VOLVEMOS AL POZO DESDE UNA RELACION: Vamos a retomar el texto del encuentro de Jesús con la Samaritana (Jn. 4) y releer algunos aspectos de nuestra vida, en este marco de un Curso de Renovación espiritual, en que creo que es importante hacerlo y es bueno darnos tiempo para ello. Juan nos presenta a un hombre y una mujer que se encuentran a mediodía y a mitad de camino. Sabemos que los Santos Padres han relacionado este mediodía con la mitad de la vida. Podemos decir que son dos personas que tienen experiencia de haber caminado en la vida y de andar cansados y necesitados. Ambos están representando a pueblo y culturas diferentes. Tienen en sus cuerpos la memoria e historia de su gente, así como sus expectativas… Ambos tienen sed, tienen hambre. Es posible que cada una de nosotras se pueda identificar en esta situación… Están sentados junto a un pozo, también cargado de historia. Según la tradición, el pozo es un lugar de las alianzas hechas entre las matriarcas y los patriarcas, el sitio donde concretaban la Alianza de Dios con su Pueblo, la Alianza de vida y de co-creación. El lugar, el momento y las personas puestas en el relato de este encuentro no son ingenuos, hay una intencionalidad. En la base de esta posibilidad de encuentro hay una trasgresión. Ambos tuvieron que ir más allá de lo mandado. Estos pueblos judíos y samaritanos no se hablaban. Jesús y la mujer samaritana transgreden y se arriesgan, superan los prejuicios culturales y religiosos y de género y entran en relación. Se intuye que hay algo por lo que vale la pena dar el salto. Jesús se presenta como amigo que busca crear relaciones personales; en ningún momento emite juicios morales de desaprobación o de reproche: en lugar de acusar, prefiere dialogar y proponer, emplea un lenguaje dirigido al corazón y utiliza una estrategia de "espacio vacío”. En la conversación con la mujer, la fórmula “si supieras quién es el que te dice...”, actúa como “efecto distancia” y consigue que entre ambos se cree un espacio en el que ella se siente reconocida y puede plantearse preguntas: la identidad de Jesús ("un judío"), tan clara para ella al comenzar el diálogo, queda cuestionada. Y en ese manejo del espacio, Jesús actúa con lentitud, no se apresura a proponerse como centro sino que avanza "en espiral", para ir despertando poco a poco el interés de la mujer por tener acceso a una fuente de vida distinta. ¡Miremos a ver cómo actúa el Señor en mí, cómo trabaja en nuestra vida! 1 El diálogo comienza desde aspectos periféricos hasta llegar a zonas más profundas de ambos. Es un proceso que les requiere estar, permanecer, y poner en juego los modos diferentes de comunicar lo que necesitan… Hay seducción, desconfianza, deseo…pero permanecen en el juego de una relación, que les va exponiendo mutuamente ante lo diferente del otro, de la otra. Es éste un permanecer itinerante, pues están en un movimiento permanente de salida y de búsqueda mutua, hasta que se da el punto de quiebra, cuando ella responde al cuestionamiento de Jesús diciendo:”No tengo marido” (Jn. 4, 16) Este no tengo significa que no hay nada, no hay nadie; es el momento de la revelación profunda de ella, le entrega su verdad. Este es el momento de la autenticidad existencial: hay alianza con muchos, pero ella está sola. Aquí está el pozo, la herida existencial Este reconocimiento de la propia verdad y pobreza provoca la revelación de Jesús: “Yo soy” (Jn. 4, 26) Entonces la mujer deja el cántaro y corre a anunciar… Ambos, en la experiencia de encuentro y de relación, transgrediendo, arriesgando, han vivido la mutua revelación. Se han saciado. Y han recreado su misión. Ella ha pasado del temor a la audacia misionera y Jesús ha decidido permanecer un tiempo conviviendo en medio de este pueblo de samaritanos y paganos. La mesa ha sido el pozo. Ellos, el alimento, saboreando así el deseo propio y del Padre. Es posible que podamos identificar el comienzo de nuestra relación con alguna persona y con el mismo Señor… ¿Cómo ha iniciado? En este momento, dejémonos atraer por la mujer samaritana…Si ella agarrara nuestra mano ¿qué nos diría y hacia dónde nos llevaría? Seguramente nos propondría que la acompañáramos hasta el pozo de Jacob y nos contaría cómo llegó allí con el cántaro vacío de sus carencias y dispersiones, pero que ello no supuso ningún obstáculo para que el hombre que la esperaba realizara en ella su obra. Y que, si algo aprendió allí de Jesús, es que Él no se detiene ante nuestras resistencias y aferramientos sino que, como Hijo que actúa como ha visto hacer a su Padre (Cf.Jn 5,19) busca en nosotras ese "punto de fractura" en el que emerge nuestra sed más honda, como si estuviera convencido de que sólo un deseo mayor puede relativizar los pequeños deseos. Quizá por eso dejó que ella fuera expresando ante Él sus prejuicios, sus resistencias y sus recelos, hasta que emergió el anhelo de vida y la herida profunda que se escondía en su corazón, y entonces él "tiró" de aquel deseo: "Si conocieras el don de Dios..." Sin que Él arriesga, ella no habría llegado a reconocer sus insatisfacciones y la habría dejado marchar con su cántaro lleno de un agua que no calmaba la sed. 2 ¿Cuál puede ser mi punto de fractura por dónde me agarre el Señor? EL POZO-HERIDA EXISTENCIAL (aplicaciones a nuestra vida) Podemos decir que el pozo significa lo profundamente humano, es decir el lugar al que debemos llegar para reconocer nuestra verdad. La samaritana nos revela esa verdad existencial que nos hace solidarias con todos los hombres: somos seres carentes. No hay nadie que sea “nuestro”, no hay nada ni nadie que llene nuestro pozo. A la hora de empezar este Curso creo que tenemos que hacer algunos planteamientos importantes: ¿Cómo llegamos? ¿Cómo llego yo,…………………………………...? ¿Soy consciente de mi verdad existencial: que hay en mí una experiencia sin fondo y que esto es lo humano, la condición fundante de mi ser persona? ¿Reconozco que es esta verdad la que me hace buscar a los otros, abrirme a las relaciones, a necesitarnos mutuamente? Es importante tomar conciencia desde dentro de esta verdad: Somos pobres, somos necesitadas, somos carentes, nada ni nadie está para llenarnos, ni siquiera Dios. Esta herida es la que nos hace desear y caminar, en un proceso de apertura y conversión. Somos buscadoras y por lo tanto itinerantes. Y aquí está el proceso de la maduración: pasar del narcisismo a la alteridad, del egocentrismo a la donación. Y no hay otro modo para ir aprendiendo a amar. Creo que este es el primer paso: reconocer nuestra pobreza existencial, convivir con la soledad que este reconocimiento trae y la angustia que nos puede provocar. Este proceso de reconocimiento, este ir al fondo de nosotras mismas, esta autenticidad existencial es camino y base de nuestra opción de humanización, de madurez. ¿Cómo se llega? También en este sentido el texto es pedagógico. Es una relación en la que la persona se siente respetada, valorada en su diferencia. No se siente juzgada, ni atropellada, ni exigida a nombrar. Relación que la desafía y la provoca, pero que la trasmite confianza. Allí puede acariciar su verdad, su secreto, esa herida de su historia no curada que la hacía vivir escondida y disminuyendo su capacidad de entrega. Este hombre la facilita sacar su verdad. No la cambia la realidad diciéndola que no es dolorosa, ni la quita la dimensión que tiene..., la escucha y le da su revelación. Esto la capacidad para salir y correr sin miedo a relacionarse con otros… 3 ¿Qué cambió? Se sintió amada y digna de la revelación de la identidad de otro; se alimentaron y saborearon mutuamente; no salieron igual que cuando entraron en la relación. Nuestra experiencia nos dice que somos pobres y carentes y por lo tanto vulnerables. Y creemos que nuestro Dios también lo es, por eso estamos invitadas a renovar la Alianza de amor y vida y a seguir creando junto a El. Es conveniente que recorramos el camino de relaciones que hemos ido gestando en la vida, de las alianzas que hemos construido y mantenemos. Nuestro cuerpo es nuestra propia biografía, recoge nuestra historia, es la envoltura de relación y conciencia. Es el lugar del encuentro con los demás y con Jesucristo. No oculta nuestra alma, sino que la revela con sus posibilidades y sus límites. Nuestro cuerpo refleja también los impulsos que tenemos a buscar y amar a alguien. Hemos de tomar contacto con nuestro cuerpo que refleja también nuestro mundo de relaciones y preguntarnos: ¿Hasta qué punto no buscamos en ellas callar la angustia que provoca este hueco vital? ¿Reconocemos el deseo de posesión que puede surgir de aquí? ¿Qué capacidad tenemos para afrontar prejuicios, para reconocer que -en la construcción de las relaciones- a veces tomamos alternativas, como es la distancia, el crear silencios, el justificar rupturas? ¿Qué capacidad tenemos para mantener una relación de intimidad y compromiso animándonos al desafío de una mutua revelación provocadora? Por ello, propone Catalina de Siena, es preciso permanecer en el conocimiento de una misma para encontrar allí la bondad de Dios y el reconocimiento de la propia verdad. Mucho/as pueden haber vivido durante años poniendo fuerza, vida y capacidades en tratar de tapar el brocal de su pozo de energías, no reconociendo ni siquiera su propio gemido, su propio deseo. Necesitamos no tener miedo al barro que se pega en las manos o en los pies cuando nos situamos desde aquí y entramos en relación profunda. Tenemos que aprender a convivir con la ambigüedad de nuestros sentimientos que provoca nuestra pobreza existencial, aprender a vivir también los miedos y angustias que conviven en nosotras con los fuertes deseos de comunión y de entrega. Tenemos que aprender a padecer y asumir el sufrimiento que conllevan las relaciones aun cuando seamos fieles y bienintencionadas. Es necesario convivir con la propia incoherencia, con los propios conflictos, reconociendo así en al carne propia que somos del mismo barro que el resto de la humanidad. En definitiva, esto es contactar con nuestra propia tierra. 4 LA HERIDA QUE NOS CAPACITA Esta herida humana se convierte en el origen del deseo. Ese deseo que nos impulsa a abrirnos a los otros, a buscar la experiencia de comunión, de intimidad, de fecundidad. Es la huella que no nos deja olvidar que somos abiertas, insatisfechas, creadas para la relación. Y esto nos hace sentir solidarias con el resto de las personas. Es bueno reconocer las actitudes que son claves para facilitar un modo liberador de relacionarse y de estar. Las relaciones de amor han de ir realizando en nuestra vida un proceso de conversión y liberación. Nos hemos encontrado sin duda con hermana/os que por temor a la fuerza de este deseo- que puede aparecer con distintos rostros y expresiones- buscan negar y reprimir sus sentimientos, ocultar y castigar sus experiencias afectivas y sexuales. Y pueden surgir relaciones de posesión mutua, abusivas, de poder, sexuales, relaciones que pueden generar confusión y/o necesitar ocultamiento. Creo que el camino de liberación tenemos que hacerlo a través de la mirada y el abrazo cariñoso de nuestras historias heridas. No es negando, ocultando ni olvidando, como tampoco evitando las experiencias que nos lleven a descubrir la fuerza apasionada del deseo humano, como maduramos en el amor. No es evitando lo que pone en riesgo nuestros mecanismos de omnipotencia, rigidez, autosuficiencia, etc. sino viviendo, como aprendemos a amar y por tanto a vivir plenamente. El proceso de maduración no es lineal sino cíclico y recurrente, por lo tanto cada experiencia vital nos puede llevar a tocar dimensiones de esta carencia original y alentar o reprimir el deseo. Por eso creo que es un elemento importante el permitirnos hacer este camino leyendo, orando, -compartiendo con alguna persona, si se puede- y analizando cada una de las experiencias que se van viviendo, con una mirada crítica, realista y contemplativa. Es importante saber la capacidad y apertura que tenemos para reconocernos y reconciliarnos con los tramos de la historia personal que nos han hecho sufrir; con las personas con quienes hemos vivido experiencias de cariño frustradas, agresivas, violentas y abusivas; con las ausencias y abandono que han dejado la marca de una culpa que muchas veces paraliza; con el fraude de relaciones confiadas que se han roto, experiencias sexuales que han lastimado la propia autoestima y nos han condenado a guardar secretos y cargar sentimientos de culpa. Hemos de tener capacidad para reconocer los mandatos de una moral rigorista quizá, las leyes familiares o culturales que pueden haber reprimido nuestra capacidad de querer, desear, nombrar, crear. Volvamos la mirada al encuentro de Jesús y la samaritana. Hemos visto en la mujer samaritana cómo ha podido reconocerse, abrir y mostrar su verdad porque se dio 5 el espacio a una relación respetuosa, confiada, amable, tierna… Allí ha podido sentir que ese dolor no era condición para su exclusión, ni paso para permanecer inferior, ni condenada a no amar. Todo lo contrario. Ella pudo sentir como Jesús en Jordán la voz del Padre que la decía: “Tú eres mi hija amada, en quien me complazco”. Pudo llegar a experimentar existencialmente que el amor de Dios en nosotras no es fruto de nuestro mérito, pureza o fidelidad. Tenemos que aprender a mirar nuestra historia y relaciones; vislumbrar y sentir que en medio del padecer también Dios está amándonos. En este paso de liberación del deseo es muy importante experimentar que hay Alguien que nos ama gratuita e incondicionalmente, que cree en nosotras y respeta nuestro paso. Es bueno que me pregunte si he vivido esta experiencia a nivel humano y de fe La reconciliación con la propia fragilidad y necesidad provoca la itinerancia. Sentirse y saberse amada con misericordia provoca en nosotras en deseo del anuncio. Por eso una persona que se anima a atravesar este sendero descalza, siente la urgencia de ir ala frontera de la vida, donde se encuentran tantos hermanos heridos que esperan el ser reconocidos en su dignidad, respetados y queridos por lo que son. La compasión tierna se convierte así en el estilo de relación para el camino posterior de la vida. Y nosotras somos educadoras. En la misión necesitamos estas actitudes, que sólo puede trasmitirlas quien las ha vivido en su vida. ¡ESTAMOS INVITADAS A ARRIESGAR, A TRANSGREDIR, A IR MÁS ALLÁ! El icono de la samaritana se nos invita a ir más allá, a entrar en relación íntima, a asumir la dimensión de frustración que trae la distancia, el desprendimiento, la noposesión. Partir es salir del propio centro seguro. El propio centro personal, grupal, cultural, de género, religioso e institucional. Es decir, salir del narcisismo que nos hace permanecer en la casa del padre-madre, -en las posiciones infantiles- porque no hemos hecho la separación necesaria para crecer, por la angustia y costo de soledad y sufrimiento que esto conlleva… Nos cuesta salir del tipo de relación en que se busca que los otros, la misión y Dios mismo reflejen y confirmen la imagen del propio yo. Es necesario salir al riesgo de quebrar el espejo perdiendo la imagen y descubrir al otro por sí mismo, no como objeto que colma o responde a mis deseos. Jesús y la mujer transgredieron la posición y lugar esperado por la cultura, religión, género. Eso hizo posible la relación de mutua-revelación, la relación de género liberadora, relación entre culturas diferentes. Y el banquete de comida sabrosa en la 6 intimidad los puso en el desafío de permanecer poseyéndose o de partir y anunciar la novedad. En realidad la relación fue de mutua fecundidad pues los impulsó a partir, asumiendo la distancia y ausencia del otro. Y también les provocó alegría y satisfacción: dos dimensiones que conviven en esta experiencia de apertura al otro. El dolor de la ausencia, soportando la espera, y el gozo y el placer de la presencia confiada, que permanece aún en al distancia. Tenemos que ser capaces de soportar esta dimensión constitutiva de la frustración y fracaso que conlleva una relación si queremos crecer en madurez. Al fin y al cabo esta consiste la maduración en el amor: en ir pasando del egocentrismo a la entrega. Todo es un proceso. Quizá hemos de arriesgarnos a vivir relaciones interpersonales, de género, grupales, de trabajo, culturales, etc. conviviendo con aquello que es “inadecuado”, imprevisible, extraño, incorporando el conflicto como inherente a este riesgo. Convivir en medio de aquello que parece caos, o estar caminando sobre las aguas turbulentas, construyendo una espiritualidad que nos acompañe y sostenga en tiempos de incertidumbre. Este tiempo es apropiado para leer nuestra historia de amor, para reconocer como los de Emaús que Dios ha estado allí…en ese tramo del camino y en esa relación cargada de confusión, tristeza, desilusión, quebrada de esperanza y con el fraude de una promesa que no se veía cumplida. Y ese mismo Dios nos confronta como a ellos y nos dice que “era necesario padecer…” que el padecer es parte constitutiva del camino de la encarnación, de humanización, de felicidad, que es lo que buscamos en definitiva. Y como ellos empezaremos a comprender…a leer lo vivido con otros ojos y a reconocer que el corazón arde porque Él está vivo. Es necesario crear una espiritualidad que integre esta convivencia de contrarios, tristeza-gozo, sufrimiento-vida, muerte-resurrección. Espiritualidad que viva las paradojas de la vida y de nuestro Dios no como amenazantes ni peligrosas. Por ello necesitamos hermanas que, reconociéndose sin poder, sientan que están caminando como Pedro sobre las aguas, sostenidas por la fe en Aquel que nos ama, que puede tomar la precariedad de nuestra carne y vivirla en la gratuidad de la entrega. Analiza si estas características se han dado en las relaciones que has vivido y como has ido curando las posibles heridas… LO QUE NOS DIRIA LA MUJER SAMARITANA Nos encontramos de nuevo a la mujer samaritana y con Dolores Aleixandre RSCJ la preguntamos que nos diría hoy a nosotras, también samaritanas… Ella, que fue liberada de todas sus idolatrías, nos diría sobre todo: 7 “Sed pacientes con la lentitud de vuestros procesos…, estad seguras de que en cada una de vuestras vidas existe un pozo y el Maestro os está esperando sentado en su brocal. Confiaos a su poder de seducción, a su paciencia a la hora de perforar vuestras defensas, a su deseo de conduciros hasta lo profundo de vuestra vida, a sus fuentes interiores y secretas, porque Él sabe acompañar ese descenso sin impaciencia ni prisa. Cuando yo le escuché decir dos veces: “el agua que yo quiero dar”, supe que estaba habitada por el deseo violento de anegarnos a todos en su corriente. No os quedéis únicamente en lo que ya sabéis de Él: recorred el proceso de intimidad al que también tenéis la dicha de estar invitadas. Al principio yo no vi en Él más que a un judío, pero él me fue conduciendo hasta descubrirle como Señor, Profeta y Mesías, como Aquel a quien siempre había estado esperando sin saberlo. Tened vosotras la osadía de nombrarle con nombres nuevos…No tengáis miedo de reconocer la sed que os habita, las heridas de vuestro corazón ni os engañéis creyendo que vuestra condición de consagradas os exime de la precariedad y la vulnerabilidad que laten en cada ser humano: cambiad vuestra actitud de perpetuos "donantes" y sentíos caminantes con los que caminan y buscadores con los que buscan. Porque sólo entonces viviréis la alegre sorpresa de ser evangelizadas por aquellos a quienes queréis anunciar el Evangelio. Aprended a escuchar mejor y, en vez de predicar y dirigir tanto, haceos expertas en preguntar, dialogar y compartir con otros esa pobreza que nos iguala a todos. Porque sólo si tocáis vuestra sed podréis entrar en el juego que yo aprendí junto al pozo: el hombre sediento que me pidió agua resultó ser el que calmó la mía y eso me decidió después a hablar de Él a los de mi pueblo. Y precisamente porque yo me sabía necesitada de salvación, podía anunciar a otros que me había encontrado con alguien que me había acogido sin juzgarme ni condenarme. Venid a celebrar conmigo junto al brocal del pozo que la propia pobreza reconocida y puesta en relación, no es un obstáculo para recibir el don del Agua Viva, sino la mejor ocasión para acogerla y dejarla saltar hasta la Vida Eterna. Pero os lo aviso, estad prevenidas: Él os puede estar esperando en cualquier lugar, en cualquier mediodía de vuestra vida cotidiana, precisamente cuando andabais enredadas en pequeñas preocupaciones… Si os detenéis a escucharle, estáis perdidas para siempre: Él al principio os pedirá algo sencillo (“dame de beber”, “llama a tu marido”)…, pero al final, volveréis a vuestra casa sin agua, sin cántaro y con la sed, antes desconocida, de atraer hacia Él a la ciudad entera….Dejad atrás los viejos suelos que os sustentaban y adentraos en esa relación de apasionamiento por el Señor y su Reino en la que nada se antepone a su amor. Y que convierte en una forma de existencia lo que proclamaba el orante del salmo: ¡Tu amor vale más que la vida!" (Sal 63,4). 8