DEL LIBERO ARBITRIO Esta obra de San Agustín surge con el propósito de dar respuesta al problema que desde muy joven lo atormentaba y por el cual se integra a los maniqueos: el origen del mal, su fundamento y sus causas; también trata sobre el sentido de la responsabilidad humana derivado del libre albedrío del hombre. El problema vuelve a surgir gracias a las inquietudes que tiene un amigo suyo, de nombre Evodio, con él cual mantiene una serie de conversaciones a través de cartas. La obra es escrita al final de estas conversaciones, en forma de diálogo, constando de tres libros. Es comenzada en Roma aproximadamente en el año 388 d.C.; continuada en Tagaste (aprox. 391 d.C.) y terminada en Hipona en el 395 d.C. razón por la que Evodio solo aparece una vez en el tercer libro. El primer libro abarca los motivos que tiene el alma para pecar. Hace referencia a la ley eterna a la cual el hombre está sometido. Sin embargo puede abandonarla porque tiene libre albedrío, lo que le permite obedecer a las pasiones, siendo la concupiscencia ocasión de pecado, ya que su causa radica en la decisión del hombre. En el segundo libro se intenta demostrar la existencia de Dios. También se habla un poco de la gnoseología agustiniana, del conocimiento sensible hasta el intelectual y abstracto. En este libro hace una división de los bienes (grandes, medianos o intermedios y pequeños). Y por último, en el libro tercero, San Agustín va a tratar de enfocarse más en dar respuesta a los problemas que se originan al integrar la idea de libertad humana dentro de la obra hecha por Dios. Si bien no se encuentra en Internet esta obra completa sí podéis consultar otras obras en español de este autor en el siguiente enlace. Ver obras Texto: Libro II Capítulo I. Por qué nos ha dado Dios la libertad, causa del pecado Primer fragmento “Evodio.- Explícame ya, si es posible, por qué ha dado Dios al hombre el libre albedrío de la voluntad, puesto que de no habérselo dado, ciertamente no hubiera podido pecar.” En esta breve pregunta podemos comprobar cuál es el tema central del texto propuesto para Selectividad. A saber, cómo podemos hacer compatibles un Dios suma bondad con la creación del hombre que utiliza su libre albedrío para obrar mal, es decir, cómo Dios puede permitir que haya mal en el mundo. Este problema es propio de la teodicea y está en el centro de la polémica religiosa del siglo IV y V d.C. Segundo fragmento “Agust.- (…) Si el hombre en sí es un bien y no puede obrar rectamente sino cuando quiere, síguese que por necesidad ha de gozar del libre albedrío, sin el cual no se concibe que pueda obrar rectamente. Y no porque el libre albedrío sea el origen del pecado, se ha de creer que nos lo ha dado Dios para pecar. Hay, pues, una razón suficiente de habérnoslo dado, y es que sin él no podía el hombre vivir rectamente. Y, habiéndonos sido dado para este fin, de aquí puede entenderse por qué es justamente castigado por Dios el que usa de él para pecar, lo que no sería justo si nos hubiera sido dado no sólo para vivir rectamente , sino también para poder pecar. ¿Cómo podría, en efecto, ser castigado el que usara de su libre voluntad para aquello para lo cual le fue dada?” En este fragmento se discute si puede haber justicia divina si el hombre no hubiera sido creado libre. De no ser así, el hombre no sería responsable y por tanto, no podría ser castigado ni premiado. El libre albedrío le permite elegir separarse o no de la ley eterna y, por tanto, pecar o no. Es entendido como la capacidad del hombre de elegir a dios o pecar. Si su voluntad sólo se dirigiera al bien y estuviera obligado a ello, no habría responsabilidad y por tanto, no podría haber justicia. La libertad es un don recibido por dios que se orienta al bien pero el pecado original trastoca esta verdadera libertad para dejarla en libre albedrío por el que el hombre puede optar por no obrar rectamente. El fin natural de la libertad no es el mal sino el bien. Como vemos hay cierta distinción entre libertad y libre albedrío en San Agustín. El hombre es, por tanto, el responsable del mal moral y no Dios. Todo lo creado por Dios es bueno e incluso el mal físico (enfermedades, catástrofes naturales) es propio de la limitación de los seres contingentes (mal como privación de ser o bien) pero nunca un principio positivo de la realidad (en contra del maniqueísmo). El mal moral tiene su causa en el libre albedrío del hombre que deberá, en primer lugar, dar un giro a su voluntad a través del amor a dios si quiere salvarse. La debilidad humana hace que, para San Agustín, sea necesaria la gracia divina para posibilitar ese giro y dirigir la voluntad hacia Dios o sumo Bien (doctrina contraria al pelagianismo que negaba la necesidad de la gracia). Sólo a través del amor a Dios será posible posteriormente el conocimiento de Dios. Como vemos, a diferencia del intelectualismo griego (el mal es fruto de la ignorancia) en la ética agustiniana el mal es fruto de una voluntad humana libre. Libro II Capítulo II. Objeción: si el libre albedrío ha sido dado para el bien, ¿cómo es que obra el mal? Tercer fragmento “Agust.- Veo que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos en los mismos comienzos de la cuestión precedente: si el creer no fuese cosa distinta del entender, y no hubiéramos de creer antes las grandes y divinas verdades que deseamos entender, sin razón hubiera dicho el profeta: Si no creyereis, no entenderéis. El mismo Señor exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación. Más después, al hablar del don que había de dar a los creyentes, no dijo: Esta es la vida eterna, que crean en mí; sino que dijo: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien enviaste. Después a los que creían les dice: Buscad y hallaréis; porque no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después. Por lo cual, obedientes a los preceptos de Dios, seamos constantes en la investigación, pues iluminados con su luz, encontraremos lo que por su consejo buscamos, en la medida que estas cosas pueden ser halladas en esta vida por hombres como nosotros.” En este fragmento S. Agustín hace confluir la fe y la razón, esto es, la voluntad y el conocimiento humano. Acudiendo a un criterio de autoridad, es decir, acudiendo a los textos sagrados, San Agustín nos habla de la necesidad de la fe para que ilumine a la razón en su búsqueda de la verdad; ésta es única y dada por revelación. El verdadero filósofo es el verdadero creyente y por tanto, cristiano. El hombre necesita de un giro de su voluntad que afirme el amor a Dios por encima del amor a los bienes materiales para poder conocer el auténtico camino. El camino de la interioridad, vía para llegar a Dios autotrascendiéndose, necesita de la afirmación de la fe que señala la verdad revelada. La razón esclarece el dato de fe, lo hace comprensible al hombre, por eso razón y fe confluyen en la única verdad. “Cree para entender y entiende para creer”. Las relaciones entre fe y razón como fuentes distintas e incluso contrarias de conocimiento llenarán los debates teológico-filosóficos medievales y encontrarán distintas soluciones: la agustiniana que acabamos de ver, la averroísta o teoría de la doble verdad y finalmente, la tomista.