LA ARQUITECTURA DISTANTE Università “Kore” di BURGIO, Gianluca Enna – Facoltà di Ingegneria e Architettura Italia La arquitectura de hoy en día se presenta a menudo como algo lejano de la vida de los hombres. Parece que ésta se desarrolle en otro ámbito, a un nivel distinto que ya no permite la interacción necesaria, como en todas las buenas arquitecturas, entre hombre y espacio construido. Los edificios a veces parecen objetos incomprensibles en el paisaje urbano, convirtiendose en simples pantallas: transmiten mensajes comerciales o bien ellos mismos son una forma simbólica que está casi del todo separada de su consistencia espacial. Además su espacialidad es más bien un valor que jerarquicamente se encuentra en un nivel inferior: lo que cuenta es la capacidad del edificio de funcionar como brand, como objeto comercial. La arquitectura no siempre es sueño: a veces lo es, pero este sueño es mucho más parecido a la aspiración y al deseo para un objeto de moda que a un sueño verdadero. La separación entre espacio arquitectónico y espacio de la vida es un tema que hay que investigar. ¿De que depende esta separación? La tendencia a producir objetos inmediatamente “digeribles” o identifiicables para el ojo, como cualquier otro objeto de design, ¿ha tal vez alejado la sustancia espacial de la construcción de la arquitectura? Y la producción teórica, a veces muy encerrada en un lenguaje autorrefencial y ensimismado,¿ no habrá contribuido a producir distancia entre el mundo de las ideas arquitectónicas y la arquitectura construida? La intención de este artículo es investigar la progresiva separación que hay entre el mundo de la vida y la arquitectura demasiado abstracta, en algunos casos, y poco asequible para un público no especializado y, en otros, reducida a mero producto de exigencias comerciales. Me gustaría citar un artículo que escribió el 23 de diciembre de 2007 Nicolai Ourossoff en el diario “The New York Times”: Como la mayoria de los cuentos de hadas, la relación de Nueva York con la arquitectura tiene un lado oscuro. [...] La mayoría de los proyectos hoy en día sirven a los intereses de una pequeña élite. Y esta tendencia no es probable que cambie a corto plazo. La muerte lenta de la clase media, el aumento de la arquitectura como una herramienta de marketing, la influencia desmedida de los promotores - todos han ayudado a reducir el alcance social de la arquitectura justo en el momento en el cual empezaba a reconquistar la imaginación pública. Desde esta perspectiva, la ola de magníficos edificios de nueva construcción se puede leer como una mera diversión cultural. Además, Nueva York está a punto de embarcarse en una serie de acontecimientos que podrían alterar su carácter mucho más que cualquier otro proyecto llevado a cabo a partir de los Sesenta. Veinticinco millones de pies cuadrados de espacio comercial está previstos para el Midtown.[...] Una enorme expansión del campus de la Universidad de Columbia en Harlem ha enfurecido a los residentes locales. Y no nos olvidemos del Ground Zero, un agujero negro de arrogancia política, cínico negocio inmobilar y estupidez pura y simple. Más allá del debate sobre la arquitectura, más allá de la conciencia misma del carácter absolutamente anti-social de esta nueva arquitectura y la idea de la ciudad, creemos sea necesario preguntarse cual es, hoy en día, la naturaleza del arquitectura y si, en su manera contemporánea de materializarse, la arquitectura que conocemos posee todavía una dimensión social. Por lo que que hemos podido leer, críticos como Ouroussoff creen que la desmedida influencia de los promotores en el juego de la construcción de la arquitectura y de su proyecto hayan alterado definitivamente el carácter y el papel de la arquitectura en la ciudad. Probablemente el problema es que hoy la arquitectura ya no es narración: la buena arquitectura es aquella que favorece el desarrollo de la vida, la que permite que ciudadanos, bajo su protección, organizen su vida. Bajo estas lineas una imágen de los porticos de Bologna: la acera, inglobada e integrada en el sistema arquitectónico es el lugar en el cual se desarrolla la normal actividad de cada día. La configuración formal de este sistema arquitectónico es algo muy poco importante: esta arquitectura funciona, abriga y permite que la ciudad sea ciudad, es decir permite que los hombres se encuentren y se narren gracias a su la existencia. En este caso la materia arquitectónica desaparece, los ciudadanos no viven aquel espacio porque representa un espacio à la page, firmado por algun gran arquitecto de origén holandés o japonés. El ciudadano normal y corriente en espacios de este tipo no se ve oprimido por la excesiva presencia de una construcción: más bien la arquitectura, como decíamos, desaparece, es decir renuncia a formas de protagonismo y aposta más bien por una actuación de actor de reparto. Cabe notar, naturalmente, que la producción arquitectónica también contempla la presencia de edificios singulares, como aquellas arquitecturas puntuales que sirven a una función particular dentro de la ciudad; nos referimos a edificios públicos que representan instituciones y que, más allá de la función por la cual se construyen, desarrolllan un papel que podríamos definir simbólico. Es lógico que los edificios singulares y los monumentos no pueden renunciar a papél de protagonista y, de hecho, están construidos precisamente para este fin. Sin embargo, hay una tendencia, muy bien explicado por Ouroussoff en su artículo, en la arquitectura contemporánea, y que los arquitectos tienden a invadir la ciudad con sus objetos de diseño, en la que ponen su firma. Hay varias razones por la cuales la buena y auténtica arquitectura están progresivamente cediendo su papel en la ciudad a la arquitectura que podríamos definir mediática. En primer lugar, las entitades públicas y privadas a menudo tratan de representarse a través de un símbolo, un objeto arquitectónico que pueda funcionar como el logotipo de una marca cualquiera. No es importante que el edificio sea arquitectonicamente un buen edificio: lo que importa es que sea reconocible en la ciudad. Lo que cuenta es su imágen, su presencia física como una representación de una política pública o corporativa. Pensemos por un momento a casos sensacionales como el Guggenheim de Bilbao: el museo cobra valor por su fuerza escultórica y, lo que importa, es la imagen del edificio que ahora, en la mente de los visitantes de Bilbao, permite que el nombre de la ciudad se asocie al nombre de Frank Gehry. O pensemos en la Torre Agbar construida a Barcelona por Jean Nouvel: una vez acabada de construir, su perfil comenzó a aparecer en el skyline de Barcelona, junto con otros ejemplos de arquitectura más famosos de la Ciudad Condal, que se utilizó en una campaña publicitaria de una conocida compañía telefónica. En segundo lugar, con el tiempo ha ido construyendo un sistema di grandes estrellas, profesionales de la arquitectura, cuyo valor se ha ido incrementando gradualmente gracias al eco producido por las revistas de arquitectura. La ciudad que quisiera adquirir un blasón, no puede prescindir de un edificio construido por una llamada “archistar”, una estrella de la arquitectura. Es de alguna manera replicar el hábito vulgar de exhibir la marca de la ropa, como si fuera aquella a otorgar valor y elegancia a su forma de ser de cadauno de nosotros. Sin embargo, surge un grave problema: si bien es relativamente fácil deshacerse de prendas que ya no están de moda, es mucho más difícil deshacerse de un edificio que se ha construido expresamente para estar de moda y siguiendo las últimas tendencias figurativas de la arquitectura. El valor efímero de un edificio casi nunca corresponde a un equivalente efímera fisicidad: los edificios son de “piedra” y el esfuerzo económico que ha sostenido la realización desalienta a menudo la posibilidad de destruirlo. Sin embargo, hay edificios que son incomprensibles para los ciudadanos que, en algunos casos, tienden a abandonarlos, ya que los ven como algo lejano de su manera de entender el espacio arquitectónico. Cuando el lenguaje de la arquitectura se convierte en sistema autoreferencial, es muy difícil que el usuario inexperto pueda comprender los complejos mecanismos de generación de la arquitectura; y es precisamente en este vacío entre el conocimiento de la arquitectura como sistema cerrado y el mundo de la vida que la arquitectura se convierte en algo remoto y distante. La distancia de la arquitectura se produce a mi parecer por dos razones: una de tipo que podríamos definir comercial, como hemos explicado antes; y otra que pertenece a una forma de arrogancia por parte de algunos arquitectos los cuale presumen de poseer una forma de conocimiento universal y absoluto. Y al ser este conocimiento absoluto, muchos de ellos son poc disponibles al diálogo. La supuesta autonomía de los conocimientos de arquitectura se combina con la demanda de una arquitectura-brand: los arquitectos se convierten entonces en demiurgos que plasman la materia. Parece que no existan las técnicas de construcción, la materialidad de los objetos y el valor de uso. Muy a menudo los arquitectos explican sus obras resaltando una serie de valores que atribuyen a la arquitectura y que, en realidad, no pertenecen a la esencia de la propia arquitectura. Dicho de otra manera, las palabras que usan para hablar de aquella obra, describen una realidad que no tiene nada que ver con la propia obra Hace tiempo, Massimiliano Fuksas, presentando el proyecto para el nuevo Palacio de Congresos de Roma (llamado “La Nube”) decía la siguientes palabras: "la arquitectura es algo más que una obra de un hombre - explica la Nube representa el arte de buscar la paz y no la guerra, porque la arquitectura es pensar en un futuro de paz y no de guerra".Fuksas habla de paz y de guerra, cuando lo único que está haciendo es proyectar, y luego construir, un edificio: hay una distancia insalvable entre las palabras y las cosas, que los arquitectos contribuyen a aumentar. Nuestro oficio es un oficio noble e incluso poético y sería muy importante intentar diminuir la distancia entre las palabras y la cosas que construimos; y también sería impportante reducir la distancia entre la arquitectura y los hombrea, para que en ella se pueda desplegar facilmente la vida.