Texto de la Homilía

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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe
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Homilía pronunciada por Mons. Dr. Enrique Glennie Graue, Vicario General y Episcopal
de Guadalupe, Presidente del Cabildo y Rector del Santuario en el XX Domingo
Ordinario.
14 de agosto de 2016
Las palabras del profeta Jeremías, que él defiende como recibidas de Dios provocan
a su alrededor rechazo y división; mientras los jefes de Israel lo atacan, un rey
extranjero salva su vida. Esta experiencia es también la de Jesús, su mensaje va a
causar divisiones y conflictos, pero esta palabra es fuego que viene de Dios en
medio de las dificultades.
La segunda lectura, la Carta a los Hebreos, es una llamada a la confianza, a la
constancia y a la perseverancia en la fe, las palabras de Jesús en el pasaje que hoy
hemos escuchado, son sin duda duras y difíciles; Él se presenta como quien viene a
traer división a la tierra.
Tratemos de profundizar un poco el sentido de estas palabras, Jesús va camino de
Jerusalén a sufrir su pasión y su muerte: Tengo que pasar, dice Él, por la prueba de
un bautismo y estoy angustiado hasta que se cumpla. Dos son las palabras que
recuerdan en este pasaje la misión de Jesús, el fuego y el agua, ambas eran
utilizadas en el judaísmo para referirse a las tribulaciones por las que tendría que
pasar el mundo.
Con su primera venida Jesús ha encendido el fuego en el mundo, este fuego, el
Evangelio que enciende en la fe a los creyentes, también suscita amigos y enemigos,
simpatías y resistencias y a nadie deja indiferente, el mismo Jesús desea
ardientemente que el mundo se convierta en una hoguera encendida por el
Evangelio. Ante Jesús no hay términos medios: el que no está conmigo, dice Él, está
contra mí, el que no recoge conmigo, desparrama.
El fuego es el poder de Dios, que purifica y va quemando las impurezas de los
hombres, podemos decir, el fuego en palabras de Jesús es juicio de Dios sobre la
tierra.
Del fuego pasamos al agua, Jesús compara su muerte con un bautismo. Podemos
entender esto si recordamos que el bautismo consistía en sumergir al catecúmeno
en las aguas para que surgiera como una persona nueva. Jesús tiene que
sumergirse en la muerte para hacernos renacer a nosotros a una vida nueva.
Este pasar por la muerte provoca, desde luego, en Él un profundo sentimiento de
angustia. La consecuencia y el impacto de la misión de Jesús en el mundo, veíamos,
es la división, recordamos las palabras del anciano Simeón cuando Jesús es
presentado al templo por sus padres: Este niño, dice, será signo de contradicción.
Su mensaje turba la armonía, cuando es anunciado en un mundo cuyos valores son
contrarios al Evangelio.
Jesús ha venido a restaurar todas las cosas, pero sobre un nuevo orden y unas
bases nuevas: las de la fe. Unas bases que edifican un nuevo concepto de persona,
de matrimonio, de familia, de sociedad, pero siempre basados en la realidad de la
naturaleza y de la creación, no en ideologías.
Como la ideología de género que intenta imponerse en nuestro país y en el mundo
pretendiendo que la identidad de las personas depende de sus preferencias
personales y no de su realidad natural.
Hermanos fuera del planteamiento del Evangelio es extraordinariamente difícil
asumir el proyecto del Padre. De ahí viene la división, y aquí en nuestra patria
estamos viviendo esa división.
Pidamos la intercesión de la bienaventurada Virgen María de Guadalupe, nuestra
madre, para que seamos capaces de asumir la realidad por encima de ideologías
contrarias a la naturaleza y a la fe; y seamos capaces de superar toda división y
aceptar plenamente a su hijo Jesucristo en el fuego y en el agua, elementos
purificadores también de nuestra propia fe.
Que así sea.
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