OCURRIÓ EN VÍSPERAS. Ese sábado hacía tanto calor que se nos había hecho interminable la misa, Beto y yo siendo monaguillos estábamos ocupados con nuestras tareas. A Beto le tocó ser el monaguillo atril, por lo que cargar y acomodar los libros santos para las diferentes lecturas le resultó muy cansado y agotador. Por mi parte recibí una mirada fulminante del padre Benito porque para distraerme no resistí a la tentación de darle un par de vueltas a la naveta conteniendo el incienso, y aunque yo pensé que estaba pasando desapercibido, percibí en la nuca una extraña sensación y al voltear lo vi, así que supe que tendríamos una plática larga y sufrida, así que rápidamente lo dejé en el piso y continúe mis obligaciones con la campanilla. Al terminar los servicios, el padre estaba ocupado con un par de monjas que lo fueron a visitar, así que Beto sacó sus cuicas para jugar en lo que esperábamos que su hermano Chucho viniera a recogerlo, el calor se nos olvidó en cuanto sacó su colección de bombochas, pingüicas, tiritos, tréboles y por supuesto mis favoritos, los diablitos. Jugamos cuadro y círculo con las reglas que queríamos; altas, bajas, palomita, sucias, limpias, cualquiera que nos acomodara para divertirnos en serio. -¡Beto! –se escuchó la voz de Chucho, y giramos juntos la cabeza para verlo venir contento y sonriendo cargando su balón de fucho. Claro que corrimos como locos, pues casi nunca se lo dejaban sacar. -¡Ahí les va, a ver cuántos goles juntamos!-nos invitó a jugar. -A darle duro, hasta que la chancla vuele-bromeó Beto. Estuvimos jugando un largo rato, en el que la tierra se nos pegó a la cara con el sudor que teníamos y nos marcó una serie de “chorreadas” que seguramente nos delataría más adelante. -Toño, trépate las enaguas, para que tires un buen trallazo,-me bromeó Chucho. -Ja, ja, ja- reímos con ganas todos, me empezaba a doler la panza, cuando un solo tañido de la campana, nos trae a nuestra realidad. -¡Llamada a Vísperas, corre Beto, llegaremos tarde a casa! -Por Dios Santo, es verdad que es bien tarde-. Mi madre me encargó pasar por el Nixtamal y no alcanzaré abierto el molino, pienso y me angustio. Echo a correr de una forma, medio loca, cruzo rápidamente el atrio y llego a la explanada del Palacio Municipal de Mixcoac, me recargo en una columna de los portales, veo alrededor, ya casi no hay gente en la calle, me altero y preocupo más. Tomo una bocanada de aire y emprendo de nuevo la carrera, ya casi llego al convento de las hermanas de la visitación, cuando tengo que hacer una nueva pausa ya que se me acaba la energía y siento sed, mucha sed. La luz del día se va perdiendo y la penumbra de la noche amenaza con llegar rápidamente, giro la cabeza a la izquierda y veo que me encuentro justo al inicio del callejón del diablo, el famoso y aterrador callejón. Lo veo con detenimiento, largo angosto y a simple vista tranquilo y seguro, me pregunto qué tan cierto serán todas las cosas que se dicen acerca de ser el lugar favorito del señor del mal para aparecerse, ya que es como muchas construcciones blanco y añil, en sus muros se ven algunas ramas de hiedra colgantes, algo secas, pero aún verdes y por la orilla de uno de ellos se asoman discretas o quizás temerosas, unas campánulas azules. -Si ahí viviera algo maligno no habría plantas-. Trato de convencerme para entrar y ganar tiempo y por supuesto valor, me imagino que voy a cruzar el parque entre tiestos y otras plantas. Respiro fuerte y profundo, me santiguo, cierro mis ojos y pienso momentáneamente en mi madre y mi hermana, así emprendo una caminata al principio lenta, muy lenta en un momento y sin darme cuenta acelero el paso, sigo rezando en voz baja, ya no sé qué oración sigue si el Padre Nuestro o el Ave María o si al menos la estoy recitando bien. Todo se vuelve azul obscuro y comienza a tornarse en un gris verdoso, miro hacia atrás, la entrada se ve lejos, muy lejos aunque estoy seguro que no he avanzado demasiado. La cabeza me duele, siento como si miles de arañas o cochinillas me recorrieran entre el cabello arrastrando lentamente sus patas para causarme daño. Me invade el miedo, me siento incapaz de dar un paso más. La sangre la siento caliente, primero en mis piernas y después con el ritmo de mi respiración sube hacia mis brazos y manos, las va paralizando hasta que los siento pesados como si trajera un sarape enorme y mojado encima, las piernas se me doblan y se niegan a dar el más pequeño paso. Me recargo en el muro que tiene la hiedra y sorpresivamente siento que la piedra se vuelve como barro seco, se desmorona me incrusto en la pared como una de las imágenes del altar de la iglesia, entro en pánico y sin querer las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas, sin sonido este no sale, no tengo fuerzas, ni tan solo aire para llorar. Se escucha un silbido como del viento a través de los árboles, sube el sonido y el tono y pongo atención; se va convirtiendo en un lamento y al final una carcajada que parece que proviene de la garganta de un animal, no sé cómo callarlo. En eso, el padre Benito camina rumbo al convento, ya que había prometido llevar la santa comunión a de hermanas de la Visitación, quien se encontraba muy enferma. Al llegar a la boca del callejón algo lo obliga a detenerse, sin imaginarse lo que ahí sucede. Lo recorre con la mirada hasta fijarse en un lugar del muro y ve algo que se parece a una gran crisálida formada con las ramas secas, en donde se percibe algún movimiento y una especie de vapor emana de la misma. -Eso no es normal-se dice para sus adentros-, algo no terrenal sucede ahí. Armado como iba con las hostias contenidas en el ostensorio, el agua bendita y su rosario, pronuncia en voz alta una jaculatoria a la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, seguida del Padre Nuestro. -Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum-… pero no puede seguir con sus oraciones, ya que al acercase, ve el rostro de Toñito, enmudece al verlo pálido, más bien sin color, sus ojos se fijan en él y lo reconoce, se asoma un poco de alivio en los ojos del chico. -Es el padre Benito-me alegra tanto verlo- ¿Me podrá ayudar?-Que así sea Dios mío-. Juro por mi madrecita no volver a jugar en misa. Por su parte el padre se fija en el capullo que sostiene y envuelve a Toño, no encuentra como describir esa serie de hilos, de un color que le recuerda a la piel de los peces, gris brillante, con un aspecto gelatinoso, viscoso y pestilente como el agua de las flores que no se cambia con frecuencia, se torna penetrante, le provoca arcadas y apenas contiene el vómito. El padre Benito también escucha esa risa socarrona, intimidante; saca el agua bendita, la rocía sobre las ligaduras, y espera, empieza a salir una especie de vapor rosado, y se aflojan, párroco aprovecha para ir colocando las hostias encima de mi cabeza y mi corazón, de tal forma que voy recuperando la conciencia y el valor. Un vapor rosado emana de mí alrededor, alcanza los brazos del padre Benito, causándole quemaduras, observo una serie de ámpulas pero él no ceja en su lucha por liberarme y tras cada intento lo escucho decir. -No es tuyo es del Señor-. Dice el hombre santo.-Yo soy el Señor-le replica una voz rasposa. -Es un chico consagrado, Dios lo tiene cerca de él.-Jamás será tuyo-insiste mi salvador. -¡Suéltame!-me escucho decir, demandante, autoritario, ya sin duda alguna. Me deshago de ese abrazo malicioso y ahora yo protejo al sacerdote, juntos empezamos a rezar de nuevo, nos ponemos de rodillas y nos concentramos en nuestros rezos, uno tras otro los padres nuestros, sosteniendo juntos el rosario bendito que traía consigo. De repente nos llega el trinar de los pájaros y con los gritos de mi madre,-Aquí están, corran, mi hijo y el padre están aquí. -¿En dónde estaban?-¿En dónde han pasado la noche?-Dice mi madre. -Aquí hemos estado, luchando contra una presencia maligna-le contesta el párroco. -No puede ser dice mi madre.-Hemos pasado la noche buscándolos y cruzamos varias veces el callejón, aquí no estaban. Es aquí cuando ya no resisto y me enrollo sobre mí mismo y me pongo a llorar desconsolado, mi madre me cubre con su chal y me abraza y llena de besos, solo alcanzo a decirle-el nixtamal, se me olvidó el nixtamal. -Nada importa más que encontrarlos.-Me dice cariñosa mi mamacita-.Los llevaremos al dispensario del convento a curarlos y tomar chocolate caliente. Volteo hacia el escenario de mi peor pesadilla…-¿o realidad?, y veo en el piso las ramas secas que como mudos despojos de una fogata, se encuentran en el piso a medio consumir por el fuego y que alguien se empeñó en pisar y frotar contra el piso, como queriendo desaparecerlos. También observo una leve mancha en el muro, un asomo mustio y tímido de dos figuras humanas. Cojo de la mano al padre Benito. Entiendo que sin él no podría haber regresado con mi familia, me urge ver a mi padre y por supuesto a mi hermana Alicia. Fátima Lucía