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¡Por la República!
¡Por la Revolución Socialista!
En los últimos tiempos, se están abriendo nuevas
oportunidades y esperanzas para la soberanía popular y para el
movimiento obrero. Los yanquis y sus aliados están empantanados
en Irak y Afganistán. El sistema imperialista mundial tiembla
además por el hecho de que Irán produzca energía nuclear (al igual
que varios de sus vecinos, particularmente Israel), ya que así
controlaría su petróleo, el cual representa una de las mayores
porciones del mercado internacional de crudo. En América Latina,
salen de las urnas gobiernos que se proponen servir a sus pueblos
y no a las potencias extranjeras. En Nepal, los partidos
parlamentarios alcanzan acuerdos con los insurgentes maoístas –
que controlan ya el 80% del territorio- para derrocar a la monarquía
absoluta sostenida por los imperialistas. En Francia, después del
NO a la Constitución europea neoliberal y de la rebelión de la
juventud marginada, la movilización obrera y estudiantil obliga al
gobierno a retroceder en las medidas sociales más graves que
pretendía. Por miedo al contagio, el ejecutivo español opta por
rebajar sus pretensiones de cara a la reforma laboral en ciernes.
La gran mentira imperialista de la guerra contra el terrorismo
(el imperialismo es el mayor terrorista y es quien provoca la
reacción terrorista en los oprimidos que han perdido la esperanza)
pierde fuerza incluso en los EE.UU. dando paso a la protesta de
sus millones de inmigrantes, mientras que el electorado español ya
se desengañó de ella hace dos años, expulsando al PP del
gobierno. La victoria del PSOE agudizó la confrontación de la UE
imperialista con la superpotencia yanqui y frenó la ofensiva
ideológica clerical-franquista de sus predecesores. El reciente alto
el fuego definitivo de ETA elimina el pretexto que éstos alegaban
para oponerse a la solución de los problemas democráticos
pendientes. De la realidad presente, se desprende pues una
enseñanza: la lucha del proletariado y de los pueblos oprimidos
puede frenar al imperialismo y a la reacción; es incluso el camino
para aprender a liberarnos definitivamente de ellos.
Nos obligan a vivir bajo la monarquía parlamentaria, pues no
se nos permitió optar por la república y de ahí vinieron otras
muchas restricciones a la democracia: a las nacionalidades que
históricamente fueron más o menos obligadas a integrarse en una
España bajo dominio de la oligarquía castellana, no se les
reconocía su derecho a separarse; contra esta eventualidad, el
ejército se erigía en garante de la unidad de la patria; el Estado no
se proclamó laico (la Iglesia Católica sigue inmiscuyéndose en los
asuntos políticos, alimentándose del dinero público e impartiendo
su doctrina en las escuelas); las instituciones no fueron depuradas
de los elementos fascistas; el pueblo se quedó sin poder elegir a
los jueces, ni obligar a sus diputados (mandato imperativo y
revocable); etc. Estas limitaciones unidas al deterioro general de la
democracia en la etapa imperialista del capitalismo –y no digamos
con los años de contrarrevolución que venimos padeciendo- han
provocado, a su vez, nuevos recortes de las libertades como son la
ley antiterrorista, la ley de partidos, la ley de extranjería, ...
En nuestro país, la historia concreta de la institución
monárquica la convierte en una ostentación del poderío de la
reacción, en la permanente amenaza terrorista que ésta hace pesar
sobre el pueblo: no olvidemos que, contra la voluntad popular
expresada en las urnas desde 1931 hasta 1936 a favor de la
república, la corona fue restaurada mediante un golpe militar
fascista que desató una guerra civil de tres años y una sangrienta
represión de cuarenta más; el régimen actual es el resultado de un
pacto entre el franquismo y los reformistas republicanos o
progresistas, a condición de que la reacción más rancia y
terrorista siga en el poder (no sólo a cambio de una amnistía
política para ella, como sostiene engañosamente la condena al
franquismo promulgada por el Consejo de Europa).
El proletariado, único garante del progreso social
Sólo las grandes masas de la clase obrera —que son la
mayoría de la población—, encabezando a todos los demás
oprimidos, pueden desarrollar una eficaz resistencia hasta derribar
el yugo de esta perversa confabulación antipopular y, más allá, el
propio imperialismo. Para eso, es indispensable que a los
trabajadores les hagamos llegar denuncias vivas y concretas de
estas lacras, a la vez que nuestro apoyo a sus luchas económicas.
No podemos esperar a la iniciativa republicana del sector más
moderno de la burguesía representado por el PSOE, el PNV, CiU y
otros, que sólo rompería su pacto con la vieja oligarquía si le
obligara la lucha revolucionaria del proletariado y precisamente
para debilitarla.
¿Tiene interés la clase obrera en apoyar la lucha por la
república? ¿Le ayudará eso a avanzar hacia la emancipación
social? Rotundamente, sí. En primer lugar, las masas obreras sólo
podrán concienciarse plenamente de su papel revolucionario por
medio del desarrollo de la lucha de clases. Y esto exige, a su vez,
que nos preocupemos por educar a los trabajadores en el combate
intransigente por la igualdad política, por la democracia en general.
¿Cómo van los obreros a ser capaces de cuestionar a los
ciudadanos capitalistas —iguales a ellos en derechos políticos— si
se resignan a vivir como súbditos temerosos del rey, de la nobleza,
del ejército, de la guardia civil, de la policía, de los jueces, del clero
y demás estamentos intocables? Gracias a su participación en la
lucha política, descubrirán el antagonismo entre el proletariado y la
burguesía que hay detrás de la democracia en general,
comprobarán que el capitalismo limita absolutamente la
democracia para los trabajadores y comprenderán que ésta exige
sustituir la actual dictadura de los explotadores por la dictadura del
proletariado. En segundo lugar, los logros de la lucha democrática
desbrozarán el camino del socialismo: los residuos del antiguo
régimen ya no estorbarán el desarrollo de la sociedad ni distraerán
a los obreros de su cometido revolucionario; cuantos más derechos
para el pueblo, más posibilidades de expresión y de organización
obtendrán aquéllos para su lucha por el socialismo; nuestra clase
social recobrará la confianza en sus fuerzas y los demás oprimidos
la reconocerán como su dirigente necesario.
Para ello, sin embargo, hace falta unir el máximo de fuerzas
en la lucha por cada reivindicación democrática (república, derecho
de autodeterminación, laicismo, etc.) sin condicionar esa unidad a
los intereses específicos de los obreros, pues eso espantaría a los
burgueses y pequeñoburgueses más avanzados que hoy en día
dirigen al sector mayoritario del movimiento reivindicativo de
nuestra clase, mermando entonces nuestras probabilidades de
éxito. Y, al mismo tiempo, debemos ejercer nuestra libertad de
propaganda revolucionaria y socialista en estas luchas políticas
porque 1º) los intereses de los proletarios no podrán satisfacerse ni
por la república burguesa más democrática, sino únicamente por
una república socialista; 2º) la conquista de la república no es un
paso previo imprescindible para la revolución proletaria, la cual
puede triunfar directamente contra un Estado monárquico o
fascista; 3º) los proletarios somos partidarios de la república y de
la mayor democracia posible bajo el capitalismo, precisamente para
mejor poder luchar por el derrocamiento del régimen burgués, y no
para someternos a él cuando se viste de republicano; 4º) para tal
fin, nos es mucho más útil una república y unas reformas
democráticas arrancadas por la lucha revolucionaria popular que si
esos cambios nos los “regalan” desde arriba.
Unirnos para luchar más y mejor
Debemos propiciar la lucha de las masas en todas las
cuestiones económicas, políticas e ideológicas candentes,
defendiendo siempre la revolución socialista como meta social
inmediata. Debemos conquistar la hegemonía del marxismoleninismo en el movimiento obrero, precisamente a través de la
mayor unidad de acción posible en cada lucha de clases concreta.
En definitiva, la emancipación social exige que hoy luchemos por la
unidad programática y práctica del proletariado, con el objetivo
principal de reconstituir su organización revolucionaria: el Partido
Comunista.
Abril de 2006
www.unionproletaria.net
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28080 Madrid
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