SERVICIO UNIVERSAL

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SERVICIO UNIVERSAL
Breve antecedente histórico
Ing. Horacio C. Reggini
Un fundamento de la importancia y extensión del concepto del “servicio
universal”, reside en que -convenientemente implementado- conviene a todos,
es decir a los habitantes de un país, al país en su conjunto, y a los operadores.
Es instructivo recordar que la expresión “servicio universal” fue utilizada y
promocionada en los Estados Unidos en los tiempos primeros del desarrollo de la
telefonía, por el famoso empresario Theodore N. Vail, artífice de la gigantesca AT&T.
De la misma forma como a Alexander G. Bell se le reconoce como “el inventor del
teléfono”, a Theodore N. Vail se le reconoce como “el creador del negocio telefónico”.
En 1878, dos años después de haber inventado el teléfono, Alexander Graham Bell,
anticipándose a la telefonía de larga distancia, afirmó: “Creo que en el futuro las centrales
de las diversas ciudades servidas por el teléfono se vincularán entre sí, y cualquier
persona en un lugar podrá comunicarse con otra de otro lugar”. Más tarde, Theodore N.
Vail, socio de Bell al poco tiempo del comienzo del desarrollo telefónico hasta 1887, y
luego presidente de la empresa continuadora AT&T entre 1907 y 1919, pronunció en
1909 la conocida frase: “One policy, one system, universal service” (una única política,
un solo sistema, un servicio universal) que resumía su pensamiento para la gestión
telefónica.
Vail, creador del Bell System, fue el más importante visionario de las telecomunicaciones
de su época y predijo sin equivocarse su papel transformador. Promovió la subsidiaridad
del servicio telefónico en las regiones rurales por parte de los usuarios urbanos,
consciente de que el incremento del número de teléfonos conectados entre sí, contribuía
tanto al provecho de los abonados como a los beneficios de la empresa prestadora del
servicio.
Es sabido que el grado de actividad de una red -reflejado en la cantidad de llamadasaumenta en relación aproximada con el cuadrado del número N de nodos o partes
intervinientes, ya que ella depende del número de posibles conexiones entre nodos que
vale N*(N-1)/2. O sea que cuanto más clientes tiene un sistema de redes, más –y en
intensidad mayor- resulta el número de “pulsos” -o tiempos a facturar- en los resultados
de los medidores de las diversas compañías prestadoras de los servicios de
telecomunicaciones o en sus ventas en general. De allí que la velocidad del crecimiento
del mercado (derivada primera de la fórmula anterior) es proporcional a N, es decir, el
número de clientes.
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En los tiempos en que Vail ocupó la presidencia de AT&T entre 1907 y 1919, habían
caducado las patentes otorgadas a Alexander G. Bell, y existían varias compañías en
régimen de competencia. En el contexto de ese tiempo, Vail defendía el monopolio
telefónico opinando que la competencia en el servicio carecía de sentido y que el público
iba a ser atendido de manera más eficiente y económica si el servicio era prestado por una
sola empresa a nivel nacional. Su modo de pensar dio paso al concepto de “monopolio
natural” para el servicio telefónico. Además, Vail, paralelamente, creyó y apoyó la
instrumentación de una “regulación pública del monopolio” con el objeto de asegurar la
defensa del interés público y evitar prácticas monopólicas predatorias.
Tanto Bell como Vail creían en la conveniencia de una prestación vertical total integrada
del servicio telefónico, incluyendo las terminales telefónicas, las bajadas de cables a los
usuarios, las centrales de conmutación y las redes de interconexión. Defendieron con
ardor la idea de un único sistema telefónico para todos ya que esa coyuntura –decíanconduciría a un servicio más eficiente. Bell y Vail poseían el convencimiento de que las
ganancias de la empresa serían mayores en el largo plazo si todos disponían de servicio
telefónico. Fue así como nació el concepto de “servicio universal”, que Vail, en especial,
promovió intensamente.
La meta de “servicio universal” fue puesta en práctica años atrás en los Estados Unidos,
haciendo que el servicio local fuese subsidiado por el servicio de larga distancia. El
imperio AT&T y la política de Vail, “One policy, one system, universal service”, se
derrumbó en 1984, por la acción antitrust impulsada por el Juez Harold Greene. Durante
los años previos AT&T había visto amenazada su hegemonía por diversos fabricantes que
produjeron equipos con posibilidad de conexión a la red (terminales, contestadores
automáticos, etc.) y por la aparición en competencia de agresivas empresas de servicios
de larga distancia. En los años posteriores al “divestiture” de AT&T, y a fin de proveer
servicio de larga distancia, los nuevos “carriers”, requerían acceder a las redes locales
para terminar una llamada en la ciudad entrante y para recoger la llamada saliente. De
allí, surgieron los denominados cargos de acceso (“access charges”) que los “carriers”
pagaban a las telefónicas locales. Los cargos de acceso fueron y son un tema de compleja
dilucidación y controversia. Los “carriers” de larga distancia pagaban un porcentaje
considerable de sus tarifas a las compañías locales, y se decía que de esa manera
contribuían a subsidiar los servicios locales, que incluían el “billing”, la conmutación, la
transmisión local, -y por ende el ‘servicio universal’-. Nunca hubo acuerdo claro en ese
“modus faciendi” y en la determinación de esos costos, pero siempre fue creencia
generalizada que las tarifas del servicio de larga distancia transferían dinero al servicio
local, subsidiando así el llamado ‘servicio universal’.
El concepto de “servicio universal” es vinculado por la Unión Internacional de
Telecomunicaciones a la “accesibilidad” (criterio de cobertura del servicio) y a la
“asequibilidad” (criterio de razonabilidad del precio). Incluye también la provisión de
fondos (subsidios directos) o fijación de descuentos (incentivos de servicios) a
establecimientos tales como escuelas, bibliotecas y centros de salud públicos.
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Son reconocidas internacionalmente las dificultades que plantea la implementación del
concepto de “servicio universal” en los distintos países. La alternativa consistente en la
provisión de subsidios directos por parte del Estado, implica la necesidad de elevar el
presupuesto estatal, lo que conlleva -para asegurar el equilibrio fiscal- al aumento de
otros impuestos u otros recursos de recaudación. Tal situación debe ser dilucidada de
acuerdo con una política que deberia considerar todas las áreas económicas y de servicios
del país (agua, electricidad, transporte, etc.).
En la década del 90, distintos gobiernos han promovido la idea de subsidiar los servicios
de comunicación de usuarios con pocos recursos, o en condiciones desventajosas, ya sea
con fondos especiales o imponiendo políticas tarifarias a los operadores. La mayoría de
esos planes citan los antecedentes de la primera parte de este siglo, apoyados en el
convencimiento de que convenía a todos los ciudadanos de un país que todos dispusiesen
de servicio telefónico. Ello había dado sustento también a la nacionalización o
estatización de los servicios en diversos países o a la imposición de una regulación
estricta en el control de monopolios. En la mayoría de los países, los gobiernos
impusieron tarifas que obligaban a algunos (generalmente clientes comerciales o urbanos)
a pagar más que lo que costaban los servicios recibidos en favor de otros (clientes rurales
o de escasos recursos) que pagaban menos que lo que costaban sus respectivos servicios.
En la actualidad, los monopolios estatales y privados se han derrumbado. Ya no más se
consideran una manera eficiente de proveer servicios de telecomunicaciones y se
favorece en cambio la libre competitividad a fin de canalizar los beneficios de la
economía de mercado al sector de las telecomunicaciones. En resumen, se considera que
la competencia disminuirá los precios acercándolos a los costos y que hará llegar
rápidamente las nuevas tecnologías al mercado. Los sistemas tendientes a prestar el
llamado ‘servicio universal’ a algunos grupos de un país, basados en el recargo de tarifas
a otros grupos o el aumento de tarifas de servicios especiales, a la larga causan problemas
a la implementación efectiva y el funcionamiento fluido de un mercado de libre
competencia y es aconsejable por lo tanto evitarlos.
Miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales, de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la
Comunicación y de la Academia Nacional de Educación; miembro correspondiente de la
Academia de Ingeniería de la Provincia de Buenos Aires; Decano de la Facultad de
Ciecias Fisicomatemáticas e Ingeniería de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
HORACIO C. REGGINI.
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