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Historia de la filosofia

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Historia de la Filosofía Contemporánea
3º Grado en Filosofía
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Málaga
Reservados todos los derechos.
No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
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impasse cuando Schopenhauer plantea la siguiente cuestión. Hasta ahora nos hemos
fijado en los tipos y subtipos de representaciones, y nos hemos quedado en las
sensaciones internas. Pero quizá se pueda solucionar fijándonos en los diferentes
objetos que se ofrecen en la representación intuitiva, por si hay alguno que, desde
este el punto de vista de nuestro criterio epistémico, tenga un estatus privilegiado.
En primer lugar, si bien todo lo que se me ofrece es representación, dato
cognitivo, hasta ahora no hemos tenido en cuenta el hecho evidente de que yo
también, el sujeto, no soy sólo representación sino también cosa en sí. La cosa en
sí no sólo está ahí fuera, más allá de la representación, sino aquí mismo, en mí
mismo, aunque en principio se me escapa. Esto significa que quizá no tenga que
buscar tan lejos para encontrar ese objeto privilegiado, porque la cosa en sí está en
mí mismo sujeto, por lo que lo mejor es concentrarme en mí como objeto de la
representación.
En segundo lugar, de todos los objetos hay uno que destaca con total claridad
para cualquier sujeto, y es su propio cuerpo. Pero no ‘el cuerpo’, sino ‘mi cuerpo’,
que yo capto de manera completamente diferente a cualquier otro cuerpo y
cualquier otro objeto de la representación, intuitivo o abstracto. En este cuerpo hay
una parte fenoménica pero también de cosa en sí, y se me presenta de manera más
inmediata que cualquier otro objeto. Más aún, en el grado de inmediatez hay un
salto cualitativo, respecto a cualquier otro objeto.
Schopenhauer fue el primero en poner en el centro de la meditación metafísica
el cuerpo, y en reivindicar la necesidad de que sea la base a la que debe remitir una
y otra vez. Pero este cuerpo como objeto privilegiado de la representación no es el
cuerpo como el puro objeto de la ciencia (del que nos habla la medicina), sino una
representación con un contenido mucho más rico: el cuerpo en la experiencia
inmediata que cada uno tiene de su propio cuerpo. Tiene las siguientes
características:
1. carácter inmediato y directo que no tienen los demás
2. lo siento anterior a toda racionalidad: está ya siempre ahí antes de toda
actividad racional
3. en no pocas ocasiones no responde a mi voluntad consciente (racional), y
sin embargo es íntimo a mí, no es algo extraño, no lo siento como ajeno.
4. todas mis vivencias, mis representaciones, remiten en última instancia a
esta experiencia íntima del cuerpo.
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Por tanto debo someter a análisis esta experiencia inmediata del propio cuerpo,
intentando descubrir si se revelan aspectos que escapan a la representación. Esto
ocurre en la experiencia del querer, la cuarta clase de objetos de la representación.
Al analizarla descubro que tiene un doble aspecto: la acción exterior, el movimiento
del cuerpo cuando actúo, y el querer interior que ha dado lugar a esa acción.
Por primera vez tengo una representación que no sólo capto desde fuera, como
representación (el movimiento exterior), sino desde dentro, de manera interior,
porque yo mismo soy la realidad nouménica de esa representación. De los dos
aspectos, aquél que esté más privado de representación será el más cercano a la
cosa en sí: éste es la parte interior, mi interioridad donde reside el querer.
Schopenhauer propone este análisis de la experiencia del querer como una
hipótesis de interpretación metafísica de la realidad, no como un conocimiento
cierto, como el que se alcanza en la ciencia. Esta interioridad que yo capto en el acto
del querer es la interioridad de la representación del movimiento corporal, y por
tanto, si yo también soy noúmeno, debe ser la misma realidad nouménica de eso
que yo desde ‘fuera’ capto como representación. Por ejemplo, yo capto el
movimiento de la mano no sólo desde fuera, como una representación más entre
los objetos del mundo, sino desde dentro, y siento desde dentro esa representación.
Esta experiencia interior me da la clave para acceder a mi realidad en sí. Es esta
interioridad del querer que yo capto en el acto del querer. Pero esta interioridad
debe ser bien interpretada, según el criterio epistémico. Esta interioridad está
formada por sentimientos y emociones, que me llevan a actuar, pero una vez que la
despojemos de todos los elementos racionales, no sólo el motivo racional de la
acción, sino todos los sentimientos y emociones que podemos codificar con el
lenguaje. Así podemos captar el puro querer o desear dentro de nosotros, y esto es
a lo que Schopenhauer llama Voluntad.
En el acto de querer tenemos la experiencia inmediata que nos da la clave para
comprender (no explicar) el enigma de la realidad. Porque en él captamos por pura
experiencia cómo una pura interioridad, despojada al máximo de toda
representación y racionalidad, se manifiesta paradójicamente como un movimiento
del cuerpo, es decir, como la exterioridad de una representación. Cuando me
emociono, cuando río, cuando me enfado, al mismo tiempo es el estado de una
interioridad que se objetiva en manifestaciones exteriores de mi cuerpo. Esta
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Schopenhauer interpreta esta dualidad como dualidad exterioridad / interioridad.
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experiencia de cómo lo que es interioridad se hace exterioridad es lo que
Schopenhauer llama el enigma kat’exokhen de la existencia, que no puede ser
explicado más, sino sólo experimentado.
El término Voluntad, en alemán Wille, designa en principio la voluntad como
del querer, no en su aspecto consciente o racional, sino como un puro impulso
interior e íntimo, no consciente. En numerosas ocasiones lo llama también Deseo
(Begierde). En conclusión: la esencia real de todo lo que nos rodea es Voluntad o
Deseo, que se manifiesta como representación.
Extensión del querer a toda la realidad
En principio podría quedarme en un ‘egoísmo teórico’. Por este camino he
descubierto mi realidad nouménica, pero no puedo estar seguro que esta realidad
esté también detrás de las otras representaciones. Como planteaba Descartes en la
duda metódica, podrían ser ‘meras representaciones’
y
yo
ser
la
única
representación con una realidad nouménica. Este egoísmo teórico no se puede
confutar teóricamente (evidentemente, la estrategia de Descartes de demostrar la
existencia de Dios es inválida), sino si acaso sólo moralmente: es despreciable
moralmente ponerse uno a sí mismo como el centro del mundo.
Por tanto, si quiero extender esta hipótesis a las otras representaciones, deberé
hacerlo sólo por analogía. Igual que yo tengo un aspecto exterior, que es mi
representación, el cuerpo por fuera, y un aspecto interior, la voluntad o deseo, así
debe ser cualquier representación. Yo sólo capto de ella el aspecto exterior, como
hace la ciencia, pero debe tener un aspecto interior, análogo al mío, que es su
realidad nouménica. Ésta no puedo captarla, por mucho que intente entrar en
contacto con otro cuerpo, incluso de una persona, sólo la pueda deducir por
analogía. Ese cuerpo de esa otra persona se mueve y actúa exteriormente como el
mío, luego debe tener un interior como el mío. Por tanto, por extensión deduzco
que este mismo querer (Voluntad) que es la esencia de mi ser en sí, que yo capto de
manera más inmediata que cualquier otro objeto, es la realidad en sí de todo lo
existente, que yo no puedo captar sino sólo representar en la abstracción. Ésta es
pues sólo una hipótesis metafísica, pero apoyada en una experiencia en primera
persona que todo sujeto puede tener, y que tiene la ventaja de que mediante ella
puedo comprender (no explicar) lo que se me ofrece en la representación:
1. el sentido de los fenómenos que me rodean, su contenido, que la ciencia
dejaba sin explicar
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facultad de decisión consciente. Pero Schopenhauer lo utiliza para designar el acto
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2. y la realidad última de aquellos conceptos límites que utilizan las ciencias
(fuerza, instinto…)
Los comprendo en la medida en que los remito a esa experiencia de manera
indirecta. Así comprendo su sentido: lo que pasa ahí fuera en la representación, es
lo que pasa aquí dentro, pero sin poder explicarlo.
De este modo, Schopenhauer extiende esta hipótesis a todo lo que existe, ya que
permite comprender el sentido de los fenómenos mediante el proceso analógico, pues
un ser que no tuviera esa experiencia del querer, no podría comprenderlo. Con esta
hipótesis puedo comprender, por tanto, el sentido de los fenómenos que me rodean, y la
realidad última de aquellos conceptos límites que utilizan las ciencias (fuerza, instinto…).
Si quisiéramos llegar por esta vía al ámbito de la ciencia, podríamos decir que,
efectivamente, la fuerza de la gravedad es voluntad, sin embargo, es demasiado rígida
para ser equiparada a la humana. Pero no debe ser sólo hipótesis sino objeto de una
experiencia: cómo eso mismo que yo siento en mi intimidad está detrás de todo. El
cometido de la metafísica será, según esta hipótesis, comprender el sentido de aquello
descrito por la ciencia. El mundo, igual que mi cuerpo en la experiencia del querer, tiene
como dos caras: fenómeno, representación, racionalidad, y cosa en sí, realidad verdadera,
deseo: la Voluntad. Son dos cosas distintas que no pueden darse la una sin la otra, son
dos caras de una misma moneda.
En cuanto a la relación entre la Representación y la Voluntad, ¿Puedo decir
entonces que es la voluntad la causa de la representación? ¿podría haber una
relación causal entre la voluntad y la representación? No, de ningún modo, porque
la relación causal es una aplicación del principio de razón suficiente, y éste sólo se
puede aplicar dentro de la representación. Así que hay que interpretar también la
experiencia del querer. Teniendo un motivo, yo quiero algo, esto es la voluntad; el
cogerlo es la representación. Así que ¿qué relación hay entre querer y
representación? Desde luego no la causalidad, pues, como ya hemos señalado, si las
dos son caras de una misma moneda, una no puede ser causa de la otra. La relación
es de manifestación o mejor aún de objetivación: la Representación es la
objetivación de la Voluntad.
El funcionamiento del deseo
Esencia del deseo
La Voluntad es en esencia deseo, pero hay que explorar en detalle cómo es este
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deseo que está fuera de toda representación, es decir, que carece de todo
componente racional y en el que ni siquiera la percepción ni la sensación cumplen
ningún papel. Es un puro desear ontológicamente previo tanto a la representación
abstracta como a todas las representaciones intuitivas.
En una primera aproximación el deseo muestra un doble aspecto. Por un lado,
motivo es la razón suficiente de una acción. Pero si seguimos la vía de exploración
que hemos visto, mediante la introspección interior y alejándonos lo más posible de
la representación para ir a lo más inmediato, descubrimos en el deseo su aspecto de
puro impulso interior, lo que Freud llamará ‘pulsión’ (Trieb). El deseo como puro
impulso interior que lleva al individuo a hacer cosas (o rechazarlas) en contra
muchas veces de su racionalidad. Por tanto, este aspecto escapa a la racionalidad y
a la consciencia, normalmente está actuando a un nivel inconsciente, y el
entendimiento sólo capta sus resultados. La dimensión consciente del deseo es
ideal, no-real, epifenoménica, mientras que la dimensión inconsciente es la
propiamente real. Esto significa que la realidad del deseo es esencialmente
inconsciente. Por ejemplo, en el impulso amoroso, el amor sería el aspecto
consciente y aparente (lo ideal), mientras que el instinto sexual es para
Schopenhauer el inconsciente y real.
El objetivo fundamental por tanto, para avanzar en el conocimiento de la cosa en
sí como Voluntad, es intentar desentrañar la naturaleza de la dimensión real del
deseo. El deseo es por definición ‘desear’ (begehren, no podemos postular ningún
substrato que sirva de soporte a ese desear), por lo que habrá que estudiar cómo
funciona, cuál es la dinámica de este desear en su dimensión no-consciente.
En primer lugar, el deseo posee una naturaleza negativa. El desear es tender
hacia un objeto (cosa, situación, etc.) que no se posee para llegar a poseerlo. Por
tanto, la esencia del deseo no consiste en el ser sino en la carencia de ser. Esta
carencia de ser tiene una función fundamental en la dinámica del deseo:
1. es el motor del deseo: porque es lo que pone en marcha el deseo, y lo que
impide que se detenga.
2. hay una relación de interdependencia según una proporcionalidad directa
entre deseo y carencia: cuanta mayor es la carencia, mayor es el deseo; y
cuanto mayor es el deseo, mayor es el estado de carencia. Por ejemplo, a
nivel psicológico, cuanto más siento la carencia de aquello que quiero
conseguir, mayor es mi deseo; y cuanto más afán siento por conseguirlo,
mayor es la sensación de carecer de él.
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