BENDITOS DE MI PADRE

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BENDITOS DE MI PADRE
Solemnidad de Jesucristo Rey del universo
23 de noviembre de 2008
José-Román Flecha Andrés
Al escuchar la Misa de Réquiem de Mozart nos impresiona aquel grito con el que se
invoca al “Rex tremendae maiestatis”, para luego ir suavizando los acentos en una sentida
imploración de su misericordia. “Rey de tremenda majestad, que a los que se han de salvar los
salvas gratuitamente, sálvame también a mí, tú que eres fuente de la piedad”.
En su encíclica Salvados en esperanza, el Papa Benedicto XVI recuerda la importancia
que en otros tiempos tenía la escena del Juicio Final para la catequesis cristiana. La escena
fue representada con mucha frecuencia en las iglesias antiguas. Todos recordamos el
imponente fresco que Miguel Ángel dedicó a este tema en la Capilla Sixtina, del Vaticano.
Recordamos también el que pintó Nicolás Florentino en el ábside central de la catedral vieja
de Salamanca. Y el Cristo lleno de humanidad que ejerce el juicio en el tímpano de la puerta
principal de la catedral de León.
Esta imagen tantas veces repetida en nuestros templos no trataba de infundir temor a los
fieles, sino de invitarles a vivir con responsabilidad las tareas del amor y la justicia en el
mundo que se abría ante ellos al salir del templo.
EL JUICIO Y LA ESPERANZA
El Papa presenta el Juicio de Dios como “lugar de aprendizaje y ejercicio de la
esperanza”. La injusticia que observamos en este mundo no puede ser la última palabra. La fe
en la venida de Cristo para hacer justicia sobre la historia mantiene en vela nuestra espera.
Nuestra fe nos dice que “la protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo
sin Dios es un mundo sin esperanza. Sólo Dios puede crear justicia” (SS 44).
Esta reflexión nos remite al evangelio según San Mateo, que se lee en esta fiesta de
Cristo Rey. La profecía del juicio final (Mt 25, 31-46) pretende subrayar las consecuencias
prácticas de la espera del Señor.
Con esta “profecía ética”, el evangelio nos recuerda la importancia definitiva del amor.
En el juicio final sobre la historia seremos examinados en razón de la ayuda prestada o negada
a los más pequeños y humildes de la tierra (Mt 25,45).
Evocando este evangelio, el Papa Pablo VI decía en una de sus catequesis semanales:
“Cristo está presente en el pobre, en el que sufre, en el desnudo, en el encarcelado. Donde la
humanidad padece, Cristo padece. Donde el rostro humano llora, se puede descubrir detrás el
rostro lloroso de Cristo. El hombre pobre es una suerte de sacramento, es decir, de signo
sagrado de Cristo”.
En el prefacio de esta fiesta de Jesucristo Rey confesamos que, sometiendo a su poder la
creación entera, Él entregará al Padre un reino eterno y universal: “el reino de la verdad y la
vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Esa visión
orienta la esperanza cristiana y nos invita a realizar en el mundo esos valores. Valores que son
promesa y demanda, don divino y tarea humana.
LAS PALABRAS DEL JUICIO
Las palabras que pronuncia el Juez eterno restablecen la justicia tantas veces herida y
pisoteada en este mundo.
• “Venid, benditos de mi Padre”. No tienen demasiado valor los premios y los trofeos,
las medallas y las placas que se otorgan en este vida a los triunfadores. El gran premio de la
vida es recibir la bendición del Padre celestial.
• “Heredad el reino prometido”. Las herencias terrenas pueden ofrecernos alguna
satisfacción. Pero la herencia del Reino de Dios viene a colmar la oración que le hemos
dirigido cada día: “Venga tu reino”.
• “Porque tuve hambre y me disteis de comer”. Unas veces la amenaza es el hambre.
Otras veces, la huida ante las tropas rebeldes que invaden un poblado. Otras veces la presión
para que esa mujer aborte. Los aplastados y desgarrados son innumerables.
• “Cada vez que lo hicisteis con uno de mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Jesús ha querido identificarse con todos los que sufren. Con todos, no sólo con los que a
nosotros nos resultan más cercanos o simpáticos. En todo el que sufre está el Señor.
- Señor Jesús, que vendrás a examinar a vivos y muertos sobre el mandato del amor,
ayúdanos a descubrir que nuestra esperanza sólo es verdadera cuando es también esperanza
para los otros. Porque tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
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