PALABRAS DE VIDA La Salle 11 Tiempo ordinario (C) 16 de junio de 2013 Lucas 7,36 – 8,3 Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 36-8, 3 En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: - «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» Jesús tomó la palabra y le dijo: - «Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió: - «Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: - «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: - «Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: - «Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: - «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: - «Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: - «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. NO APARTAR A NADIE DE JESÚS Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa. Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios. Durante el banquete sucede algo que Simón no ha previsto. Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso. Simón contempla la escena horrorizado. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartar rápidamente de Jesús. Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego le invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús sólo le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado. Vete en paz». Todos los evangelios destacan la acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos por casi todos de la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos... Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es sólo una: son los más necesitados de acogida, dignidad y amor. Algún día tendremos que revisar, a la luz de este comportamiento de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia como si para nosotros no existieran. No son pocas las preguntas que nos podemos hacer: ¿dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús? ¿a quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él? ¿qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsa- ble y creyente? ¿con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad? ¿quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones? DISCERNIMIENTO, DIÁLOGO Y ORACION “koinonía” Para la revisión de vida ¿Qué puesto ocupa el amor en mi vida interior, en mi vida espiritual, en el sentido de mi vida? ¿Soy una persona que se rige por prejuicios fácilmente? Para la reunión de grupo ¿Qué significa para nosotros que «sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor»? ¿Qué pensar de aquella expresión de san Agustín, que dice que «ama y haz lo que quieras»? Si el perdón de los pecados lo consigue el amor, ¿cuál es el papel del sacramento de la confesión? ¿A qué se debe que el sacramento de la confesión parezca que hoy se encuentra «colapsado»? ¿Qué reformas propondría nuestra comunidad cristiana si se le pidiera elaborar un plan pastoral para reformar la administración del sacramento de la confesión de forma que se convirtiera en un gesto creíble, no controlador, amable, comunitario, gozoso? Para la oración de los fieles Para que comprendamos que el ser humano necesita amor para vivir, y un amor profundo, roguemos al Señor. Por la Iglesia, para que supere su actual situación interior de crispación que hace que tantos millones de personas se hayan apartado de ella en el primer mundo. Por cuantos viven despreciando a los demás por las apariencias y no saber leer el corazón de las personas. Para que el amor pastoral sea puesto en la Iglesia por encima de todo. Oración comunitaria Misterio infinito, a quien creemos presente en el proceso de la vida y en la historia del cosmos... Haz que seamos capaces de comprender que la fuerza que todo lo sostiene es el Amor, y que nosotros mismos sólo alcanzaremos la felicidad en el Amor. Nosotros te lo pedimos apoyados en el ejemplo de Jesús, unidos a todos los hombres y mujeres que te buscan por los muchos caminos de la vida. Amén. MIRADA DIFERENTE J.A. Pagola Texto complementario La prostituta del pueblo interrumpe de pronto el banquete organizado por un fariseo para agasajar a Jesús. En cuanto la ve, Simón la reconoce y se pone nervioso. Conoce bien a estas prostitutas que se acercan al final de los banquetes en busca de clientes. La prostituta se dirige directamente a Jesús. No dice nada. Está conmovida. No sabe cómo expresarle su agradecimiento y rompe a llorar. Sus lágrimas riegan los pies de Jesús. Olvidándose de los presentes, se suelta la cabellera y se los seca. Besa una y otra vez aquellos pies queridos, y, abriendo un pequeño frasco que lleva colgando de su cuello, se los unge con perfume. El fariseo contempla la escena horrorizado. Su mirada de hombre experto en la ley sólo ve en aquella mujer una «pecadora» indigna que está contaminando la pureza de los comensales. No repara en sus lágrimas. Sólo ve en ella los gestos de una mujer de su oficio que sólo sabe soltarse el cabello, besar, acariciar y seducir con sus perfumes. Su mirada de desprecio le impide, al mismo tiempo, reconocer en Jesús al profeta de la compasión de Dios. Su acogida y su ternura hacia esta mujer lo desconciertan. No puede ser un profeta. La mirada de Jesús es diferente. En aquel comportamiento que tanto escandaliza al «moralista» Simón, él sólo ve el amor y el agradecimiento grande de una mujer que se sabe muy querida y perdonada por Dios. Por eso se deja tocar y querer por ella. Le ofrece el perdón de Dios. Le ayuda a descubrir dentro de sí misma una fe que la está salvando y le anima a vivir en paz. Jesús no fue visto nunca como representante de la norma sino como profeta de la compasión de Dios. Por eso, en el movimiento de los que hoy tratamos de seguirle, no necesitamos «maestros» que desprecien a los pecadores y descalifiquen a los «profetas» de la compasión de Dios. Necesitamos cristianos que miren a los marginados morales, los desviados y los indeseables con los ojos con que los miraba Jesús. Dichosos los que están junto a ellos y ellas sosteniendo su dignidad humana y despertando su fe en ese Dios que los ama, entiende y perdona como nosotros no sabemos hacerlo.