Difícil tarea la de hacer un ensayo comparativo sobre dos obras

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La Muerte en Venecia de Mann y Muerte en Venecia de Visconti
Ya en el título existe una diferencia de singularidad y pluralidad. La Novela se
llama La Muerte en Venecia, mientras que el film se llama Muerte en Venecia.
Esta falta del artículo definido la, hace una diferencia en cuanto a la referencia
de la situación. La muerte, se refiere a la de una persona, que en este caso es
nuestro protagonista, un caso particular y único. Mientras que Muerte en
Venecia, se puede referir al caso de una muerte cualquiera o de la muerte de
todos o de la posibilidad interpretativa de que todos los seres humanos tengan
figurativamente, una “muerte en Venecia” como la vive Aschembach por su loca
pasión.
Difícil tarea la de hacer un ensayo comparativo entre dos obras maestras del
Arte de la talla de La muerte en Venecia, de Tomas Mann y la película casi
homónima, realizada por Visconti.
Para empezar, consideremos dos definiciones de arte para entender por qué las
llamo piezas maestras del Arte (con mayúscula): “El arte es una de las
manifestaciones supremas del espíritu, que percibimos a través de los sentidos”.
O como nos dice Borges es “esa Ítaca de verde eternidad, no de prodigios” Con
estas definiciones, nos damos cuenta de que los grandes temas del arte tienen
que ver con lo que vivimos y lo que nos inquieta a todos de nuestra condición de
seres humanos: el amor, la soledad, la nostalgia de la infancia, de la juventud y
por supuesto la muerte. El artista no tiene que escudriñar mucho; los elementos
que necesita están al alcance de su mano.
Las dos piezas cumplen estas definiciones ¡y con qué maestría!
En la novela, escrita casi como guión cinematográfico, el autor lleva al lector a
crear unas imágenes mentales tan perfectas que Visconti sólo recoge las suyas
para ponerles color, voz y movimiento. Primero nos atropella la grandeza de la
pluma de Mann llevándonos, como decía, de la mano para crear nuestras
propias imágenes visuales y después, la acertada y magistral interpretación de
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Visconti nos ayuda a embellecer aún más lo que ya había logrado en nosotros la
novela.
Sin embargo, trataré de comparar las dos piezas valiéndome de algunos
elementos que las diferencien, sobre todo por tratarse de géneros artísticos
distintos: Literatura y Cine.
Empecemos por el protagonista: Aschembach en la novela es como su autor, un
escritor, lo que le imprime ante los ojos del lector, ciertos visos autobiográficos.
En la película, el protagonista también es artista pero no escritor sino músico, lo
que le da una connotación más impersonal. Sin embargo, al tener estos dos
hombres las artes como oficio, los hace poseedores de una gran sensibilidad
frente a la belleza, frente al paso de los años, frente a la ética y a la estética. Esto
hace de los dos, seres en extremo vulnerables.
Mientras más alta sea la sensibilidad de un ser humano, más vulnerable será.
Cuando se es tan sensible a la perfección, a lo espiritualmente bello, a lo justo, a
lo injusto, a lo éticamente correcto o incorrecto, se es más propenso a caer en
situaciones donde los sentimientos tiendan a dominar la razón, situando a la
persona frente a dilemas ético/estéticos que pueden alterar radicalmente su
comportamiento hasta llevarlo a estados de ánimo tan profundamente delicados
que incluso pueden desembocar en el suicidio.
Aschembach se muestra tan hondamente conmovido y confundido por sus
sentimientos frente al joven, que si no hubiera muerto por el cólera, con toda
seguridad hubiese terminado suicidándose. Era tal la angustia y el sufrimiento
que le producían sus sentimientos que no soportaba la vida. No soportaba la
realidad de lo que sentía, pero la gran paradoja es que quería vivir sólo para
seguir sintiéndolo.
Era tal su grado de obnubilación que no se daba cuenta del peligro al que estaba
expuesto. Un peligro vital, un peligro real al que no sólo él estaba expuesto, sino
también Tadzio y su familia y todos los que habían decidido viajar a Venecia en
esos días.
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En la novela las profundas cavilaciones del escritor son monólogos maravillosos,
cargados de pensamientos y verdades que sólo en soledad se atreve el ser
humano a aceptar. En la película Visconti encuentra el recurso para evitar los tal
vez tediosos monólogos mentales y crea para Aschembach un interlocutor. Los
diálogos en la película, con su amigo Fred, son las conversaciones que en el libro
sostiene el protagonista consigo mismo.
Son estos monólogos en uno y los diálogos en la otra, los razonamientos del por
qué, del cómo y también del qué hacer con los sentimientos que ese bello y
perfecto ser andrógino han despertado en él. Sentimientos que no hacen más
que recordarle cuánto tiempo ha pasado desde que era joven, cuánto tiempo ha
pasado desde cuando sintió por primera vez esa atracción desbordada por otro
ser humano. Cuánto tiempo ha pasado desde cuando se siente viejo y cansado y
cuán poco tiempo falta para que todo vestigio de sentimiento pasional llegue a
su fin.
Tanto en la novela como en la película, el protagonista sufre una enorme
mutación desde el momento inicial de hastío cuando decide viajar a Venecia,
después cuando conoce a Tadzio, la loca atracción, el enfrentamiento con la
belleza, con lo sublime, hasta cuando se enfrenta consigo mismo y con los
sentimientos verdaderos de su primario deseo de alejarse de todo, hasta el
momento de su patética y trágica muerte.
El protagonista era uno al iniciar su “aventura” y muere siendo uno muy otro.
Tadzio es su vida y Tadzio es su muerte. Así como Tadzio le devuelve el sabor de
la vida y es su redención, su salvación y su felicidad, también su condena y su
final.
Tadzio lo enfrenta al paso del tiempo, lo confronta con su edad y con la
imperfección de la vejez: “La vejez, esa ladrona asesina”1, o como decía el
propio Mann: “La vejez, la peor de las corrupciones”. Aunque no era un hombre
1
Sándor Márai, La Mujer Justa, Publicaciones y ediciones Salamandra, Barcelona, 2006
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viejo visto con los ojos de hoy - a los 50 años en el siglo XXI se es aún muy
joven- en la época en que acontece el relato, sí se era viejo a los 50.
Pero ante todo, su mayor sensación de vejez la sentía frente a la maravillosa e
impúdica juventud del bello Tadzio. Al final del relato, el peluquero le dice una
gran mentira, que es la mentira que todo ser humano se dice a sí mismo cuando
se resiste a envejecer: “la edad no es la que uno tiene sino la que quiere tener”,
¡Mentira! Digo yo, la edad que uno tiene es la que uno tiene. Y si uno no se
quiere ver patéticamente ridículo, debe actuar y vestirse con la dignidad y el
decoro que los años exigen.
Esto no quiere decir que una persona de cualquier edad esté exento de sentir lo
que sintió Ashenbach por Tadzio. Todos los seres humanos, hombres y mujeres
podemos vivir nuestra propia muerte en Venecia, en cualquier momento de la
vida. Lo importante de vivir estas situaciones no es el hecho de vivirlas sino el
arte de encontrar la forma de salir ileso.
Traigo a colación un fragmento del libro La Mujer Justa, del escritor Húngaro
Sándor Márai, que nos esboza una posible fórmula con la que Aschembac
hubiera podido, tal vez, librarse de su loca pasión:
“... ¿Qué ocurre en el alma cuando nos enamoramos?-, pregunté,
– En el alma no ocurre nada-, los sentimientos no se manifiestan en el alma. Siguen
otro camino. Pero pueden atravesar el alma como el río desbordado atraviesa las
zonas inundadas.
-¿Y una persona sensata puede detener esa inundación?
- Querida, señora-, ésa es una pregunta muy interesante. Yo le he dado muchas vueltas.
Tengo que responder que hasta cierto punto es posible. Quiero decir que... la razón no
puede iniciar ni detener los sentimientos. Pero puede disciplinarlos. Los sentimientos,
cuando se vuelven peligrosos para uno mismo y para los demás, se pueden enjaular.
- ¿Como un puma?- Como un puma- confirmó-. En la jaula, el pobre sentimiento empieza dando vueltas,
rugiendo, enseñando los dientes, mordiendo los barrotes... pero termina agotado y al
final envejece, se le caen el pelo y los dientes, se vuelve manso y tiste. Eso se puede
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hacer... Lo he visto. Gracias a la razón los sentimientos se pueden amansar y
domesticar. Pero, claro, con prudencia, no es bueno abrir la puerta de la jaula antes de
tiempo. Porque el puma escaparía y, si aún no está domado del todo, podría causar
graves problemas.
-¿Usted quiere que yo le diga si se pueden aniquilar los sentimientos con la ayuda de la
razón? La respuesta es un NO rotundo. Pero, puedo decirle que a veces, en los casos
mas afortunados, los sentimientos se pueden domar sin mortificar...”
El segundo punto sobre el cual quiero basarme para hacer la comparación que
nos ocupa, es la fotografía. Tanto el escritor como el cineasta, logran imágenes
fotográficas
así
como
locaciones
cinematográficas
extraordinariamente
similares. La Venecia de la época, la gestualidad de su gente y el vestuario, entre
otras cosas, logran recrear de forma fidedigna las imágenes que Mann nos
describe con elocuencia en su novela.
El trabajo de Visconti para elegir los actores, las locaciones y las situaciones, es
extraordinario. Casi se puede decir que la película podría verse al tiempo que se
va leyendo el libro. La recreación de lo bello y el conflicto interno del
protagonista se sienten y se ven en cada gesto, en cada silencio y en cada
espacio. La sonrisa de Tadzio, esa sonrisa libre y dulce que sonríe tanto con los
ojos como con los labios, es exactamente igual en el libro que en las imágenes
del film.
Los lugares en donde acontecen los breves encuentros visuales de Tadzio y
Aschembac, nos transportan a la época, logrando hacernos sentir parte de la
trama y vivir el temblor interno y externo que estas miradas suscitaban en el
protagonista.
Por último quiero referirme al ritmo. Tanto el ritmo de la película como el de la
novela son aparentemente lentos, lentitud que logra hacernos entrar de lleno en
las cavilaciones de Aschembach. Se percibe una calma que a la vez nos impregna
de tal angustia que podríamos a veces cortar físicamente el aire que respiran.
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Las dos creaciones logran llevarnos a un estado de ánimo especial, hasta
confrontados con nuestros propios dilemas frente a la belleza, frente a lo posible
y lo imposible, frente al paso del tiempo, frente al amor, frente al cómo y al
cuándo de la vida en general.
Iliana Restrepo Hernández
Diciembre 2007
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