Sobre la existencia social y la conciencia∗ Karl Marx Mis estudios profesionales fueron los de la jurisprudencia que, sin embargo, llevé a cabo junto con los de filosofía e historia y subordinados a ellos. En 1842-43, cuando era editor de la revista Rheinishe Zeitung, comencé sintiéndome molesto cada vez que tenía que tomar parte en las discusiones relacionadas con los llamados intereses materiales. Los procedimientos de la Dieta renana en relación con los robos en los bosques y subdivisión exagerada de las tierras de labor: la disputa oficial era acerca de la condición de los campesinos de Mosela, en la que participó con la Rheinische Zeitung el señor Von Schaper, por aquel entonces presidente de la provincia renana, y, por último, los debates acerca de la libertad de comercio y del proteccionismo, me dieron el empujón necesario para que me decidiera a emprender el estudio de las cuestiones económicas. Al mismo tiempo, se hacía oír en la Rheinische Zeitung, en aquellos días en los que las buenas intenciones de “seguir hacia delante” tenían bastante más peso que el conocimiento de los hechos, un eco débil y casi filosófico del socialismo francés y del comunismo. Me manifesté en contra de semejante diletantismo, pero no me quedó más remedio que admitir inmediatamente, en una controversia con el Allgemeine Augsburger Zeitung, que mis estudios hasta el momento no me permitían aventurar un juicio independiente acerca de los méritos de las escuelas francesas. Por eso cuando los editores de la Rheinische Zeitung cayeron en la ilusión de que una política menos agresiva bastaría para evitar la sentencia de muerte pronunciada contra la revista me alegré de que se me ofreciera aquella oportunidad de abandonar por algún tiempo la vida pública y de retirarme a la paz de mi estudio. Lo primero que emprendí para llegar a una solución el asunto que me inquietaba fue una revisión crítica de la Filosofía del derecho de Hegel; la introducción a ese primer trabajo mío apareció en el Deutsch-Französische fahrbücher, publicado en París en 1844. Mis estudios me llevaron a la conclusión de que las relaciones legales, lo mismo que las formas del estado, no podían ser comprendidas por sí mismas, aisladamente, ni tampoco podían ser explicadas por el llamado progreso general de la mente humana, sino que estaban profundamente enraizadas en las condiciones materiales de la vida, que son resumidas por Hegel, a la manera de los ingleses y franceses del siglo XVIII, con el nombre de “sociedad civil”; la anatomía de esa sociedad civil ha de buscarse en la economía política. Continúe en Bruselas el estudio de esta última, estudio que había comenzado en París, pues allí me había dirigido como consecuencia de la orden de expulsión contra mí por el señor Guizot. Las conclusiones generales a las que llegué, y que una vez alcanzadas siguieron siendo el hilo director de mis estudios, pueden ser resumidas brevemente de la manera siguiente: en el curso de la producción de los hombres que llevan a cabo, éstos entran en relaciones definidas, indispensables e independientes de su voluntad; esas relaciones de producción corresponden a una etapa definida del desarrollo de las fuerzas productivas materiales. La suma total de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, los cimientos reales sobre los cuales se elevan las superestructuras legal y política y a los cuales corresponden formas definidas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material determina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales de la vida. No es la ∗ Del prefacio de Karl Marx a su Contribution to the Critique of Political Economy (trad. de la 2.a ed. Alemana por N.I. Stone), Chicago, Charles H. Kerr and Company, 1904, pp. 10-15. Texto extraído de: Remmling, Gunter W., Hacia la sociología del conocimiento. Origen y desarrollo de un estilo del pensamiento sociológico, tr. de Gerardo Novás, Javier Sáinz Néstor, Romero y Alberto J. Taborda, México, FCE, 1982, pp. 177-181. 1 conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, por el contrario, su existencia social la que determina su conciencia. En una etapa determinada de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de una sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes o –lo que no es otra cosa que una expresión legal de la misma idea– con las relaciones de propiedad con las que hasta ese momento actuaban. Esas relaciones, que al principio eran formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se vuelven entonces grilletes de esas mismas fuerzas. De modo que sobreviene un período de revolución social. Al cambiar la base económica, la inmensa superestructura se transforma en su totalidad con mayor o menor rapidez. Al tomar en consideración esas transformaciones se debería distinguir siempre entre la transformación material de las condiciones económicas de producción, que puede ser determinada con la precisión característica de las ciencias naturales, y las formas legales, políticas, religiosas, estéticas o filosóficas –en una palabra, ideológicas– en las que los hombres conciencia del conflicto y se enfrentan a él. De la misma manera que la opinión que tenemos acerca de una persona no se basa en lo que ella piensa de sí misma, tampoco podemos enjuiciar uno de tales períodos de transformación por medio de la conciencia que ese período tiene de sí mismo; al contrario, es preciso más bien explicar esa conciencia a partir de las contradicciones de la vida material, a partir del conflicto existente entre las fuerzas sociales de producción. Ningún orden social desaparece jamás antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que tienen cabida en él, y las relaciones de producciones nuevas y superiores no aparecen nunca antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan llegado a la madurez en el seno de la sociedad antigua. Por consiguiente, la humanidad se enfrenta siempre únicamente a los problemas que se siente capaz de resolver, puesto que, si examinamos la cuestión con mayor detenimiento, hallaremos siempre que el problema mismo surge solamente cuando las condiciones materiales necesarias para su solución existen ya o se encuentran por los menos en período de gestación. A grandes rasgos podríamos hablar de los modos de producción asiático, antiguo, feudal, y de la burguesía moderna, como otras tantas épocas del progreso del desarrollo económico de la sociedad. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción –antagónica no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el del que brota de las condiciones que rodean la vida de los individuos en el seno de la sociedad a que pertenecen–; al mismo tiempo las fuerzas productivas que se gestan en el seno de la sociedad burguesa crean las soluciones materiales de ese antagonismo. Esa formación social constituye, por tanto, el último capítulo de la etapa prehistórica de la sociedad humana. Friedrich Engels, con el que mantenía correspondencia continuada y con el que intercambiaba ideas constantemente desde la aparición de u valioso ensayo crítico acerca de las categorías económicas (en el Deutsch Französische fahrbücher), llegó por otro camino a las mismas conclusiones a que había llegado yo (véase su La condición de las clases trabajadoras en Inglaterra). Cuando él también vino a establecerse en Bruselas en la primavera de 1845 decidimos desarrollar juntos el contraste existente entre nuestra visión de las cosas y el idealismo de la filosofía alemana; en realidad, arreglar las cuentas con nuestra conciencia filosófica primitiva. El plan fue llevado a cabo bajo la forma de una crítica de la filosofía posterior a Hegel. El manuscrito –dos tomos voluminosos en octavo– había llegado ya hacía tiempo a manos del editor de Wesfalia, cuando nos enteramos que las condiciones habían cambiado de tal manera que ya no era posible publicarlos. De modo que abandonamos el manuscrito a la despiadada crítica de los ratones y lo hicimos con tanta mayor buena voluntad cuanto que estábamos convencidos de haber alcanzado nuestro objetivo principal, a saber: la aclaración del asunto ante nuestros propios ojos. De los diversos trabajos acerca de asuntos variados y en los cuales ofrecíamos al público nuestra opinión personal al respecto, publicamos en aquella época, recuerdo únicamente el Manifiesto del Partido Comunista, que escribimos en colaboración Engels y yo, y el Discurso sobre la libertad de comercio, que escribí yo solo. Los puntos sobresalientes de nuestra teoría aparecieron primero presentados científicamente, aunque de forma polémica, en mi Miseria de la filosofía, dirigida 2 contra Proudhon y publicada en 1847. Un ensayo sobre el Trabajo asalariado, que había escrito yo en alemán y en el que había vertido mis conferencias que sobre ese tema había pronunciado en Bruselas ente el Club Alemán de Trabajadores, no pudo salir de la imprenta a causa de la revolución de febrero y de expulsión de Bélgica, que fue consecuencia de ella. La publicación de Neue Rheinische Zeitung, en 1848 y 1849, y los acontecimientos que tuvieron lugar más tarde interrumpieron mis estudios de economía, y nos lo pude reemprender hasta 1850, en Londres. La cantidad enorme de material acerca de la historia de la economía política acumulado en el Museo Británico; el punto de observación favorable que representa Londres, en relación con el estudio de la sociedad burguesa, y, por último, la nueva etapa de desarrollo en la que parecía haber entrado esa sociedad tras el descubrimiento del oro en California y en Australia me hicieron tomar la decisión de volver a comenzar mis estudios por el principio y de examinar críticamente los materiales nuevos. Esos estudios me llevaron en parte a lo que podrían parecer cuestiones secundarias, sobre las cuales, sin embargo, tuve que detenerme durante períodos más o menos prolongados de tiempo. En especial el tiempo de que disponía se vio reducido por la necesidad imperiosa de tener que trabajar para vivir. Mi trabajo de corresponsal del importante periódico angloamericano Tribune, editado en Nueva York, en el que llevaba ya en ese momento ocho años, había representado una verdadera interrupción de mis estudios, puesto que sólo ocasionalmente escribo para los periódicos de noticias propiamente dichos. Sin embargo, los artículos acerca de acontecimientos económicos importantes que mantenido lugar tanto en Inglaterra como en el continente europeo han formado una parte tan grande de mis colaboraciones que me he visto obligado a familiarizarme con los detalles prácticos que caen fuera de la esfera propia de la economía política. Esta relación sobre el curso seguido por mis estudios de economía política tiene por objeto demostrar sencillamente que mis puntos de vista, piénsese lo que se quiera acerca de ellos, y sin que importe que concuerdan poco o mucho con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el resultado de muchos años de investigación empeñada. A las puertas de la ciencia, sin embargo, debiera ponerse la misma observación que se encuentra a la entrada del infierno: Qui si convien lasciare ogni sospetto Ogni viltà convien che qui siamorta. Londres, enero de 1859 3