubrir, a edades muy tempranas, que ese objeto rectangular hecho de papel, letras e imágenes contiene historias, personajes y mundos, hace del libro uno de los hallazgos Ã−ntimos más importantes. No somos los mismos desde el instante en que sabemos que un libro es un compañero sentimental, o un refugio para escabullirnos y aislarnos, para aprender y soñar. Y quienes a partir de una primera lectura hemos permanecido aferrados a la extensión de ese sueño infantil, sabemos que ya no será un solo libro el que nos cambie la vida sino la suma de todos los leÃ−dos. Sin embargo, hay libros más significativos que otros, libros trascendentales, y en mi propio caso, La carretera, de Cormac McCarthy, ha sido la novela que me ha dejado huellas más profundas desde que salió traducida al español en 2007. Muchos la califican como una novela de ciencia ficción en la era post-apocalÃ−ptica, lo que la aleja de su verdadero sentido: la situación del ser humano en la condición más extrema a la que se pueda llegar. Algo no especificado ha sucedido en el planeta, un cataclismo, algo que ha extinguido prácticamente a toda la población algunos años antes del momento mismo en que comienza la narración, cuando un padre y su pequeño hijo inician una travesÃ−a hacia el sur. AllÃ− imaginan un clima más cálido y un paisaje menos oscuro y carbonizado. El viaje, a través de carreteras y autopistas desoladas, en lugar de llenarlos de esperanza los enfrenta a la nueva realidad: los humanos se han convertido en bestias. Los pocos sobrevivientes son despojos que matan por un bocado, se agrupan en tribus precarias donde nadie es solidario, practican el canibalismo y cada uno de sus actos no tiene otra motivación que saciar lo inmediato. El hijo y el padre huyen de un infierno pero a medida que avanzan ingresan a otro peor. Y en cada etapa el lector va descubriendo algo hermoso y atroz: el amor paternal y el sentido de protección crecen, se fortifican como relación pero al tiempo se hacen más delicados y vulnerables por los peligros propios del cataclismo y la voracidad que los acecha. En ese viaje es donde encuentro el segundo gran motor de la novela, que me produjo escalofrÃ−os y pavor al pasar cada página. El instinto nos ha llevado a construir burbujas frágiles para proteger a nuestros hijos. Medimos a diario las posibilidades de riesgo y no hacemos otra cosa en la vida que dedicar nuestros esfuerzos a prever o paliar las amenazas que los puedan lastimar. Pero la propuesta de McCarthy nos hace abrir los ojos para mostrarnos que también hay situaciones que quedan solo en las manos vacilantes de Dios. Cada vez que leo La carretera siento recrudecer ese temor, y no sé si es por miedo o por la sensibilidad de esta novela pero en las tres veces que la he leÃ−do me he puesto a llorar. Estoy convencido que si un libro te arranca una lágrima tiene que ser bueno porque, aunque no lo recordemos, te regresa a la magia que aquel primer libro te mostró.  1