La inmolación de Tartagal ( DOC - 46 KB )

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La Inmolación de Tartagal
Su Tragedia es Fruto de la Destrucción del Estado Nacional
Por Daniel Enrique Yépez*
La Muerte y Agonía de Tartagal
El incontenible aluvión que el lunes pasado arrasó Tartagal, tajo por donde la
naturaleza herida se desangró enlodando sin piedad y cubriendo de
desesperación a una ciudad desprevenida, representó -a modo de gredoso
manto mortuorio- un acto más de la interminable tragedia que agobia a esa
comunidad. La otrora ciudad cabecera de unos de los polos industriales más
importantes de la región y del país, asiste hoy a los estertores de sus
exuberantes yungas floridas que en otro tiempo la adornaron, con flora y fauna
subtropical de la que disfruté entrañablemente durante mi primera infancia en
San Pedrito. Este genocidio natural no casual, sino causal, es fruto directo y
catastrófico del sistemático desguace de su parque industrial y de la
enajenación de sus recursos minerales.
La perla del Departamento San Martín no sólo vive prisionera de su desgracia
histórica, sino también de las compañías extranjeras que le vampirizan las
riquezas de su subsuelo, de una clase política inepta, egoísta y sin futuro, de
un poder provincial cómplice de ese latrocinio, mientras engulle insaciable las
regalías que produce su riqueza petrolera y de un gobierno nacional con una
política petrolera vacilante y errática.
En este presente aciago, Tartagal se ha transformado en el escenario propicio
de la reacción devastadora de un paisaje natural que se niega morir sin
defenderse y que involuntariamente la agrede, del mismo modo le chupan la
sangre las multinacionales, los narcotraficantes, la corrupción de los
funcionarios y la hipocresía política de los tecnócratas, en complicidad con la
indolencia de ciudadanos sin conciencia, incapaces de defender lo suyo.
Crónica anunciada, escenario dantesco y prueba irrefutable de un genocidio
político, social y ecológico, que paradojalmente representa otro acto más de su
agonía, luego de su muerte social.
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Bueno es decirle al lector que la inmolación de Tartagal y de sus zonas
aledañas fue perpetrada impunemente por el menemismo, cuando su política
de privatizaciones resolvió la destrucción de Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF). Con la enajenación de la empresa nacional de hidrocarburos se le partió
el espinazo productivo y laboral a una comunidad que había logrado, como
modelo de desarrollo sustentable en la región, la exploración, explotación e
industrialización de un mineral estratégico para el desarrollo autónomo de la
nación. Desde entonces la tragedia de Tartagal, es la tragedia de YPF, signada
por la destrucción del Estado y de sus economías regionales en los noventas.
La Devastación Ecológica
A fin de refutar a falacia esgrimida por el gobernador de responsabilizar a la
naturaleza de la sistemática devastación ecológica de la región en los últimos
20 años, es necesario decir que resulta dolorosamente desmoralizador
observar cuando el viajero llega al cruce de Pichanal, como el monte natural
que tupidamente se erguía al borde de la ruta 34 ha desaparecido totalmente.
A lo largo de un trayecto de más de 100 Km., es terrible constatar como la
irracionalidad de la agricultura extensiva, estimulada por las transnacionales de
granos, fertilizantes y agroquímicos, altamente contaminante por el uso
irracional de estos venenos -taxativamente prohibidos por la legislación agraria
del primer mundo-, sin planificación y sin ningún tipo de control por parte del
Estado, ha desmontado sistemáticamente la selva chaco-oranense que hasta
ayer soberanamente reinaba en el pedemonte salteño de esa región.
Del mismo modo en que la naturaleza fue destruida por la acción incontrolada
de intereses anónimos y extra-nacionales que nada tienen que ver con el
pequeño productor, el campesino o con las comunidades aborígenes de la
zona, la fauna también ha dejado de existir. Y las corzuelas, acutis, chanchos
del monte, tapires, zorros, mulitas, vizcachas, pumas y demás especies
vernáculas, que poblaban el lugar han desaparecido o se encuentran en serio
proceso de extinción, en consonancia con la destrucción de su hábitat natural.
A lo largo del camino, el paisaje se asemeja a un interminable desierto verde o
parece una tundra amarillenta, si nos toca recorrerlo en épocas posteriores a la
trilla, cuando el rastrojo cubre los campos.
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Atendiendo al nuevo llamado de un país des-industrializado, de economía
primaria y atado al monocultivo de la soja, segunda versión de república agroexportadora (esta vez manejada por las multinacionales), la selva fue
sistemáticamente sacrificada por las topadoras de los acaparadores de tierras,
de los pooles de siembra y de los especuladores nacionales y extranjeros.
Martínez de Hoz, Hargunideguy, Macri, (encubiertos por sus respectivos
testaferros), junto a innumerables políticos vernáculos, son los más grandes.
También es importante acotar que expertos en el tema predijeron que otra
hecatombe natural se avecinaba sobre la región, pero no fueron escuchados
por el gobierno. Los dueños del poder y la partidocracia gobernante nada
hicieron para evitarla, pues miran para otro lado cuando se trata de no afectar
intereses ni inversiones que los comprometen.
Dos cuestiones graves los inculpan: a) en 2007 hubo un incremento infame en
las autorizaciones de tala, otorgadas por el anterior gobernador Romero, quien
permitió que más de 400 mil hectáreas fueran desmontadas en la zona, sin que
la gestión actual nada hiciera para detenerla; b) tratando de parar el genocidio
de los bosques nativos se sancionó en 2007 una Ley Nacional de Bosques, de
por sí un tanto ingenua en sus propósitos, ya que ordenaba una moratoria total
de talas, hasta que cada provincia hiciera un inventario de bosques y regulara
la actividad. Como complemento, estableció un fondo para premiar el
mantenimiento de las áreas boscosas y otras nobles intenciones.
La reglamentación de la misma aún está pendiente, cajoneada por el mismo
lobby que antes demoró su sanción: los legisladores de las provincias donde
ocurren estos desastres. De ahí su infinita hipocresía, cuando públicamente se
rasgan las vestiduras lamentando el drama. Como es sabido y a pesar de las
advertencias que dejó el 2006 (cuando tuvo lugar el mismo fenómeno), no hubo
respuestas, ni prevenciones por parte del poder y tampoco se concluyeron las
obras mínimas de canalización del antiguamente denominado cañadón Seco.
Sin la vegetación propia del lugar, la estructuras de las laderas se vuelven cada
vez más inestables. Sin retención suficiente, se acelera el escurrimiento
superficial. Con poca retención y excesivo escurrimiento, las crecidas no se
regulan. Con grandes crecidas, no hay puentes ni caminos que resistan.
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El ecosistema es dinámico y se repone, pero ante la explotación descontrolada
muchas veces no tiene capacidad de cicatrización para mitigar el impacto de
copiosas lluvias en tan escaso tiempo.
Lo anterior genera lo que especialistas denominan el fenómeno de la "cárcava".
La cárcava es una estructura en el suelo que se forma, antes que nada, por la
ausencia de cobertura -pastos, árboles- que protejan al mismo del golpe de las
gotas de lluvia. Destruido y lavados así los primeros milímetros del suelo, el
agua acumulada va concentrándose en la zona más baja y empieza a correr
por allí, ayudando a socavar más profundamente. Una vez quitada la primera
capa, si se trata de un suelo mineral pobre en arcillas y en materia orgánica, el
derrumbe de material es muy fácil y ocurre en cortes verticales. La cárcava es
retrogradante, es decir, va zigzagueando y creándose a sí misma. La caída de
agua dentro de ella excava el material que le permite crecer y avanzar y el
aumento de tal trinchera engrosa el caudal que puede captar.
Entonces no es de extrañar que la crecida del casi siempre Río Seco o Río
Tartagal, haya arrastrado a su paso el puente ferroviario y amenazado
seriamente al carretero, cuando no encontró un escape en su descontrolado
viaje por la pendiente. Como dejaron de existir las contenciones y absorciones
naturales que la vegetación ofrecía, los deslaves y las crecientes se
concentraron a lo largo del precario terraplén ferroviario aún existente en Villa
Güemes. Cuando encontró la boca de salida por dicho cañadón, el puente voló
en pedazos. Crítica situación ecológica que no sólo se manifiesta en Tartagal,
sino que se extiende desde Aguaray hasta Embarcación.
Si miramos este panorama trepando por los primeros faldeos del pedemonte de
las sierras sub-andinas que por el poniente bordean la ruta 34, encontraremos
situaciones similares. A lo largo de este circuito, las extensas propiedades
utilizadas para la producción de citrus y el incontrolable saqueo de la
explotación maderera, produjeron un destrozo similar a la tala sistemática de la
vegetación natural. Esto fue el comienzo.
La Devastación del Estado y de las Tierras Públicas
Cuando el menemismo privatizó la administración norte de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF) en 1992-1993, la zona fue licitada en 23 lotes y
adjudicadas a diferentes consorcios nacionales y multinacionales del rubro.
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Obviamente toda la infraestructura, la cultura, los emprendimientos sociales,
sanitarios y educativos que había construido la empresa nacional en el eje
Vespucio-Mosconi-Campo Durán desaparecieron, del mismo modo que
desapareció el trabajo calificado y el salario estable, cuando ese ramal
productivo fue entregado al vampirismo de las privatizadas.
De este modo las tierras oficiales fueron enajenadas y los pobladores, muchos
de ellos antiguos campesinos y pequeños productores ganaderos que desde
antaño libremente transitaban las sendas que comunicaban San Pedrito,
Acambuco, Tablillas, Ramos y otras localidades aledañas, fueron expulsados
de sus dominios. Los lotes fueron alambrados con púas y sus perímetros
custodiados con guardias. Nuestros coterráneos pasaron a ser seres extraños
en sus propias tierras y una enorme masa de trabajadores se transformó en
mendigos o cuentapropistas. Una vez en posesión de los predios, otra
devastación siguió su curso. En el codicioso afán de encontrar petróleo a como
dé lugar, el primer paso fue apelar al desmonte sin ningún tipo de control o
sanción por parte del Estado.
En esas tierras de nadie, las privatizadas no escatimaron ningún recurso para
lograrlo. Si había que abrir picadas, caminos y contaminar arroyos y ríos, se lo
hacía. Si había que cavar grandes zanjones para instalar oleoductos o
gasoductos, se hacía. Si había que usar irracional e irresponsablemente
explosivos para mover tierra y socavar las estructuras geológicas del suelo, se
hacía. Al fin y al cabo esa tierra ya no era de los argentinos.
Si había que dejar incontables y peligrosos socavones yermos del preciado
mineral -sin señalizaciones ni avisos y colmados de desechos o aguas
contaminadas- también se hacía, total si algún chaqueño (así le dicen al
campesino de esa zona) se caía y ahogaba en esas profundidades, nadie
reclamaría. Por otra parte, y en voz ya no tan baja, se sigue comentando que
también el monte fue dinamitado para construir innumerables e ilegales pistas
de aterrizaje demandadas por el narcotráfico creciente.
La naturaleza de esta zona no sólo fue agredida, sino asesinada
impiadosamente. Y ese asesinato es producto de la desaparición del Estado y
de YPF. El daño es irreversible y las consecuencias están a la vista.
Esto explica porqué cuando llueve en los cerros orientales, los tartagalenses
rezan, ya que sólo les queda encomendarse al Supremo.
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Pero como el proceso es creciente y acumulativo, los daños a la población son
cada vez mayores. Y el próximo deslave, si esto no se para de una vez, no se
llevará la mitad de Tartagal, como ahora, sino que arrasará toda la ciudad.
Es importante acotar que el gobierno provincial fue informado de esta situación,
pero la trama de influencias, coimas, fraudes y violaciones sistemáticas al
pueblo y a los intereses de la región, con que se manejan estos nuevos
encomenderos del petróleo, generaron un silencio cómplice que cubre de culpa
a sociedad política salteña.
Por eso los estudiantes de la Sede Regional Tartagal, de la Universidad
Nacional de Salta, en charlas informales proponían que el Departamento San
Martín se segregara del despótico poder central salteño, erigiéndose en una
nueva provincia. Ellos dicen que son inmensamente ricos, que están parados
sobre una gigantesca bolsa de gas y de petróleo, de la cual fueron
sistemáticamente despojados y que -además- están hartos de la ineptitud y
corruptela de las intendencias que no los defienden.
Ambas situaciones le depara al pueblo tartagalense una constante pobreza y
abandono por parte de los poderes provinciales y nacionales, ya que son
tratados como "kelpers" argentinos.
Verdaderos "olvidados de esta tierra", parafraseando a Franz Fanon, que sólo
sirven para que sus riquezas sean constantemente saqueadas. Los sucesivos
piquetes y cortes de ruta lo dicen todo.
El desmantelamiento del ferrocarril público es el otro condimento imposible de
ignorar en esta trágica historia. Su destrucción perjudicó enormemente a esta
zona limítrofe de la nación, pues los productos que importan sus pobladores se
encarecen en demasía por el costo de los fletes viales.
Pero la conspiración de las privatizadas que controlan los peajes y se
apoderaron de las rutas nacionales, las corporaciones de fabricantes y dueños
de camiones y neumáticos, más el marcado desinterés del gobierno nacional
por re-nacionalizar los ferrocarriles y reinstalar en la sociedad un sistema de
transporte ecológico, no contaminante, barato y más seguro, perjudica a los
más pobres y a las regiones periféricas del país. La frutilla de este amargo
postre, fue la caída del puente ferroviario de Tartagal, el cual, obviamente, al
igual que los ferrocarriles del estado, seguirá postrado.
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Por último, si bien es lícito y necesario rogar a Dios, o encomendarse a la
Virgen de la Peña, para que esta tragedia acabe, también es necesario que el
pueblo de Tartagal oriente su acción y reflexión en la búsqueda de las
verdaderas causas que ocasionaron este presente aciago.
Es hora de que comiencen a recuperar lo que dolorosamente perdieron en
1993, cuando el polo petrolero más importante del norte del país se transformó
en tierra de nadie, arrasada por las privatizadas. En función de la dolorosa
coyuntura es lícito preguntarse ¿qué hacer?
Pensar, Reparar y Debatir
Si bien la asistencia y reparación dada a la población es imprescindible para
recuperar condiciones mínimas de calidad de vida, no debemos olvidar que es
un paliativo que no evitará colapsos naturales futuros. Si el 2005 fue un aviso
del que pocos tomaron nota, espero que el 2009 sirva de punto de partida, no
sólo para reparar lo destruido, sino para comenzar a imaginar un futuro
diferente para la región. Tartagal sólo podrá salir de la muerte civil que la
condena a una agonía interminable, si su sociedad se pone de pie para debatir
abierta y públicamente su devenir. En todos los ámbitos hay que comenzar por
informarse de las causales del drama. Es hora que en escuelas y colegios se
hable de aquello que se calla y oculta. Es hora de que en clubes sociales,
deportivos, iglesias, sindicatos y reuniones abiertas se corra la voz y se
descubra el velo de mentiras que oculta una realidad que ya ha golpeado dos
veces a este pueblo.
En el marco de ese debate hay que comenzar a exigir la creación de una nueva
empresa petrolera nacional, y la reinstalación de ella en la región, emulando a
la vieja y querida YPF, fuente de progreso y desarrollo.
Su correlato debe ser impulsar la restitución del Ferrocarril del Estado, como
sistema de transporte alternativo. El paso siguiente debe ser rescindir los
contratos y expulsar a las privatizadas, no sin antes demandarlas judicialmente
por daño ecológico grave. Luego y sin descanso se debe suspender de facto y
hasta nuevo aviso la concesión de tierras a las multinacionales de la soja y a
los pooles de siembra, al mismo tiempo que debe suspenderse la explotación
maderera descontrolada.
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Es un imperativo condenar a penas severísimas de cárcel inmediata a quien
derribe un árbol, como lo hacen legislaciones del primer mundo. Es hora que el
interés público y colectivo se imponga y predomine sobre las ambiciones
particulares y las codicias personales.
En consonancia con ello, se debe bregar para reinstalar progresivamente a los
campesinos y pobladores expulsados de sus tierras y establecer zonas de
reservas ecológicas para proteger y reproducir la fauna en extinción.
Asimismo,
deben
recuperarse
las
antiguas
prácticas
de
agricultura
conservacionista donde el campesino, "amichado" con la naturaleza, la
protegía antes que someterla. Lo antedicho sólo será un compendio de buenas
intenciones si no contamos con la decisión política de la sociedad, en
consonancia con el auxilio de la ciencia, los avances tecnológicos y la
formación de recursos humanos calificados.
Por lo mismo es hora que la sociedad civil de la región reclame enérgicamente
la creación de una sólida filial de la Universidad Nacional de Salta, en la cual se
abra una Facultad de Ciencias Naturales y Agrarias, con carreras como
Geología, Minería, Biología, Ecología, Agronomía, Zootecnia y Veterinaria. Sus
egresados, como ciudadanos responsables y comprometidos con su pueblo, su
tiempo y su entorno, deberán emprender la tarea de aplicar los saberes
científicos aprendidos para investigar y restaurar los daños ecológicos infligidos
a los ecosistemas naturales y también culturales. Las Ciencias Exactas y la
Arquitectura también son fundamentales para replanificar, reconstruir su
infraestructura y reordenar un territorio que se ha desarrollado anárquicamente,
al igual que una población condenada a la supervivencia primaria.
A su vez en el campo de las ciencias humanas y sociales no pueden estar
ausentes de la región carreras como Antropología, Sociología, Ciencias
Políticas, Psicología, Educación y Trabajo Social, entre otras, cuya función no
sólo es ayudar a la gente a comprender y actuar en la sociedad en la que
viven, sino que deben trabajar entramadamente con las ciencias duras y de la
naturaleza. Los problemas son complejos y requieren de la complejidad de
saberes interdisciplinarios. Las Universidades Públicas y gratuitas son el
Estado y si pretendemos recrear el mismo, deben actuar como complemento
cultural y formativo de la refundación productiva de la región.
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La Educación y la Ciencia no son herramientas mágicas, sino variables
dependientes de la acción política, de la economía, de las relaciones sociales y
productivas, como así también del protagonismo de los pueblos.
En consecuencia, el denominador común que debe orientar el proceso refundacional de la estructura productiva y cultural de la región, debe estar
basado en un proyecto de desarrollo regional consensuado políticamente por la
población, que lo encuadre y lo vincule en términos de igualdad y respeto con
otras áreas de la provincia y obviamente del país. Debe atender relaciones e
interacciones materiales y culturales con países hermanos como Chile Bolivia y
Paraguay, fortaleciendo el MERCOSUR, en la marco de la patria grande
latinoamericana. Dicho en otras palabras, lo que queda por hacer es arrancar
de raíz las atrocidades heredadas del neoliberalismo, que como se puede
comprobar en los medios, no sólo arrasó con los pueblos periféricos, sino que
está tumbando las economías del primer mundo.
No sé si será posible hacer realidad este cambio. Eso sí, nadie podrá decir que
no lo intentamos.
San Miguel de Tucumán, 9 de Febrero de 2009
*Daniel Enrique Yépez es Licenciado en Ciencias de la Educación, Magíster en
Ciencias Sociales, Docente-Investigador de las Universidades Nacionales de
Tucumán, de Jujuy y de la Escuela Normal J. B. Alberdi de San Miguel de
Tucumán. Nacido en Tartagal, desde los seis años de edad reside en
Tucumán.
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