La voluntad es lo más importante Enrique Rojas

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LA VOLUNTAD ES LO MÁS IMPORTANTE
«No hago lo que deseo ni lo que me pide el cuerpo, ni lo que me apetece, ni lo que es mejor
para mí. Voluntad y felicidad forman un binomio muy estrecho. No se hacen las cosas
simplemente por placer o porque a uno le guste, sino por llegar a lo que uno se ha propuesto.
La voluntad bien educada lleva a la realización más completa de uno mismo. La educación de
la voluntad patrocina la alegría. La voluntad nos lleva, como de la mano, a una vida lograda»
La voluntad es la joya de la corona de la conducta, es la pieza clave para alcanzar los objetivos
concretos. La voluntad nos determina. Hay que hacer una distinción entre dos conceptos
próximos: desear y querer. Son dos pretensiones que navegan pilotadas por nuestra conducta.
La primera se mueve por los sentimientos, mientras que la segunda es guiada por la voluntad.
Desear es anhelar algo de forma próxima, rápida, con una cierta inmediatez. Querer es
pretender algo a más largo plazo, pero teniendo el objetivo claro, bien delimitado y en donde
hay una firme resolución de alcanzar esa meta. El deseo es más superficial y fugaz. Querer es
algo más profundo y estable. Lo diría de otra manera: muchos deseos son juguetes del
momento. En cambio casi todo lo que se quiere significa un progreso personal a medio largo
plazo.
El campo magnético que deambula entre el desear y el querer forma una telaraña
complejísima en el que ambos conceptos se cruzan, se entremezclan, se confunden, se
avasallan, entran y salen, suben y bajan, giran, se esconden y luego vuelven a aparecer.
Todo esto da lugar a una tupida red de significados, con imprecisión a la orden del día. Los
deseos son muy importantes en la vida y tiran de nosotros en una dirección determinada. Son
importantes y le dan frescura a la conducta. Aprender a domesticarlos indica equilibrio y
dominio de sí mismo. El deseo es siempre fuerza, impulso, tirón.
Movimiento apasionado que impele y se lanza en la dirección que el estimulo le provoca. En su
seno se hospedan dos características: necesidad e impulso. El ser humano es un animal de
deseos. Estos son fogonazos momentáneos a veces casi automáticos en donde uno se ve
arrastrado por esa marea. El deseo es el registro primario de la afectividad.
Querer es determinación, firmeza, propósito decidido, solidez en el empeño de alcanzar algo
costoso de entrada y valioso de salida. Voluntad es querer. La contabilidad de la vida personal
está hecha de reverses y aciertos. En la ingeniería de la conducta la voluntad tiene un papel
clave: es un parque jurásico de vericuetos y puentes levadizos y caminos serpenteantes
ajedrezados por la búsqueda de algo que merece la pena.
Los deseos y los quereres se filtran por las rendijas de nuestro mundo afectivo silbando con su
energía. Hoy se considera que la voluntad es una de las piezas claves en la arquitectura de la
vida personal y es casi una segunda naturaleza. La educación de la voluntad es una tarea
artesanal, lenta, progresiva, que se parece mucho al orvallo asturiano, al chirimiri vasco, a la
charua peruana o a la cama chacha chilena: una lluvia fina que empapa la tierra y que cala en
la profundidad del campo. Esto se refiere a la importancia de lo que en apariencia parece
menudo y de escaso valor y que a la larga significa la costumbre de vencerse en lo pequeño.
Son batallas menores, escaramuzas de escaso relieve en el día a día, pero que ponen de
manifiesto la cultura del esfuerzo: un entrenamiento habitual para gobernarnos mejor.
Uno de los indicadores más claros de madurez de la personalidad es tener voluntad regia,
firme, compacta, solida, consistente, de edificio románico o gótico. Y al revés una de las
manifestaciones más evidentes de poca madurez, es tener una voluntad frágil, endeble,
liviana, vulnerable.
La clave está en fomentar lo siguiente: hacer atractiva la exigencia, mirando fijamente al
horizonte de la meta. ¿Cómo?: utilizando los instrumentos de la inteligencia, sublevando
esfuerzos, no dándose uno por vencido cuando las cosas van mal. Elevándose uno por encima
de las circunstancias adversas. Los esfuerzos y renuncias de ahora tendrán su recompensa.
Saber esperar y saber continuar. Utilizar la voluntad sin recoger frutos inmediatos: esa es la
clave. El verdadero objetivo de la voluntad es conseguir la victoria sobre uno mismo. Abrimos
las puertas del autodominio y así no nos desviamos de la meta, nos entregamos con ardor a la
tarea propuesta.
La voluntad es la capacidad para conseguir objetivos concretos y luchar, de forma recia,
poniendo a la motivación como gran motor de la misma. El hombre superior mira por
sobreelevación, no busca lo cercano, sino lo lejano. El hombre inferior vive aferrado a lo
inmediato y busca la satisfacción pronta y eminente.
Lo mejor es llevar a cabo lo que yo llamaría una especie de tabla de ejercicios de gimnasia de
voluntad: ahora hago esto sin gana porque es mi obligación; y después me aplico aquella otra
tarea que me cuesta, porque sé que es bueno para mí; y más tarde me aplico aquello otro que
me es costoso, porque sé que eso hará de mí una persona de una pieza.La costumbre de
vencerme en lo pequeño. Es esencial ejercitarse en estos vencimientos que no reportan
ningún beneficio próximo. Ahí vemos entrenamiento y aprendizaje. Hay que batirse con uno
mismo porque el enemigo está dentro y fuera y tiene distintos nombres: pereza, apatía
dejadez, abandono, cansancio de la vida o búsqueda de lo más cómodo.
Toda educación empieza y termina por la voluntad. Decían los escolásticos que la base de la
conducta está en crear hábitos positivos: la repetición de esos actos nos hace valiosos. No
confundir entre hábitos positivos y rutina. Lo primero es la educación continuada y, lo
segundo, el comportamiento cansino, agotador y sin alma. No hay rutina cuando se procura
poner amor en lo que se hace por pequeño que parezca. Educar no es solo conducir a alguien
hacia lo mejor para sacar todo lo bueno que lleva dentro, si no también hacer que ame el
esfuerzo y que este se vea como positivo y liberador.
Una persona con voluntad llega más lejos en la vida que una persona inteligente. Y a la larga es
una especie de llave multiuso, que vale para casi todo.
No hago lo que deseo ni lo que me pide el cuerpo, ni lo que me apetece, ni lo que es mejor
para mí. Voluntad y felicidad forman un binomio muy estrecho. No se hacen las cosas
simplemente por placer o porque a uno le guste, sino por llegar a lo que uno se ha propuesto.
La voluntad bien educada lleva a la realización más completa de uno mismo. La educación de
la voluntad patrocina la alegría. La voluntad nos lleva, como de la mano, a una vida lograda.
Enrique Rojas, catedrático de psiquiatría
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