LA FAMILIA, UNIDAD DE REFERENCIA Nos centraremos en la adopción para explicar la idea de familia de la que partimos para dar sentido a las situaciones familiares cotidianas, y a las que requieren una intervención de profesionales. También mencionaremos las situaciones que son percibidas por las personas como molestas o que comportan dificultades de relación. Cuando desde el mundo de la adopción se habla de dificultades, problemas o situaciones conflictivas, suele dirigirse la atención hacia las dificultades que provienen del niño, centradas bien en su conducta o su actitud, bien en la historia sufrida de abandono, pérdida, trastornos del apego… Damos por sentado que estamos hablando de comportamientos visibles y constatables, y también de eventos o situaciones reales, que se han producido durante la vida del menor y, por lo tanto, verdaderos, de los que no podemos negar su influencia y sus secuelas, y de los que, incluso en algunos casos, inferimos una cierta relación de causa – efecto, ya que son graves y traumatizantes de por si. Es decir, podemos pensar que lo pasado influye de modo directo en el estado actual del niño o niña adoptado. De modo similar, y en sentido contrario, podemos poner énfasis en la responsabilidad de los padres, que no sabrían o no podrían tener los recursos adecuados o suficientes para encajar, asimilar y solucionar las conductas y actitudes de sus hijos una vez han sido adoptados. Se entiende que según sea la perspectiva que tomemos, los intentos de poner remedio al malestar que provoca sean también distintos. Topamos con la duda de si tenemos que conocer o no la causa de los males que percibimos, para disponer así de los recursos y soluciones pertinentes para su recuperación. No dejamos de mirar hacia atrás con la idea de rastrear los orígenes, de paliar, compensar, reparar todo el mal que se hizo en su momento al niño. Y eso tanto desde la visión tan comprometida de los padres y madres, como desde la perspectiva profesional, que desea ante todo paliar también el malestar de los adultos y de los niños, de la familia al completo. ¿Cómo sabemos lo que ha influido realmente? Sabemos que ciertamente ha pasado, quizá no en su detalle, pero que algo ha pasado, y hacemos suposiciones sobre lo que causa el malestar. La visión de los padres está tan condicionada por los mensajes recibidos de los mismos técnicos antes de la adopción, cuando meditaban su proyecto y cuando se sometían al proceso de idoneidad, que parece que puede perseguirles durante el resto de sus vidas. El contacto con familias ya adoptantes, con asociaciones de padres y madres adoptivos, con plataformas diversas, no diluye esta visión tan lineal de la causa que originó esta conducta tan inesperada o este bajo rendimiento en la escuela o las notas discordantes en la relación con amigos, con conocidos, o en contextos desconocidos. También el análisis de los resultados nos conduce a la verificación de esa percepción: cuanto más “especial” es la adopción, si el niño es mayor, si ha pasado por episodios de abusos, si su periplo está plagado de separaciones traumáticas, si el maltrato o la negligencia han sido graves, etc., más posibilidades hay de encontrar dificultades y problemas y, por consiguiente, de arremeter contra el pasado. El mismo hecho de crear servicios exclusivos post adopción puede ir en esta línea. Parece como si la adopción generara si no patología sí unas necesidades que son específicas, especiales, distintas a las necesidades de otras situaciones familiares o de relación entre padres e hijos. O que, si miramos exclusivamente a la persona, el hecho de ser adoptado motiva una situación especial que deriva en necesidad de crear servicios ad hoc, claramente dedicados a lo que sucede después de la adopción. En la visión que tienen los padres adoptivos de un síntoma o de una dificultad que se ha convertido para ellos en problema, podemos ver las mismas tendencias: o bien fijar en los niños y niñas la causa de su conducta inesperada (por la genética, el carácter ya formado, por los efectos del maltrato o la institucionalización…) o, por el contrario, auto responsabilizarse, consciente o inconscientemente, por no saber enfocarla. Si a eso añadimos algún sentimiento o sensación de culpa, ya tenemos fijado un camino de difícil retorno. Sabemos, aunque pensemos que no llega a ser determinante, que hay un pasado rechazable moral y éticamente que condiciona el estado de cualquier persona, también el de un niño adoptable. No sabemos con exactitud qué parte de ese pasado es capital, entre otras cosas porque no podemos acceder directamente a su conocimiento y casi siempre nos basamos en suposiciones y en hipótesis. Sabemos también que el modo en que los padres y demás familiares acogen al niño y a su historia es un proceso que favorece su integración y su futuro como persona. También comenzamos a saber, por otro lado, que cualquiera de esas dos visiones tan antagónicas de los orígenes del problema o de la interpretación de la conducta de los hijos y de los padres pueden dejarnos cojos en los intentos de ponerles solución. Desde los mismos servicios de post adopción, el enfoque está derivando progresivamente hacia necesidades de las familias adoptivas entendidas como entidades de trato y referencia, al mismo tiempo, al menos, que hacia las necesidades de los niños adoptados. Todo ello tímidamente, porque cada equipo profesional trabaja desde una determinada posición u orientación, y porque puede llegar a confundirse con que la culpa de los males está en la familia. Nada más lejos de la realidad. El enfoque que se propone está siempre pensado hacia la comprensión y los recursos, nunca hacia conocer el origen de los males para curarlos. Y debe entenderse que va más allá de entender a la familia como el mejor de los grupos posibles, aunque lo sea, o el único lugar donde el niño puede crecer de manera armónica, madurar y desarrollarse. Más allá incluso de concebir que la familia es la fuente de amor y educación, a pesar que pueda serlo y que conviene que así sea. El paso de centrarse en la familia en lugar de hacerlo sobre el niño es crucial. Espero que no sea demasiado complicado de entender: es intentar centrarse en la familia en su conjunto, como una entidad. Esto es compatible con lo que le sucede al niño o la niña, ha de serlo. El comportamiento, la actitud, los síntomas, las dificultades que sienten los padres, etcétera, son lo primero que se observa y percibe. Lo que postulamos es que, además de esta primera percepción, tengamos presente que también podemos observar y percibir a la familia en su conjunto, como unidad. No lo es todo, pero es un paso para considerar cuál debería ser la concepción que tienen de la familia adoptiva los profesionales del servicio que interviene, y el servicio en si mismo. En otras palabras, es básico cómo se aborda la dificultad presentada por la familia. Podría darse el caso, como queda dicho antes, que no culpabilizando al niño de lo que le sucede, ya que al fin y al cabo su comportamiento es fruto de su situación en la vida y de su historia y vivencias, nos dejáramos llevar por culpabilizar a la familia adoptiva por no saber afrontar su nuevo estado. Creo que estoy reflejando algo que se puede dar en los profesionales a la par que en las mismas familias. Y, en su caso, también en lo más íntimo de la persona adoptada. Afortunadamente, cada vez hay más estudios y más profesionales que entienden los problemas que presenta la familia adoptiva como dificultades de la familia adoptiva, y no tanto como dificultades de los niños o bien de los padres. Esto va derivando así por los cambios que se van produciendo en las orientaciones profesionales, teóricas y prácticas, pero sobre todo por las situaciones de post adopción que presentan las mismas familias cuando consultan las dificultades o el malestar que les ocasiona. Partiremos de que todo cuanto ocurre en una familia no sucede solamente porque se produzcan unas determinadas situaciones o cambios, o se dé una conducta o actitud inesperada en alguno de sus miembros, sino también en tanto cada familia es una unidad organizada. Lo cual aplicaremos a la incorporación de un niño o niña en una familia que ya estaba constituida. Diferenciaremos, no obstante, que hay un trabajo a realizar en diferentes ámbitos: con los problemas de adaptación al nuevo contexto global en primer lugar. El menor centra muchas veces su comportamiento en (hiper)adaptarse con gran esfuerzo, o en mostrarse con poca capacidad de adaptación a su nuevo hábitat. Aunque molesto, no deja de ser una suerte que los niños protesten y presenten comportamientos no adaptados a un contexto, a unas personas que son absolutamente ajenas y desconocidas. Buscaremos la estabilidad en las personas, en sus movimientos, en los horarios; ofreceremos un entorno en el que haya las menos distracciones posibles, evitaremos un exceso de estimulación y favoreceremos un cierto orden en el contexto amplio en donde el niño o la niña se mueven. Y pensaremos que la adaptación es un proceso circular, como mínimo de doble dirección, del niño hacia la familia y de la familia hacia el niño: esto es fácil de entender por todo el mundo. Es más complejo pensar en que la adaptación es un único proceso, que tiene su base en los orígenes de la paternidad y maternidad adoptiva. Se produce el buen encaje entre todos cuando el deseo y la motivación para adoptar son sólidos y coherentes y van más allá de la ilusión. Pero este es otro tema y debe tratarse más ampliamente. Hay, en segundo lugar, un trabajo a considerar con las dificultades originadas por falta de estimulación y cuidado básico. Es posible que aun no habiendo lesiones propiamente dichas en alguna área cerebral, nos encontremos con niños que no han recibido durante mucho tiempo las condiciones de cuidado mínimas. Han tenido que sobrevivir a cambios bruscos, déficit de personas a su alcance, falta de respuesta a sus demandas y expectativas vitales. Es necesario compensar estos déficit, comenzando por una estimulación adecuada de modo que con bastante lentitud y parsimonia - ¡no importa que el niño sea muy movido o muy espabilado! – podamos ofrecer a sus sentidos los estímulos propios de su nuevo contexto. Poco a poco podrá ir asimilando que los colores están dispuestos de manera distinta; los sonidos, el ritmo, la modulación, la intensidad del habla, no sólo el idioma, tienen que ser escuchados con los mismos oídos que escucharon otros sonidos, otras voces; se ha de acostumbrar a los nuevos olores, a una manera diferente de notar el tacto y el contacto con los demás. Hay niños que no han conseguido vivir antes las sensaciones que dan la perspectiva o la velocidad. Otros necesitarán de tiempo para comprender las variaciones de humor y de expresión de los adultos que le rodean. Debe haber, en tercer lugar, una reparación evidente de las carencias afectivas o del déficit de contacto amoroso. Más allá del mito o creencia que le ha faltado el amor, lo cual, aunque probable, puede o no ser cierto, y que dándole amor todo se compensa, lo cual no es cierto, el menor necesita de la proximidad afectiva, del apego, de la vinculación afectiva sin la cual no se recuperará si se trata de alguien realmente carenciado. La proximidad se tiene que ofrecer aún en los casos en que los niños la rechacen. Decimos ofrecer, no imponer ni agobiar, pero sí estar al lado de. Con respeto por la distancia física, tanto si es alguien que desea y busca un contacto ansioso como si lo evita o se muestra aparentemente indiferente. O, lo que se produce en muchos casos, si es alguien que a veces solicita un gran contacto, y a veces huye literalmente de cualquier aproximación. En cuarto y último lugar, hay un trabajo crucial en el área de la estructuración de secuencias interactivas, de estructuración del contexto “mínimo”, el que se crea a través de la interacción cotidiana entre la figura materna, sea quien sea la persona que la desempeña, y el niño o niña. La proximidad mencionada, la estimulación de los sentidos y de la motricidad pueden conseguir resultados palpables aunque no llegar a todos los ámbitos necesarios si no se ayudan de esta estructuración. Estructurar, aquí, significa acompañar conjuntamente en el aprendizaje de hábitos, secuencias, momentos cotidianos. Acompañar, al mismo tiempo que legitimamos y que valoramos positivamente todo cuanto hace bien, y no criticamos aquello que no responde a lo que se espera como bien realizado. Se trata, en suma, de recuperar lo que no pudo tener durante las primeras etapas de su vida, además de lo expuesto antes: estimulación, estabilidad del contexto y apego seguro y positivo. En otras palabras, esta estructuración sería un complemento – necesario – a lo anterior. No basta con un eje. Todos estos cuatro ámbitos se dan simultáneamente aunque los diferenciemos para que sea didáctico y entendible; no hablamos de uno solo, ni enfocamos hacia una sola dirección. Si nos fijamos bien, todos estos intentos de compensar y de poner remedio al malestar están basados en el sentido común. También en los estudios y experiencias de los profesionales, en los procesos que las mismas familias han desarrollado sin necesidad de convertirse en “técnicos”, pero no implican una responsabilización ni una búsqueda obsesiva de los orígenes de los males, ni de una culpa anterior, centrada en la familia biológica del niño o en sus carencias afectivas. Bajo esta perspectiva, nos basamos en cómo operar en la organización familiar, mejor dicho, en la familia entendida como una organización que sigue adelante en su devenir como entidad viva que ha incorporado en su seno a un miembro que le era ajeno. La pregunta capital que nos hacemos es quién y cómo puede responder a las demandas de ayuda de las familias adoptivas. Los servicios post adopción están creados con la mejor de las intenciones, pero deberían de tener en cuenta, a nuestro juicio, con independencia de su orientación teórico-práctica, las cuatro perspectivas mencionadas más arriba si desean intervenir en la familia y no sólo hacia el niño adoptado o hacia los padres adoptivos como entidades separadas que un día se unieron a través de la adopción. La familia adoptiva ya era familia, ya constituía una organización perfectamente diferenciada de las demás, y en su devenir histórico y vital, ha asumido y desea integrar a ese nuevo miembro. Es sobre esa organización, o sobre esa familia entendida como organización y unidad de referencia que intervenimos. Nos hemos centrado en la adopción por ser este el contexto en el que está publicado. Pero se puede entender como ejemplo y trasladarlo a cualquier ámbito en el que intervenga la familia, que son muchos. ¡O casi todos! Desde diversas plataformas, como esta de la comisión de familias de las ECAS (entidades catalanas de acción social) o en otras en cuyos programas los profesionales conversamos con familias. No se trataría tanto de aplicar de modo directo lo que ya se hace en otros campos científicos, sino de procurar lo que sí han hecho ya en su propio campo: tener una visión más perfilada, más cuidada, más global, integrada, de lo que están observando. El resumen puede ser sencillo. Cada familia es una unidad, no simplemente la unión de sus miembros, y tiene sus propios mecanismos, dinámica, etc., diferenciada de los mecanismos y dinámicas de las demás familias. Por consiguiente, actúa como una unidad, no como la suma de sus miembros ni de las acciones de sus miembros. Los profesionales debemos ser conscientes de esto y de que nuestra intervención se centra en esta familia que tenemos ante nosotros. Creemos que, aunque no puedan describirlo en estos términos, en su fuero interno las familias ya lo saben, porque lo viven y lo sienten antes que los profesionales. Jordi Fabregat Servicio de Adopciones INTRESS Comisión de Familias de ECAS [email protected] [email protected]