( 3) Masferrer.—RECUERDOS BOTÁNICOS DE TENERIEE. su toda la parte alta de la isla. Lo que habia creido cubierto de verdes y frondosos bosques basta el borde mismo del mar, con abundantes arroyos y una lozana flora nemoral, presentábaseme en forma de escuetos peñones, áridos y secos, que se levantaban rápidamente á gran altura en escarpadas pendientes y partidos en profundos barrancos, dando al conjunto un singular é imponente aspecto. Lo inesperado de aquel sublime espectáculo hizo que fuera mucho más profunda la impresión que en mi ánimo produjo; y ala grata emoción que siempre causa el divisar tierra firme después de algunos dias de navegación, unióse, en este caso, un sentimiento especial, mezcla de alegría y de tristeza, expansivo y deprimente á la vez y de todo punto inefable. Otras mejor cortadas plumas han trasladado y a al papel la descripción del panorama, que sucesivamente se v a presentando á la vista del navegante, desde que se acerca á la punta N. E. de Tenerife hasta que su barco fondea en la bahía de Santa Cruz; por lo que yo sólo añadiré, que, si es aquél siempre sublime, crece su grandiosidad de punto cuando se contempla en el momento en que las sombras de la noche van invadiendo el paisaje, aumentando las dimensiones de aquellos escarpados montes y exagerando la profundidad de los barrancos que los separan. En estas circunstancias precisamente entró él África, en el dia referido, por la punta de Anaga hacia la bahía de Santa Cruz; de modo que al fondear, no m u y lejos de la ciudad, sólo veíamos de ésta el faro del muelle, algunas luces de sus calles y el campanario de la iglesia parroquial de la Concepción, que se hallaba profusamente iluminado en sus ventanas y cornisas, y agitaba todas sus campanas, lanzando al aire inarmónicos y penetrantes sones, en señal de regocijada fiesta. El hallarme con un país de tan diferente aspecto de los hasta entonces vistos y de un carácter tan severo y grandioso, acrecentó en mí el deseo de estudiar aquella isla, llamada Nimria por los antiguos, y que yo habia imaginado con una naturaleza tan diversa, de la que, al primer golpe de vista, me presentaba. A l recorrer, en los primeros dias después de mi llegada, los campos y montes inmediatos á la capital y los huertos y jardines de ésta, llamóme inmediatamente la atención, tanto como las formas vegetales para mí desconocidas, el