¿Qué es capital ficticio?

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¿Qué es capital ficticio?
Rolando Astarita
Publicado por Matxingune taldea en 2012
Resumen
El objetivo de esta nota es precisar, en primer lugar, cual es la noción de capital ficticio en Marx, y en segundo
término, presentar algunas conclusiones relacionadas con la idea de que sería posible salir de las crisis capitalistas,
o solucionar los problemas fundamentales vinculados a la acumulación del capital, mediante inyecciones de capital
ficticio.
En varios escritos que circulan dentro de la izquierda, se define al capital ficticio como todo tipo de
acreencia o título financiero; esto es, se lo identifica con los títulos (bonos, acciones) que proporcionan
rentabilidad a quienes los poseen. Se sostiene que, a diferencia del capital real, el ficticio no constituye
riqueza social, ya que los títulos no poseen valor intrínseco.
El objetivo de esta nota es precisar, en primer lugar, cual es la noción de capital ficticio en Marx, y en
segundo término, presentar algunas conclusiones relacionadas con la idea de que sería posible salir de
las crisis capitalistas, o solucionar los problemas fundamentales vinculados a la acumulación del capital,
mediante inyecciones de capital ficticio.
La noción en Marx
La expresión capital ficticio fue introducida por Marx para designar aquellos activos financieros cuyo
valor no se corresponde con algún capital real; el caso paradigmático son los títulos públicos. Es que
cuando un gobierno emite títulos para cubrir sus gastos corrientes, el dinero que recoge no entra en algún
circuito de valorización, y por lo tanto no es capital. Por eso Marx destaca que el precio del título no
representa capital, o valor en proceso de valorización. Un pagaré o un bono del Estado solo dan a su
propietario el derecho a participar de una parte de la plusvalía, bajo la forma de los impuestos que recaude
el gobierno. Por otra parte, los valores de los títulos públicos pueden modificarse, según las oscilaciones
de la tasa de interés, o según varíe la confianza en que el Estado podrá hacer frente a sus obligaciones.
Estos cambios en los valores pueden, por lo tanto, no tener una relación directa con la acumulación del
capital. Por ejemplo, la suba de los títulos del Tesoro de Estados Unidos, desde mediados de la década
de 1980, estuvo vinculada a la caída progresiva de la tasa de interés, a lo largo de casi tres décadas. La
demanda internacional de los títulos -Estados Unidos es considerado un refugio seguro para los capitales
líquidos- explica en buena medida la caída de la tasa. Pero ese aumento del stock de títulos no tuvo como
contrapartida un incremento del capital real. Incluso en períodos de crisis o incertidumbre, los precios de
los bonos del Tesoro de Estados Unidos continuaron en aumento, a contramano de lo que sucedía con
muchos otros activos financieros, que caían al compás de la desvalorización del capital real.
La segunda variante del capital ficticio analizada por Marx es el capital accionario. Recordemos que una
acción da derecho a participar en los beneficios de la compañía. En palabras de Marx, «la acción no es
otra cosa que un título de propiedad, pro rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio (del)
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capital» (Marx, 1999, p. 601). Las empresas emiten las acciones para financiarse (la oferta inicial) y luego
pasan a negociarse diariamente en el mercado. Por lo tanto, solo lo recaudado en la emisión inicial pasa
a integrar el capital real de la empresa. Sin embargo, los precios de las acciones pueden despegarse (y
es lo que sucede en la realidad) del valor del capital realmente invertido. Las ganancias realizadas y las
expectativas de mayores ganancias futuras, por lo general, generan olas de optimismo, que pueden llevar
a que el precio bursátil de la empresa (esto es, el precio que debería pagar un inversor si quisiera adquirirla
comprando las acciones) sea superior a su valor real (también llamado valor libros o contable), determinado
por los costos de reposición de equipos, planta y capital circulante en existencia. Marx parece referirse a
esta diferencia como capital ficticio. Esto es, si el valor de la acción se corresponde con el valor libro, no
cabe hablar de capital ficticio. «Las acciones de compañías ferroviarias, mineras, de navegación, etcétera,
representan capital real, a saber, capital invertido y operante en estas empresas, o la suma adelantada por
los participantes para ser gastada como capital en tales empresas» (ídem). Marx aquí está diferenciando
entre capital ficticio y real. Y subraya que en el caso del capital en acciones, el capital no existe dos veces,
una como capital real y otra como capital accionario. Pero esto no debe interpretarse como que el título
no expresa capital real. Aunque si el valor de la acción supera al valor del capital real, podemos hablar de
capital ficticio. Para expresarlo con un ejemplo, si el valor bursátil de la empresa es 1.000 dólares, pero su
valor contable, o de reposición real, es 400 dólares, el capital ficticio sería 600 dólares. Desde el punto de
vista práctico, en los mercados se considera que existe sobrevalorización bursátil cuando la relación entre
el valor bursátil y la ganancia anual de la empresa (lo que se llama price/earning) supera sus promedios
históricos (que en Wall Street, por ejemplo, se ubican entre 8 y 10). El p/e indica el número de años que
son necesarios para pagar, con la ganancia anual de la empresa, su valor bursátil. En vísperas del derrumbe
bursátil de las acciones tecnológicas, de 2000-20001, algunos p/e eran absolutamente «disparatados»,
superando los 100 años. Se trataba entonces de un caso típico de crecimiento de capital ficticio.
Capital ficticio de los bancos y la propiedad inmobiliaria
Por extensión, Marx también consideró como una forma de capital ficticio la mayor parte del dinero
que figura como depósitos en los bancos, ya que los créditos concedidos por el banco no existen como
depósitos. Si bien este aspecto del asunto no es tomado en consideración cuando se evalúa el capital
ficticio, tiene interés darle cierta atención. Aquí lo importante sería no incurrir en «doble contabilidad».
Lo explicamos con un ejemplo. Supongamos que 100 dólares que conforman un depósito son prestados
por el banco a una empresa A, que los invierte en ampliar su capital fijo. Para el ahorrista, propietario
del depósito, los 100 dólares constituyen un «capital dinerario potencial»; pero en la realidad estos 100
dólares solo existen como capital en proceso de valorización, y no deberían contabilizarse dos veces. Y si
el banco invirtió el depósito en comprar títulos públicos, la acreencia solo es capital ficticio. Por otra parte,
y esto tal vez sea más interesante, se dan los casos en que el activo del banco es «doblemente ficticio»,
si se quiere. Sucede cuando al banco se le permite seguir cotizando el título a su valor nominal, aunque
su valor de mercado esté muy por debajo. Pero si los precios de los títulos no se recuperan, el banco no
puede evitar la pérdida.
Naturalmente, otra forma de capital ficticio es la que está relacionada con la propiedad inmobiliaria. Es
que el precio de la tierra está vinculado a la tasa de interés (al bajar la tasa, sube el precio), y la propiedad
inmobiliaria muchas veces está sometida a la misma lógica de cualquier otro activo financiero. De ahí
las burbujas especulativas, y su posterior desplome. Como resultas de esto, a veces se puede asistir a una
subida durante años de los precios de las propiedades inmobiliarias, esto es, del stock de «capital» (aunque
en términos marxistas la tierra no es capital) invertido en las mismas.
Los títulos de deuda
A diferencia de los casos discutidos en el anterior punto, las acreencias que están en propiedad de los
prestamistas no necesariamente representan capital ficticio. Supongamos un capitalista dinerario que presta
1.000 dólares a un empresario, el cual adquiere medios de producción y fuerza de trabajo para generar
plusvalía. El título de deuda que posee ahora el capitalista dinerario representa capital real, esto es, valor
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en proceso de valorización; no es capital ficticio. Por supuesto, si estalla una crisis y el empresario no
puede vender las mercancías, el capital se desvaloriza. Pero esto no cambia la naturaleza del asunto, ya que
en última instancia, todo capital es pasible de desvalorizarse, y no por ello todo capital es ficticio. Por esta
razón, Marx señala que el certificado de deuda «no representa capital meramente ilusorio, como en el caso
de las deudas públicas». Lo cual, hay que insistir en ello, tampoco significa que el capital exista dos veces,
una bajo la forma del capital en funcionamiento (los 1.000 dólares invertidos) y la otra como valor del
título. Pero lo importante es que en el caso del préstamo al capital productivo, a diferencia de lo que sucede
con los títulos públicos, hay capital que se está valorizando, esto es, explotando al trabajo y obteniendo
plusvalía. Por eso, es un error identificar sin más todo crecimiento del crédito (que implica crecimiento
de todo tipo de papeles) con aumento del capital ficticio. Tampoco tiene sentido asimilar el crecimiento
del crédito con estancamiento del capitalismo. El crédito es una palanca de la acumulación del capital,
que a su vez es la forma social que adquiere el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto no se modifica
por el hecho de que el crédito también sea una palanca de la especulación y de la sobreacumulación (esta
cuestión la trataré con más detalle en otra nota).
Los nocionales de los derivados
Actualmente existen instrumentos financieros que Marx no conoció, y que a veces se consideran también
capital ficticio. Los más significativos son los nocionales, que subyacen a los derivados que se negocian en
los mercados financieros. Para explicar qué es un nocional a los lectores no familiarizados, lo explicamos
con un ejemplo sencillo, el de un swap1 de intereses de tasa flotante contra fija. El swap de intereses es
un contrato realizado entre dos partes, por el cual una de ellas se compromete a pagar periódicamente una
tasa de interés fija, y la otra una tasa variable, durante un lapso de tiempo establecido. Por ejemplo, A paga
4% y B paga Libor + 0,25%. Pues bien, el contrato se establece sobre un valor nocional de, supongamos,
1 millón de dólares, y las partes solo intercambian flujos en caso de que haya variación de la tasa (por
ejemplo, si la tasa de interés variable ha subido 0,10 puntos porcentuales, B pagará a A 0,10% de un
millón de dólares). Lo importante es que el nocional no tiene por qué ser necesariamente capital ficticio.
B, por caso, puede ser un banco que ha prestado un millón de dólares a una empresa a tasa variable, y con
el contrato se protege contra una eventual caída de la tasa Libor. Si la empresa que recibió el préstamo
ha invertido productivamente el millón de dólares, no estamos en presencia de capital ficticio. Dada la
dimensión de las sumas involucradas en los nocionales (los contratos en tasa de interés en 2011 implicaban
nocionales por 500 billones de dólares, y cuando se incluían los contratos en tipo de cambio y los seguros
contra default, o CDS, se llegaba a 648 billones), es necesario tener presente esta distinción. Lo importante
aquí es saber en qué consisten estos activos. Por ejemplo, si se trata de papeles inmobiliarios inflados,
estaremos ante un típico caso de capital ficticio; pero no siempre será así.
Capital ficticio y demanda durante el auge
Lo discutido hasta aquí sirve para explicar por qué el capital ficticio, por sí mismo, no puede solucionar
los problemas fundamentales que están asociados a la acumulación. Sin embargo, alguna gente piensa
que durante las fases de auge del ciclo económico, el aumento de capital ficticio bursátil o inmobiliario
(esto es, el incremento de sus precios) genera nuevo poder de compra, lo que a su vez permite expandir la
producción y por lo tanto generar más plusvalía. Por eso se piensa a veces que hay expansiones puramente
«ficticias». El razonamiento es que si el valor total de las acciones en el momento t es 1.000 dólares, y
en el momento t + 1 es 1.200 dólares, el poder de compra se habrá incrementado en un 20%. De manera
que las burbujas tendrían el efecto milagroso de generar más y más plusvalía. Pero de nuevo, esto es
ilusorio. Se puede decir que en estos casos estamos ante un típico fenómeno de «fetichismo» del capital: el
valor parece crecer y crecer por la sola acción de inversores que compran más y más acciones (o tierras),
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Un swap, o permuta financiera, es un contrato por el cual dos partes se comprometen a intercambiar una serie de cantidades de dinero en fechas
futuras. Normalmente los intercambios de dinero futuros están referenciados a tipos de interés, llamándose IRS (Interest Rate Swap) aunque de
forma más genérica se puede considerar un swap cualquier intercambio futuro de bienes o servicios (entre ellos de dinero) referenciado a cualquier
variable observable. Los swaps se introdujeron por primera vez al público en 1981, cuando IBM y el Banco Mundial entraron en un acuerdo de
intercambio. Un swap se considera un instrumento derivado. [Nota de Matxingunea extraída de Wikipedia.]
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sin intervención del trabajo humano. La ley del valor trabajo «a lo Marx» parece caerse. Pero no hay tal
cosa. La valorización bursátil (o de la tierra) no puede generar nuevo poder de compra. Para ver por qué,
supongamos que A ha invertido 20 dólares en acciones, y al cabo de un cierto tiempo las mismas se han
valorizado un 50%. Entonces A decide vender, a fin de adquirir un bien de consumo. Cuando A vende
las acciones, tiene un poder de compra de 30 dólares, pero el comprador de las acciones ha resignado el
mismo poder de compra. No hay inyección nueva de valor, cuando se considera el asunto desde el punto
de vista global. Algo similar ocurre con la inflación de los precios de la tierra.
Naturalmente, esto no significa que el crecimiento del capital ficticio no pueda incidir en la acumulación.
Una forma en que afecta a la acumulación es que el crecimiento de los precios bursátiles puede favorecer
el financiamiento de las empresas, ya sea porque éstas utilizan los títulos como colaterales para obtener
préstamos y ampliar la producción, o bien porque emiten nuevas acciones para ampliar su capital en las
mejores condiciones. Desde el punto de vista del consumo, está lo que se llama el «efecto riqueza», que
consiste en que los inversores pueden sentirse más confiados para aumentar el gasto cuando se valorizan
sus tenencias.
Por otra parte, el crecimiento del capital ficticio también genera las condiciones para que aumente la
especulación, para que se desaten «manías inversoras» y se desarrollen todo tipo de fraudes y estafas que,
por regla, terminan en gigantescas catástrofes y quiebras.
Las crisis y el capital ficticio
La inflación de capital ficticio tampoco puede sacar a las economías de la crisis. Si se trata de las acciones,
lo característico es que ya con el inicio de las crisis sus precios se derrumben. Esto es, el viraje hacia el
descenso económico va acompañado por el colapso de enormes masas de capital ficticio.
En cuanto a los títulos públicos, su crecimiento no puede solucionar las cosas durante la crisis. Para ver por
qué, supongamos que en una economía ha caído la demanda (los capitalistas no reinvierten la plusvalía, y
el desempleo se está incrementando). El gobierno decide entonces inyectar gasto público, financiado con la
colocación de títulos; éstos son comprados con plusvalía (los asalariados no compran títulos). Supongamos
que el Estado recoge así 1.000 dólares, con los que paga subsidios a desocupados o salarios a los empleados
estatales. Esta inyección activa la demanda de bienes por 1.000 dólares (los desocupados o los empleados
consumen bienes). Sin embargo, si la acumulación capitalista no se recupera, en la siguiente ronda hay que
volver a inyectar gasto fiscal para sostener la demanda. Y además, hay que pagar los intereses por los bonos
colocados en la primera ronda. Por eso, la recuperación de la demanda por esta vía tiene alcance limitado.
Además, si la economía continúa en crisis, y crece el stock de deuda del gobierno, lo más probable es que
los capitalistas dinerarios comiencen a exigir una tasa de interés cada vez más alta para seguir prestando.
La cuestión de fondo es que el gasto del Estado es financiado con plusvalía que está generada por el
trabajo productivo, y en tanto éste no se reactive, los problemas seguirán agravándose. El gasto fiscal puede
ayudar a reactivar la demanda, pero no es la solución del problema. En este respecto hay que destacar la
importancia de no caer en el fetichismo financiero, o del Estado y sus posibilidades de evitar, o solucionar,
las crisis capitalistas. El gasto estatal no puede constituir nunca una fuente autónoma de demanda, dado
que los impuestos solo son una fracción de la plusvalía generada por el trabajo asalariado. Vinculado a
esta cuestión, también hay que aclarar que la emisión monetaria (por ejemplo, para monetizar un déficit
fiscal) tampoco es salida, ni significa incremento de capital ficticio, sino la simple desvalorización del
signo monetario. Pero por esto mismo no impide la desvalorización del capital, ni constituye una fuente
de demanda adicional. Por ejemplo, supongamos que se está en una crisis, en que hay mercancías sin
vender, y que el gobierno emite dinero para financiar gasto, de manera que las mercancías se venden. De
esta forma se impide que bajen los precios de estas mercancías, y por lo tanto que no se desvalorice este
capital mercancía. Pero esto ocurre al costo de la desvalorización del capital dinero. Por supuesto, se puede
sostener que es preferible una desvalorización por vía de la inflación, que la deflación. Pero lo importante
es que la inyección no frena la caída de los valores.
Subrayamos, solo si se reanuda el gasto de plusvalía (esto es, si baja el atesoramiento), habrá una
reactivación genuina de la demanda. Por ejemplo, desde el estallido de la crisis en 2007 los bancos centrales
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han aumentado sus balances al comprar principalmente deuda soberana y deuda de bancos. Según el FMI,
estas compras fueron financiadas con expansión de la base monetaria, que aproximadamente se duplicó,
en términos de porcentaje del PBI, entre 2007 y 2011. Se ha calculado que hoy habría unos 15 billones de
dólares en títulos y préstamos de muy dudosa calidad, en poder de los bancos centrales (Winter, 2012). Se
trata de una inmensa masa de capital ficticio, que no tiene contrapartida en la riqueza ni en el capital real,
y que por sí misma no ha logrado, ni logrará, sacar a las economías del estancamiento.
En conclusión, el capital ficticio no tiene las propiedades «mágicas» que muchos le asignan. Su incremento
no puede sostener por sí mismo la acumulación del capital, ni sustituir la producción de plusvalía. Por eso
mismo, las gigantescas masas de «papeluchos» creados desde 2007 no han salvado al modo de producción
capitalista de la crisis.
Rolando Astarita
20 de mayo de 2012
Textos citados:
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI, tomo III, vol. 7.
Winter, R. (2012): Largest Central Banks Now Hold Over 15 Trillion in Fictius Capital, The Wall Street
Examiner, 27 January.
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