Arquitectos sin decálogo arquitectónico ¿Juegos o jugarretas?

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U Gaceta
• 23 de octubre de 2000
n i v e r s i t a r i a
¿Juegos o jugarretas?
Por Bartolomé Bacab B.*
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Hay en el juego una gesticulación que no
sabemos hasta dónde es real o fantasía. O mejor
dicho, resulta real, porque la fantasía lo es. Los
escritores viven de la misma. Los lectores la
buscan. La vida sería imposible sin ella.
En el juego todos asumimos al otro.
Representamos los papeles que nos gustan.
Imitamos. Teatro fuera del teatro. El niño(a) es
chofer, soldado, médico, enfermera, bombero,
policía, ama de casa, mamá, papá, hermano
mayor, sin todavía serlo.
Desde el juego le atribuimos vida a los
objetos para convertirlos en interlocutores. Por
esto el éxito de las jugueterías, porque los niños
encuentran ahí al ser que los escucha y no los
regaña, al que pueden abandonar en un rincón
sin que haya problemas.
También los adultos animamos a los objetos:
el automóvil está vivo y hay que ponerle aretes,
colguijes, un buen equipo de sonido, para que
nos hable y la posesión del mismo sea más
cómoda.
Como con objetos no es posible el diálogo,
entablamos un monólogo: posiblemente de esta
capacidad de hablar con seres que no responden,
lo continuamos en otras circunstancias. Yo hablo
y tú no contestas. Evitamos la retroalimentación:
con mi verdad tengo. Ya todo esta preconcebido,
juzgado, prejuzgado: tal vez de ahí nuestra
inclinación al prejuicio.
Si en la infancia convertimos en
interlocutores sin habla a los objetos, como
adultos el monólogo solo conversa con la
angustia, la convierte en diálogo doloroso y le
envía telegramas a la inseguridad: “Hace un
juego descubrí que no estás loco. Punto”, o a
la inversa: “Desde que vi tu juego, pude
observar tu locura. Punto”.
El juego es puente de mí a los objetos, del
yo a las enamoraciones que preparan al hombre
para sus ritos de iniciación. La muñeca preferida,
el monstruo predilecto. Después habrá muchas
LA TIRA
otras rondas para el flirteo, la coquetería, el
galanteo. Juegos de brama, de celo.
Hay otros juegos más peligrosos, porque en
ellos involucramos aspectos fundamentales de la
existencia, tanto, que a veces jugamos con fuego,
con los celos, la desconfianza, la posesión,
posteriores a la brama, al erotismo, al galanteo.
Jugar cualquier juego, para sí y los demás,
crea y recrea un espacio: el de las actuaciones, los
desmentidos, las actitudes, las trampas o la limpieza
en asumir la competencia. Los sucios y los que se
ajustan a las reglas claras. La convivencia a la luz
del sol. Ámbito propio en el cual el juego defiende
su hábitat. En el que forma, deforma o transforma.
Ambiente en el que la vida humana se juega el ser
en lo que es hoy y en lo que quiere para el futuro.
Jugar es sorprendernos en cada juego que
concluye, pero que jamás será conclusión del
mismo. Juego sorprendente, porque en las
jugarretas intervienen los muchos yo en que nos
desdoblamos: el serio, el del melodrama, el solemne
que no lo es tanto o el eterno irónico que disfraza
su inseguridad. Juegos que nos atrapan y entrampan
y en los que caemos gustosos de quedar atrapados.
Desde que juego, me di cuenta que los hay
fáciles y difíciles en la estrategia, en las reglas,
en la convivencia.
Resultó fácil juguetear a las canicas, a los
encantados, al escondite, a la gallina ciega,
porque no requerían de mucho. Ningún trabajo
cuesta aventar el universo contra los mundos
del otro, quedar convertidos en estatua a
conveniencia o corretear a los demás para
dejarlos congelados, quietos, inamovibles.
Después trasladamos estos juegos a
cuestiones de mayor trascendencia: jugueteo
de políticos, de astucia; a escondernos o
regatear las facturas, las notas de remisión, las
cartas; a la gallina que de tan ciega no ve lo
que sucede en su contorno, que se pone vendas
de más, que no se quita las que otros le colocan.
¿A qué jugaremos hoy? ❖
* Estudiante del CUCS.
Universitarios
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Arquitectos
sin decálogo arquitectónico
Astair Venegas*
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Hay delitos, negligencias o atrocidades que se
entierran u ocultan. Los médicos conocen bien
lo anterior. Los contadores reciben el auxilio
de las matemáticas para hacer milagros de resta
en declaraciones fiscales. A los ingenieros no
siempre los denuncia un temblor: de mil una.
Pero la arquitectura grita su belleza o
esperpentez, el equilibrio o la antifuncionalidad
incluso dentro del llamado funcionalismo.
Una construcción es reflejo, en primer lugar,
de las condiciones económicas, políticas y
sociales en que tuvo efecto. Así, las arquitecturas
hablan de esclavitud, recoletez y miedo feudal,
frivolidad burguesa... Y al parejo, de la existencia
de arquitectos clarividentes, “adelantados” al
tiempo que les tocó vivir o simplemente lúcidos
en el ejercicio de una actividad que los
emocionaba. O todo lo contrario: depredadores
con piqueta o constructora, como en el caso de
algunos funcionarios y políticos que recordamos
o conocemos.
La arquitectura como eco de la realidad
concreta de una época, auxilia a las ciencias
históricas y sociales para que puedan
entregarnos una versión más cabal del hombre
y su pasado, de la manera en que este ha resuelto
uno de sus requerimientos vitales: la vivienda y
el uso de los espacios públicos.
La arquitectura, su evolución, reseñada en
cualquier cronología, evidencia los cambios de las
sociedades. No ocuparíamos tratados peliagudos
para entender tal desarrollo. Bastaría observadores
inteligentes para arribar a conclusiones lógicas.
Pero, ¿qué sucede cuando a las generaciones
presentes nos quitan las referencias físicas? ¿Con
qué parámetros comparar legados culturales y
hacer interpretaciones? ¿Qué le pasa a nuestras
sociedades cuando solo pueden recurrir a libros
para llorar frente a las cruces fotográficas que
testifican la sepultura del cadáver? ¿Qué decir
de la desvergonzada placa que nos escupe un
“aquí estuvo”?
Que cada uno valore el daño que causó o
le causaron, pero de entrada es posible afirmar
que perdemos en identidad y en posibilidades
de atraer al turista por medio de nuestra belleza
arquitectónica.
Los arquitectos o políticos implicados en la
destrucción arquitectónica que los beneficia,
arguyen que todo está sujeto a las leyes del cambio,
la dinámica social, la evolución, el desarrollo, el
progreso, argumentaciones en mescolanza,
hilvanadas en abstracto, descontextualizadas y que
indican nulo respeto a la historia, la cultura y a la
arquitectura misma.
Olvidan que los cambios, y más los actuales,
pueden ser inducidos, conducidos o provocados
y que cuando se inducen, conducen o provocan
irresponsablemente, no hay otras palabras para
calificar tales acciones que: atraco, atentado,
agresión, deterioro.
Las palabras atraco, agresión, deterioro no
deben ser manejadas en un análisis maníqueo.
Porque atentar contra el patrimonio arquitectónico
de los pueblos, no es de malos, entendido el
término en su connotación moral. Si lo fuera,
habría un decálogo que rezara más o menos así:
1. Amarás el patrimonio arquitectónico de tu
sociedad sobre todas las cosas.
2. No harás el juramento de tu profesión en vano.
3. Santificarás cada espacio con un
tratamiento adecuado.
4. Honrarás la herencia cultural recibida.
5. No matarás canteras labradas ni estilos, ya
puros o híbridos.
6. No mentiras ni tendrás excusas para agredir
las manifestaciones arquitectónicas.
7. No desearás tirar la arquitectura patrimonial
por los suelos.
8. Respetarás la construcción de tu prójimo.
9. Etcétera.
Los atentados, agresiones, deterioro
arquitectónico, están condicionados por los
intereses económicos: el valor de uso, el valor
de cambio, la llamada plusvalía del suelo y demás
factores inscriptos en estos fenómenos propios
del capitalismo. Estos factores son la piqueta
real, el fondo verdadero, aunque por supuesto
no único, de la perdida patrimonial en el terreno
de la arquitectura.
Digo que no único, porque aquí entra el
arquitecto, el funcionario, la autoridad (por lo
regular municipal o a nivel gubernatura) para
dar cuerpo a la paradoja, la ironía o el cinismo:
que un casateniente o propietario de inmuebles
valiosos los destruya o mutile, es una acción
objetivamente deplorable, pero que atenúa el
desconocimiento que con frecuencia el
particular tiene de lo que posee y que inscribe
con simpleza dentro del rubro “está bonito”.
El arquitecto, el profesional enterado del
valor patrimonial de un inmueble, de las
aportaciones locales a determinadas corrientes,
es el indicado para salvaguardar contra el
tiempo y las agresiones, la riqueza en
arquitectura de cada localidad. Por ello, cuando
asume el papel de cómplice de quienes
destruyen esta herencia histórica y patrimonial,
debe ser excluido de los cuerpos colegiados a
donde acuda un solo arquitecto que se respete
a sí y a la profesión, además de recibir las
sanciones legales establecidas por la ley.❖
* Estudiante del
CUAAD.
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