Del derecho a la República a la necesidad del Socialismo

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Del derecho a la República a la
necesidad del Socialismo
El régimen político a que estamos sometidos, la monarquía
parlamentaria, no es más que una forma del capitalismo que está
demostrando que es un sistema político caduco y descaradamente
opresor para los trabajadores. Gobierne el PSOE, el PP, o
cualquier partido que defienda la propiedad privada, realizará los
pactos antiobreros que den mayor beneficio al capital (reformas
laborales para abaratar el despido, o para mantener el puesto de
trabajo en precario), las leyes que sean necesarias para mantener
la esclavitud asalariada.
Más aún, este sistema y este gobierno “tan progresista”
mantienen una política imperialista con sus intervenciones en
Afganistán, Haití, Bolivia, contra los inmigrantes “ilegales”, etc., y
no denuncian, sino consienten, la masacre que está haciendo el
Estado de Israel contra el pueblo palestino y con el ataque al
Líbano.
Aun con toda esta opresión en el mundo, hay síntomas que
reflejan que el movimiento popular está despertando, como por
ejemplo en Francia, donde el NO a la constitución europea ha
echado marcha atrás a los planes capitalistas europeos, o donde
también las protestas sociales impidieron la aplicación del despido
libre de los jóvenes. En Nepal, el Partido Comunista al frente de la
Guerra Popular, encabeza una lucha revolucionaria que está
alcanzando conquistas ejemplares para la lucha de los pueblos
oprimidos.
De la realidad presente se desprende, pues, una enseñanza:
la lucha del proletariado y de los pueblos oprimidos puede frenar al
imperialismo y a la reacción; es incluso el camino para aprender a
liberarnos definitivamente de ellos.
La unidad de las organizaciones que abogamos por la
república es una necesidad y un avance importante en la lucha por
la conquista de unos derechos democráticos, conculcados por el
franquismo y negados por la burguesía y el oportunismo, en la
farsa de la transición. Porque nos obligan a vivir bajo la monarquía
parlamentaria, pues no se nos permitió optar por la república y de
ahí vinieron otras muchas restricciones a la democracia: a las
nacionalidades que históricamente fueron más o menos obligadas
a integrarse en una España bajo dominio de la oligarquía
castellana, no se les reconocía su derecho a separarse; contra esta
eventualidad, el ejército se erigía en garante de la unidad de la
patria; el Estado no se proclamó laico (la Iglesia Católica sigue
inmiscuyéndose en los asuntos políticos, alimentándose del dinero
público e impartiendo su doctrina en las escuelas); las instituciones
no fueron depuradas de los elementos fascistas; el pueblo se
quedó sin poder elegir a los jueces, ni obligar a sus diputados
(mandato imperativo y revocable); etc. Estas limitaciones unidas al
deterioro general de la democracia en la etapa imperialista del
capitalismo –y no digamos con los años de contrarrevolución que
venimos padeciendo- han provocado, a su vez, nuevos recortes de
las libertades como son la ley antiterrorista, la ley de partidos, la ley
de extranjería, ...
En nuestro país, la historia concreta de la institución
monárquica la convierte en una ostentación del poderío de la
reacción, en la permanente amenaza terrorista que ésta hace pesar
sobre el pueblo: no olvidemos que, contra la voluntad popular
expresada en las urnas desde 1931 hasta 1936 a favor de la
república, la corona fue restaurada mediante un golpe militar
fascista que desató una guerra civil de tres años y una sangrienta
represión de cuarenta más; el régimen actual es el resultado de un
pacto entre el franquismo y los reformistas republicanos o
progresistas, a condición de que la reacción más rancia y
terrorista siga en el poder (no sólo a cambio de una amnistía
política para ella, como sostiene engañosamente la condena al
franquismo promulgada por el Consejo de Europa).
El proletariado, único garante del progreso social
Sólo las grandes masas de la clase obrera —que son la
mayoría de la población—, encabezando a todos los demás
oprimidos, pueden desarrollar una eficaz resistencia hasta derribar
el yugo de esta perversa confabulación antipopular y, más allá, el
propio imperialismo. Para eso, es indispensable que a los
trabajadores les hagamos llegar denuncias vivas y concretas de
estas lacras, a la vez que nuestro apoyo a sus luchas económicas.
No podemos esperar a la iniciativa republicana del sector más
moderno de la burguesía representado por el PSOE, el PNV, CiU y
otros, que sólo rompería su pacto con la vieja oligarquía si le
obligara la lucha revolucionaria del proletariado y precisamente
para debilitarla.
¿Tiene interés la clase obrera en apoyar la lucha por la
república? ¿Le ayudará eso a avanzar hacia la emancipación
social? Rotundamente, sí. En primer lugar, las masas obreras sólo
podrán concienciarse plenamente de su papel revolucionario por
medio del desarrollo de la lucha de clases. Y esto exige, a su vez,
que nos preocupemos por educar a los trabajadores en el combate
intransigente por la igualdad política, por la democracia en general.
¿Cómo van los obreros a ser capaces de cuestionar a los
ciudadanos capitalistas —iguales a ellos en derechos políticos— si
se resignan a vivir como súbditos temerosos del rey, de la nobleza,
del ejército, de la guardia civil, de la policía, de los jueces, del clero
y demás estamentos intocables? Gracias a su participación en la
lucha política, descubrirán el antagonismo entre el proletariado y la
burguesía que hay detrás de la democracia en general,
comprobarán que el capitalismo limita absolutamente la
democracia para los trabajadores y comprenderán que ésta exige
sustituir la actual dictadura de los explotadores por la dictadura del
proletariado. En segundo lugar, los logros de la lucha democrática
desbrozarán el camino del socialismo: los residuos del antiguo
régimen ya no estorbarán el desarrollo de la sociedad ni distraerán
a los obreros de su cometido revolucionario; cuantos más derechos
para el pueblo, más posibilidades de expresión y de organización
obtendrán aquéllos para su lucha por el socialismo; nuestra clase
social recobrará la confianza en sus fuerzas y los demás oprimidos
la reconocerán como su dirigente necesario.
Para ello, sin embargo, hace falta unir el máximo de fuerzas
en la lucha por cada reivindicación democrática (república, derecho
de autodeterminación, laicismo, etc.) sin condicionar esa unidad a
los intereses específicos de los obreros, pues eso espantaría a los
burgueses y pequeñoburgueses más avanzados que hoy en día
dirigen al sector mayoritario del movimiento reivindicativo de
nuestra clase, mermando entonces nuestras probabilidades de
éxito. Y, al mismo tiempo, debemos ejercer nuestra libertad de
propaganda revolucionaria y socialista en estas luchas políticas
porque 1º) los intereses de los proletarios no podrán satisfacerse ni
por la república burguesa más democrática, sino únicamente por
una república socialista; 2º) la conquista de la república no es un
paso previo imprescindible para la revolución proletaria, la cual
puede triunfar directamente contra un Estado monárquico o
fascista; 3º) los proletarios somos partidarios de la república y de
la mayor democracia posible bajo el capitalismo, precisamente para
mejor poder luchar por el derrocamiento del régimen burgués, y no
para someternos a él cuando se viste de republicano; 4º) para tal
fin, nos es mucho más útil una república y unas reformas
democráticas arrancadas por la lucha revolucionaria popular que si
esos cambios nos los “regalan” desde arriba.
Unirnos para luchar más y mejor
Debemos propiciar la lucha de las masas en todas las
cuestiones económicas, políticas e ideológicas candentes,
defendiendo siempre la revolución socialista como meta social
inmediata. Debemos conquistar la hegemonía del marxismoleninismo en el movimiento obrero, precisamente a través de la
mayor unidad de acción posible en cada lucha de clases concreta.
En definitiva, la emancipación social exige que hoy luchemos por la
unidad programática y práctica del proletariado, con el objetivo
principal de reconstituir su organización revolucionaria: el Partido
Comunista.
Julio de 2006
www.unionproletaria.org
[email protected]
Apdo. de Correos 51.498
28080 Madrid
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