los procesos de urbanización e industrialización en la españa de la

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LOS
PROCESOS
INDUSTRIALIZACIÓN
RESTAURACIÓN.
DE
EN
URBANIZACIÓN
E
LA ESPAÑA DE LA
TEMA 2
LA DEMOGRAFÍA
El sistema económico y social español en la época de la
restauración presentaba una sociedad dual en la que convivían dos
mundos muy diferenciados: unas pocas áreas industrializadas y un
inmenso interior agrario, con formas de vida y subsistencia muy
atrasadas y con una escasa interrelación entre unas y otras. Las
bajísimas rentas de la mayor parte de la población no permitían ni
el consumo ni el ahorro, lo que dificultó el desarrollo industrial.
En el periodo de la restauración, la población española se
incrementa en unos dos millones de habitantes. Este lento
desarrollo se explica por la permanencia en España de rasgos de
economía antigua, con niveles de bienestar mínimos, lo que la
distancia notablemente de los países europeos más desarrollados.
El índice de natalidad sigue siendo alto, llegando en 1900 al
33%0, en tanto que el índice de mortalidad alcanza un máximo
del 37%0 en el año 1885, año de la epidemia de cólera.
Las causas de la fuerte mortalidad hay que atribuirlas a una
escasa asistencia sanitaria, unas condiciones de salubridad
deficiente de casas y calles, y una tendencia al fallecimiento en
las zonas industriales.
Durante este periodo, España sigue siendo esencialmente
rural, con grandes problemas de infraestructuras y desequilibrios
regionales. La población sigue dedicándose mayoritariamente a
actividades agrícolas: el artesanado está en retroceso y el sector
servicios acoge a personas dedicadas al servicio doméstico y a
actividades liberal-profesionales, comerciales y burocráticas.
Los procesos de urbanización e industrialización apenas son
apreciables en España. Solamente el País Vasco, que concentra
una moderna siderurgia y Cataluña, con una burguesía dinámica,
se pueden equiparar a la Europa industrializada.
Sólo a partir de 1900 la demografía española abandonó las
pautas del Antiguo Régimen, produciéndose una transición
demográfica más rápida en la periferia que en el centro, y en las
zonas más desarrolladas y urbanizadas que en las áreas agrarias
más atrasadas económicamente. El factor decisivo en la
modernización demográfica fue el descenso de la mortalidad,
sobre todo la de carácter epidémico e infantil produciéndose una
progresiva desaparición de enfermedades infecciosas, como el
tifus o la tuberculosis y una notable mejoría en la dieta
alimenticia.
Las migraciones internas se dieron en dos sentidos: desde el
campo a la ciudad, y desde el interior hacia el litoral,
especialmente hacia los núcleos industriales de Cataluña y País
vasco. En el interior, sólo Madrid actúa como polo de atracción de
la población limítrofe. La emigración al extranjero aumenta.
Miles de personas se ven forzadas a abandonar el país en busca de
trabajo, siendo los canarios y gallegos los que aportan los
mayores contingentes, dirigiéndose especialmente hacia Cuba,
Argentina y Brasil. Parte de estos emigrantes regresan a España
con importantes fortunas acumuladas y son los llamados
“indianos”.
En la segunda mitad del siglo XIX la población urbana
española se duplicó, siendo especialmente significativo en las
capitales de provincias. La mayoría de las ciudades, después de la
desamortización, acometieron la realización de planes de
ensanche, que eran diseños urbanísticos para organizar la
ampliación urbana.
Desde comienzos de siglo XX se producen notables cambios
en la distribución sectorial de la población activa española. Si a
comienzas de siglo el 66% se ocupaba en el sector primario, esta
cifra desciende hasta el 45% en 1930, al tiempo que el sector de la
industria y construcción, y el sector servicios experimentan un
fuerte crecimiento.
LA EXPANSIÓN DE LA AGRICULTURA
La producción agraria española creció desde 1830 de forma
casi ininterrumpida como resultado del aumento de la superficie
cultivada y de la intensificación y especialización en cultivos
mediterráneos, como el viñedo, el olivar y los frutales. El sector
agrario mostró capacidad para adaptarse a la demanda creciente
de la Europa industrial, lo que estimuló la producción española.
La estructura de la propiedad mantiene los rasgos generales
de etapas precedentes: al norte del Duero, predominio de fincas
medianas y del minifundio; una zona centro, entre el Duero y el
Tajo, con propiedades medias, y una zona sur y oeste donde se
mantiene el latifundio.
En el último cuarto del siglo XIX la agricultura sufrió una
crisis de carácter internacional. Tuvo su origen en la llegada
masiva a los mercados europeos de algunos productos de ultramar
gracias a la revolución de los transportes. En España se tomaron
medidas en dos direcciones: se protegió la producción interior y
se adoptaron políticas específicas de reforma estructural del sector
agrario.
Desde principios del siglo XX la producción rural española
experimentó un importante crecimiento que se explica por la
intensificación del uso del suelo, la especialización de la
producción y un incremento de los rendimientos. Se produce una
ampliación de las superficies cultivadas, sobre todo en las zonas
cerealísticas, eliminándose el barbecho e incrementándose los
rendimientos. Además, a la trilogía tradicional, trigo, aceite y
vino, se añaden nuevos cultivos como los cítricos, las
leguminosas y las plantas forrajeras.
La ganadería va adquiriendo mayor importancia,
generalmente explotada en régimen de estabulación y destinada al
abasto alimenticio. Se introducen novedades técnicas con una
incipiente mecanización, la difusión de nuevos aperos de labranza
y la adopción de nuevas simientes y razas ganaderas
seleccionadas. Por primera vez la agricultura española aplicó los
resultados de la investigación científica a su proceso productivo.
La supresión del régimen señorial y la desamortización
aumentó el número de propietarios, ya que nuevos compradores
accedieron a las tierras, cosa que no pudieron hacer la mayoría de
los campesinos. Según la relación con la tierra nos encontramos:
a) Propietarios que poseían tierras
b) Arrendatarios y aparceros, que pagaban un alquiler o renta
por cultivar una tierra que no era suya, percibiendo a cambio
una parte o el total del producto obtenido.
c) Jornaleros, que vendían su trabajo a cambio de un salario y
dependían de la periodicidad estacional de las labores del
campo.
Aunque los propietarios eran numerosos, la mayoría lo eran
de pequeños minifundios y tenían que trabajar como
asalariados o arrendatarios para completar sus ingresos.
Los arrendatarios estaban sujetos a contratos de corta
duración cuyo precio podía fijar libremente el propietario. Los
jornaleros eran el grupo más numerosos en el campo español,
especialmente en Andalucía, sin posibilidades de acceder a la
propiedad de la tierra y por consiguiente los más deseosos de
que se llevase a cabo un reparto de las mismas.
LA INDUSTRIALIZACIÓN
El lento proceso de industrialización de España a lo largo
del siglo XIX tiene sus causas en una serie de factores
combinados que se pueden resumir en los siguientes:
a) El bajo nivel de vida del conjunto de la población española,
en especial la rural, carente de poder adquisitivo necesario
para demandar productos industriales
b) La inexistencia de un mercado integrado nacional, hasta la
construcción de una red ferroviaria que facilitara la relación
interior periferia y favoreciese los intercambios con el
exterior.
c) La orientación de la inversión hacia empresas no
industriales, ya que se consideraba más seguro comprar
bienes desamortizados, acciones y obligaciones de los
ferrocarriles o títulos de la deuda pública que invertir en
proyectos más creativos.
d) La ausencia o insuficiencia de una política que fomentase la
industria nacional.
Durante la Restauración se produce una coyuntura
económica favorable, a la que no es ajena la estabilidad política
derivada del fin de las guerras carlistas y el aumento de la
demanda del exterior. No obstante este desarrollo económico
tiene lugar de una forma poco coordinada, que acentúa los
desequilibrios entre las distintas regiones.
Aún viviendo un periodo de expansión, España se aleja
progresivamente de las innovaciones tecnológicas del Norte de
Europa.
El desarrollo minero y el avance industrial crecieron con
rapidez entre 1875 y 1900, y la clave está en la Ley de Minas de
1869 que concedía minas a perpetuidad a cambio de una modesta
tributación pública. Compañías internacionales aprovecharon la
cobertura que les proporcionaba la liberal legislación para
explotar y exportar minerales en bruto a los países
industrializados con costes bajos y muy altos beneficios.
Hasta principios del siglo XX se exportó hierro, plomo,
cobre, cinc en cantidades próximas al 90% de lo extraído. El
carbón, de mala calidad, quedó casi por completo en manos
españolas, pero se trataba de un mineral que por diversas causas
no podía competir ni en calidad ni en precios con el foráneo.
La fachada cantábrica conoce un considerable desarrollo
económico. Las causas se encuentran en la creación de un
importante núcleo siderúrgico en el País Vasco como
consecuencia de la existencia de importantes yacimientos de
hierro en Vizcaya. La mayor parte de la producción se exporta a
Reino Unido.
La alta capacidad de explotación determina un flujo de
dinero que constituye la base del capitalismo financiero vasco. En
Bilbao se crean además grandes compañías navieras. Santander
continúa siendo centro de exportaciones e importaciones de
productos agrícolas, Asturias mantiene la producción carbonífera
y Vigo se convierte en el primer núcleo conservero de España.
Cataluña es foco de una importante actividad textil, aunque
sufre dificultades debido a la competencia extranjera. En la última
década del siglo mantiene altos niveles de producción industrial
algodonera y se moderniza la maquinaria textil, pero la pérdida de
las colonias provoca la crisis del sector en las postrimerías del
siglo XIX.
A las tradicionales zonas industriales y mineras, se añaden
los núcleos mineros de plomo de Sierra Morena y Cartagena, de
cobre de Río Tinto y de mercurio de Almadén. Las Islas Canarias
alcanzan una notable actividad comercial apoyada en los puertos
francos: el puerto de la Luz en Gran Canaria y el de Santa Cruz en
Tenerife. Granada, Córdoba, Zaragoza y Aranjuez ponen en
marcha la industria azucarera a partir de la transformación de la
remolacha.
En el primer tercio del siglo XX, la estructura industrial
española sufrió una importante transformación con la aparición de
nuevas industrias o la transformación de las ya existentes. El
sector textil comenzó a perder peso, siendo la mayor novedad el
desarrollo de la industria alimentaria, desde las vinculadas a los
productos agrarios mediterráneos hasta las más novedosas, como
el aprovechamiento industrial de la remolacha, o la eclosión de la
industria conservera en el litoral cantábrico y atlántico.
La diversificación industrial es una de las principales
características de este periodo inicial del siglo XX.
-La industria química fue uno de los pilares de la segunda
revolución industrial. Se ubicaba en Cataluña o en Santander y
desarrolló de forma especial la fabricación de fertilizantes
artificiales.
- La fabricación de papel tuvo su núcleo central en la empresa
Papelera Española, vinculada al principal consumidor de papel, la
prensa periódica.
- La industria de la construcción tuvo en el sector del cemento una
de sus innovaciones principales, gracias a la aplicación del
invento inglés del cemento Portland.
- La industria automovilística se inició en Barcelona con la
fundación de la fábrica Hispano-Suiza. De ella salieron los
primeros automóviles españoles, así como motores para barcos y
aviones.
La industria eléctrica, necesitada de grandes inversiones de
capital, fue la novedad del panorama industrial español,
especialmente a partir de la Primera Guerra Mundial. El
crecimiento del parque de automóviles favoreció la creación de
empresas relacionadas con el refinado y la distribución de
petróleo, como CAMPSA y CEPSA. Las consecuencias del
empleo de estas nuevas fuentes de energía fue que la localización
de los centros fabriles ya no dependía de su proximidad a las
fuentes de energía; los procesos de producción industrial pudieron
ser más fácilmente mecanizados y que la vida cotidiana cambió
mediante la iluminación pública y la facilidad para desarrollar el
transporte urbano. La primera central eléctrica española fue obra
de Dalmau y Xifré en 1875 y el alumbrado público aparecerá por
primera vez en Madrid en 1881 y en Barcelona al año siguiente.
El ferrocarril fue la alternativa a la deficiente red española
de caminos y canales, aunque su construcción se inició con
retraso respecto a Europa. La construcción del ferrocarril fue
realizada por compañías francesas y belgas, que lograron del
estado amplias concesiones para la importación de maquinaria y
la explotación ulterior del tráfico.
Durante el primer tercio del siglo XX, la explotación del
tráfico ferroviario se ralentizó por las bajas inversiones de las
compañías privadas para la mejora de la red. Esto desembocó en
la nacionalización de la misma y la creación de RENFE, que
desde entonces es la titular del tráfico ferroviario. La red
ferroviaria fue decisiva para la constitución de un mercado
interior unificado.
La aparición de nuevas empresas estimuló la compra de
acciones a través de la Bolsa porque tales empresas resultaban
realmente rentables. De esta forma se acumularon importantes
beneficios en manos de los inversores; beneficios que en buena
parte, se depositaron en cuentas corrientes en los bancos más
importantes del país.
A través de este proceso una serie de bancos lograron
acumular importantes reservas monetarias y realizar sustanciosos
beneficios. Este aumento de capital y de beneficio permitió a las
mayores potencias bancarias del país (Hispano Americano,
Español de Crédito, Vizcaya y Bilbao) adquirir un papel
hegemónico sobre la economía española y lanzarse por el camino
de las inversiones en las ramas de la industria que exigían grandes
desembolsos de capital. De esta forma se consolidó una relación
de dependencia entre la banca y la industria básica que ha llegado
hasta nuestros días.
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