Hambre y sed de justicia Texto Bíblico: Mateo 5.1-12 No podemos convertirnos en personas justas salvo como resultado de la intervención divina. Seguramente usted se dará cuenta, al reflexionar sobre las bienaventuranzas, que es imposible para nosotros transitar por este camino sin el obrar de Dios en nuestras vidas. Simplemente no estamos capacitados para esta experiencia, porque es absolutamente contraria a nuestra herencia pecaminosa. Podemos entender mejor por qué no es posible tomar las bienaventuranzas como una serie de requisitos para llegar a Dios. Jesús está describiendo, para sus oyentes, las características que tiene un genuino accionar del Espíritu en las personas. ¡Los ciudadanos del reino verdaderamente no comparten nada en común con los ciudadanos de este mundo! El proceso de quebranto, en el cual repudiamos la manera en que hemos estado viviendo hasta este momento, podría bien prestarse para que nosotros decidamos producir un cambio en nuestras vidas, no importa cual sea el costo ni el camino a recorrer. He aquí el verdadero peligro que lleva esta revelación: creer que el arrepentimiento nos da licencia para iniciar la transformación de nuestros propios corazones. Al comprender el punto en que hemos fallado, hacemos voto para que no vuelva a suceder y ponemos toda nuestra energía en producir el cambio que juzgamos necesario para no deslizarnos hacia nuestro estado anterior. Las bienaventuranzas revelan un camino diferente, el camino de la acción soberana de Dios. Una decisión de esta naturaleza no haría más que descarrilar la obra que el Señor está llevando adelante en nuestros corazones. Nos debe servir de advertencia la pregunta que Pablo lo hizo a los Gálatas: «Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿vamos ahora a seguir por la carne?» Nuestra respuesta tiene que ser rotunda: «¡De ninguna manera!» Ni bien asumimos nosotros el control del proceso de transformación en nuestras vidas, se detendrá nuestro crecimiento espiritual. Al igual que el hijo pródigo, no podemos traerle al Padre nuestra idea de cómo debe tratar con nuestras vidas, porque él ya sabe lo que necesitamos y no precisa de nuestras sugerencias. Las bienaventuranzas revelan un camino diferente, el camino de la acción soberana de Dios. La parte que nos corresponde es venir al Señor con nuestras debilidades y nuestros errores, para clamar a él por esa obra que solamente el Espíritu puede realizar. Precisamente por esto la bendición viene de tener hambre y sed de justicia. No podemos convertirnos en personas justas salvo como resultado de la intervención divina. La transformación que tanto anhelamos la tenemos que buscar en sus manos. «Cristo en nosotros» es la realidad de la cual tenemos que echar mano. La recompensa, según lo que señala Cristo, es que esta hambre será satisfecha. Dios no se quedará quieto ante nuestro clamor, «porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (He 4.1516). ¡El está aun más interesado que nosotros en producir esa transformación que buscamos! 1