Num015 024

Anuncio
Mario Parajón
Ortega en sus trayectorias
Ortega: las trayectorias es, como sabemos todos los aquí presentes, la segunda
parte de un primer volumen escrito hace
más de veinte años y editado ahora de
nuevo: Ortega: circunstancia y vocación.
¿Por qué ha demorado el autor rnás de
veinte años en darnos la segunda parte de
lo que aguardábamos para el año 63 o a lo
más para el 65? La pregunta tiene más
importancia tratándose de un escritor como
Julián Marías, que ha seguido la tradición
de Lope en lo que atañe a volumen de obra
filosófica y la del rigor en lo que concierne a
su altura. ¿Por qué se ha demorado Marías
más de veinte años en la entrega al editor
de las quinientas páginas donde aparecen
las trayectorias orteguiarías? Le hice la
pregunta creo que hará diez o doce años y le
oí la respuesta como si no me contestase,
sino como respondiéndose a sí mismo y en
voz baja: «¡No me da la gana de que Ortega
caiga en el vacío!» Ésas no serían las
palabras textuales, pero ése era el
pensamiento de fondo. Dicho de otra
manera: en los años sesenta el mundo intelectual olvidó la filosofía propiamente
dicha; irrumpieron las místicas orientales,
entró en vigencia una forma un poco arcaica de nuevo furor romántico; se implantó
la espera desesperada de las utopías y a
Ortega dejó de atacársele, pero también se
hizo lo posible por hundirlo en el olvido.
Marías no quería que la publicación de
Ortega: las trayectorias coincidiera con un
momento poco reflexivo, poco entusiasta de
lo real y poco aficionado a la fruición
Cuenta y Razón, núms. 15-16
Enero-Abril 1984
de perder el sueño por las ideas. La sociología empírica, la psicología, la acción encaminada a cambiar la realidad social embriagándose a sí misma para huir de cualquier actitud ensimismada y contemplativa
sustituían al pensamiento filosófico. Marías, por supuesto, cree en la enorme importancia de la ciencia sociológica y de la
psicológica y en la necesidad de la acción
en todos los órdenes de la vida, desde el
personal hasta el político. Pero cree también que siempre se actúa desdé un pensamiento, se tenga o no conciencia de él y
se ignoren o no los supuestos del mismo.
Y si algo ha definido la circunstancia intelectual de los últimos veinte años ha sido
el temor al pensamiento radical. Creo que
se ha preferido ir a la muerte antes que a
las raíces.
¿Ha cambiado el panorama? Quizá un
poco, pero no demasiado. Y si el panorama
no ha cambiado, ¿por qué Marías entrega
al editor el libro sobre las trayectorias de
Ortega? Lo hace porque Marías le teme
al aplazamiento; no querría por nada del
mundo que este libro se le quedara en el
tintero. Como buen caballero tiene su escudo y ha escrito en él: que por mí no
quede. Si la circunstancia no es muy favorable a la comprensión de Ortega: las trayectorias, habrá que hacer presión sobre
la circunstancia española e hispanoamericana y sobre la euiopea y la que continúa
extendiéndose por el mundo occidental.
Nunca se sabe cuánto brillo puede caber
en la superficie de un guijarro.
Pero hay más, Ortega: las trayectorias se
publica en el año del centenario del filósofo.
Marías no ha sido insensible al hecho. El
centenario se ha celebrado de muchas y
varias maneras: hemos leído trabajos a
propósito del gran europeo, del hombre
refinado, del excelente compañero de viaje,
del amigo entrañable, del estoico que aceptó
con elegancia el anuncio y la llegada de la
muerte, del humanista rebosante de cultura
y del animador que hizo traducir libros
importantes, exigió disciplina en el estudio,
dirigió empresas como la Revista de
Occidente y el Instituto de Humanidades,
orientó el trabajo de sus discípulos y
extendió un aire risueño y festivo a las
faenas de la cultura para terminar algo con
el exceso de gravedad española, la rigidez,
la descortesía, la indelicadeza, la falta de
humor amable y otras dolencias del alma
nacional. Y se ha celebrado también el
centenario del pensamiento de Ortega, esto
es, de lo que Ortega pensaba sobre tal
tema, tal ciencia, tal aspecto de la vida.
Ésos centenarios había que celebrarlos.
Pero faltaba uno: la celebración del centenario de su modo de pensar, de sus hallazgos filosóficos más importantes, el del
torso completo de su biografía intelectual
y también el de sus errores y el del camino
que conduce a ir más allá de su filosofía.
Y ése es el que celebramos hoy lanzando
como un buen cohete madrileño este libro
de Marías sobre las trayectorias del
maestro.
El autor es Marías, cuya vida intelectual, como reza el viejo tópico tan querido,
«no necesita presentación». Hay algunas
tramas de esta urdimbre que si pienso que
les hace falta o no les viene mal un poco
de aclaración a propósito de sus antecedentes. Ortega: circunstancia y vocación es la
primera parte de Ortega: las trayectorias.
Pero antes Marías había escrito mucho sobre Ortega: un libro polémico, Ortega y
tres antípodas, que tuvo su aire sacrilego
cuando apareció; varios ensayos escritos a
raíz de la muerte de Ortega; notas aclaratorias a la edición de Puerto Rico de las
Meditaciones del Quijote; varios trabajos
más y hasta un artículo con motivo de la
muerte de doña Rosa Spotorno, la viuda
de don José, aquella mujer tan dueña de sí
misma y creadora de un ámbito desde el
cual Ortega pudo hacer su filosofía. «Rosa,
este arroz no es de Java», le dijo una vez el
filósofo al empezar a comer. Y ella contestó
sin alterarse: «Será de alguna parte de
Java.»
Marías no sólo escribió sobre Ortega,
sino que se declaró su discípulo desde que
publicó sus primeros libros e hizo su Historia, su Introducción y su Biografía de
la filosofía desde la «razón vital». La primera edición de la Historia de la filosofía
es de 1940, cuando Julián tenía veintiséis
años, y el libro concluye con un capítulo
sobre Ortega y la escuela de Madrid. Ortega le puso un epílogo que pensó convertir
en un tomo de setecientas páginas. Y
cuando Ortega hablaba de su filosofía, de
la descubierta por él, solía decirle a Julián:
«nuestra filosofía».
Ortega: las trayectorias está escrito desde
esa relación de trato diario, epistolar,
intelectual, durante los años en que Marías
fue alumno de la Facultad de Filosofía y
desde la instalación de Ortega en Lisboa
y Madrid hasta su muerte. A Ortega se le
mutila si se deja a Marías sólo como uno
de sus intérpretes o como el más calificado.
Hay que leerlos a los dos para comprender
la obra de ambos.
Porque aquí surge otra cuestión: Marías no ha reducido su vida intelectual a
ser el expositor de las doctrinas de Ortega;
no ha sido el discípulo que escribe sobre
el pensamiento del maestro y realiza otros
estudios sobre temas diversos. La relación
es más compleja. Gabriel Marcel decía que
si alguien aclara los dogmas de un pensador
ante un público y realiza bien su tarea, eso
que hace se llama una «mediación
creadora». Es verdad. Entre Ortega y nosotros se tienden los puentes de la «mediación creadora» que ha sido lo escrito por
Marías sobre el gran contemplativo de los
ojos puestos en la piedra lírica del Escorial. Pero hay más volumen y riqueza en
este ovillo. ¿Por qué? Porque Ortega descubre que «yo soy yo y mi circunstancia» y
que el instrumento para ir hacia el futuro,
hacer un proyecto de vida y orientarse en el
mundo se llama la razón vital, distinta de la
razón descriptiva y de la analítica.
Marías medita estas verdades y escribe
una larga Introducción a la filosofía, que
no es más que una introducción a la vida,
un esfuerzo ingente por hacer de la vida
una realidad transparente a fin de realizarla
como elegancia, léase como elección de lo
mejor a cada instante y a lo largo de ella.
En esa Introducción se hace un análisis de
la circunstancia; parte de ella es el cuerpo y
el alma, zonas de la misma diferentes a la
historia, la sociedad o la técnica. ¿Qué
ocurre? Algunos años después Marías
descubre que entre la biografía concreta de
un hombre, el niño Cervantes en Alcalá, la
pérdida de su brazo, sus ojos tan abiertos
en Italia y su despedida inolvidable: «llevo
la vida sobre el deseo que tengo de vivir»,
entre todo lo que contaría el novelista o
filmaría el director cinematográfico y la
estructura analítica de la vida humana, hay
por el medio una estructura empírica: el
hombre. En 1970, Marías publica su
Antropología metafísica. No reniega de la
razón vital. Todo lo contrario: la extiende;
habla de una razón vital masculina y
femenina. Y eso no estaba en Ortega.
Ortega: las trayectorias es un libro para
ser leído desde esta perspectiva. No quiero
entrar en lo específico del contenido, pero
sí decir algo del espíritu que haría su lectura
más provechosa. Ante la realidad se puede
sentir la indiferencia, la náusea, el
entusiasmo y todas las gradaciones del
amor, el odio, la complacencia, el afán de
contemplarla o el de intervenir en ella.
Ortega y Marías son entusiastas de la realidad; procuran no idealizarla y quieren
pensarla e intervenir en ella al mismo
tiempo. La náusea no es el estado ideal
para seguir las trayectorias de Ortega. Segundo punto: hay quienes viven dentro
de la esfera de lo interindividual, atentos a
sí mismos, a sus proyectos y a su mundo
personal: amores, afectos, amistades, hijos,
padres, gente conocida y nada más. Tampoco esa perspectiva vital es la indicada
para entrarle a este texto. Y, por el contrario: los hay volcados nada más que sobre
un más aUá invisible, que no comprende
sólo la vida de ultratumba: el más allá
puede ser la vida de ultratumba, la vida
social, la política, la histórica, todo lo que
trasciende la inmediatez del aquí y del
* Ensayista.
ahora y la condición futuriza de ese aquí y
de ese ahora. Esos tampoco entrarán bien
por estas puertas.
¿Quiénes creo yo que abrirán mejor las
páginas del libro de Marías? Los que viajen
del yo al tú, del tú al nosotros y al ellos
pasando del hoy al mañana sin olvidar el
ayer. He dicho del hoy al mañana. Si algo
tiene Ortega de irritante para loa empeñados
en engañarse es que no fabrica utopías.
Hegel pensaba que al final de la historia se
reconciliarían los contrarios y cesarían las
alienaciones. Ese optimismo es una forma
del pesimismo; un escabullirse del amor que
reclaman las cosas en las flechas del hoy
disparadas hacia mañana. Ortega tampoco es
un pesimista; cree que las cosas pueden
mejorar, aunque tampoco-tiene la seguridad
de que se progresa necesariamente. Estamos
en la vida y nuestra obligación es hacer lo
que ya mencioné antes: elegir lo mejor.
Para eso es menester el desarrollo de la
mínima parte de nosotros mismos, que se
llama la razón. Y ahora sí puedo decir no
el contenido, pero sí lo que hay en el libro
de Marías: es la historia de cómo don José
Ortega y Gasset tuvo ante sí las diversas
trayectorias posibles de su vida; cuáles
eligió entre ellas, cómo y por qué realizó la
elección, cuándo aplazó algunas decisiones,
tal vez equivocándose en los aplazamientos
por exceso de elegancia, perfeccionismo o
dificultad en la administración de su talento, y qué instrumento dejó en poder
nuestro para engañarnos lo menos posible,
para ver con claridad, para no falsificar
nuestra vida y para elegir lo mejor. Esto es
lo que narra Marías desde su instalación
antropológica y desde el talante que le
atribuyó a Marañón y que le pertenece
también a él: la melancolía entusiasta. O
sea, el ejercicio de la virtud teologal de la
esperanza aplicado a las realidades terrenas
en alianza con el temple que sabe que toda
realidad humana, en su plenitud, está
esencialmente frustrada. Por eso hay que
emprenderla. Para que se adelanten y se
cumplan algunas de sus esquirlas bellísimas.
MARIO PARAJÓN *
Descargar