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Formación Valórica y Ciudadana
El tema de la formación cívica de los alumnos cobra particular importancia
en una época en que los índices de abstención electoral, en particular de la
gente joven, genera una justificada preocupación por la solidez de nuestra
institucionalidad política. No es una preocupación nueva, ya que los griegos
bien sabían que su democracia dependía de la preparación de la juventud
para participar en ella, y que la libertad requiere del cultivo de destrezas y
actitudes que posibiliten su existencia.
En teóricos como Dewey la preocupación por la educación del buen
ciudadano fue central a su idea de lo que debiera entenderse por educar,
mientras en muchas reformas educacionales actuales hay mención hecha de
valores transversales vinculados a la vida democrática, y sugerencias de que
es necesario preocuparse más que nunca por la educación del espíritu cívico
de nuestros estudiantes. Hay países donde la formación ciudadana está
incluyéndose en el currículo, como consecuencia de las mismas
preocupaciones ya mencionadas.
Para un colegio como el nuestro, que defiende como valores centrales la
diversidad y el pluralismo, resulta imprescindible ayudar en lo que podamos
al fortalecimiento de concepciones cívicas que sean compatibles con dichas
prioridades, y que lo hagamos parte explícita de nuestro proyecto educativo.
Es posible caracterizar la tensión básica de la política, la tensión que le da
origen, como el esfuerzo de conciliar los intereses de los individuos con los
de la comunidad a la cual pertenecen. En la historia de la humanidad ha
habido una tendencia (¡no lineal!) a fortalecer progresivamente los derechos
del individuo, particularmente sus libertades. En el presente no son pocos
los que abominan de la hegemonía actual de posiciones liberales, ya que
sienten que han minado concepciones importantes que hacen referencia a la
comunidad, como el de bien común, por ejemplo, al dar un excesivo énfasis
al individuo. No obstante esto, parecieran sentir que la opción por el
individuo es, con todo, preferible a la amenaza contraria que representaban
los regímenes totalitarios. Podría decirse que la tensión política entre
individuo y comunidad hoy, se debatiera entre un énfasis sofocante en los
derechos comunitarios sobre los del individuo, o una disolución del sentido
de comunidad que arriesga el que las comunidades se disgreguen. La
presión adicional que agrega a esta tensión básica el proceso de
globalización exacerba un problema que ya resultaba difícil en el siglo
anterior, generando los dilemas políticos del mundo de hoy.
No resulta difícil ver que el desafío de los colegios es enorme, pero nuestra
responsabilidad es insoslayable. Como señala Fernando Savater,
En la deseable complejidad ideológica y étnica de la
sociedad moderna…queda la escuela como el único
ámbito general que puede fomentar el aprecio racional
por aquellos valores que permiten convivir juntos a los
que son gozosamente diversos. Y esa oportunidad de
inculcar el respeto a nuestro mínimo común denominador
no debe en modo alguno ser desperdiciado1.
Victoria Camps y Salvador Giner han acuñado el término civismo para
referirse a este aprecio al cual se refiere Savater.
Más allá de la pertenencia a una u otra comunidad
nacional, más allá de las diferencias individuales o
territoriales, la ciudadanía ha de tener un sentido común
y universal. Ha de ser posible descifrar el común
denominador que iguale a las personas en tanto en
cuanto se consideran copartícipes de una democracia
liberal2.
Está muchísimo más claro qué queremos lograr con nuestros alumnos, que
el cómo podemos lograr generar esta cultura de consideración por el otro,
que resume en una frase tanto lo valórico como lo cívico. Si bien Savater
considera a los colegios como el único ámbito en el cual se puede lograr el
civismo, no es menos cierto que hay otros ámbitos generales como los
medios o el internet, que compiten fuertemente con el ámbito de la escuela.
Es posible que sin un esfuerzo de revitalizar el espíritu cívico desde el
estado, los esfuerzos aislados en campañas por la buena vida, de un tipo u
otro, sean como los esfuerzos de Sísifo.
Este año sólo tuvimos un grupo de alumnos que quiso postular a representar
a sus compañeros en el Centro de Alumnos. No es una señal favorable, que
indique que estemos logrando desarrollar estos valores, y si bien refleja
tendencias que se encuentran en contextos mucho más amplios, no debemos
desatender el llamado de Savater a no desperdiciar las oportunidades que
tenemos como educadores. En la revisión de nuestros planes y programas
debemos hacer todo lo posible por fomentar un sentido de compromiso con
algo que trascienda lo meramente individual –con una sociedad en la cual
exista una fuerte consideración por el otro.
J. Mackenzie
1
2
Fernando Savater, El Valor de Educar, Ariel, Barcelona, 1997, pág. 165
Victoria Camps y Salvador Giner, Manual de Civismo, Ariel, Barcelona, 1998
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