Transcurrido un año desde la primera operación de rescate de Grecia, la crisis de la deuda soberana en la Eurozona se ha agravado y ha puesto en evidencia tanto los vicios en el diseño de la Unión Monetaria como la ausencia de mecanismos y de instituciones capaces de prevenirlas y afrontarlas. La reestructuración de la deuda griega, en condiciones por determinar, parece inevitable y los riesgos de contagio han aumentado. La marcada dispersión de los costes de financiación entre Estados miembros es difícilmente compatible con el status de una unión monetaria. Desde mediados del pasado año, la economía española se inscribe en una fase de crecimiento lento y sin capacidad para generar puestos de trabajo que, además, ha comenzado con retraso y menor intensidad respecto a la de otros países de la Eurozona. La caída de la actividad junto con el giro de política económica desde una orientación expansiva, basada en el estímulo del gasto no productivo, a otra centrada en el ajuste han contribuido a atenuar algunos de los desequilibrios previamente acumulados. La economía española no solamente sufre los efectos del necesario ajuste de sus desequilibrios, sino también los de la inestabilidad de la Eurozona y de la falta de confianza en los mecanismos de resolución de la crisis de la deuda soberana, lo que se traduce en un sobrecoste y una mayor dificultad de acceso a la financiación. La política económica debe centrarse en la recuperación de la credibilidad de los mercados para lo que resulta imprescindible el estricto cumplimiento de los objetivos presupuestarios y el diseño de una estrategia creíble para recuperar competitividad y potencial de crecimiento a través de la contención de los costes internos y de las ganancias de productividad. Los efectos depresivos del ajuste sobre la actividad y el empleo podrían atenuarse de un modo considerable mediante la extensión y profundización de las reformas estructurales. A diferencia de otros países miembros, la economía española no solamente mantiene sus desequilibrios en cotas manejables (deuda pública, déficit por cuenta corriente, sistema financiero solvente etc.) sino que dispone de un tejido industrial sólido y una demostrada capacidad exportadora, lo que le confiere un elevado potencial de crecimiento latente que hay que liberar. El retraso o la falta de cobertura de las reformas que exige nuestra economía derivaría en un estancamiento de la actividad, la persistencia de un elevado nivel de desempleo, un retroceso en el bienestar frente a las economías de nuestro entorno y una creciente dificultad para superar los desequilibrios internos.