Intervención de Jaime Muñoz Domínguez 11 de mayo de 2004 Quiero iniciar esta reflexión por la parte final del documento Un México para todos que hoy presenta el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ante el grupo Vallarta. El tema que lleva como título “La nueva constitucionalidad”, se erige en el punto de partida obligado de cualquier discusión y reflexión sobre la materia, y sobre todo en un documento de una importancia tal, como el que hoy conocemos. Posteriormente, haré algunos comentarios sobre el régimen de gobierno y el concepto de Estado, que como consecuencia de la nueva constitucionalidad aludida, también deben ser puntos de referencia cardinal en un México para todos, como lo pretende este proyecto de país. Quiero señalar, asimismo, que se trata de un texto verdaderamente propositivo, pleno de ideas descriptivas, de un proyecto de nación, con el cual estoy seguro que muchísimos mexicanos estaríamos de acuerdo. ¿Pero qué debemos entender por Constitucionalidad renovada? Recientemente, se llevó a cabo un seminario sobre la materia. En esa ocasión, se afirmó que desde el 5 de febrero de 1917 a la fecha, el texto constitucional había sufrido 156 reformas, modificaciones, adiciones, derogaciones, etcétera. Y se dijo que sería muy difícil saber en realidad cuántas reformas ha tenido el texto, puesto que cada uno de estos 156 decretos, pueden incluir la reforma o modificación de uno o más artículos constitucionales. Después de tantos cambios que ha tenido nuestra Constitución, estoy convencido que difícilmente el texto actual conserva el espíritu que le dio origen, refleja una realidad política, económica y social distinta y se refiere a un contexto de país también diferente al que tenía México en 1917. Esta es una de las razones, entre otras muchas más, que dan sustento a la afirmación de que México requiere de una nueva Constitución. Un nuevo documento que promueva una forma distinta de gobierno y que encauce las aspiraciones de un país que comprende ahora 104 millones de habitantes, en el horizonte de un nuevo siglo que desde su inicio se avizora bastante difícil. Es indudable que los mexicanos necesitamos una forma distinta de gobierno, un régimen de gobierno que quizá de cabida a un sistema semiparlamentario donde exista un Jefe de Estado y un Jefe de Gobierno; un sistema político que conduzca a métodos institucionales novedosos y actuales sobre la planeación económica del país, cuyo diseño sea producto de la reflexión y discusión de un cuerpo colegiado, como podría ser el Senado de la República, y no de una práctica reiterada y a todas luces insuficiente sobre la planeación y desarrollo del país, como actualmente se lleva acabo, recayendo en una sola persona, en este caso el Ejecutivo Federal y que nuestro actual texto constitucional así lo establece. Es necesario que contemos con nuevas normas y disposiciones que regulen nuestro sistema federalista, para que éste sea más actuante, dinámico y realmente vivo, y que desde un principio deseche esa práctica nociva de haberse convertido simplemente en referencia discursiva y demagógica, que no aporta nada a la vida política nacional. Requerimos de un texto constitucional que nos indique los derroteros de una nueva reforma territorial, en el México del mediano y largo plazos. Es decir, imaginemos nuevas formas y estrategias del desarrollo regional, donde los senadores de la República integren con sus ideas y proyectos, programas de desarrollo que reflejen el verdadero valor y la participación de las entidades que integran el pacto federal. Necesitamos un conjunto de reglas, como lo establece Un México para todos, que defina una distinta forma de gobierno para el Distrito Federal, cuyas nuevas y necesarias instituciones públicas se distingan por su eficiencia en la prestación de servicios públicos. Requerimos un conjunto de normas que posibiliten el fortalecimiento del Poder Legislativo, por medio de la reelección y profesionalización de sus miembros, y de esta manera hacer realidad el principio y la práctica que aluden al equilibrio y separación entre los Poderes. Una nueva Constitución que se convierta en la referencia obligada e insustituible de la unión y solidaridad entre los mexicanos y que sea el punto de sustento del nuevo estado de Derecho, que nos induzca a la observancia de la ley como parte de nuestra vida cotidiana y nos conduzca a rechazar la ficción de que nuestras relaciones en sociedad se dan en un verdadero Estado de Derecho. Una nueva Constitución que ofrezca, al aparato del Estado la posibilidad de servir a un proyecto político nacional, por encima de los partidos, que se inscriba en la idea de su propio sentido democrático y de su espíritu de equidad. A mi entender, el problema de fondo es la forma de gobierno. Me parece necesario que el proyecto en cuestión profundice en ese sentido y amplíe su propuesta, ya que sus menciones son breves y poco estructuradas. Todo proyecto de gobierno para la nación debe contener una estrategia de transición política que concluya con los resabios del antiguo régimen y que apuntale con determinación, los perfiles y la posterior estructura de un nuevo régimen de gobierno. Los cambios a la Constitución, no pueden ser parciales. Se requiere de una nueva arquitectura jurídica que origine un sistema de vida distinto, cuyo sustento sea una reforma del Estado verdadera. En México, tenemos una historia constitucional que finalmente destaca el esfuerzo permanente del legislador por darnos los espacios de libertad, independencia y soberanía que hemos requerido. Pero aún así, tenemos la obligación de imaginarnos un nuevo escenario en el cual discurre la vida nacional, en términos de desarrollo, unidad y fortaleza de nuestras instituciones, ante situaciones de oportunidad y desventaja que nos señala el contexto internacional. No es posible imaginarnos al Estado mexicano actuando con las actuales instituciones, ante los retos internos y externos, que sobrepasan la capacidad de respuesta de estas mismas. El sistema actual se agotó, no puede dar más de sí. El análisis de la Constitución Política se vuelve inaplazable, con el objeto de que podamos sentar las bases de una distinta forma de gobierno. Las condiciones políticas existentes determinan la urgencia y pertinencia para convocar a la discusión de un nuevo texto constitucional. Texto constitucional que defina una nueva y diferente forma de vida para los mexicanos y estructure en consecuencia, al Estado que nos pueda conducir con seguridad en ese tránsito difícil que será el siglo XXI. El desafío del Estado, en la actualidad, radica en encontrar el sentido de su misión. Al Estado no podremos considerarlo como nuestro, como una entidad cercana a nuestros intereses, salvo que juntos como tarea comunitaria, lo redescubramos. La mundialización de las economías, la urgencia de sistemas de descentralización -de todo orden-, el desgaste y desmantelamiento actual de las instituciones que generó el priísmo, la alternancia en el poder, la falta y perdida constante del empleo, la enorme inseguridad pública y el lacerante problema de la pobreza en nuestro país, han desestabilizado al Estado mexicano y nos obligan a repensarlo. El desafío es una oportunidad para construir un Estado menos dominante, más abierto a las decisiones compartidas y siempre presente en su tarea de mediación y arbitraje del desarrollo nacional. Al Estado no podemos considerarlo como un monstruo abstracto, como sugiere Weber; es fundamentalmente un mediador. El mediador de una comunidad que ha aceptado confiarle, bajo la autoridad de un Jefe de Estado, la defensa y protección del patrimonio comunitario. Sin embargo, esta mediación no puede resultar tolerable, si no hay claridad en las responsabilidades que debe ejercer y si su organización dista mucho de ser eficiente. Revisar con permanencia los fundamentos que le dan vida y vigencia al Estado moderno, es tarea inaplazable. Vigilar el cumplimiento de los objetivos que le han sido fijados, también debe ser una actividad permanente; puesto que no existe el Estado por sí mismo, existe para posibilitar la organización social y la sobrevivencia de esta misma. Reencontrar los fundamentos del Estado es la búsqueda de los asideros del pacto republicano; es decir, la voluntad ciudadana que actúa en defensa del patrimonio nacional; la existencia de una nación que afirma sus valores y que sostiene un proyecto político; la adhesión más amplia a una Constitución que sustenta su autoridad, sin la cual no puede existir poder que perdure. El Estado es la única institución calificada para responder por la Nación que dirige; es el responsable de las decisiones nacionales que asume y que se sustenta en el sufragio efectivo; es el depositario de la confianza nacional por asegurar su unidad y cohesión; es el guardián de la memoria nacional. Son estas razones, las que sustentan la tesis de que el Estado debe estar sometido a un especie de plebiscito en forma permanente, todos los días, con el objeto de constatar el acuerdo ciudadano hacia las reglas que regulan su vida comunitaria. Los griegos decían que hablar en conjunto permitía vivir en conjunto. Este ejercicio que hoy llevamos a cabo, avala el dicho de los clásicos y nos induce a pensar en la eficiencia de ese método como forma de entendimiento y conciliación política.