Carta a Herodoto (Fragmento)

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Carta a Herodoto (Fragmento)
Para aquéllos, oh Herodoto, que no pueden tener un conocimiento perfectamente exacto de
cada uno de mis escritos sobre la Naturaleza, y estudiar a fondo los principales libros, más
largos, que he escrito, he hecho un resumen de toda mi obra que permite retener más
fácilmente las principales teorías. Podrán, así, evitarse el tener que hacerlo ellos mismos con
mis ideas principales en la medida en que se interesen por la naturaleza. Por otra parte,
quienes conocen ya a fondo mis obras completas, necesitan tener presentes en la memoria las
líneas generales de mi doctrina, pues a menudo tenemos más necesidad de un resumen que
del conocimiento particular de los detalles. Hay que avanzar paso a paso reteniendo
constantemente el conjunto de la doctrina para comprender bien sus detalles. Este doble efecto
será posible si se comprenden bien y se retienen en su verdadera formulación las ideas
esenciales, y si se las aplica seguidamente a los elementos, a las ideas particulares y a las
palabras. Conoce a fondo la doctrina quien puede sacar partido rápidamente de las ideas
generales. Pues es imposible poseer en su completo desarrollo la totalidad de mi obra si se es
incapaz de resumir para uno mismo y en pocas palabras el conjunto de aquello en lo que se
quiere profundizar particularmente, detalle a detalle.Ya que este método resulta útil para todos
los que estudian seriamente la física, aconsejo a todos los hombres decididos que se entregan
asiduamente a tal estudio, y que buscan en ella el medio de obtener tranquilidad de vida, que
hagan un resumen similar del conjunto de mis teorías.Hay que empezar, Herodoto, por conocer
lo que se oculta en las palabras esenciales, a fin de poder, relacionándolas con los cosas
mismas, formular juicios sobre nuestras opiniones, nuestras ideas y nuestras dudas. De este
modo no corremos el riesgo de discutir hasta el infinito sin resultados y de pronunciar palabras
vacías. En efecto, es necesario estudiar primeramente el sentido de cada palabra, para no
tener necesidad de un exceso de demostraciones, cuando discutamos nuestras preguntas,
nuestras ideas y nuestras dudas. Después hay que observar todas las cosas confrontándolas
con las sensaciones y, de modo general, con las intuiciones del espíritu o cualquier otro criterio.
Igualmente por lo que respecta a nuestras afecciones presentes, para poder juzgar según los
signos los objetos de nuestra atención y los objetos ocultos. Cuando se haya visto todo eso se
está preparado para estudiar las cosas invisibles y, en primer lugar, podemos decirnos que
nada nace de nada, ya que si las cosas no tuvieran necesidad de semilla todo podría nacer de
todo. Por otra parte, si lo que desaparece volviera a la nada, todas las cosas perecerían, ya
que no podrían convertirse más que en nada. De lo que resulta que el universo ha sido siempre
y será siempre lo que es actualmente, ya que no hay ninguna otra cosa en lo que se pueda
convertir, y tampoco hay, fuera del universo, nada que pueda actuar sobre él para provocar un
cambio. El universo está formado por cuerpos. Su existencia queda más que suficientemente
probada por la sensación, pues es ella, lo repito, la que sirve de base al razonamiento sobre las
cosas invisibles. Si lo que llamamos el vacío, la extensión, la esencia intangible, no existiera,
no habría lugar en el que los cuerpos pudiera moverse, como de hecho vemos que se mueven.
Al margen de estas dos cosas no se puede comprender nada, - ni por intuición, ni por analogía
con los datos de la intuición-, de lo que existe en tanto que naturaleza completa, ya que no
estoy hablando de acontecimientos fortuitos o de accidentes. Entre los cuerpos, unos son
compuestos, y otros son los elementos que sirven para hacer los compuestos. Estos últimos
son los átomos indivisibles e inmutables, ya que nada puede convertirse en nada, y es
necesario que subsistan realidades cuando los compuestos se desagregan. Estos cuerpos
están llenos por naturaleza y no tienen en ellos lugar ni medio por el que pudieran destruirse.
De lo que resulta que tales elementos deben ser, necesariamente, las partes indivisibles de los
cuerpos. Por lo demás, el universo es infinito. En efecto, lo que es finito tiene un extremo, y el
extremo se descubre por comparación respecto a otro. Así que, careciendo de extremo, no
tiene, en absoluto, fin; y, no teniendo fin, es necesariamente infinito y no finito. El universo es
infinito desde dos puntos de vista: por el número de cuerpos que contiene y por la inmensidad
del vacío que encierra. Si el vacío fuera infinito y el número de cuerpos limitado, éstos se
dispersarían en desorden por el vacío infinito, ya que no habría nada para sostenerlos y nada
para unirlos a las cosas. Y si el vacío fuera limitado y el número de cuerpos infinitos no habría
lugar donde se pudieran instalar.Por otra parte, los cuerpos llenos e indivisibles, de los que
están formados y en los que se resuelven los compuestos, presentan formas tan diversas que
no podemos conocer su número, ya que no es posible que tantas formas diferentes provengan
de un número limitado y comprensible de figuras semejantes. Además, cada figura presenta un
número infinito de ejemplares, pero, por lo que respecta a su diferencia, tales figuras no
alcanzan un número absolutamente ilimitado. Su número es, simplemente, incalculable.
Además, los átomos están animados de movimiento perpetuo. Unos están separados por
grandes intervalos; otros, por el contrario, conservan su impulso todas las veces que son
desviados, uniéndose a otros y convirtiéndose en las partes de un compuesto. Es la
consecuencia de la naturaleza del vacío, incapaz por sí mismo de inmovilizarlos. Por otra parte,
su inherente solidez les hace rebotar, luego de cada choque, al menos en la medida en que su
integración en un compuesto les permita rebotar luego de un choque.El movimiento de los
átomos no ha tenido comienzo, ya que los átomos son tan eternos como el vacío.
Por otra parte, hay una infinidad de mundos, sean parecidos al nuestro, sean diferentes. En
efecto, siendo los átomos infinitos, como se acaba de demostrar, son llevados por su
movimiento hasta los lugares más alejados. Y tales átomos, que por su naturaleza sirven, ya
por sí mismos, ya por su acción, para crear un mundo, no pueden ser utilizados todos para
formar un único mundo, o un número limitado de mundos, ni para los semejantes a éste, ni
para los diferentes, de modo que nada impide que haya una infinidad de mundos.
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