Historias y leyendas de Herodes y Juan el Bautista

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Historia y leyendas de Herodes y el Bautista
Al leer los relatos bíblicos alusivos a san Juan Bautista, me vienen a la
memoria recuerdos de leyendas locales que, sin alterarlos en absoluto, sólo los
complementan.
En los Evangelios, sobre todo en san Marcos, se describen los reproches de
Juan a la conducta escandalosa de Herodes – casado con Herodías, la mujer de su
hermano Filipo - críticas que le valieron al Bautista la cárcel, primero, y el martirio,
después.
La hija de Herodías, Salomé, cuyo nombre no aparece en la Biblia pero sí en la
tradición oral, en unas monedas recién encontradas y en el historiador Flavio Josefo,
protagonizó la famosa danza, llamada de “los siete velos”, que entusiasmó tanto al
Rey y a los comensales, que aquél le juró darle lo que ella quisiera, y Salomé lo
concretó en la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja, cabeza que la joven se
apresuró en entregar a su madre.
Herodes Antipas vuelve a aparecer en la Pasión de Cristo, cuando interroga sin
éxito al Redentor, se burla de Él y lo devuelve, vestido como si fuese loco, a Poncio
Pilatos. Y, por los Evangelios, no sabemos nada más de aquel reyezuelo.
Historia extrabíblica
Sin embargo, los historiadores coetáneos nos describen que Herodías, siempre
tan ambiciosa, presionó a Herodes para que solicitase más poderío al César, con
tanta insistencia e inoportunidad, que Calígula se irritó contra él y lo mandó al
destierro. Aquí surgen las discrepancias: suele considerarse como lo más probable
que su destino final fue la ciudad de Lyon, en las Galias, a dónde debió ir con
Herodías y probablemente con Salomé y donde murió el año siguiente de llegar, es
decir, el 39 d.C.
Otras versiones de la historia
En mi ciudad, Lérida, existe una vieja leyenda según la cual, Herodes y su
familia se alojaron en ella durante el destierro al que lo envió Calígula. A favor de
esta leyenda está la frase popular “Ilerdam videas!” (¡ojalá te manden a Lérida!)
que pronunciaban los romanos como maldición a quién querían quitarse de encima.
Por la dura guerra que habían sostenido contra Indíbil y los ilergetes y por lo
extremoso del clima de la ciudad, Ilerda no debía ser un lugar muy apetecible para
los ciudadanos de Roma.
También apoya esa leyenda la antiquísima devoción a san Juan Bautista, muy
arraigada en mi ciudad, mucho antes que en el resto del mundo cristiano. Una buena
prueba de ello es que existe, junto al río Segre, una iglesia dedicada a san Juan – que
he visitado infinitas veces y en la cual tuve la dicha de contraer matrimonio – y el
que unas excavaciones recientes hayan encontrado debajo de la plaza de la iglesia
un templo de la primitiva cristiandad dedicado al mismo santo.
¿Qué tienen que ver el río y san Juan con Herodes y Salomé?
Detalles de la leyenda
Durante el invierno leridano siempre ha sido normal que el río Segre llegue a
congelarse. Pues, según nuestra leyenda, una mañana de crudo invierno el río
apareció cubierto con una gruesa capa de hielo y Salomé tuvo la ocurrencia de
repetir sobre él la danza que la había hecho famosa.
Cuando estaba en el centro del cauce, el hielo empezó a crujir y se rompió bajo
los pies de la joven que se hundió en aquellas aguas, con tan mala fortuna que sólo
quedó la cabeza sobresaliendo en la superficie fluvial.
Por supuesto, el hielo dejaba ver esa cabeza como si estuviese cortada por el
cuello evocando a los espectadores la decapitación de san Juan. Los bordes del hielo
fragmentado seccionaron la garganta de Salomé, produciéndole la muerte, y fue esta
situación la que despertó el recuerdo y potenció la devoción de los cristianos de mi
ciudad por el Bautista.
Variantes circunstanciales
Existen diversas versiones alusivas a la leyenda de Salomé: unas dicen que se
ahogó en un lago francés, otras que la ahogada fue la propia Herodías,… Incluso
estos recuerdos se han inmortalizado en los tiempos modernos con diversas obras
de teatro y de cine. En todo caso parece que el pueblo sencillo se ha sentido urgido a
proclamar un acto de Justicia divina ya en esta vida, por lo que este suceso tan
evocador jamás se ha olvidado, de generación en generación.
Conclusiones
Con independencia del valor anecdótico de estas historias, que apoyan la
creencia de que Dios no siempre espera al otro mundo para castigar nuestros
pecados, yo recomendaría a mis lectores el que meditasen en especial una
bienaventuranza y una máxima evangélicas: la primera es “Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia porque ellos quedarán saciados” y la segunda “No
juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados”. Dios sabe más
y Él decidirá el castigo o el premio que merezcamos cada uno de nosotros al final de
la existencia terrena.
Josemaría Macarulla
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