VII Domingo del Tiempo Ordinario z AÑO A z Mt 5, 38-48 z Primera lectura z Lv 19, 1-2. 17-18 jimo como a ti mismo”. z Salmo so”. z 102 z “Amarás a tu pró- z Segunda lectura z 1Co 3, 16-23 z “Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios”. “El Señor es compasivo y misericordio- z Evangelio z Mt 5, 38-48 z “Amad a vuestros enemigos”. z H abéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. Sobre las parábolas Seguimos con el Sermón de la Montaña. Este domingo acabamos los versículos dedicados a las antítesis: “Sabéis... pero yo os digo...”. Puede ser útil, pues, antes de empezar con el texto de hoy, releer el fragmento del pasado domingo para poder situar bien este final. Sobre todo teniendo en cuenta que el v. 48, el versículo conclusivo, se refiere al conjunto de las antítesis y proyecta sobre ellas una luz imprescindible para comprenderlas. Sobre el Evangelio El versículo 38 cita Ex 21,24; Lv 24,20 y Dt 19,21. La ley nominada “del talión” tenía por finalidad poner un límite a la prepotencia del más fuerte y a la venganza sin control (Gn 4,23-24). En este sentido, era un avance. Jesús, sin embargo, quiere avanzar más, y condena la venganza ganza, sea cual sea su grado de violencia. Y la sustituye por la ley del perdón (Mt 18,21-22). Es desde la voluntad de Jesús de superar la venganza que debemos interpretar las imágenes: “la mejilla” (39), el “pleito para quitarte la túnica” (40) y la obligación de “caminar” (41). No tenemos que interpretarlas literalmente, porque se trata, siempre, de ir más allá de la letra de la Ley. Pero tampoco tenemos que rebajarlas y sí que interpretarlas radicalmente y no olvid.ir nunca que los demás son hermanos, hijos del mismo Padro: «Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestr.r. buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5,16). La alternativa de Jesús (39) está en las antípodas de la propuesta de la Ley. En las cartas apostólicas vemos que las comunidades cristianas habían recogido estos sentir y hacer de Jesús y los habían convertido en norma de vida: Rm 12,17; 1Te 5,15; Col 3,12-13; 1Pe 3,9. Los cristianos, según la propuesta de Jesús, no debemos aterrarnos a nuestros derechos ni tenemos que ir a disputar ante los tribunales -o ante los medios de comunicación, que hoy pueden representar lo mismo- (1Co 6,1). Quizás por esto nos repugnan las disputas por herencias, a pesar de que una y otra vez caemos en ellas... El antiguo mandamiento del amor al prójimo (Lv que Jesús recoge (43) es central en el mensaje cristiano, y lo encontramos citado otras veces (Mt 19,19; 22,39; Rm 13,9; Ga 5,14; Sant 2,8). 19,18) Pero Jesús no sólo lo recoge y hace suyo sino que le da mucha más fuerza. Cita, como si también fuera de la Ley, la restricción de que no es necesario amar a los enemigos (43), un mandamiento desconocido en el Antiguo Testamento pero existente en los manuscritos de la comunidad de Qumram. Podemos suponer sin dificultades que esta restricción era entendida (y es entendida) como de sentido común. En cualquier caso, Jesús, aludiendo a ella la supera totalmente invitando a “amar a los enemigos” y a “rezar por los que os persiguen y calumnian” (44). La justificación no es otra que el “Padre del cielo” (45): Él lo hace; si sois hijos y, por tanto, hermanos unos de otros, debéis también hacerlo. Jesús, por tanto, no niega que los enemigos sean enemigos. Pero recuerda que, además de enemigos, son hermanos, son hijos del mismo Padre que tu y que yo. No se trata, pues, de negar la realidad. Un enemigo es un enemigo y, como tal, no puede recibir el afecto espontáneo que cada uno tiene por los parientes y los amigos. De lo que se trata es de recordar que aquella persona que es enemiga es hija, también, del Padre del cielo. Y eso hace cambiar la posición ante el otro. Cada uno deberá posicionarse de nuevo y hacer la síntesis de las dos realidades. Jesús, con la vida, se posiciona claramente (Lc 23,34). Quizás rezar por los enemigos, como lo hace Jesús, hace posible que dejen de ser enemigos. El versículo 48 tiene como trasfondo Lv 19,2 y Dt 18,13. Pero en aquellas citas hay una propuesta de santidad entendida como un cierre respecto a lo que no es santo, separación para Dios. En cambio, para Jesús, se trata de imitar el comportamiento totalmente fiel e irreprochable de Dios, bondadoso con todo el mundo (45) y misericordioso (Lc 6,36). A Dios lo llama “Padre” un montón de veces en este Sermón. Justo en medio del Sermón, Jesús enseña el padrenuestro (Mt 6,9-13). Llamar “Padre” a Dios no es una pura comparación o metáfora que serviría para decir que Dios ama como si fuera un padre. No. Esta expresión es un anuncio, un Evangelio, que proclama quien es Dios, cuál es su ser. Para poder decir “Padre”, Jesús, antes, ha escuchado que Alguien le llama Hijo (Mt 3,16). Es decir, Dios es el Padre de Jesucristo. Jesucristo es Aquel a quien Dios llama Hijo. Jesús nos comunica la paternidad de Dios, nos hace participar de su filiación. Nos da a Dios como Padre nuestro. En el bautismo que hemos recibido, Dios nos ha llamado “hijo” o “hija” a cada uno de nosotros. Y nosotros vivimos respondiendo: “Padre”. Nuestra identidad nos es dada por esta filiación. Somos hijos e hijas del Padre. z Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor. z Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado. z Leo el texto. Después contemplo y subrayo. z Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿Qué compromisos me invita a tomar? z Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio. ¿Qué experiencias descubro de amor al prójimo tal como lo entiende Jesús, amor que incluye a los enemigos? z Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso. z Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... HERMANOS «Así seréis hijos de vuestro Padre...» (Mt 5, 45) Señor Jesús: «Concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a tí te complace». Esta postura de complacerte es muy exigente y comprometida, ya que nos pones la meta muy alta: «Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial». Para conseguirlo necesitamos de la oración, porque como nos dice M. Iceta: «Es posible que, a partir de la oración, aprendamos a vivir empeñados en agradar a los otros, en hacerles felices, en estar atentos a su verdad». Ayúdanos, Señor Jesús, a amar sin fronteras, siempre, y a todos, como Tú lo haces y nos enseñas. AMEN Sin embargo, no es imposible conseguirlo, si: sabemos perdonar: «presenta la otra mejilla»; somos generosos: «dale también la capa»; compartimos con los demás: «al que te pide... no lo rehuyas»; amamos a todos: «haced el bien a los que os aborrecen»; intercedemos por los otros: «rezad por los que os persiguen...». Es un reto difícil y un desafío constante, pero tenemos el ejemplo del «Padre... que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos». Ver z Juzgar z Actuar todavía?” “¿Más difícil VER U no de los lemas del mundo del circo y en general del espectáculo es: “¡Más difícil todavía!”. Los artistas, cuando llevan un cierto tiempo realizando un número, buscan siempre cómo sorprender porque son conscientes de que cuando pase un tiempo, su número habrá perdido la novedad y la emoción, y el público se cansaría de ver siempre lo mismo; y ellos mismos se quedarían encasillados, sin seguir desarrollando su talento. Y por eso se esfuerzan en buscar el “más difícil todavía”. JUZGAR L a semana pasada Jesús nos invitaba a elegir “de lo bueno lo mejor”, para no quedarnos en una vida mediocre, tanto en lo humano como en lo espiritual. Y esta semana parece que la Palabra de Dios nos dice: “¡Más difícil todavía!” Y nuestra primera reacción seguramente será exclamar: “¿Más difícil todavía? ¿Es que no es ya suficiente?” Pues no lo es: el Señor no quiere que nos quedemos encasi- llados en nuestra vida cristiana, no quiere que dejemos de desarrollar nuestros talentos (cfr. Mt 25, 19-30), y por eso nos ha lanzado un reto. En la 1ª lectura nos decía: «Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo». Y en el Evangelio, Jesús nos ha dicho: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Y ante este reto, nuestra primera reacción será pensar: “¿Cómo me pide eso? ¿Cómo puedo ser ‘santo’, y menos aún ‘perfecto’?” cil todavía” que tiene una razón muy clara: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?» Jesús nos cuestiona, nos provoca para que nuestro proyecto personal de vida tenga en el horizonte la meta de la santidad, la meta de la perfección “como nuestro Padre celestial”. Pero Dios no nos va a pedir un imposible, porque «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18, 27), y Dios mismo nos dice cómo empezar a recorrer el camino de la santidad, para que nos demos cuenta de que «este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable» (Dt 30, 11), y podemos llegar a ser santos. Porque si no perdemos de vista ese horizonte de santidad y perfección y encaminamos hacia Él nuestros pasos, Jesús nos asegura: «Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo». Así ya ahora, en nuestro día a día, nos sentiremos también verdaderos hermanos de Jesús, porque estaremos siguiendo su camino de santidad y perfección. El camino de la santidad empieza no haciendo mal a los demás, como hemos escuchado en la 1ª lectura: «No odiarás de corazón a tu hermano... No te vengarás ni guardarás rencor...». Pero esto, aun siendo ya bueno, no es suficiente, y Dios nos pide un paso más: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esto ya marca una diferencia importante... Y cuando nos entren las dudas o nos sintamos incapaces... recordémonos lo que San Pablo decía en la 2ª lectura: «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» Podemos ser santos y ser perfectos como nuestro Padre celestial no por nuestros posibles méritos y capacidades, sino porque hemos recibido el mismo Espíritu de Dios que es quien nos capacita para alcanzar ese “más difícil todavía” que Jesús nos propone: «El Espíritu Santo... será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26). Pero aún no es suficiente si de verdad queremos ser “santos”, y Jesús concreta en qué consiste el “más difícil todavía”: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian». Un “más difí- ACTUAR C ¿ uál es mi reacción ante el “más difícil todavía” que Jesús nos propone? ¿En mi proyecto de vida aparece como horizonte la santidad y la perfección? ¿Hay personas a las que podría calificar como “enemigos”? ¿Cómo puedo concretar el proceso desde “no odiar de corazón, no vengarme y no guardar rencor” hasta “hacer el bien a los que me aborrecen y rezar por los que me calumnian”, para que se vea la diferencia entre ser cristiano y no serlo? ¿Lo veo posible o imposible? Como decíamos, el Señor mismo se pone a nuestro lado para que vayamos alcanzando ese “más difícil todavía”. Él se nos entrega en la Eucaristía para que el Espíritu Santo habite en nosotros, para que seamos conscientes de que somos templos suyos, y con su fuerza nuestro testimonio de fe resulte creíble porque mostramos con nuestras obras que somos hijos de nuestro Padre del cielo. Acción Católica General Alfonso XI, 4 5º 28014 - Madrid www.accioncatolicageneral.es